La ropa esta empacada en buena voluntad.
Dije mi adiós arriba sobre esa colina.
La casa está vacía, los muebles vendidos.
Pronto, su olor se descompondrá en moho.
No sé porque me molesto en llamar, si nadie está respondiendo.
No sé porque me molesto en cantar, si nadie está escuchando.
Disconnect. Daño Colateral Pista 10
¿Has escuchado hablar de un perro que gastó su vida persiguiendo carros y cuando finalmente atrapó a uno… no tenía idea que Hacer con él?
Soy ese perro.
Porque estoy aquí, a solas con Mia Hall, algo con lo que he soñado desde hace más de tres años, y es como, ¿y ahora qué?
Estamos en el restaurante que aparentemente era su destino, algún lugar al azar al oeste de la ciudad.
—Tienen un estacionamiento —dice Mia cuando llegamos.
—Huh. —Es todo lo que puedo pensar para responder.
—Nunca antes había visto un restaurante de Manhattan con estacionamiento, que fue por lo que me detuve la primera vez. Entonces me di cuenta que todos los taxistas comen aquí y ellos usualmente son unos excelentes jueces de la buena comida, pero no estaba segura de porqué hay un parqueadero, y un estacionamiento gratis es una comodidad más caliente que una buena y barata comida.
Mia esta balbuceando ahora. Y estoy pensando: ¿Realmente estamos hablando del estacionamiento? Cuando ninguno de los dos, en la medida que puedo decir, es propietario de un coche aquí. Estoy golpeado otra vez porque ya no sé nada de ella, ni el más mínimo detalle.
El anfitrión nos llevo a una cabina y de repente Mia hizo una mueca.
—No debería haberte traído aquí. Tú probablemente nunca comes en lugares como este.
Ella estaba en lo cierto, no porque yo prefiera la oscuridad, lugares caros o exclusivos, sino porque esos son a los que me llevan y en los que generalmente me dejan solo. Pero este lugar está lleno de viejos canosos neoyorquinos y taxistas, nadie que me reconozca.
—No, este lugar está bien —digo.
Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, al lado del famoso estacionamiento, dos segundos después, un tipo bajito, gordo y peludo está sobre nosotros.
—Maestra. —Él se dirige a Mia—. Tanto tiempo sin verte.
—Hola, Stavros.
Stavros dejó caer nuestro menú y se volvió hacia mí. Él levantó una ceja poblada.
—Así que, ¡finalmente trajiste a tu novio para que nos conozcamos!
Mia se pone roja, y a pesar de que hay algo insultante en que ella esté tan avergonzada de ser etiquetada como mi novia, hay algo reconfortante en ver su sonrojo. Esta incómoda chica es más parecida a la persona que yo conocía, del tipo con quien nunca podría tener conversaciones en voz baja por celular.
—Él sólo es un viejo amigo —dice Mia.
¿Viejo amigo? ¿Eso es un ascenso o un descenso?
—Viejo amigo, ¿eh? Nunca vienes aquí con nadie. Una chica bonita y talentosa como tú. ¡Euphemia! —él grita—. Ven aquí. ¡Maestra tiene un compañero!
La cara de Mía está prácticamente morada. Cuando ella me mira, ella articula: La esposa.
Fuera de la cocina avanza lentamente la versión femenina de Stavros, una baja, y cuadrada mujer con la cara llena de maquillaje, del cual, la mitad parece haberse derretido en su papada. Ella limpia sus manos en el blanco y grasoso delantal y sonríe a Mia, mostrando un diente de oro.
—¡Lo sabía! —exclamó—. Sabía que tenías un novio escondido. Una chica tan bonita como tú. Ahora veo porqué no quisiste salir con mi Georgie.
Mia frunce los labios y levanta una ceja hacia mí; le da a Euphemia una falsa sonrisa de culpabilidad: me atrapó.
—Ahora, vamos a dejarlos. —Stavros interviene, empujando a Euphemia en su cadera y poniéndose delante de ella—. Maestra, ¿lo de siempre?
Mia asiente.
—¿Y tu novio?
