—Listo, para empezar —respondió el inspector García cuando Bosch le preguntó si estaba preparado.
Bosch asintió con la cabeza y se acercó a la puerta para dejar entrar a las dos mujeres del Daily News.
—Hola, soy McKenzie Ward —dijo la primera.
Obviamente era la periodista. La otra mujer llevaba una bolsa de cámara fotográfica y un trípode.
—Soy Emmy Ward —dijo la fotógrafa.
—¿Hermanas? —preguntó García, aunque la respuesta era obvia por lo mucho que se parecían las dos mujeres: ambas de veintitantos, ambas rubias atractivas con amplias sonrisas.
—Yo soy la mayor —dijo McKenzie—, pero no por mucho.
Se estrecharon las manos.
—¿Cómo acaban dos hermanas en el mismo diario, y luego en el mismo reportaje? —preguntó García.
—Yo llevaba varios años en el News y Emmy simplemente se presentó. No es tan difícil. Hemos trabajado mucho juntas. Los reportajes fotográficos se asignan al azar. Hoy trabajamos juntas, mañana tal vez no.
—¿Le importa si sacamos las fotos antes? —preguntó Emmy—. Tengo otro encargo y he de irme en cuanto termine.
—Por supuesto —dijo García, siempre complaciente—. ¿Dónde me quieren?
Emmy Ward preparó una foto de García sentado a la mesa de reuniones con el expediente del caso delante de él. Bosch se lo había llevado como atrezzo. Mientras se realizaba la sesión fotográfica, Bosch y McKenzie se quedaron a un lado charlando. Antes, habían hablado en profundidad por teléfono y ella había accedido al acuerdo. Si publicaba el artículo en el diario al día siguiente sería la primera de la fila para la exclusiva cuando detuvieran al asesino. McKenzie no había accedido con facilidad. García había actuado con torpeza al inicio, antes de ceder la negociación a Bosch. Bosch era lo bastante listo para saber que ningún periodista permitiría que el departamento de policía le dictara cuándo se publicaría un artículo o cómo se escribiría este. De manera que Bosch se concentró en el cuándo, no en el cómo. Partía de la suposición de que McKenzie Ward podría escribir un artículo que sirviera a sus propósitos. Sólo necesitaba que se publicara en el periódico cuanto antes. Kiz Rider tenía una cita con una jueza esa tarde. Si se aceptaba la solicitud de la escucha, estarían preparados para actuar a la mañana siguiente.
—¿Ha hablado con Muriel Verloren? —le preguntó la periodista a Bosch.
—Sí, estará allí toda la tarde y está preparada para hablar.
—Saqué los recortes y leí todo lo que se publicó en su momento (yo tenía ocho años entonces) y hay varias menciones al padre y a su restaurante. ¿Él también estará allí?
—No lo creo. Se fue. En cualquier caso es más una historia de la madre. Ella es la que ha mantenido la habitación de la hija sin tocarla durante diecisiete años. Dijo que puede hacer una foto allí si quieren.
—¿En serio?
—En serio.
Bosch vio que McKenzie observaba la preparación de la foto con García. Sabía lo que estaba pensando. La madre en la habitación congelada en el tiempo sería una imagen mucho mejor que un viejo policía sentado ante su escritorio con una carpeta. La periodista miró a Bosch mientras empezaba a hurgar en su bolso.
—Entonces he de hacer una llamada para ver si puedo quedarme con Emmy.
—Adelante.
McKenzie salió de la oficina, probablemente porque no quería que García le oyera decirle a un jefe de redacción que necesitaba que Emmy se quedara en esa asignación porque tendría una foto mejor con la madre.
Volvió a entrar al cabo de tres minutos e hizo una señal con la cabeza a Bosch, que interpretó que Emmy iba a quedarse con ella para el artículo.
—¿Entonces esto va a salir mañana? —preguntó, sólo para asegurarse una vez más.
—Está preparado para la ventana, depende de la foto. Mi redactor quería guardarlo para el domingo, hacer un reportaje más largo, pero le dije que era una cuestión competitiva. Siempre que podemos adelantarnos al Times en una historia lo hacemos.
