Era difícil permanecer a cubierto y disponer de una línea de visibilidad de Tampa Towing. Las dos galerías comerciales situadas en las otras esquinas estaban cerradas y sus estacionamientos desiertos. Bosch resultaría obvio si aparcaba en cualquiera de ellos. La estación de servicio de otra empresa en la tercera esquina continuaba abierta y, por consiguiente, no resultaba útil para la vigilancia. Después de considerar la situación, Bosch aparcó en Roscoe, a una manzana, y caminó hasta la intersección. Tomando prestada la idea de quienes habían intentado robarle hacía menos de una hora, encontró un rincón oscuro en una de las galerías comerciales desde donde podía vigilar la estación de servicio. Sabía que el problema de su posición sería regresar al coche lo bastante deprisa para no perder a Mackey cuando este terminara el turno.
El anuncio que había visto antes en el listín telefónico decía que Tampa Towing ofrecía un servicio de veinticuatro horas. Pero ya casi era medianoche, y Bosch contaba con que Mackey, que había entrado a trabajar a las cuatro de la tarde, terminaría pronto. O bien lo sustituiría un empleado nocturno o bien estaría disponible telefónicamente por la noche.
Era en ocasiones como esa cuando Bosch pensaba en volver a fumar. Siempre le parecía que con, un cigarrillo el tiempo pasaba más deprisa y el filo de la angustia que acompañaba a una operación de vigilancia se suavizaba. Sin embargo, llevaba más de cuatro años sin fumar y no iba a ceder. Haber descubierto dos años antes que era padre le había ayudado a superar la debilidad ocasional. Pensó que de no ser por su hija, probablemente estaría fumando otra vez. A lo sumo había controlado la adicción, pero en modo alguno la había superado.
Sacó el móvil y giró el ángulo de luz de la pantalla del aparato de manera que no se distinguiera el brillo desde la estación de servicio mientras marcaba el número de la casa de Kiz Rider. No respondió. Lo intentó en el móvil y no recibió respuesta. Supuso que había apagado los teléfonos para poder concentrarse en la redacción de la orden. Había trabajado así en el pasado. Sabía que ella habría dejado encendido el busca para las emergencias, pero no creía que las noticias que había recopilado durante las llamadas de la tarde se elevaran al nivel de emergencia. Decidió esperar hasta que la viera por la mañana para contarle lo que había averiguado.
Se guardó el teléfono en el bolsillo y levantó los prismáticos. A través del vidrio de la oficina de la estación de servicio divisaba a Mackey sentado detrás de un escritorio gris desgastado. Había otro hombre con un uniforme azul similar en la oficina. Al parecer era una noche tranquila. Ambos hombres tenían los pies encima del escritorio y estaban mirando hacia algo situado más alto, en la pared que daba a la fachada. Bosch no podía ver en qué estaban concentrados, pero por la luz cambiante en la sala supo que se trataba de una televisión.
El teléfono de Bosch sonó y él lo sacó del bolsillo sin bajar los binoculares. No se fijó en la pantallita porque supuso que era Kiz que le llamaba después de haberse perdido la llamada.
—Eh.
—¿Detective Bosch?
No era Rider. Bosch bajó los binoculares.
—Sí, soy Bosch. ¿En qué puedo ayudarla?
—Soy Tara Wood. Recibí su mensaje.
—Ah, sí, gracias por devolverme la llamada.
—Veo que es su teléfono móvil. Lamento llamar tan tarde. Acabo de llegar. Pensaba que iba a dejarle un mensaje en la línea de su oficina.
—No se preocupe. Todavía estoy trabajando.
