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Panamá

Partí en nombre de la Santísima Trinidad la noche de Pascua, con los navíos podridos, abromados, todos hechos agujeros. Allí en Belén dejé uno y hartas cosas.

Carta de Cristóbal Colón a los Reyes Católicos.

Jamaica, 7 de julio de 1503

El avión privado de Richard Ronald seguiría una ruta inusualmente larga debido a las fuertes tormentas tropicales que estaban azotando el mar Caribe desde principios de verano.

El piloto anunció por los altavoces que tras el despegue del aeropuerto de Miami sobrevolarían Santo Domingo y luego pondrían rumbo directo a la Ciudad de Panamá, donde tenían previsto tomar tierra en unas dos horas y media.

Altagracia suspiró sonoramente al oír el nombre de su ciudad, y pensó que era una pena no poder parar un momento para besar a su madre y saludar a sus amigos. Estos días fuera de su tierra estaban pasando a una velocidad de vértigo, aunque ya tenía ganas de volver para ver a los suyos. Si pudiese, explicaría a doña Mercedes el dolor de su corazón al no poder darle la información que le pedía, y le ofrecería excusas por no atender sus llamadas. Seguro que una mujer tan inteligente como su mentora lo entendería.

El aterrizaje en el aeropuerto Panamá City se produjo en medio de una fuerte tormenta. La lluvia caía copiosamente y anegaba los aledaños de la pista de forma preocupante, hasta tal punto que el avión de Ronald fue el último en tomar tierra antes de que el aeropuerto fuese cerrado al tráfico aéreo durante unas horas.

Una limusina les esperaba al pie del avión y les evitó el control de pasaportes. Este hecho no pasó desapercibido para los investigadores, que comprobaron el inmenso poder del americano en esas tierras. El destino elegido por el propio Ronald era desconocido por el resto de la expedición. Tras media hora de viaje, el vehículo llegó a un elegante edificio acristalado.

La lluvia seguía cayendo de forma implacable, e impedía ver más allá de unos metros. En el interior, un joven americano, alto y rubio, de complexión atlética, se presentó a sí mismo como John Porter, director de la XPO Shipwreck Agency. El inmueble había sido adquirido diez años antes para el proyecto de rescate de barcos naufragados en el Caribe. En ese tiempo había conseguido rescatar multitud de pecios, con un valor de los elementos encontrados superior a los cien millones de dólares.

—No obstante, no hemos creado esta empresa para eso —se vanaglorió Ronald.

—El objetivo es la búsqueda de las naves colombinas, especialmente de La Vizcaína —expresó John Porter—. Mister Ronald ya me ha explicado que ustedes conocen nuestra misión y que traen documentos que nos pueden ayudar a determinar el lugar exacto de localización del navío.

—Es evidente que ustedes buscan naves colombinas —ironizó Oliver—. El nombre de la agencia es acertado, dado que XPO son las tres primeras letras de la última línea de la firma de Colón.

—Así es, amigo Andrés —dijo riendo Ronald—. Fue una buena propuesta para el nombre de esta empresa y nos gustó a todos. No sabemos lo que significa la firma, pero esta parte es bonita y suena bien.

—Quizás algún día consiga descubrir su significado —apuntó Edwin.

—No le quepa la menor duda de que he dedicado mucho esfuerzo y dinero en mi vida para desvelar el significado de la misteriosa firma del Almirante, pero sin éxito. Ojalá me quedase más tiempo. No obstante, no pierdo la esperanza de que quizás en lo que encontremos en el cofre, sea lo que sea, haya alguna información adicional que nos ayude a descifrar también el enigma del criptograma de la rúbrica. Ya veremos.

La sala de reuniones de la planta baja había sido acondicionada como centro de trabajo permanente durante las investigaciones. Multitud de ordenadores y potentes servidores de Internet podían buscar cualquier información en cuestión de segundos. Otra parte de la sala había sido dedicada a la clasificación de documentos, escáneres e impresoras de gran tamaño.

—Vaya, aquí sí que podemos investigar —señaló el dominicano—. Esto parece la NASA.

