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La rana con alas
Viernes 13 de noviembre
A las diez de la noche salía el tren de la estación de Osca. En el andén estaban Alberto, Andrés, Juan, don Pablo, el jefe de estación, y una sombra a lo lejos del muelle, que según dijo el jefe de estación era el duende Menuto que había venido a despedirse. Los chicos estaban terriblemente cansados, la jornada escolar durante esa semana había sido agotadora para ellos, ya que faltaba poco para los exámenes. Alberto le dijo a sus padres que pasaría la noche del viernes y del sábado en casa de Andrés. La excusa era que tenían que hacer un trabajo sobre el viaje a Ávila y que, como Alberto no tenía Internet, lo haría en casa de Andrés; alegó el chico que necesitaba documentación extra para completar la tarea. Los padres le creyeron sin ninguna objeción.
El tren era un Talgo nocturno que sólo circulaba los fines de semana. Tenía compartimentos individuales que permitían dormir de una manera cómoda durante todo el viaje. También disponía de servicio de bar; aunque cerraba a las doce de la noche. ¿Dormir? Eso es lo que le hubiera gustado a Alberto hacer durante todo el viaje. Pero le fue del todo imposible. El duende Menuto, no sabía por qué, subió al tren con él, al mismo tiempo, y le estuvo atormentando todo el viaje. No es que hiciera nada aterrador, ni cosas de esas, pero su sola presencia le producía pavor al chico. Pasaba por los largos pasillos del tren fumando la pipa de madera de brezo del abuelo de Andrés. Aparecía en su apartado atravesando la puerta. Lo miraba. Se reía. Volvía a salir. Alberto pensó que ojalá hubiera tenido la rana de bronce para petrificarlo y poder quitarle la cachimba y acabar con esa historia de una vez por todas.