Había signos. Probablemente más de que los que yo alguna vez había captado, incluso después del hecho. Pero yo los había perdido todos. Tal vez porque no estaba buscándolos. Estaba muy ocupado revisando sobre mi hombro al fuego que acababa de pasar para prestar mucha atención al acantilado de cien pies de altura inminente frente a mí.
Cuando Mia había decidido ir a Juilliard ese otoño, y cuando más tarde esa primavera se hizo obvio que ella podría, dije que yo iría con ella a Nueva York. Ella solamente me había dado esta mirada como «de ninguna manera».
—Eso nunca estaba en la mesa antes —dijo ella—, ¿entonces por qué debería estarlo ahora?
Porque antes eras una persona completa pero ahora no tienes bazo. Ni padres. Porque Nueva York te tragaría viva, pensé. Pero no dije nada.
—Es tiempo para ambos de volver a nuestras vidas —ella continuó. Yo sólo había estado en la universidad medio tiempo antes pero había parado de ir después del accidente y ahora tenía períodos de inasistencia. Mia no había vuelto a la escuela, tampoco. Ella se había perdido demasiado de ella, y ahora trabajaba con un tutor para terminar las clases de último año así ella se podría graduar e ir a Juilliard a tiempo. Era más bien por las formalidades. Sus profesores la aprobarían incluso si ella fallaba en otra tarea.
—¿Y qué hay con la banda? —preguntó—. Sé que ellos en verdad te están esperando. —También era cierto. Justo antes del accidente, habíamos grabado un demo titulado Smiling Simon en una disquera independiente de Seattle. El álbum había salido al inicio del verano, y el CD se había vendido como pan caliente, obteniendo un montón de pasadas por radios de las universidades. Como resultado, Shooting Star ahora tenía disqueras mayores rondándolos, todas interesadas en firmar con una banda que existía solamente en teoría—. Tu pobre guitarra está prácticamente muriendo de negligencia —ella dijo con una sonrisa. No había salido de su funda desde nuestra abortada apertura para Bikini.
Entonces, estuve de acuerdo en lo de la larga distancia. En parte porque no había discusión con Mia. En parte porque yo en verdad no quería renunciar a Shooting Star. Pero también, estaba un poco engreído por la distancia. Quiero decir, antes yo había estado preocupado acerca de lo que la división continental podría hacer sobre nosotros. ¿Pero ahora? ¿Qué demonios podía hacernos veinticinco millas a nosotros ahora?, y además, Kim había aceptado un lugar en NYU, a unas millas de distancia de Julliard. Ella mantendría un ojo en Mia.
Excepto, que entonces Kim hizo un cambio de último minuto y se cambió para Brandeis en Boston. Estaba furioso por eso. Después del accidente, nosotros frecuentemente teníamos pequeñas charlas sobre el progreso de Mia y pasábamos información a sus abuelos. Manteníamos nuestras charlas en privado, sabiendo que Mia nos mataría si ella pensaba que estábamos conspirando. Pero Kim y yo, éramos como los cocapitanes del equipo Mia. Si yo no me podía mudar a Nueva York con Mia, sentía que Kim tenía la responsabilidad de estar cerca a ella.
Digerí esto por un rato antes de que tuviera que partir. Kim había venido a la casa de los abuelos de Mia para ver DVDs con nosotros. Mia se había ido a cama temprano entonces éramos solamente nosotros dos terminando alguna pretenciosa película extranjera. Kim trató de hablarme sobre Mia, cuán bien ella estaba haciéndolo, y parloteando por encima de la película como una molesta cotorra. Finalmente le dije que se callara. Sus ojos se entrecerraron y comenzó a recoger sus cosas.
—Sé que estás enojado y no es esta tonta película, entonces porqué no me gritas ya y lo superas —dijo ella. Luego se echó a llorar. Nunca había visto a Kim llorar, completamente así, ni siquiera en el servicio del memorial, así que inmediatamente me sentí como mierda y me disculpé y le di cierta clase de abrazo incómodo.
Luego de que ella terminó de gimotear, secó sus ojos y explicó como Mia la había hecho escoger Brandeis.
—Es decir, es a donde yo en verdad quiero ir. Después de tanto tiempo en Goyoregon, en verdad quería ir a una escuela Judía, pero NYU estaba bien, y Nueva York está lleno de judíos. Pero, ella estaba encarnizada en esto. Ella dijo que no quería más «niñeras». Esas fueron sus palabras exactas. Ella juró que si iba a NYU, sabría que era porque nosotros habíamos tramado un plan para mantener un ojo en ella. Dijo que cortaría lazos conmigo. Le dije que no le creía, pero tenía una mirada en sus ojos que yo nunca había visto. Ella hablaba en serio. Y yo también. ¿Sabes cuántas cuerdas tuve que halar para tener un puesto tan tarde en el juego? Además, perdí mi depósito de la matrícula en NYU. Pero lo que sea, eso hacía feliz a Mia y eso no lo hace muchas cosas estos días. —Kim sonrió con arrepentimiento—. Así que no entiendo porqué esto me está haciendo sentir tan miserable. Culpabilidad, supongo. Riesgo religioso. —Luego comenzó a llorar de nuevo.
Bastante estruendosa demostración. Supongo que tenía mis dedos en mis orejas.
Pero al final, cuando finalmente llegó, estaba callado.
Mia fue a Nueva York. Me moví de nuevo a la Casa del Rock. Volví a la escuela. El mundo no terminó.