—Bien, mi propuesta inicial es que empecemos a trabajar ahora mismo —expuso Ronald—. Si os parece, podemos comenzar escaneando los documentos que traéis, así como el Libro de las Profecías completo. De todo el material, hacemos un compendio y procedemos a su análisis. Además, nosotros tenemos algún material más, comprado durante años, como os dije.

Aprobada la idea, comenzaron a trabajar de inmediato. Les acompañaban varios colaboradores de la agencia XPO, expertos en investigación de naufragios. Al cabo de un rato, todo el mundo se encontraba en sus mesas, afanados en el análisis y clasificación de la enorme cantidad de papeles.

Un proyector iluminaba una gran pantalla en el fondo de la sala. Este dispositivo había sido conectado al ordenador central, que recogía la última información disponible sobre la posible posición de la nave hundida quinientos años atrás, y la transmitía al equipo reflector para que todo el mundo viese el avance de la búsqueda.

Las horas pasaban y cada una de las personas allí presentes se había decidido por una parcela distinta de los documentos.

Altagracia pensaba que habría sido mejor pasar por un hotel y cambiarse de ropa, eligiendo un atuendo más cómodo para esta actividad. No obstante, como el americano había insistido en ocuparse de todo, ella no tenía ni idea de dónde iban a dormir esa noche.

Al cabo de un rato, Edwin atrajo la atención de todo el mundo. Había leído un documento sobre la posibilidad de que Cristóbal Colón hubiese sido corsario antes de su llegada a Portugal y de la elaboración de su proyecto descubridor de una nueva ruta hacia las Indias.

—No sabía yo esto —explicó—. Nunca imaginé a Colón como un pirata. ¡Vaya teoría más absurda!

—Señor Tavares, se equivoca —le corrigió Ronald—. Los corsarios nacieron y se extendieron por el Mediterráneo, bajo la denominada patente de corso, es decir, la autorización de un Estado para actuar contra otro, bajo unas determinadas reglas de juego, tales como compromisos con el Estado propio, capacidad de negociación con el enemigo, etcétera. Por ello, los corsarios se movieron entre un escenario mixto político y comercial. Por el contrario, los piratas surgieron luego, muchos años más tarde, como una degeneración de los corsarios, y a diferencia de ellos, robaban y mataban por delincuencia. Otra diferencia importante entre ambos era que los piratas no tenían patria, mientras que los corsarios sí, y era la patria la que le concedía la propia patente de corso.

—Por tanto, el pirata es una especie de bandolero criminal —concluyó el dominicano.

—Sin ninguna duda, el pirata es mucho más sanguinario y mortífero, es un desheredado de su tierra, si alguna vez la tuvo —continuó el americano—. Colón estuvo a las órdenes del corsario francés Guillaume Casanove-Coullón, y por eso, podemos afirmar que nuestro Almirante antes que descubridor fue corsario.

Tras la exposición de Ronald, todos siguieron trabajando afanosamente en sus respectivas áreas. Altagracia y Oliver dedicaron su tiempo al análisis minucioso de las páginas perdidas del Libro de las Profecías, donde pudieron comprobar de una forma efectiva que Colón había escrito de su puño y letra multitud de notas en los márgenes del libro. Muchas de ellas coincidían con reflexiones que encontraron en otros escritos. Parecía que Ronald tenía razón: la combinación de todos los documentos podría concluir en una información más precisa sobre lo ocurrido en el último viaje colombino.

Por su lado, Ronald y Porter parecían muy atareados en el examen de los mapas aportados por el portátil de Oliver. Una vez traspasados a las coordenadas correctas y con la escala adecuada, cada carta marina que introducían lograba precisar, mediante cálculo de probabilidad, la posible posición del pecio.

Al cabo de unas horas, el americano comprobó el cansancio de todo el equipo, y decidió dar por terminada la jornada para descansar en un hotel y comenzar al día siguiente lo más temprano posible.

Oliver pidió una copia en CD de todo el trabajo realizado hasta el momento, incluyendo el material que Ronald había aportado.

