Con la desazón del enfrentamiento con Irving todavía flotando en su estado de ánimo, Bosch colocó sobre la mesa la segunda parte del expediente del caso y se sentó. Pensó que la mejor manera de olvidarse de la amenaza de Irving era sumergirse otra vez en la investigación. Lo que quedaba en la carpeta era un grueso fajo de informes secundarios y actualizaciones, las cosas que los investigadores siempre ponen al final del expediente, los informes que Bosch llamaba «ganzúas», porque con frecuencia parecían dispares, pero no obstante podían ser la llave del caso si se estudiaban desde el ángulo adecuado y se organizaban según el modelo correcto.
En primer lugar, había un informe de laboratorio que afirmaba que a partir de las pruebas resultaba imposible determinar con exactitud cuánto tiempo llevaban en el arma la sangre y el tejido. El informe decía que aunque la mayor parte de la muestra se preservaba para comparaciones, un examen de las células sanguíneas seleccionadas indicaba que la descomposición no era extensiva. El criminalista que redactó el informe no podía afirmar que la sangre se había depositado en la pistola en el momento del crimen, nadie podía. No obstante, estaba dispuesto a testificar que la sangre se había depositado en la pistola «poco antes o en el momento del crimen».
Bosch sabía que era un informe clave en relación con montar una acusación contra Roland Mackey. También podía darle a Mackey la oportunidad de construir una defensa en torno a la argumentación de que había estado en posesión de la pistola antes del asesinato, pero no en el momento del asesinato. Era una osadía admitir estar en posesión del arma del crimen, pero las pruebas de ADN dictaban que ese sería el movimiento que probablemente haría. Ante la incapacidad de la ciencia para señalar con exactitud cuándo se había producido el depósito de sangre y tejido en la pistola, Bosch vio una grieta en la estrategia del fiscal. La defensa podría claramente colarse a través de ella. De nuevo sintió la certeza de que el resultado ciego del ADN se le escapaba. La ciencia daba y quitaba al mismo tiempo. Necesitaban más.
El siguiente documento era un informe de la unidad de armas de fuego, a la que se le había asignado encontrar al propietario del arma homicida. El número de serie del Colt había sido borrado, pero resurgió en el laboratorio mediante la aplicación de un ácido que realzaba las compresiones en el metal donde el número había sido estampado en el proceso de fabricación. El número condujo a una pistola adquirida al fabricante en 1987 en una armería de Northridge. Ese mismo año fue vendida a un hombre que vivía en la Winnetka Avenue, en Chatsworth. El propietario había denunciado el robo del Colt cuando entraron en su domicilio el 2 de junio de 1988, justo un mes antes de que fuera usado en el asesinato de Rebecca Verloren.
En cierto modo, el informe resultaba útil, porque, a no ser que Mackey tuviera una relación con el propietario original del arma, el robo recortaba el periodo en el que el sospechoso había estado en posesión de la pistola, y por tanto hacía más probable que conservara el arma la noche que Becky Verloren fue sacada de su casa y asesinada.
El informe original del robo estaba incluido en la carpeta. El nombre de la víctima era Sam Weiss. Vivía solo y trabajaba de técnico de sonido en los estudios de la Warner, en Burbank. Bosch miró por encima el informe y sólo encontró otra nota de interés. En la sección de comentarios del agente investigador se afirmaba que la víctima del robo había adquirido recientemente la pistola como medio de protección después de haber sido acosado por llamadas telefónicas anónimas que lo amenazaban por el hecho de ser judío. La víctima aseguraba que no sabía cómo su número, que no constaba en la guía, había ido a parar a manos de su acosador y que desconocía qué había suscitado las amenazas.
Bosch leyó con rapidez el siguiente informe de la unidad de armas de fuego, que identificaba la pistola aturdidora utilizada en el secuestro. El documento aseguraba que la distancia de seis centímetros entre los puntos de contacto —la que separaba las marcas de quemaduras en la piel de la víctima— correspondía inequívocamente al modelo Professional 100, fabricado por una empresa de Downey llamada Safety Charge. El modelo se comercializaba por correo y no requería permiso alguno.
Había más de doce mil Professional 100 distribuidas en el momento del asesinato. Bosch sabía que sin recuperar el aparato no había forma de conectar las marcas en el cadáver de Becky Verloren con el propietario del mismo. Era un cabo suelto.
