El inspector de comandancia Arturo García estaba de pie detrás de su escritorio, esperando a que la ayudante uniformada hiciera pasar a Bosch y Rider a su despacho. García también iba de uniforme, y lo vestía con orgullo. Tenía el pelo gris acerado y un poblado bigote del mismo, color. Exudaba la confianza de que el departamento solía hacer gala y que estaba intentando recuperar.
—Detectives, pasen, pasen —dijo—. Tomen asiento y cuéntenle a un viejo detective de Homicidios cómo les va.
Tomaron asiento en las sillas que había delante de la mesa.
—Gracias por recibimos tan pronto —dijo Rider.
Bosch y Rider habían decidido que ella llevaría la voz cantante con García, porque estaba más familiarizada con él a través del trabajo de enlace en la oficina del jefe. Además, Bosch no estaba seguro de ser capaz de disimular su desagrado por García y por los errores y pasos en falso que él y su compañero habían cometido en la investigación del caso Verloren.
—Bueno, cuando llaman de Robos y Homicidios, uno se hace un hueco, ¿no? Sonrió de nuevo.
—En realidad trabajamos en la unidad de Casos Abiertos —dijo Rider.
García perdió la sonrisa y por un momento Bosch creyó ver un destello de dolor en sus ojos. Rider había concertado la cita a través de un ayudante desde la oficina del jefe y no había revelado en qué caso estaban trabajando.
—Becky Verloren —dijo el inspector de comandancia.
Rider asintió.
—¿Cómo lo sabe?
—¿Cómo lo sé? Fui yo quien llamó a ese tipo del centro, el agente al mando, y le dije que había ADN en aquel caso y que debería enviarlo a analizar.
—¿El detective Pratt?
—Sí, Pratt. En cuanto esa unidad empezó a ser operativa lo llamé y le dije: revise el caso de Becky Verloren, mil novecientos ochenta y ocho. ¿Qué han obtenido? Han conseguido una coincidencia, ¿verdad?
Rider asintió.
—Tenemos una coincidencia muy buena.
—¿Quién? He estado esperando diecisiete años a esto. Alguien del restaurante, ¿no?
Eso le dio que pensar a Bosch. En el expediente del caso había resúmenes de interrogatorios con gente que trabajaba en el restaurante de Robert Verloren, pero nada que se alzara por encima de una investigación de rutina. Nada que indicara sospecha o seguimiento. Nada en el sumario de la investigación señalaba hacia el restaurante. De pronto, escuchar a uno de los detectives originales del caso manifestar una sospecha largo tiempo albergada de que el asesino había venido de esa dirección era incongruente con todo aquello que habían pasado la mañana leyendo.
—Lo cierto es que no —dijo Rider—. El ADN pertenece a un hombre llamado Roland Mackey. Tenía dieciocho años en el momento del asesinato. Entonces vivía en Chatsworth. No creemos que trabajara en el restaurante.
García juntó las cejas como si estuviera desconcertado, o quizá decepcionado.
—¿El nombre significa algo para usted? —preguntó Rider—. No lo hemos encontrado en el expediente.
García negó con la cabeza.
—No lo sitúo ahora mismo, pero ha pasado mucho tiempo. ¿Quién es?
—Todavía no sabemos quién es. Lo estamos rodeando. Sólo estamos empezando.
—Estoy seguro de que habría recordado ese nombre. Su sangre está en la pistola, ¿no?
—Con eso es con lo que contamos. Tiene antecedentes. Robos, comerciar con mercancía robada, drogas. Creemos que podría ser el autor del robo en el que se llevaron la pistola.
—Rotundamente —dijo García, como si su entusiasmo por la idea pudiera convertirla en realidad.
—Podemos conectarlo con la pistola sin ninguna duda —dijo Rider—, pero estamos buscando la conexión con la chica. Pensábamos que tal vez recordaría algo.
—¿Aún no han hablado con la madre y el padre?
—Todavía no. Usted es nuestra primera parada.
—Esa pobre familia. Para ellos fue el fin.
—¿Ha permanecido en contacto con los padres?
—Inicialmente sí. Mientras tuve el caso. Pero cuando me hicieron teniente y volví a la patrulla tuve que renunciar al caso. En cierto modo, perdí contacto con ellos después de eso. Principalmente hablaba con Muriel, la madre. El padre… Había algo extraño en él. No lo llevó bien. Dejó la casa, se divorciaron, todo. Perdió el restaurante. Lo último que oí era que estaba viviendo en la calle. De cuando en cuando aparecía por la casa y le pedía dinero a Muriel.
—¿Qué le hizo pensar que fue alguien del restaurante cuando entramos aquí?
García negó con la cabeza, como si se sintiera frustrado al tratar de alcanzar un recuerdo que se le escurría.
—No lo sé —dijo—. No lo recuerdo. Era más bien una sensación. Había cosas que iban mal en el caso. Había algo turbio.
—¿En qué sentido?