—Sí, ¿qué dirá cuando el Times no publique nada? Sabrá que le ha engañado.
—No, pensará que el Times eliminó el artículo porque les ganamos de mano. Ocurre constantemente.
Bosch asintió de manera pensativa; entonces preguntó:
—¿Qué quiere decir que está preparado para la ventana?
—Cada día publicamos una noticia con una foto en la cubierta. Lo llamamos la ventana porque está en el centro de la página, y porque la foto puede verse a través del cristal en las cajas de diarios de las calles. Es un lugar privilegiado.
—Bien.
Bosch estaba nervioso por el papel que iba a desempeñar el artículo.
—Si me joden con esto, no lo olvidaré —dijo McKenzie con tranquilidad.
Había cierta amenaza en el tono, la reportera dura saliendo a la palestra. Bosch levantó las manos, como si no tuviera nada que ocultar.
—No se preocupe. Tendrá la exclusiva. En cuanto detengamos a alguien, la llamaré a usted y sólo a usted.
—Gracias. Ahora, sólo para repasar otra vez las reglas, puedo citarle por su nombre en el artículo, pero no quiere salir en ninguna foto, ¿correcto?
—Sí. Podría tener que hacer algún trabajo secreto en esto. No quiero mi foto en el periódico.
—Entendido. ¿Qué trabajo secreto?
—Nunca se sabe. Sólo quiero mantener la opción abierta. Además, el inspector es mejor para la foto. Ha convivido con el caso más que yo.
—Bueno, creo que ya tengo lo que necesito de los recortes y de nuestra llamada de antes, pero todavía quiero sentarme con ustedes dos unos minutos.
—Lo que necesite.
—Listo —dijo Emmy, al cabo de unos minutos. La fotógrafa empezó a desmontar su equipo.
—Llama a la redacción —dijo la hermana—. Creo que ha habido un cambio y te quedas conmigo.
—Oh —dijo Emmy, a la que no pareció importarle.
—¿Por qué no haces la llamada fuera mientras seguimos con la entrevista? —propuso McKenzie—. Quiero volver al periódico para escribir esto lo antes que podamos.
La periodista y Bosch se sentaron a la mesa con García mientras la fotógrafa iba a comprobar sus nuevas órdenes. McKenzie empezó por preguntarle a García qué le había enganchado del caso durante tanto tiempo que le hizo pasarlo a la unidad de Casos Abiertos. Mientras García daba una respuesta que se iba por las ramas acerca de los casos que perseguían a un detective, Bosch sintió una oleada de desprecio. Sabía lo que la periodista no sabía, que García, de manera consciente o inconsciente, había permitido que la investigación se desviara diecisiete años antes. El hecho de que al parecer García desconociera que su investigación había sido manipulada de algún modo era para Bosch el menor de los pecados. Si no mostraba corrupción personal o cesión a una presión de las altas esferas del departamento, cuando menos mostraba incompetencia.
Después de unas pocas preguntas más a García, la periodista desvió su atención a Bosch y le preguntó qué novedad había en el caso diecisiete años después.
—Lo principal es que tenemos el ADN del que disparó —dijo—. Nuestra División de Investigaciones Científicas conservó tejido y sangre hallados en el arma homicida. Esperamos que el análisis permita conectarlo con un sospechoso cuyo ADN ya esté en la base de datos del Departamento de Justicia, o usarlo en comparaciones para eliminar o identificar sospechosos. Estamos en el proceso de revisar a todos aquellos relacionados con el caso. El ADN de cualquiera que nos parezca sospechoso será cotejado con el que tenemos. Eso es algo que el inspector García no podía hacer en el ochenta y ocho. Esperamos que esto cambie las cosas esta vez.
Bosch explicó cómo el arma extrajo una muestra de ADN de la persona que la disparó. La periodista parecía muy interesada por la casualidad del caso y tomó detalladas notas.