Continuó pasando una serie de fotografías de 20 x 25 tomadas en la casa de los Verloren después de que el cadáver fuera hallado en la colina de la parte posterior de la vivienda. Bosch entendió que eran fotos para cubrirse las espaldas. El caso había sido tratado —erróneamente— como una fuga. El departamento no se puso a fondo con él hasta que se encontró el cadáver y la autopsia concluyó que se trataba de un homicidio. Cinco días después de que la chica fuera declarada desaparecida, la policía volvió y convirtió la casa en una escena del crimen. La cuestión era qué se había perdido en esos cinco días.
Había fotos de los lados interiores y exteriores de las tres puertas de la casa —delantera, trasera y garaje—, así como varios primeros planos de las cerraduras de las ventanas. Bosch examinó asimismo una serie de fotos tomadas en el dormitorio de Becky Verloren. La primera cosa en la que se fijó era en que la cama estaba hecha. Se preguntó si el secuestrador la habría hecho para vender mejor la idea del suicidio o bien la madre de Becky se había ocupado de ello en algún momento de los días en que esperó con ansiedad que su hija regresara a casa.
La cama era de cuatro postes, con una colcha blanca y rosa con gatos y volantes rosas a juego. La colcha le recordó la que tapaba el lecho de su propia hija. Parecía más adecuada a los gustos de una niña que a los de una joven de dieciséis años, y no pudo evitar preguntarse si Becky Verloren la había conservado por motivos nostálgicos o porque psicológicamente la hacía sentirse segura. Los volantes de la cama no rozaban el suelo de manera uniforme. La colcha era cinco centímetros demasiado larga, y por tanto se fruncía en el suelo y alternativamente se doblaba hacia fuera o se escondía por debajo de la cama.
Había también fotos de la cómoda y de las mesitas de noche. La habitación estaba adornada con animales de peluche de los años de niñez de la víctima. Las paredes estaban adornadas con pósteres de grupos de música que habían tenido éxito y luego habían caído en el olvido. Había también un cartel de una película de la primera época de John Travolta. La habitación estaba muy limpia y ordenada, y de nuevo Bosch se preguntó si estaba así el día en que se descubrió la desaparición de Rebecca Verloren o si su madre la había ordenado mientras esperaba el regreso de su hija.
Bosch sabía que las fotos tenían que haber sido sacadas como el primer paso de una investigación de escena de crimen. En ninguna parte vio ningún polvo para obtener huellas dactilares ni otro indicador del revuelo que se produciría con la intrusión de los criminalistas.
Tras las fotos, el expediente contenía un paquete de resúmenes de entrevistas que los detectives habían llevado a cabo con numerosos estudiantes de Hillside Prep. Una lista de control en la parte superior de la página indicaba que los investigadores habían hablado con todos los estudiantes de la clase de Becky Verloren, así como con todos los chicos que asistían a las clases superiores de la escuela. Había asimismo resúmenes de entrevistas con varios de los profesores de la víctima y con el personal de la escuela.
En esa sección se incluía la sinopsis de una entrevista telefónica llevada a cabo con un antiguo novio de Becky Verloren que se había trasladado con su familia a Hawai el año anterior al asesinato. Se adjuntaba un informe de confirmación de coartada que aseguraba que el supervisor del adolescente había confirmado que el chico había trabajado en el túnel de lavado y venta de recambios en una franquicia de alquiler de coches de Maui en el día del asesinato y posteriores, lo cual prácticamente descartaba que hubiera estado en Los Ángeles para matarla.
Había un paquete separado de resúmenes de entrevistas con empleados del Island House Grill, el restaurante propiedad de Robert Verloren. Su hija acababa de empezar un trabajo estival en el restaurante. Era ayudante de camarera, durante el almuerzo. Su labor consistía en conducir a los clientes a las mesas y entregarles los menús. Pese a que Bosch sabía que con frecuencia los restaurantes atraían a una variedad de balas perdidas a los trabajos de cocina de bajo nivel, Robert Verloren evitaba contratar a hombres con antecedentes penales, y en cambio ofrecía empleo a la población de surfistas y otros espíritus libres que iba en manada a las playas de Malibú. Esa gente habría tenido un contacto limitado con Rebecca, quien trabajaba en el comedor, pero de todos modos fueron interrogados y al parecer descartados de toda sospecha por los investigadores.