—Veo que sigues sin fiarte de mí —le espetó el americano—. No hay problema ninguno. Puedes llevarte una copia completa.

—No lo hago sólo por ti —contestó Oliver—. También lo hago porque ya nos han robado una vez y no queremos quedarnos de nuevo con las manos vacías. Te ruego que vigiles bien esta sala y que nadie entre.

—No te preocupes, este edificio es un bunker. Tengo un ejército apostado dentro y fuera.

Al caer la tarde, la oscuridad en el exterior era total debido a la presencia de densas nubes que amenazaban con más lluvia durante la noche.

El hotel Four Points Sheraton ofrecía unas cómodas habitaciones que les permitirían descansar del largo día. El americano había reservado para el equipo las mejores suites. Él también se hospedaría en ese hotel.

Antes de la cena, Oliver sugirió a los dominicanos una reunión para analizar el estado de las investigaciones y la situación del convenio con el americano. La habitación del español sirvió como punto de encuentro.

—¿Qué os parece este tío? —preguntó directamente Edwin, refiriéndose al americano.

—A mí me causa buena impresión —dijo la mujer—. Le veo buenas intenciones, al menos en este asunto.

—Bien, pero no te fíes de él ni un minuto, porque te puede robar el bolso —dijo Oliver entre risas.

—Y tú, ¿qué piensas de todo esto? —le sondeó la mujer.

—Bueno, parece que por esta vez va de legal. En cualquier caso, si no ha sido él quien ha organizado el robo de los restos en ambos países, nos queda pensar por dónde orientamos la investigación. Por ello, os pido que tengáis los ojos muy abiertos. Ahora más que nunca.

—¿Piensas que alguien puede estar observando nuestras acciones, incluso aquí en Panamá? —preguntó Edwin.

—No me cabe la menor duda. Por eso tenemos que prestar mucha atención y ver si alguien nos sigue.

*

La cena transcurrió sin sobresaltos. Como venía siendo habitual, Richard Ronald lo tenía todo previsto. Había elegido un reservado en el mismo hotel, donde podrían hablar y cambiar impresiones. El español pidió un Martini y se acercó al americano para hacerle una propuesta.

—Ronald, necesito hablar contigo en privado.

—Pues adelante.

—Como tú sabes, para nosotros es importante encontrar esta nave y resolver los enigmas que encierran todos los documentos que hemos rescatado. No obstante, el caso que estamos investigando es otro.

—Lo sé perfectamente. Una cosa es encontrar una nave del Almirante, y otra muy distinta, tener sus huesos. Soy consciente de que vuestra prioridad es localizar a los culpables de los robos en Santo Domingo y Sevilla. Os debéis a ese caso, porque es lo que vuestros países os piden.

—Bien. Por esta vez, yo descarto que tú estés implicado en el tema —le dijo Oliver al americano, mirándole a los ojos por si percibía algún signo—. Has dado muchas muestras de querer colaborar y especialmente, ese contrato que has firmado con nuestro embajador.

—Muchas gracias, Andrés, parece que por primera vez no soy tu sospechoso número uno.

—Así es. Por eso, te ruego que colabores con nosotros en la búsqueda de los culpables.

—Y ¿qué puedo aportar yo? —dijo el americano, encogiéndose de hombros.

—Vamos, Richard. Tú tienes mucha información. Sabes que nos han estado siguiendo y tienes lacayos desplegados por todas las ciudades del mundo. ¿Sabes quién ha podido estar siguiéndonos aparte de ti? ¿Puedes identificar a quien robó a Edwin los legajos en Sevilla?

—Tengo alguna idea. Mañana nos reuniremos tú y yo, y te mostraré algunas fotos. Te vas a llevar una gran sorpresa.

*

El día comenzó con más lluvia. En las primeras horas, la oscuridad era total debido a que la luz del sol no conseguía atravesar la espesa capa de nubes cargadas de agua. El centro meteorológico nacional había anunciado que seguiría lloviendo en los próximos días, dado que el huracán Vince estaba enviando vientos fuertes en dirección a Centroamérica con gran cantidad de aguaceros como preludio a su llegada, prevista para los próximos días.