—Bueno, estoy seguro de que han leído el expediente. No la violaron. La cargaron por esa colina e hicieron que pareciera un suicidio. Lo hicieron mal. Fue realmente una ejecución. Así que no estábamos hablando de un intruso casual. Alguien al que conocía la quería muerta. No bien entraron en la casa o enviaron a alguien a la casa.
—¿Cree que estaba relacionado con su embarazo? —preguntó Rider.
García asintió.
—Pensamos que estaba relacionado, pero nunca logramos establecerlo con certeza.
—MVA, las iniciales que Rebecca usó en su diario. Nunca descubrió qué significaban. Las mencionó en la entrevista formal con los padres. Mi verdadero amor, ¿recuerda?
—Ah, sí, las iniciales. Era como un código. Nunca lo supimos con seguridad. Nunca descubrimos quién era. ¿Están buscando el diario?
Bosch asintió y Rider habló.
—Estamos buscándolo todo. El diario, la pistola, toda la caja de pruebas se ha perdido en algún sitio de la DAP.
García sacudió la cabeza como un hombre que había pasado una carrera tratando con las frustraciones del departamento.
—Eso no me sorprende. Lo habitual.
—Sí.
—Aunque le diré una cosa. Si encuentran la caja, allí no estará el diario.
—¿Por qué?
—Porque lo devolví.
—¿A los padres?
—A la madre. Como he dicho, me ascendieron a teniente y me iba, al South Bureau. Ron Green ya se había retirado. Estaba transfiriendo el caso y sabía que sería el final de este. Nadie iba a prestarle atención como nosotros. Así que le dije a Muriel que me iba y le entregué el diario…
»Esa pobre mujer… Era como si el tiempo se hubiera detenido para ella ese día de julio. Se quedó congelada. No podía seguir adelante, ni volver atrás. Recuerdo que fui a verla antes de irme. Fue un año o así después del asesinato. Me hizo mirar en el dormitorio de Becky. No lo habían tocado. Estaba exactamente igual que la noche en que se la llevaron.
Rider asintió sombríamente. García no dijo nada más. Bosch finalmente se aclaró la garganta, se inclinó hacia delante y habló, golpeando de nuevo a García con la misma pregunta.
—Cuando llegamos aquí diciendo que teníamos una coincidencia de ADN, supuso que era alguien del restaurante. ¿Por qué?
Bosch miró a Rider para ver si le había molestado que interviniera en el interrogatorio. Al parecer no.
—No sé por qué —dijo García—. Como he dicho, siempre pensé que podía haber llegado de ese lado, porque nunca sentí que hubiéramos concluido allí.
—¿Está hablando del padre?
García asintió.
—El padre era turbio. No sé si todavía se dice esa palabra. Pero entonces la palabra era turbio.
—¿En qué sentido? —preguntó Rider—. ¿En qué sentido era turbio el padre? Antes de que García tuviera ocasión de responder a la pregunta uno de los ayudantes uniformados entró en el despacho.
—¿Jefe? Están todos en la sala de reuniones preparados para empezar.
—De acuerdo, sargento. Enseguida voy.
Después de que el sargento se hubiera ido, García miró a Rider como si hubiera olvidado la pregunta.
—No hay nada en el sumario de la investigación que arroje ninguna sospecha sobre el padre —dijo Rider—. ¿Por qué pensaba que era turbio?
—Ah, en realidad no lo sé. Era una especie de corazonada. Nunca reaccionaba como se supone que un padre ha de reaccionar. Era demasiado tranquilo. Jamás se enfurecía, jamás gritaba, o sea alguien le arrebató a su niña. Nunca nos cogió aparte a Ron o a mí y nos dijo: «Quiero que me dejen a ese tipo cuando lo encuentren». Esperaba eso.
Por lo que a Bosch respectaba, todo el mundo seguía siendo sospechoso, incluso con el resultado ciego que vinculaba a Roland Mackey con el arma del crimen. Eso ciertamente incluía a Robert Verloren. Sin embargo, Bosch inmediatamente desechó la corazonada de García relacionada con las respuestas emotivas del padre ante el asesinato de su hija. Sabía por haber trabajado en cientos de asesinatos que no había forma alguna de juzgar tales respuestas para construir sobre ellas una sospecha. Bosch había visto todas las combinaciones posibles y ninguna significaba nada. Uno de los hombres que más gritaron y lloraron de todos los que se había encontrado en sus numerosos casos terminó siendo el asesino.
Al rechazar la corazonada y la sospecha de García, Bosch también estaba despreciando al antiguo detective. Él y Green sin duda habían cometido errores al principio, pero se habían recuperado para llevar a cabo una investigación formal del asesinato. El expediente lo reflejaba. No obstante, al hablar con García, Bosch supuso que aquello que se había hecho bien probablemente correspondía a Green. Sabía que tenía que haberlo sospechado al oír que García había cambiado la investigación de Homicidios por la gestión.
—¿Cuánto tiempo trabajó en Homicidios? —preguntó Bosch.