Bosch vio también una cronología de la víctima, en la cual los investigadores destacaban los movimientos de Rebecca Verloren en los días previos al asesinato. El cuatro de Julio de 1988 cayó en lunes. Rebecca pasó la mayor parte del fin de semana en casa, salvo el domingo por la noche, en que se quedó a dormir con tres amigas en el domicilio de una de ellas. Los resúmenes agregados de entrevistas con estas tres chicas eran largos, pero no contenían información de valor para la investigación.
El lunes, el día de la fiesta nacional, se quedó en casa hasta que ella y sus padres fueron a Balboa Park para asistir a un festival de fuegos artificiales. Era una de las pocas noches libres para Robert Verloren e insistió en que la familia permaneciera unida, lo cual molestó a Becky, que tuvo que perderse la fiesta de una amiga en la zona de Porter Ranch.
El martes la rutina veraniega empezó de nuevo, y Rebecca fue al restaurante con su padre para trabajar en el turno de almuerzo como camarera. A las tres en punto, su padre la llevó a casa. Él se quedó por la tarde en su domicilio y después se dirigió de nuevo al restaurante para el turno de la cena, casi al mismo tiempo que Rebecca salía en el coche de su madre para cumplir con el recado de recoger la ropa de la lavandería.
Bosch no vio nada en la cronología que levantara sospechas, nada que se les pasara por alto a los investigadores originales. A continuación, Bosch se encontró con la transcripción de una entrevista formal con los padres. Esta se llevó a cabo en la División de Devonshire el 14 de julio, transcurrida más de una semana desde que se descubriera la desaparición de su hija. En este punto los detectives habían acumulado un gran conocimiento del caso y fueron específicos en sus preguntas. Bosch leyó cuidadosamente esta transcripción, tanto por las respuestas como porque le darían una idea de la visión del caso que tenían los investigadores en ese punto.
Caso n.º 88-641, Verloren, Rebecca (FM 6-7-1988), Al A. García, #993 14-7-1988 -14.15 h. Homicidios de Devonshire
GARCÍA. Gracias por venir. Espero que no le importe, pero estamos grabando esto para tener un registro. ¿Cómo lo llevan?
ROBERT VERLOREN. Tan bien como puede esperarse. Estamos desolados. No sabemos qué hacer.
MURIEL VERLOREN. No podemos dejar de pensar en lo que podríamos haber hecho para prevenir que le ocurriera esto a nuestra niña.
GREEN. Lo lamentamos mucho, señora. Pero no puede culparse por lo sucedido. Por lo que sabemos, no se trató de nada que pudiera hacer o dejar de hacer. Simplemente ocurrió. No se culpe. Culpe a la persona que lo hizo.
GARCÍA. Y vamos a detenerlo. No han de preocuparse por eso. Ahora, tenemos unas preguntas que hemos de plantear. Algunas pueden ser dolorosas, pero necesitamos las respuestas para detener al asesino.
ROBERT VERLOREN. ¿«Asesino»? ¿Hay algún sospechoso? ¿Saben que es un hombre?
GARCÍA. No sabemos nada con seguridad, señor. Sobre todo nos basamos en los porcentajes. Pero tampoco hay que olvidar esa pendiente inclinada de detrás de su casa. Sin duda cargaron a Becky por esa colina. No era una chica muy grande, pero decididamente creemos que tuvo que ser un hombre.
MURIEL VERLOREN. Pero ha dicho que ella no fue… que no hubo ninguna agresión sexual.
GARCÍA. Es cierto, señora, pero eso no excluye que fuera un crimen de motivación sexual.
ROBERT VERLOREN. ¿Qué quiere decir?
GARCÍA. Ya llegaremos a eso, señor. Si no le importa, deje que hagamos las preguntas nosotros.
ROBERT VERLOREN. Continúe, por favor. Lo siento. Es sólo que no podemos entender lo que ocurrió. Es como si estuviéramos permanentemente bajo el agua.
GARCÍA. Es perfectamente comprensible. Como le he dicho, lo lamentamos profundamente. Y también el departamento. Tenemos al nivel más alto de este departamento vigilando este caso muy de cerca.