Bosch siguió el mismo proceso de interrogación que había empleado con los otros implicados. Al mencionar a Mackey en la conversación observó a este a través de los binoculares. Continuaba con los pies encima de la mesa, viendo la tele. Al igual que las otras amigas de Rebecca Verloren, Tara Wood no reconoció el nombre del conductor de grúa. Bosch añadió una nueva cuestión, preguntando si reconocía a los Ochos de Chatsworth, y su recuerdo al respecto también era vago. Finalmente, preguntó si al día siguiente podría continuar la entrevista y mostrarle una fotografía de Mackey. Wood accedió, pero le dijo que tendría que ir a los estudios de televisión de la CBS, donde ella trabajaba de publicista. Bosch sabía que la CBS estaba al lado del Farmers Market, uno de sus lugares favoritos de la ciudad. Decidió que iría al mercado y quizás almorzaría un plato de gumbo y después pasaría a visitar a Tara Wood para mostrarle la foto de Mackey y preguntarle por el embarazo de Rebecca Verloren. Estableció la cita para la una de la tarde, y ella accedió a estar en su despacho.
—Es un caso muy viejo —dijo Wood—. ¿Está en una brigada de casos antiguos?
—Sí, se llama unidad de Casos Abiertos.
—Sabe tenemos una serie llamada Caso Abierto. La pasan los domingos por la noche. Es una de las series en las que trabajo. Estoy pensando… que quizá podría visitar el set y conocer a algunos de sus homólogos en la televisión. Estoy segura de que les gustaría conocerle.
Bosch se dio cuenta de que su interlocutora estaba viendo una posibilidad publicitaria en la entrevista. Miró a través de los cristales a Mackey, que seguía viendo la televisión, y pensó un momento en utilizar el interés de Tara Wood en la operación de escucha que estaban preparando. Rápidamente archivó la idea, concluyendo que sería más fácil empezar con un artículo en el periódico.
—Sí, quizá, pero creo que eso tendría que esperar un poco. Estamos trabajando este caso muy a fondo ahora, y necesito hablar con usted mañana.
—No hay problema. De verdad espero que encuentren al que están buscando. Desde que me asignaron a esta serie he estado pensando en Rebecca. No he parado de preguntarme si estaba ocurriendo algo. Y ahora usted llama de repente. Es extraño, pero de un modo positivo. Hasta mañana, detective.
Bosch le deseó buenas noches y colgó.
Al cabo de unos minutos, a medianoche, se apagaron las luces de la estación de servicio. Bosch se deslizó desde el lugar en el que estaba escondido y caminó deprisa por Roscoe hasta su coche. Justo al llegar a él oyó el rugido profundo del Camaro de Mackey al arrancar. Bosch puso el coche en marcha y se dirigió de nuevo al cruce. Se detuvo en el semáforo rojo cuando el Camaro con los parachoques pintados de gris se dirigía al sur hacia Tampa. Bosch esperó unos momentos, miró a ambos lados en busca de otros coches, y se saltó el semáforo rojo para seguirlo.
La primera parada de Mackey fue en un bar de Van Nuys llamado Side Pocket, en Sepulveda Boulevard, cerca de las vías de ferrocarril. Era un local pequeño con un cartel de neón azul y ventanas de barrotes pintados de negro. Bosch tenía una idea de cómo sería por dentro y de qué tipo de hombres se encontraría. Antes de bajar del coche, se quitó la cazadora, envolvió su pistola, esposas y cargador de reserva en la prenda y la puso en el suelo, delante del asiento del pasajero. Salió, cerró la puerta y se dirigió hacia el bar, sacándose la camisa por fuera de los tejanos por el camino.
El interior del bar era tal y como esperaba: un par de mesas de billar, una barra para beber de pie y una fila de reservados de madera rayada. Aunque estaba prohibido fumar en el interior del local, el humo azul flotaba en el aire y se cernía como un fantasma bajo la luz de cada mesa. Nadie se quejaba por ello.
La mayoría de los hombres se tomaban su medicina de pie ante la barra. Casi todos tenían cadenas en las carteras y tatuajes en los antebrazos. Incluso con los cambios en su apariencia, Bosch sabía que destacaría por su no pertenencia al grupo. Vio una abertura en las sombras, donde la barra se curvaba bajo la televisión montada en la esquina. Se abrió paso hasta allí y se inclinó sobre la barra, deseando que ayudara o ocultar su apariencia.