—Señores, antes de comenzar esta jornada de trabajo —anunció Ronald— quiero deciros que un huracán se dirige hacia algún punto de Centroamérica, aunque por el momento la trayectoria no es cierta.

—Vaya, yo creía estar fuera de peligro de estas vainas lejos de mi país —expresó Edwin, mientras recordaba los terribles huracanes que habían azotado la República Dominicana en años anteriores.

—Por el momento no podemos precisar si el ojo del huracán impactará en Panamá, Costa Rica o más al norte. Los meteorólogos no se ponen de acuerdo.

—¿Supone esto que no podremos iniciar la búsqueda del pecio? —inquirió Altagracia, mostrando su preocupación.

—Yo soy capaz de bucear bajo lo que sea, con tal de encontrar ese navío —dijo John Porter—. Llevo muchos años tratando de rescatar esta pieza y no voy a renunciar a ella ahora.

—Todo esto, lo que significa es que debemos darnos prisa —sentenció Ronald.

*

En el transcurso del día, Ronald pidió a Oliver que le acompañase para darle cierta información. Abandonaron la sala general donde se encontraban todos los investigadores y se reunieron a solas en el despacho del americano, en la última planta del edificio.

Cogió su maletín y extrajo un grueso dossier que contenía multitud de papeles y fotografías. Alineó en la mesa distintos grupos de documentos con la intención de exponer secuencialmente las ideas que iba a transmitirle.

Comenzó diciendo que no tenía ni idea de quién habría podido robar los restos ni en el Faro de Santo Domingo ni en la catedral de Sevilla. Pero sí que tenía información e incluso fotos de personas que habían estado siguiendo a los tres investigadores.

En las ciudades de Santo Domingo, Sevilla, Madrid y Génova habían sido objeto de vigilancia constante. Tenía conocimiento, de hecho, de que prácticamente todos sus movimientos habían sido vigilados de una u otra forma.

Cuando Oliver le preguntó a qué se refería, le mostró la parte gráfica del dossier. Una a una, Ronald fue sacando fotografías de las personas que les habían vigilado en cada ciudad.

Observó alguna de las fotos. Lo primero que se le ocurrió fue llamar a su compañero, el dominicano, para que identificase a las personas que aparecían allí, por si reconocía entre ellos al sujeto que le había asestado el tremendo golpe en el hotel de Sevilla.

El americano le pidió calma, porque aún tenía que conocer más cosas.

Si no hubiera sido porque en su vida había vivido muchas situaciones difíciles por su profesión, Oliver habría desfallecido al ver la siguiente fotografía.

*

En la sala central se continuaba trabajando sin cesar. Las distintas cartas náuticas encontradas en Génova, conforme eran introducidas en el ordenador, iban dando localizaciones posibles para la ubicación del pecio. No obstante, algo difícil de explicar estaba ocurriendo cuando se enfrentaban las diversas fuentes que estaban cotejando. Por una parte, utilizando las referencias escritas por el propio Almirante, la posición del pecio aparecía en medio del mismísimo mar Caribe, muy lejos de la costa, y lejos de la derrota seguida en el cuarto viaje. Por otro lado, las cartas marinas encontradas en Génova, así como los dibujos que recordaban de los legajos de Sevilla, indicaban que estaba frente a las costas de Panamá, pero sin la suficiente precisión para poder ubicarlo.

Agotada la información digitalizada, el resultado no podía ser más desesperante.

El ordenador central reflejaba, a través de la pantalla, al menos un millar de puntos posibles para la localización del pecio, muchos de ellos mar adentro, lejos de la costa panameña.

Nadie era capaz de pronunciar palabra.

*

Oliver observaba con detenimiento la fotografía que le estaba mostrando el americano. Ahora podía comprender muchas cosas y, sobre todo, que Ronald no estaba involucrado en el caso, como había creído al principio.