GREEN. Nos gustaría remontarnos a antes de su desaparición. Quizás un mes antes. ¿Su hija se fue durante ese tiempo?
ROBERT VERLOREN. ¿Qué quiere decir con que si se fue?
GARCÍA. ¿Estuvo alejada de ustedes en algún momento?
ROBERT VERLOREN. No. Tenía dieciséis años. Estaba en el instituto. No se fue sola.
GREEN. ¿Y a dormir con sus amigas?
MURIEL VERLOREN. No, diría que no.
ROBERT VERLOREN. ¿Qué están buscando?
GREEN. ¿Estuvo enferma en el mes o dos meses anteriores a su desaparición?
MURIEL VERLOREN. Sí, tuvo la gripe la semana después de que terminara las clases. Eso retrasó que empezara a trabajar con Bob.
GREEN. ¿Estuvo en cama?
MURIEL VERLOREN. Gran parte del tiempo. No sé qué tiene esto que ver con…
GARCÍA. Señora Verloren, ¿su hija fue a ver al doctor en esa ocasión?
MURIEL VERLOREN. No, sólo dijo que tenía que descansar. A decir verdad, pensamos que simplemente no quería ir a trabajar al restaurante. No tenía fiebre ni estaba, resfriada. Pensamos que estaba siendo un poco vaga.
GREEN. En ese periodo, ¿no le confió que había estado embarazada?
MURIEL VERLOREN. ¿Qué? ¡No!
ROBERT VERLOREN. Oiga, detective, ¿qué nos está diciendo?
GREEN. La autopsia reveló que Becky había sido sometida a un legrado alrededor de un mes antes de su muerte. Un aborto. Nuestra hipótesis es que estaba descansando y recuperándose de esa operación cuando les dijo que tenía la gripe.
GARCÍA. ¿Quieren que hagamos una pausa?
GREEN. ¿Por qué no hacemos una pausa? Saldremos todos a tomar un poco de agua.
[Pausa]
GARCÍA. Bien, ya estamos de vuelta. Espero que comprendan y que nos perdonen. No hacemos preguntas ni tratamos de sobresaltarles para causarles daño. Hemos de seguir un procedimiento y emplear métodos que nos permitan recuperar información que no esté limitada por percepciones preconcebidas.
ROBERT VERLOREN. Entendemos lo que están haciendo. Ahora forma parte de nuestra vida. De lo que queda de ella.
MURIEL VERLOREN. ¿Está diciendo que nuestra hija estaba embarazada y eligió abortar?
GARCÍA. Sí, así es. Y creemos que cabe la posibilidad de que esté relacionado con lo que le ocurrió un mes después. ¿Tienen alguna idea de adónde podría haber ido para esa… operación?
MURIEL VERLOREN. No, no tengo ni idea de eso. Ninguno de los dos.
GREEN. ¿Y como ha dicho antes no pasó ninguna noche fuera en ese tiempo?
MURIEL VERLOREN. No, Becky volvió a casa todas las noches.
GARCÍA. ¿Alguna idea de con quién pudo tener relaciones? En anteriores charlas dijeron que actualmente no tenía novio.
MURIEL VERLOREN. Bueno, obviamente supongo que estábamos equivocados en eso. Pero, no, no sabíamos a quién estaba viendo o quién podría haberle… hecho esto.
GREEN. ¿Alguno de ustedes leyó alguna vez el diario de su hija?
ROBERT VERLOREN. No, ni siquiera sabíamos que tuviera un diario hasta que ustedes lo encontraron en su habitación.
MURIEL VERLOREN. Me gustaría recuperarlo. ¿Me lo devolverán?
GREEN. Hemos de conservarlo durante la investigación, pero al final lo recuperará.
GARCÍA. En el diario hay varias referencias a un individuo al que se refiere como MVA. Es una persona a la que nos gustaría identificar e interrogar.
MURIEL VERLOREN. No se me ocurre nadie que responda a esas iniciales.
GREEN. Miramos en el anuario del instituto. Hay un chico llamado Michael Adams, pero lo comprobamos y vimos que su segundo nombre es Charles. Creemos que las iniciales eran un código o una abreviatura. Podría significar «Mi Verdadero Amor».