La camarera, una mujer de aspecto cansado, llevaba un chaleco de cuero negro encima de una camiseta. No hizo caso de Bosch durante un buen rato, pero eso no le importaba. No estaba allí para beber. Observó que Mackey ponía monedas de un cuarto de dólar en una de las mesas y esperó que llegara su turno de jugar. Él tampoco había pedido nada.
Mackey pasó diez minutos revisando los tacos de billar que había en los estantes de la pared hasta que encontró uno que le gustaba al tacto. Se quedó por allí, esperando y hablando con algunos de los hombres que había de pie en torno a la mesa de billar. No parecía otra cosa que conversación casual, como si sólo los conociera de jugar unas partidas en noches anteriores.
Mientras esperaba y observaba, con una cerveza y un chupito de whisky que la camarera finalmente le había servido, Bosch al principio pensó que la gente también lo estaba observando a él, pero después se dio cuenta de que sólo estaban mirando la pantalla de televisión instalada un palmo por encima de su cabeza.
Finalmente le llegó el turno a Mackey. Resultó que jugaba bien. Enseguida se hizo con el control de la mesa y derrotó a siete contrincantes, ganándoles a todos ellos dinero o cerveza. Al cabo de media hora parecía cansado por la falta de competición y se relajó en exceso. El octavo contrincante lo batió después de que Mackey fallara una oportunidad clara con la bola ocho. Mackey aceptó bien la derrota y dejó un billete de cinco dólares en la mesa de fieltro antes de alejarse. Según las cuentas de Bosch, le quedaban veinticinco dólares y cinco cervezas para pasar la noche.
Mackey se llevó su Rolling Rock a un hueco en la barra y esa fue la señal de Bosch para retirarse. Puso un billete de diez debajo de su vaso de chupito y se volvió, sin dar la cara a Mackey en ningún momento. Salió del bar y se dirigió a su coche. La primera cosa que hizo fue ponerse la pistola en la cadera derecha, con la empuñadura hacia delante. Arrancó el coche y salió a Sepulveda y después una manzana hacia el sur. Dio la vuelta y aparcó junto al bordillo, al lado de una boca de incendios. Disponía de un buen ángulo de visión de la puerta principal del Side Pocket y estaba en posición de seguir a Mackey hacia el norte por Sepulveda hacia Panorama City. Mackey podía haber cambiado de apartamento desde que concluyó la condicional, pero Bosch esperaba que no hubiera ido demasiado lejos.
Esta vez la espera no fue larga. Mackey aparentemente sólo bebía la cerveza que le salía gratis. Abandonó el bar diez minutos después que Bosch, se metió en el Camaro y se dirigió al sur por Sepulveda.
Bosch se había equivocado. Mackey se estaba alejando de Panorama City y del valle de San Fernando, lo cual obligaba a Bosch a dar un giro de ciento ochenta grados en un casi desierto Sepulveda Boulevard para seguirlo. El movimiento sería muy perceptible en el espejo retrovisor de Mackey, de modo que esperó, observando cómo el Camaro se hacía más pequeño en su espejo lateral.
Cuando vio que el intermitente del Camaro empezaba a destellar, pisó el acelerador y dio un violento giro de ciento ochenta grados. Casi se le fue el coche, pero logró enderezarlo y enfiló Sepulveda Boulevard. Giró a la derecha en Victory y alcanzó al Camaro en la señal de tráfico del paso elevado de la 405. No obstante, Mackey no entró en la autovía, sino que continuó hacia el oeste por Victory.
Bosch empleó diversas maniobras para intentar evitar la detección, mientras Mackey conducía hasta las colinas de Woodland. En Mariano Street, una amplia calle cercana a la autovía 101, finalmente enfiló un largo sendero de entrada y aparcó detrás de una casita. Bosch pasó junto a la casa, estacionó más abajo y regresó a pie. Oyó que se cerraba la puerta de entrada de la casa y vio que se apagaba la luz del porche.