Bosch estaba satisfecho. La pistola y la historia del ADN eran lo que quería que saliera en el periódico. Quería que Mackey leyera el artículo y supiera que su ADN ya estaba en el ordenador, que estaba siendo analizado y comparado.
Mackey sabía que una muestra suya ya estaba en la base de datos del Departamento de Justicia. La esperanza era que le hiciera sentir pánico. Quizás intentaría huir, quizá cometería un error y haría una llamada en la que discutiría el crimen. Un error era todo cuanto necesitaban.
—¿Cuánto tardarán en tener resultados del Departamento de Justicia? —preguntó McKenzie.
Bosch se inquietó. Trataba de no mentir directamente a la periodista.
—Ah, es difícil de decir —respondió—. El Departamento de Justicia prioriza las solicitudes de comparaciones y siempre hay una demora. Deberíamos tener algo en cualquier momento a partir de ahora.
Bosch estaba satisfecho con su respuesta, pero entonces la periodista le lanzó otra granada a la madriguera.
—¿Y la raza? —dijo—. Leí todos los recortes y parecía que nunca se mencionó nada en un sentido u otro de que esta chica fuera mestiza. ¿Cree que eso intervino en el móvil de su asesinato?
Bosch echó una mirada a García y esperó que este respondiera primero.
—El caso se exploró a fondo en ese sentido en mil novecientos ochenta y ocho —dijo García—. No encontramos nada que apoyara el ángulo racial. Por eso probablemente no estaba en los recortes.
La periodista se concentró en Bosch, buscando la opinión presente sobre la cuestión.
—Hemos revisado a conciencia el expediente del caso y no hay nada en él que apoye una motivación racial en el caso —dijo Bosch—. Obviamente vamos a revisar la investigación, de principio a fin, y buscaremos cualquier cosa que pueda haber desempeñado un papel en el móvil del crimen.
Bosch miró a Ward y se preparó para que ella no aceptara su respuesta y siguiera presionando. Sopesó la posibilidad de que la motivación racial flotara en el artículo. Eso podría mejorar las posibilidades de suscitar algún tipo de respuesta por parte de Mackey, pero también advertirle de lo cerca que estaban de él. Decidió dejar la respuesta tal cual. La periodista no insistió y cerró el cuaderno.
—Creo que tengo lo que necesito por ahora —dijo—. Voy a hablar con la señora Verloren y después tendré que darme prisa y redactar esto para que salga mañana. ¿Hay algún número en el que pueda localizarle, detective Bosch? Rápidamente, si es preciso.
Bosch sabía que ella lo tenía. Con reticencia le dio su número de móvil, sabiendo que significaba que en el futuro la periodista tendría una línea directa con él y la usaría en relación con cualquier caso o artículo. Era la última cuota a pagar en el trato que habían hecho.
Los tres se levantaron de la mesa y Bosch advirtió que Emmy Ward había vuelto a entrar en silencio en la oficina y se había quedado sentada junto a la puerta durante la entrevista. Él y García dieron las gracias por venir a las dos hermanas y se despidieron. Bosch se quedó en la oficina con García.
—Creo que ha ido bien —dijo García después de que se cerrara la puerta.
—Eso espero —dijo Bosch—. Me ha costado mi número de móvil. Tengo ese número desde hace tres años. Ahora tendré que cambiarlo y avisar a todo el mundo. Va a ser un grano en el culo, eso es lo que va a ser.
García no hizo caso de la queja.
—¿Cómo está seguro de que ese tipo, Mackey, va a ver el artículo?
—No estamos seguros. De hecho creo que es disléxico. Puede que ni siquiera sepa leer.
La boca de García se abrió.
—Entonces ¿qué estamos haciendo?
—Bueno, tenemos un plan para asegurarnos de que se entere del contenido del artículo. No se preocupe, por eso. Lo hemos previsto. También hay otro nombre que ha surgido desde ayer. Un amigo de Mackey entonces y ahora. Se llama William Burkhart. Cuando usted estaba en el caso se le conocía como Billy Blitzkrieg. ¿Le suena?