El corazón le dio un vuelco cuando pensó en la forma que habría de utilizar para describirle a Altagracia Bellido, la secretaria de Estado de Cultura de la República Dominicana, y amiga suya después de tantos días juntos, la imagen que estaba viendo.

En ella aparecía su mentora, doña Mercedes, conversando airadamente con el policía italiano Bruno Verdi.

*

Al retornar a la sala central, se encontraron con una situación que no parecía favorable. Unos a otros se miraban tratando de obtener una respuesta que, previsiblemente, no iba a ser bien recibida por nadie.

—¡Vaya! ¿Qué pasa aquí? —exclamó Ronald, sin entender lo que estaba ocurriendo.

—Hemos terminado de digitalizar todos los mapas y cartas. También hemos introducido todas las referencias del Libro de las Profecías. Con todo ello, ha aparecido lo que ve usted ahí, mister Ronald —dijo John Porter, que señalaba con resignación la pantalla del ordenador central.

El americano observó la proyección con desconcierto. Evidentemente, aquello no era lo esperado. Lejos de mejorar la posible localización del pecio, la nueva información introducida en el ordenador generaba ahora más puntos, lo que complicaba aún más la búsqueda.

—Bien, tendremos que revisar los datos —gritó Ronald—. No podemos darnos por vencidos tan fácilmente.

*

Oliver aprovechó el desconcierto general para reunir a sus amigos en una sala adjunta y hablar con ellos sobre las fotos que le había mostrado el americano. La situación no podía ser más desagradable para él.

Tras ese tiempo compartido con la dominicana, le había tomado cariño. Su modo de hablar, su forma de ser y su amabilidad habían calado hondo en él, por lo que el aprecio que le tenía le dificultaba el paso que tenía que dar.

La buena relación de la mujer con doña Mercedes, su antigua profesora, y la fuerte presión que ésta había ejercido sobre su ex alumna provocaron que dar la noticia se convirtiera en todo un suplicio para el español.

—Quiero haceros partícipes de algunos datos relacionados con el caso que me ha facilitado Ronald. Si te parece, Edwin, comenzamos contigo.

Le mostró las fotos y esperó que el dominicano reconociese a las personas allí representadas.

—¿Conoces a estos tíos? ¿Pudo ser alguno el que te golpeó en Sevilla?

Edwin sintió de pronto un intenso pinchazo en la cabeza, justo en el lugar donde le habían golpeado. Trató de concentrarse en las fotos que Oliver le estaba mostrando.

—No parece que el tipejo que me golpeó esté aquí —dijo tocándose la herida—. De todas formas, la verdad es que casi no tuve tiempo de verle cuando abrí la puerta.

—Bien. Piensa en estas personas y trata de recordar si alguno de ellos hubiese sido quien te robó —propuso el español.

—¿Decías que tenías algo para mí también? —requirió Altagracia.

—Sí, pero no es nada agradable.

*

La vuelta a la sala central le mostró a Oliver el mismo ambiente helado que había dejado allí unos minutos antes.

Altagracia, entre sollozos, había decidido pedir un taxi y volver al hotel.

Todos los presentes, incluido Ronald, se encontraban examinando los datos introducidos por si había habido algún fallo en la transcripción o en la lectura y adaptación al sistema por parte del ordenador central. Conforme avanzaban, todos se daban cuenta de que el resultado final no parecía fruto de ningún error fortuito. Al cabo de unas horas, había acabado la revisión completa de todos los datos disponibles. El resultado continuaba siendo el mismo: ni un solo punto había cambiado en la pantalla.

Antes de que el desánimo cundiese entre todos, Oliver propuso repasar el proceso por si alguna hipótesis de partida hubiese sido errónea. Revisaron minuciosamente todos los procesos seguidos, así como las escalas de los planos.

Nada cambió.

La cara de Richard Ronald, después de tantos años, tanta dedicación a ese asunto y tanto dinero invertido, mostraba una profunda frustración.