MURIEL VERLOREN. Así que obviamente había alguien a quien no conocíamos y que nos ocultaba.
ROBERT VERLOREN. No puedo creerlo. Nos están diciendo que en realidad no conocíamos a nuestra niña.
GARCÍA. Lo siento, Bob. A veces las consecuencias de un caso como este causan estragos. Pero nuestro trabajo es seguirlo hasta donde nos lleva. Esa es la corriente que estamos siguiendo ahora.
GREEN. Básicamente, necesitamos seguir este aspecto de la investigación y descubrir quién es ese MVA. Lo que significa que hemos de hacer preguntas a los amigos y conocidos de su hija. Me temo que el rumor sobre esto se extenderá.
ROBERT VERLOREN. Eso lo comprendemos, detective. Lo asumiremos. Como dijimos el primer día que les vimos, hagan lo que tengan que hacer. Encuentren a la persona que lo hizo.
GARCÍA. Gracias, señor. Lo haremos.
[Fin de la entrevista, 14.40 h.]
Bosch leyó la transcripción una segunda vez, en esta ocasión tomando notas en su bloc. Después pasó a las transcripciones de otras tres entrevistas formales. Fueron llevadas a cabo con las tres amigas más íntimas de Becky Verloren: Tara Wood, Bailey Koster y Grace Tanaka. Sin embargo, ninguna de las chicas —chicas entonces— dijo que tuviera conocimiento del embarazo o de la relación que lo provocó. Las tres aseguraron que no la habían visto la semana posterior a la finalización de las clases, porque no contestaba al teléfono personal y cuando llamaron al número de su casa Muriel Verloren les dijo que su hija estaba enferma. Tara Wood, que se partía el turno de trabajo como camarera en el Island House Grill con Becky, dijo que su amiga estuvo de mal humor y poco comunicativa en las semanas anteriores a su asesinato, pero desconocía la razón de este comportamiento, porque Becky rechazó los esfuerzos de Wood para descubrir qué le ocurría.
El último elemento del expediente del caso era el archivo de los medios. García y Green habían archivado los artículos de periódico que se acumularon en las primeras fases del caso. El crimen tuvo más repercusión en el Daily News que en el Times, lo cual era muy comprensible porque el News circulaba principalmente en el valle de San Fernando, mientras que el Times normalmente trataba el valle como un hijastro incómodo, relegando las noticias que allí se generaban a las páginas interiores.
No hubo cobertura de la desaparición inicial de Becky Verloren. Los periódicos obviamente lo habían visto del mismo modo que la policía. En cambio, una vez que se halló el cadáver, hubo varios artículos sobre la investigación, el funeral y el impacto que la muerte de la chica tuvo en su instituto. Incluso se publicó un despiece ambientado en el Island House Grill. El artículo, aparecido en el Times, probablemente había sido un intento de que el caso tuviera sentido para los lectores potenciales del periódico en el Westside. Un restaurante en Malibú era algo con lo cual los westsiders podían relacionarse.
Ambos periódicos relacionaban el arma homicida con un robo ocurrido un mes antes del asesinato, pero ninguno mencionaba las implicaciones antisemitas. Ni el uno ni el otro citaban las pruebas de sangre y tejido recuperados en el arma. Bosch supuso que la sangre y el tejido eran el as en la manga de los investigadores, la prueba que se reservaban para disponer de una ventaja si se identificaba a un sospechoso.
Finalmente, Bosch se fijó en que no había en los medios entrevistas con los apenados padres. Aparentemente, los Verloren habían elegido no mostrar su dolor para consumo público. A Bosch eso le gustó. Le parecía que cada vez con más frecuencia los medios forzaban a las víctimas de la tragedia a llorar en público, delante de las cámaras y en los reportajes de los periódicos. Los padres de hijos asesinados se convertían en rostros conocidos que aparecían en la pequeña pantalla como expertos la siguiente vez que se producía un asesinato de niños y había una nueva pareja de padres destrozados. A Bosch le desagradaba. Le parecía que la mejor manera de honrar a los muertos era llevarlos cerca del corazón, no compartirlos con el mundo a través del espectro electrónico.