García puso su mejor expresión de profunda reflexión, como la que había usado para la cámara, y se situó detrás de la mesa. Negó con la cabeza.
—No creo que surgiera —dijo.
—Sí, probablemente lo habría recordado.
García permaneció de pie, pero se inclinó sobre el escritorio para mirar su agenda.
—Veamos, ¿qué tengo ahora?
—Me tiene a mí, inspector —dijo Bosch.
García lo miró.
—¿Disculpe?
—Necesito unos minutos más para aclarar parte de este material que ha surgido.
—¿Qué material? ¿Se refiere a este nuevo tipo Blitzkrieg?
—Sí, y al material por el que me preguntó la periodista y sobre el que mentimos. El ángulo racial.
Bosch observó la expresión pétrea de García.
—No le he mentido a ella y no le mentí a usted ayer. No lo encontramos. Nosotros no vimos un ángulo racial en esto.
—¿Nosotros?
—Mi compañero y yo.
—¿Está seguro de eso?
El teléfono de su escritorio sonó. García lo cogió y muy enfadado dijo: «Ni llamadas, ni intrusiones», antes de colgarlo de nuevo.
—Detective, quiero recordarle con quién está hablando —dijo García sin inmutarse—. Ahora, dígame, ¿qué coño quiere decir con que si estoy seguro? ¿Qué está diciendo?
—Con el debido respeto al rango, señor, el caso fue desviado del ángulo racial en el ochenta y ocho. Le creo cuando dice que no lo vio. De lo contrario, no me lo imagino llamando, a Casos Abiertos y recordándole a Pratt que había ADN en el caso. Pero si no sabía lo que estaba ocurriendo, entonces su compañero ciertamente lo sabía. ¿En algún momento habló de la presión que sufrió en este caso por parte de la dirección?
—Ron Green era el mejor detective con el que he trabajado. No voy a permitirle que mancille su reputación.
Se quedaron a sólo unos palmos de distancia, con el escritorio entre ellos, y ambos con mirada desafiante.
—No me interesan las reputaciones. Me interesa la verdad. Ayer dijo que se comió la pistola unos años después de este caso. ¿Por qué? ¿Dejó alguna nota?
—La carga, detective. No podía llevarla más. Estaba atormentado por los que se escaparon.
—¿Y por los que dejó escapar?
García señaló con un dedo airado a Bosch.
—¿Cómo coño se atreve? Está en terreno resbaladizo, Bosch. Puedo hacer una llamada a la sexta planta y estará en la calle antes de que se ponga el sol. ¿Me entiende? Le conozco. Acaba de volver del retiro, y eso supone que depende de una sola llamada. ¿Me entiende?
—Claro. Le entiendo.
Bosch se sentó en una de las sillas que había delante del escritorio, esperando que pudiera diluir un poco la tensión reinante. García vaciló y después también se sentó.
—Considero que lo que acaba de decirme es completamente insultante —dijo, con la voz exprimida por la ira.
—Lo siento, inspector. Estaba intentando ver lo que sabía.
—No entiendo.
—Lo siento, señor, pero el caso fue decididamente bloqueado por la cadena de mando. No quiero entrar en nombres con usted en este punto. Algunos de ellos siguen en activo. Pero creo que este caso gira en torno a la raza, y la conexión de Mackey y ahora de Burkhart lo prueba. Y entonces no tenían a Mackey y Burkhart, pero tenían la pistola y había otras cosas. Necesitaba saber si formó parte de eso. Diría por su reacción que no.
—Pero me está diciendo que mi compañero sí estuvo implicado y que me lo ocultó.
Bosch asintió con la cabeza.
—Es imposible —protestó García—. Ron y yo teníamos una relación muy estrecha.
—Todos los compañeros la tienen, inspector. Pero no tanto. Por lo que yo entiendo, usted se ocupó del expediente y Green progresó en el caso. Si encontró resistencia en el interior del departamento, podría haber escogido ocultárselo. Creo que lo hizo. Quizá le estaba protegiendo, quizá se sentía humillado por ser vulnerable a la presión.