—Tres años.
—¿Todos en la División de Devonshire?
—Exacto.
Bosch rápidamente hizo sus cálculos. Devonshire tenía una carga de casos baja. Supuso que García habría trabajado a lo sumo en un par de docenas de asesinatos. No era suficiente experiencia para hacerlo bien. Decidió continuar.
—¿Y su antiguo compañero? —preguntó—. ¿Tenía la misma impresión de Robert Verloren?
—Él quería darle al tipo un poco más de cuerda que yo.
—¿Sigue en contacto con él?
—¿Con quién, con el padre?
—No, con Green.
—No, se retiró hace mucho.
—Lo sé, pero ¿sigue en contacto?
García negó con la cabeza.
—No, está muerto. Se trasladó al condado de Humboldt. Debería haber dejado la pistola aquí. Tanto tiempo y sin nada que hacer…
—¿Se suicidó?
García asintió.
Bosch bajó la mirada al suelo. No era la muerte de Green lo que le afectó. No conocía a Green. Lo que lamentaba era la pérdida de la conexión con el caso. Sabía que García no iba a ser de gran ayuda.
—¿Y la raza? —preguntó Bosch, otra vez pasando por delante de Rider.
—¿Qué pasa con eso? —preguntó García—. En este caso no la veo.
—Una pareja interracial, una chica mulata, la pistola procede de un robo en el que la víctima había sido acosada por cuestiones religiosas.
—Eso está pillado por los pelos. ¿Hay algo de eso en ese Mackey?
—Podría haber algo.
—Bueno, nosotros no teníamos el lujo de disponer de un sospechoso con nombre y apellidos. No vimos ningún aspecto racial en lo que teníamos entonces.
García lo dijo con energía, y Bosch se dio cuenta de que había pinchado en hueso. No le gustaba lo más mínimo que le corrigieran. A ningún detective le gustaba. Ni siquiera a uno inexperto.
—Ya sé que es jugar con ventaja empezar con el tipo e ir hacia atrás —dijo rápidamente Rider—. Es sólo algo que estamos mirando.
García pareció aplacado.
—Entiendo —dijo—. No dejen piedra sin levantar. —Se puso en pie—. Bueno, detectives, lamento acelerar esto. Ojalá pudiéramos hablar de este caso todo el día. Antes ponía a la gente en la cárcel, ahora voy a reuniones sobre presupuesto y despliegue.
«Es lo que te mereces», pensó Bosch. Miró a Rider, preguntándose si ella entendía que la había salvado de un destino similar cuando la convenció para que fuera su compañera en la unidad de Casos Abiertos.
—Háganme un favor —dijo García—. Cuando pillen a este tipo, Mackey, díganmelo. A lo mejor me paso por ahí y miro por la ventana. He estado esperando este momento.
—No hay problema, señor —dijo Rider, apartando la mirada de Bosch—. Lo haremos. Si se le ocurre algo más que pueda ayudarnos, llámeme. Todos mis números están aquí.
Rider se levantó, dejando una tarjeta en la mesa.
—Lo haré. —García empezó a rodear el escritorio para dirigirse a su reunión.
—Hay algo que puede que necesitemos que haga —dijo Bosch.
García se paró en seco y lo miró.
—¿Qué, detective? He de ir a esa reunión.
—Podríamos necesitar espantarlo con un artículo de periódico. Podría funcionar si viniera de usted. Ya sabe, antiguo detective de Homicidios, ahora inspector de comandancia, atormentado por un viejo caso. Llama a Casos Abiertos y solicita que hagan una comparación de ADN. Y mira por dónde encuentran un resultado ciego.
García asintió. Bosch se dio cuenta de que funcionaba a la perfección con su orgullo.
—Sí, podría funcionar. Lo que quieran hacer. Llámeme y lo organizaremos. ¿En el Daily News? Tengo contactos. Es el diario del valle.
Bosch asintió.
—Sí, en eso estábamos pensando —dijo.
—Bien. Avísenme. He de irme.
Rápidamente salió del despacho. Rider y Bosch se miraron el uno al otro y lo siguieron. En el pasillo, esperando el ascensor, Rider le preguntó a Bosch qué estaba haciendo cuando le preguntó acerca de colar una historia en el periódico.
—Sería perfecto para el artículo porque no sabe de qué está hablando.
—Entonces no es lo que queremos. Hemos de ser cuidadosos.
—No te preocupes, funcionará.
El ascensor se abrió y entraron. No había nadie más en la cabina. En cuanto se cerró la puerta, Rider se le echó encima.
—Harry, dejemos algo claro ya. O somos compañeros o no lo somos. Deberías haberme dicho que ibas a darle con eso. Deberíamos haberlo hablado antes.
Bosch asintió.
—Tienes razón —dijo—. Somos compañeros. No volverá a ocurrir.
—Bien.
La puerta del ascensor se abrió y Rider salió, dejando a Bosch detrás.