La cocina del albergue Metropolitano estaba a oscuras. Bosch fue al pequeño vestíbulo del hotel contiguo y preguntó al hombre que estaba detrás de la ventanilla de cristal cuál era el número de habitación de Robert Verloren.
—Se ha ido, tío.
Algo en la determinación del tono hizo que Bosch empezara a sentir una opresión en el pecho. No daba la sensación de que el recepcionista quisiera decir que había salido esa noche.
—¿Qué quiere decir que se ha ido?
—Quiero decir que se ha ido. Se metió en lo suyo y se fue. Es todo.
Bosch se acercó más al cristal. El hombre tenía una novela de bolsillo abierta en el mostrador y no había levantado la cabeza de sus páginas amarillentas.
—Eh, míreme.
El hombre le dio la vuelta al libro para no perder la página y levantó la cabeza.
Bosch le mostró la placa. Entonces bajó la mirada y vio que el libro se titulaba Pregúntale al polvo.
—Sí, agente.
Bosch volvió a mirar los ojos cansados del hombre.
—¿Qué quiere decir que se metió en lo suyo y qué quiere decir que se ha ido? El hombre se encogió de hombros.
—Llegó borracho y esa es la norma que tenemos aquí. Ni alcohol ni borrachos.
—¿Lo despidieron?
El hombre asintió.
—¿Y su habitación?
—La habitación va con el trabajo. Como le he dicho, se ha ido.
—¿Adónde?
El hombre se encogió de hombros una vez más. Señaló a la puerta que conducía a la acera de la calle Cinco. Le estaba diciendo a Bosch que Verloren estaría en las calles, en alguna parte.
—Estas cosas pasan —dijo el hombre. Bosch volvió a mirarle.
—¿Cuándo se fue?
—Ayer. Fue por culpa de ustedes los polis.
—¿Qué quiere decir?
—Oí que vino un poli y le soltó un rollo. No sé de qué se trataba, pero fue justo antes, ¿entiende? Terminó el turno, se fue y volvió a probarlo. Y eso fue todo. Lo único que sé es que ahora necesitamos otro chef porque el que han puesto no sabe freír un huevo.
Bosch no le dijo nada más al hombre. Se apartó de la ventanilla y se dirigió a la puerta. La calle se estaba poblando de gente. La gente de la noche. Los heridos y sin lugar. Gente que se ocultaba de otros y de sí mismos. Gente que huía del pasado, de las cosas que habían hecho y de las que no había hecho.
Bosch sabía que la noticia estaría en los medios al día siguiente. Había querido decírselo a Robert Verloren él mismo.
Decidió que buscaría a Robert Verloren en las calles. No sabía qué efecto le causaría la noticia que le llevaba. No sabía si sacaría a Verloren del pozo o lo hundiría todavía más. Quizá ya nada podía ayudarle. Pero de todos modos necesitaba decírselo. El mundo estaba lleno de gente que no podía superar sus traumas. No encontraría la paz. La verdad no te hace libre, pero es posible superar las cosas. Eso era lo que Bosch le diría. Uno puede dirigirse hacia la luz y escalar y cavar y buscar una salida del agujero.
Bosch abrió la puerta y se internó en la noche.