García bajó la mirada a su escritorio. Bosch comprendió que estaba mirando un recuerdo. La expresión pétrea de su rostro empezó a resquebrajarse.
—Creo que tal vez sabía que algo iba mal —dijo tranquilamente—. Hacia la mitad.
—¿Cómo es eso?
—Al principio decidimos dividirnos a los padres. Ron se ocupó del padre, y yo de la madre. Ya sabe, para establecer relaciones. Ron estaba teniendo problemas con el padre. Era imprevisible. Se había mostrado pasivo, y de repente, estaba siempre encima de Ron, buscando resultados. Pero había algo más, y Ron me lo ocultó.
—¿Le preguntó al respecto?
—Sí. Le pregunté. Sólo me dijo que el padre era un incordio. Dijo que estaba paranoico por la raza, que pensaba que su hija había sido asesinada por una cuestión racial. Y luego dijo algo más que todavía recuerdo. Dijo: «No podemos meternos en eso». Esas fueron sus palabras, y me impactó porque no me parecía el Ron Green que yo conocía. «No podemos meternos en eso». El Ron Green que yo conocía se habría metido donde hubiera hecho falta para resolver el caso. No había barreras para él. No hasta este caso.
García levantó la mirada y Bosch asintió con la cabeza, su forma de darle las gracias por abrirse.
—¿Cree que tiene algo que ver con lo que ocurrió después? —preguntó Bosch.
—¿Se refiere al suicidio?
—Sí.
—Quizá. No lo sé. Cualquier cosa es posible. Después del caso seguimos direcciones diferentes. La cuestión con un compañero es que una vez que acaba el trabajo, no hay mucho de lo que hablar.
—Cierto —dijo Bosch.
—Yo estaba en una reunión de mando en la Setenta y siete, me asignaron allí después de hacerme teniente. Fue entonces cuando descubrí que había muerto. La noticia me llegó en una reunión de equipo. Supongo que eso muestra cuánto nos habíamos separado. Descubrí que se había suicidado una semana después de que lo hiciera.
Bosch se limitó a asentir. No había nada que pudiera decir.
—Creo que ahora tengo una reunión de dirección, detective —dijo García—. Es hora de que se vaya.
—Sí, señor, pero ¿sabe?, estaba pensando que para presionar a Ron Green de ese modo tenían que contar con algún arma. ¿Recuerda algo así? ¿Tenía en aquel momento alguna investigación de Asuntos Internos?
García negó con la cabeza. No estaba diciendo que no a la pregunta de Bosch, estaba diciendo que no a otra cosa.
—Mire, este departamento siempre ha tenido más policías asignados a investigar policías que a investigar asesinatos. Siempre pensaba que si llegaba a la cima cambiaría eso.
—¿Está diciendo que había una investigación?
—Estoy diciendo que era raro en el departamento el que no tenía nada en su historial. Había un archivo sobre Ron, seguro. Había sido acusado de agredir a un sospechoso. Era mentira. Cuando Ron lo estaba poniendo en la parte de atrás del coche el chico se golpeó la cabeza y hubieron de ponerle puntos. Gran caso, ¿eh? Resultó que el chico tenía contactos y Asuntos Internos no iba a dejarlo.
—De manera que podrían haberlo usado para manipular este caso.
—Podrían, depende de si usted tiene mucha fe en las conspiraciones.
Bosch pensó que cuando se trataba del Departamento de Policía de Los Ángeles tenía mucha fe, pero no lo dijo.
—De acuerdo, señor, me hago una idea —dijo en cambio—. Ahora me voy a ir. —Bosch se puso en pie.
—Entiendo su necesidad de conocer todo esto —dijo García—, pero no aprecio la forma en que me ha acorralado.
—Lo siento, señor.
—No, no lo siente, detective.
Bosch no dijo nada. Se acercó a la puerta y la abrió. Miró a García y trató de pensar en algo que decir. No se le ocurrió nada. Se volvió y salió, cerrando la puerta tras de sí.