Bosch miró a su alrededor y se dio cuenta de que era un barrio de solares bandera. Cuando se diseñó el barrio décadas antes, las propiedades se cortaron en largos trozos porque se pretendía que fueran ranchos de caballos y pequeños huertos. Con el crecimiento de la ciudad, los caballos y verduras tuvieron que dejarle sitio. Las parcelas fueron divididas, con una casa que daba a la calle y un sendero estrecho que recorría el lateral de esta hasta la propiedad de atrás: la parcela en forma de bandera.
Esta disposición dificultaba la vigilancia. Bosch avanzó por el largo sendero, observando tanto la propiedad que daba a la calle como la casa de Mackey, en la parte de atrás. Mackey había aparcado su Camaro junto a una cochambrosa camioneta Ford 150, lo cual significaba que podría tener compañero de piso.
Cuando se acercó, Bosch se detuvo para anotar la matrícula de la F150. Se fijó en un viejo adhesivo en el parachoques de la furgoneta que decía: «Por favor, que el último americano que salga de Los Ángeles se lleve la bandera». Era sólo una pequeña pincelada sobre lo que Bosch sentía que era una imagen emergente.
Con el máximo sigilo posible, Bosch recorrió un caminito de piedra que bordeaba la casa. La edificación se alzaba sobre unos cimientos de sesenta centímetros, lo cual situaba las ventanas demasiado elevadas para que Bosch divisara el interior. Cuando llegó a la parte posterior de la casa oyó voces, pero al ver el brillo azul ondulante en las sombras de la habitación enseguida se dio cuenta de que era la televisión. Acababa de empezar a cruzar el patio trasero cuando de repente su teléfono empezó a sonar. Enseguida lo cogió y cortó el sonido, al tiempo que retrocedía rápidamente hasta el sendero de entrada y echaba a correr hacia la calle. Escuchó, pero no oyó ningún sonido tras él. Cuando alcanzó la calle miró a la casa, pero no vio nada que le indujera a creer que su móvil se había oído en el interior de la casa por encima de los sonidos de la televisión.
Bosch sabía que le había ido de poco. Estaba sin aliento. Caminó de nuevo hasta su coche, tratando de recuperarse de lo que había estado a punto de convertirse en un desastre. Igual que con el mal llevado interrogatorio de Daniel Kotchof, sabía que estaba mostrando signos de estar oxidado. Había olvidado poner el teléfono en modo silencioso antes de acercarse a la casa. Era un error que podía haberlo dinamitado todo y haberlo llevado a una confrontación con un objetivo de la investigación. Tres años atrás, antes de dejar el departamento, nunca le habría ocurrido. Empezó a pensar en lo que Irving le había dicho de que era un recauchutado que reventaría por las costuras.
En el interior del coche, comprobó el identificador de llamadas y vio que le había llamado Kiz Rider. Le devolvió la llamada.
—Harry, he visto que me has llamado hace un rato. Tenía los teléfonos desconectados. ¿Qué pasa?
—No mucho. Quería saber cómo te iba.
—Bueno, va bien. Lo tengo estructurado y casi escrito del todo. Terminaré mañana por la mañana y podremos mandarlo.
—Bien.
—Sí, voy a dejarlo por hoy. ¿Y tú? ¿Has encontrado a Robert Verloren?
—Todavía no. Pero tengo una dirección para ti. He seguido a Mackey después de que saliera del trabajo. Tiene una casita junto a la autovía, en las colinas de Woodland. Puede que haya una línea fija para añadir al pinchazo.
—Bien. Dame la dirección. Será fácil de comprobar, pero no me parece buena idea que hayas seguido tú solo al sospechoso. Eso no es sensato, Harry.
—Teníamos que encontrar su dirección.
