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Jueves 05 de noviembre
A la mañana siguiente se presentaron los tres amigos en el despacho de la directora. Llegaron incluso antes que ella. Esperaron en la puerta unos interminables minutos. Algunos alumnos pasaban por delante y les miraban con recelo. «Algo traman estos tres», pensaron.
Alberto, Juan y Andrés estaban ansiosos por saber las condiciones del viaje y qué día partirían.
—¿Qué tal, muchachos? —saludó la señorita Luisa.
La directora abrió la puerta de su despacho con llave y la cerró después de que entraran los tres. Colgó la chaqueta en un perchero que había al lado del sillón.
—Vamos al grano que no dispongo de mucho tiempo. Partiréis mañana a primera hora, es decir, a las seis de la mañana os llevará un taxi hasta el aeropuerto de la capital, el avión sale a las ocho. Tardaréis en llegar a Madrid una hora aproximadamente, donde os recogerá un coche que os conducirá hasta Ávila. Allí os estará esperando un profesor del colegio Santa Ágata, él os acompañará hasta la escuela donde dormiréis los tres días que durará la exposición. Dentro de una hora, más o menos, pasad por la oficina del bedel, que os tendrá preparados los billetes de avión, también os dará una cantidad de dinero en metálico para costear los gastos del taxi y la manutención; aunque el alojamiento de Ávila está pagado por la Diputación. Y sobre todo, coged ropa de abrigo; el clima de allí es mucho más frío que el de aquí. ¿Alguna pregunta?
Ninguna. Los tres amigos salieron del despacho escopeteados. El colegio les dio fiesta durante el resto de la jornada. Los tres contaron a sus respectivos padres el viaje que les esperaba durante el fin de semana. La madre de Juan no se opuso a una excursión con tintes didácticos y que patrocinaba la Diputación local. Al contrario, la señora estaba encantada de que su hijo participara en semejante evento y que fuera uno de los elegidos para representar al colegio.
Alberto estuvo toda la tarde preparando el equipaje. Para el chico era importante no dejarse nada que pudiera necesitar durante los días que estuviera de viaje. Preparó la maleta y revisó lo que había metido en ella varias veces, hasta estar seguro de que no se olvidaba nada. Cada vez que se acordaba de alguna cosa, llamaba a Juan o Andrés y se lo decía, ellos hacían lo mismo con él; se estuvieron llamando toda la tarde.
«Oye Juan no te olvides el cepillo de dientes», le decía Alberto. Y él le respondía, «sobre todo coge camisetas de punto para el frío».
Los tres repasaron la lista varias veces y dada las limitaciones de las maletas, en alguna ocasión alguno quitaba calcetines y añadía calzoncillos. Otras veces sacaban un pantalón y metían un jersey. Al final dejaron sus maletas llenas de ropa y pensaron que si se olvidaban algo, lo podían comprar en Ávila.