Por el primer par de semanas, Mia y yo nos enviamos esos épicos e-mails. Los suyos eran todos sobre Nueva York, sus clases, música y escuela. Los míos eran sobre las reuniones de las disqueras. Liz había organizado un montón de presentaciones alrededor de Acción de Gracias —y teníamos algunos ensayos que hacer entonces, dado que yo no había tocado una guitarra en meses— pero, por la insistencia de Mike, estuvimos viendo los negocios primero. Estábamos viajando a Seattle y Los Ángeles para conocer a los ejecutivos de las disqueras. Algunos chicos A; R de Nueva York estaban viniendo a Oregón para vernos. Le dije a Mia sobre las promesas que habían hecho, como cada uno de ellos dijo que afinarían el sonido y nos lanzarían al estrellato. Cada uno de la banda trató de mantenerse, pero era difícil no tratar de inhalar sus polvos de estrellas.
Mia y yo también teníamos una llamada de chequeo cada noche antes de que ella se fuera a la cama. Ella usualmente estaba bastante cansada así que las conversaciones eran cortas; una oportunidad de oír la voz del otro, de decir «te amo» en tiempo real.
Una noche en la tercera semana del semestre, llamé un poco tarde porque íbamos a reunirnos con unos de los representantes de A; R para cenar en Le Pigeon en Portland y todo estaba retrasado. Cuando mi llamada fue al buzón de voz, supuse que ella ya se había ido a dormir.
Pero al día siguiente, no hubo e-mail de ella.
—Perdón que me retrasé. ¿Estás molesta conmigo? —le envié.
—No —ella respondió de inmediato. Y yo estaba aliviado.
Pero esa noche, llamé a tiempo, y la llamada fue al buzón de voz. Y al día siguiente, el e-mail de Mia eran dos lacónicas palabras, algo sobre la orquesta poniéndose muy intensa. Así que la justifiqué. Las cosas estaban empezándose a calentar. Ella estaba en Juilliard, después de todo. Su cello no tenía WiFi. Y esta era Mia, la chica conocida por practicar ocho horas diarias.
Pero luego yo comencé a llamar a horas diferentes, despertando temprano así podría agarrarla antes de clase, llamándola durante el tiempo de la cena. Y mis llamadas seguían yendo a correo de voz, nunca siendo devueltas. Ella no devolvía mis mensajes tampoco. Seguía obteniendo e-mails, pero no cada día, e incluso aunque mis e-mails eran cada vez más llenos de preguntas desesperadas «¿Por qué no contestas tu móvil? ¿Lo perdiste? ¿Estás bien?», sus respuestas minimizaban todo. Ella solamente reclamaba que estaba ocupada.
Decidí ir a visitar a sus abuelos. Yo casi había vivido con ellos por cinco meses mientras Mia se recuperaba y había prometido visitarlos frecuentemente pero había incumplido eso. Encontré difícil estar en esa vieja casa con corrientes de aire con sus galerías de fotos de fantasmas —un retrato de la boca de Denny y Kat, una desgarrada toma de Mia de doce años leyéndole a Teddy en su regazo— sin Mia junto a mí. Pero con el contacto de Mia más escaso cada vez, necesitaba respuestas.
La primera vez que fui ese otoño, la abuela de Mia habló a mi oído sobre el estado de su jardín y luego fue a su invernadero, dejándome sentado en la cocina con su abuelo. Él nos había preparado una taza de café. No dijimos mucho, así que todo lo que podías escuchar era el crujir del horno de leña. Él solamente me miró en la callada manera triste que inexplicablemente me hacía querer arrodillarme al pie de su silla y poner mi cabeza en su regazo.
Fui un par de veces más, incluso después de que Mia había cortado contacto conmigo completamente, y siempre era así. Me sentía mal pretendiendo que yo estaba en llamados sociales allí cuando en realidad estaba esperando por algunas noticias, por algunas explicaciones. No, lo que yo en verdad estaba esperando era no ser el hombre extrañado. Quería que dijeran: «Mia ha dejado de llamarnos. ¿Ella ha estado en contacto contigo?». Pero por supuesto, eso nunca sucedió porque eso nunca pasaría.
El asunto era, no necesitaba ninguna confirmación de los abuelos de Mia. Sabía desde la segunda noche cuando mi llamada fue a buzón de voz, que era el final de la línea para mí. ¿Por qué yo no le había dicho? ¿No me había parado yo sobre su cuerpo y prometido que haría todo si ella vivía, incluso si eso significaba dejarla ir? El hecho de que ella había estado en coma cuando dije esto, no había despertado en tres días, y que ninguno de nosotros nunca había mencionado lo que yo había dicho, parecía casi irrelevante.
Había traído esto a mí mismo.
La cosa era que no podía envolver mi cabeza alrededor cómo ella lo hizo. Yo nunca había dejado a una chica con tanta brutalidad. Incluso cuando hice el asunto de groupie, siempre había escoltado a la chica del día fuera del hotel o a la limusina o a lo que fuera, le daba un casto beso en la mejilla y decía «gracias, eso fue muy divertido» o una nota con similar finalidad en ella. Y eso era a una groupie. Mia y yo habíamos estado juntos por más de dos años, y sí, fue un romance de secundaria, pero seguía siendo la clase de romance donde yo pensaba que estábamos buscando una manera de hacerlo para siempre, esa clase, de que nos encontraríamos cinco años después y ella no fuera una clase de prodigio del cello y yo no sería parte de una banda en ascenso —o nuestras vidas no se hubieran alejado así— estaba seguro de que lo hubiera sido.
Me he dado cuenta que hay un mundo de diferencias entre saber que algo sucedió, incluso sabiendo porque sucedió, y creerlo. Porque cuando ella cortó el contacto, sí, yo sabía lo que había sucedido. Pero me tomó un largo, largo tiempo creerlo.
Algunas veces, yo todavía no lo creía.