No iba a hablarle de su casi fallo. Le dio la dirección y esperó un momento mientras ella lo apuntaba.
—También tengo otro material —dijo—. He hecho unas llamadas.
—Has estado muy ocupado para ser tu primer día en el trabajo. ¿Qué has encontrado?
Explicó a Rider las llamadas telefónicas que había hecho y recibido después de que ella se hubiera ido de la oficina. Rider no hizo preguntas y se quedó en silencio cuando Bosch concluyó.
—Eso te pone al día —dijo Bosch—. ¿Qué opinas, Kiz?
—Creo que puede estar formándose una imagen, Harry.
—Sí, estaba pensando lo mismo. Además, el año, mil novecientos ochenta y ocho. Creo que tenías razón con eso. Quizás estos capullos querían demostrar algo en el ochenta y ocho. El problema es que todo se coló por debajo de la puerta de la UOP. ¿Quién sabe dónde terminó todo esto? Irving probablemente lo echó en el incinerador de pruebas de la DAP.
—No todo. Cuando el nuevo jefe asumió el cargo, pidió una evaluación completa de la situación. Como suele decirse, quería saber dónde estaban enterrados los cadáveres. En cualquier caso, yo no participé en eso, pero me mantuve al corriente y oí que muchos de los archivos de la UOP se guardaron después de que la unidad se desmantelara. Irving puso una buena parte en Archivos Especiales.
—¿Archivos Especiales? ¿Qué diablos es eso?
—Significa que son de acceso limitado. Necesitas aprobación de dirección. Está todo en el sótano del Parker Center. Sobre todo son investigaciones internas. Cuestiones políticas. Cuestiones peligrosas. Este asunto de Chatsworth no parece que tuviera que clasificarse, a no ser que estuviera relacionado con algo más.
—¿Como qué?
—Como alguien del departamento o alguien de la ciudad.
Rider se refería a alguien poderoso en la política municipal.
—¿Puedes acceder y ver si todavía existen algunos archivos? ¿Y tu colega de la sexta? Quizá si él…
—Puedo intentarlo.
—Entonces inténtalo.
—En cuanto pueda. ¿Y tú? Pensaba que ibas a buscar a Robert Verloren esta noche, y ahora oigo que estabas siguiendo a nuestro sospechoso.
—Fui allí, no lo encontré.
Procedió a ponerla al día de su anterior peripecia a través del Toy District, sin mencionar su encuentro con los atracadores. Ese incidente y el fiasco del teléfono detrás de la casa de Mackey no eran cosas que pensara compartir con ella.
—Volveré mañana por la mañana —dijo a modo de conclusión.
—De acuerdo, Harry. Me parece un buen plan. Supongo que cuando tú llegues ya tendré lista la solicitud de orden. Y comprobaré los archivos de la UOP.
Bosch vaciló, pero decidió no guardarse ninguna advertencia o preocupación con su compañera. Miró por el parabrisas a la calle oscura. Oía el silbido de la autovía próxima.
—Kiz, ten cuidado.
—¿Qué quieres decir, Harry?
—¿Sabes qué significa que un caso es high jingo?
—Sí, significa que la dirección tiene los dedos en el pastel.
—Exacto.
—¿Y?
—Y ten cuidado. En este asunto veo a Irving por todas partes. No es muy obvio, pero está ahí.
—¿Crees que la visita que te hizo en la cafetería no fue una coincidencia?
—No creo en las coincidencias. No como esa.
Se produjo un silencio un instante antes de que Rider contestara.
—Muy bien, Harry, tendré cuidado. Pero no vamos a dar marcha atrás, ¿de acuerdo? Iremos a donde el caso nos lleve y que pase lo que tenga que pasar. Todo el mundo cuenta o nadie cuenta, ¿recuerdas?
—Exacto. Lo recuerdo. Hasta mañana.
—Buenas noches, Harry.
Ella colgó y Bosch se quedó un buen rato sentado en el coche antes de girar la llave.