En la parte de atrás del archivador había un bolsillo que contenía un sobre con la insignia del águila del Times y la dirección en la esquina. Bosch lo sacó y encontró una serie de fotos en color de 20 x 25 tomadas en el funeral de Rebecca Verloren, una semana después del asesinato. Muy probablemente se había producido un trato: las fotos a cambio del acceso. Bosch recordó haber hecho tratos semejantes en el pasado, cuando debido a una cuestión de agenda o de presupuesto no podía llevar a un fotógrafo de la policía a un funeral. Prometía al periodista que se ocupaba del caso una exclusiva siempre y cuando el fotógrafo del periódico no le importara hacer una serie completa de fotos de la multitud asistente al sepelio. Nunca se sabe cuándo puede presentarse un asesino para regodearse con la angustia y el dolor que ha causado. Los periodistas siempre aceptaban el trato. Los Ángeles era uno de los mercados más competitivos del mundo para los medios, y para los periodistas el acceso a la noticia era una cuestión de vida o muerte.
Bosch estudió las fotos, pero estaba limitado al buscar a Roland Mackey, porque no sabía qué aspecto tenía en 1988. Las fotos que Kiz Rider había obtenido del ordenador eran de su detención más reciente. En ellas se veía un hombre con entradas, perilla y ojos oscuros. Resultaba difícil comparar ese rostro con algunas de las caras adolescentes que se habían reunido en el momento de dar sepultura a uno de los suyos.
Durante un rato, estudió los rostros de los padres de Becky Verloren en una de las fotos. Estaban de pie junto a la tumba, abrazándose como si cada uno sostuviera al otro para impedir que cayera. Había lágrimas en las mejillas. Robert Verloren era negro, y Muriel Verloren, blanca. Bosch entendió entonces de dónde había sacado su hija aquella: belleza incipiente. Con frecuencia la mezcla de razas en un hijo se alza por encima de las dificultades sociales para dar como resultado un atractivo especial.
Bosch dejó las fotos en la mesa y se quedó pensativo. En ningún lugar del expediente se mencionaba la posibilidad de que la raza hubiera desempeñado un papel en el asesinato. Sin embargo, el hecho de que el hombre víctima del robo del arma homicida hubiera sido amenazado a causa de su religión parecía levantar la posibilidad de al menos un tenue vínculo con el asesinato de una chica mulata.
El hecho de que eso no se mencionara en el expediente no significaba nada. La cuestión racial era algo que siempre se mantenía en la intimidad en el Departamento de Policía de Los Ángeles. Poner algo, por escrito significaba darlo a conocer en el interior del departamento, pues los resúmenes de investigación eran revisados hasta el nivel más alto en los casos más calientes. La información podía filtrarse, y convertirse en otra cosa, en un asunto de cariz político. De manera que la ausencia de toda mención no era vista por Bosch como una tacha en la investigación. Al menos, todavía no.
Volvió a meter las fotos en el sobre y cerró el archivador. Calculaba que había allí más de trescientas páginas de documentos y fotos, y en ningún lugar de esas páginas había visto el nombre de Roland Mackey. ¿Era posible que hubiera pasado inadvertido incluso de manera periférica en la investigación conducida tantos años antes? En ese caso, ¿era todavía posible que fuera el asesino?
Estas cuestiones preocupaban a Bosch. Siempre trataba de mantener la fe en el expediente del caso, lo cual significaba que creía que las respuestas normalmente se ocultaban entre sus cubiertas de plástico. Y a pesar de todo, en esta ocasión tenía dificultades para creer en el resultado ciego. No en la ciencia. No dudaba de que la sangre y el tejido hallados en el interior del arma pertenecían a Mackey. Pero creía que el caso no cerraba. Faltaba algo.
Bajó la mirada a su bloc. Había tomado pocas notas. De hecho, sólo había compuesto una lista de gente con la que quería hablar.
Sabía que todas las notas que había tomado eran obvias. Se dio cuenta de lo poco que tenía además del resultado de la prueba de ADN, y una vez más se sintió inquieto por construir una acusación sin nada más.
Bosch estaba mirando sus notas cuando Kiz Rider entró en la oficina. Llevaba las manos vacías y no sonreía.
—¿Y? —preguntó Bosch.
—Malas noticias. El arma homicida ha desaparecido. No sé si has leído todo el expediente, pero se menciona un diario. La chica llevaba un diario. Eso tampoco está. No hay nada.