John Porter, hombre de acción sin límites, proponía una inmersión en cada uno de los puntos hallados. Ronald le recordó que eran miles, entre las costas de Panamá y Costa Rica. Les llevaría más de diez años comprobar cada una de esas localizaciones, y además sin ningún tipo de garantía. En cualquier caso, el pecio debía de estar en Panamá, cerca de la costa, como indicó el propio Colón y posteriormente su hijo Hernando, que participó en el viaje, y así lo expuso en la Historia del Almirante.

Cuando todo parecía acabado, Oliver tuvo una ocurrencia que atrajo la atención de todo el mundo.

—¡La escala de Colón está equivocada!

Los presentes miraron al español como si estuviese poseído por el diablo. Se puso en pie y comenzó a cambiar datos en el ordenador central de forma incontrolada, como si supiese exactamente lo que hacía.

Ronald le pidió que parase un momento y que explicase su teoría. Oliver hablaba con rapidez sobre la diferencia de escalas entre las distancias reales y las que el Descubridor estimó para llegar a las Indias.

A priori, todos pensaron que la hipótesis del español era inverosímil. ¿Había descubierto Cristóbal Colón un Nuevo Mundo sin saber manejar las cartas náuticas?

—No me habéis entendido. El Almirante manejaba como nadie las técnicas de navegar. De hecho, le atribuyen conocimientos náuticos muy por encima de su época.

—Entonces, ¿a qué te refieres? —preguntó John.

—En el siglo XV, nadie conocía la auténtica dimensión del globo terráqueo. Colón se basaba en los conocimientos de su amigo Toscanelli, físico y matemático florentino que había dibujado un mapa donde situaba las Indias. Dejadme que os explique.

»Toscanelli fue un gran ideólogo de su tiempo. El joven Colón le conoce en Lisboa e intercambia correspondencia con él de forma frecuente. Las ideas del italiano calaron hondo en la mente del futuro Descubridor. Pero el florentino incurre en un error importante, al desconocer la dimensión del globo terráqueo. Según sus cálculos, la esfericidad del mundo sería menor que la real, y por lo tanto, sería más corto llegar a las Indias y a China por el Oeste.

—¿Quieres decir que confundió al mismísimo Cristóbal Colón? —preguntó John.

—No exactamente. Por un lado, le dio confianza para abordar un proyecto tan complejo como descubrir una nueva ruta con una derrota hasta ese momento desconocida. Pero por otro lado, le dio ideas completamente erróneas sobre las distancias. Colón nunca supo que había descubierto un Nuevo Mundo, sino que creyó que había llegado a las Indias por un camino más corto. De ahí la enorme injusticia histórica que supone llamar América al nuevo continente. Con todo ello, es evidente que nuestro marino no podía conocer las coordenadas tal y como hoy se conocen.

—¡Claro! —gritó desde el fondo de la sala un descontrolado Ronald—. ¡Ése ha sido nuestro error!

—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó con su natural desenvoltura Edwin.

—Calcular la escala que utilizó nuestro admirado Almirante —pronunció Oliver pensando pedir ayuda a una persona que se encontraba lejos.

*

Altagracia lloraba desconsoladamente en su habitación.

La lluvia caía de forma abundante en el exterior, donde, de nuevo, la tarde se había tornado en noche precipitadamente debido a las negras nubes.

No comprendía el motivo por el cual tres prestigiosos intelectuales de su país estaban inmersos en un tema que no les incumbía, y que escapaba del entendimiento de cualquier persona que les conociese en su entorno más cercano. Tampoco entendía la tremenda farsa que había jugado con ella su mentora. Había confiado en ella y le había traicionado.

De pronto, el trabajo actual relacionado con la búsqueda del pecio pareció no ofrecerle atractivo suficiente como para seguir en él y, en consecuencia, decidió regresar a la mañana siguiente a su país.

La vuelta a Santo Domingo le permitiría descubrir la verdad. En este momento, algo en su interior le indicaba que aquí no iba a avanzar en la investigación, sobre todo cuando había cosas que aclarar en el sitio donde todo había comenzado.

Allí habría que resolver el caso.

No le cabía la menor duda.