Mia en realidad se avergüenza, y el silencio en la mesa se alarga como el aire muerto que algunas veces escuchas en las estaciones de radio de las universidades.
—Quiero una hamburguesa, papas fritas y una cerveza —digo finalmente.
—Maravilloso —dice Stavros, aplaudiendo con ambas manos como si le acabara de dar la cura del cáncer—. Hamburguesa con queso, de lujo. Aros de cebolla a los lados. Tu joven está demasiado flaco. Al igual que tú.
—Nunca tendrás niños sanos si no colocas algo de carne en tus huesos —agregó Euphemia.
Mia acuna la cabeza entre sus manos, como si estuviera literalmente tratando de desaparecer en su propio cuerpo. Después de que se fueron, la levantó hacia arriba.
—Dios, eso fue, simplemente embarazoso. Evidentemente ellos no te reconocieron.
—Pero ellos sabían quién eras tú. No los habría catalogado como aficionados a la música clásica. —Entonces, miré a mis jeans, mi camiseta negra, mi marcada informalidad. Hubo un tiempo en que yo también había sido fan de la música clásica, así que no había mucho que decir.
Mia ríe.
—Oh, ellos no los son. Euphemia me conoce de tocar en el metro.
—¿Tú tocabas en el metro? ¿Tiempos duros? —Entonces me doy cuenta de lo que acabo de decir y quiero retroceder. Tú no le preguntas a alguien como Mia si los tiempos eran difíciles, incluso si yo sabía, que económicamente, no lo eran. Denny había sacado una política de seguro de vida adicional, además del que él tenía por el sindicato de profesores y que había dejado a Mia bastante cómoda, aunque nadie supo del segundo seguro, inmediatamente. Esa era una de las razones por las que, después del accidente, un grupo de músicos en la ciudad había tocado una serie de conciertos benéficos y se crearon cerca de cinco mil dólares para el fondo Juilliard de Mia. La gran oportunidad había emocionado a sus abuelos— y a mí, también —pero eso había enfurecido a Mia. Ella se había negado a tomar la donación, calificándolo como dinero manchado de sangre, y cuando su abuelo le había sugerido que aceptar la generosidad de otra gente, era en sí mismo un acto de generosidad, que podía ayudar a que la comunidad se sintiera mejor, ella se había burlado de que no era su trabajo hacer sentir mejor a la gente.
Pero Mia solo sonríe.
—Fue un arrebato. Y sorprendentemente lucrativo. Euphemia me vio cuando vine aquí a comer, ella me recordó de la estación de Columbus Circle. Y con orgullo me informó que había puesto un dólar entero en mi estuche.
El teléfono de Mia timbra. Los dos nos detenemos a escuchar la metálica melodía. Beethoven toca una y otra vez.
—¿Vas a coger eso? —pregunto.
Ella niega con su cabeza, mirándose vagamente culpable.
Tan pronto como el teléfono para de sonar entonces suena otra vez.
—Estás popular esta noche.
—No tanto popular como en problemas. Se suponía que estaría en la cena después del concierto. Un montón de peces gordos. Agentes. Donantes. Estoy bastante segura de que es cualquiera de los profesores de Juilliard, alguien de Young Concert Artists, o mi manager gritándome.
—¿O Ernesto? —digo tan suavemente como me es humanamente posible. Porque Stavros y Euphemia habían estado sobre algo acerca de Mia teniendo un novio con pantalones de fantasía, alguien a quien ella no llevaría a restaurantes Griegos. Alguien que no soy yo.
Mia se ve incómoda de nuevo.
—Podría ser.
—Si tienes gente con quien hablar, ya sabes, negocios que atender, no me dejes retrasarte en tu camino.
—No. Debería sólo apagarlo. —Busca dentro de su bolso y apaga el teléfono.
Stavros viene con un helado de café para Mia y una Budweiser para mí y deja otra pausa incómoda a su paso.
—Entonces —comienzo.
—Entonces. —Mia repite.
—Entonces, sueles venir a este lugar. ¿Es como tu sitio regular?
—Vengo por la spanakopita y la crítica. Es cerca del campus, por eso solía venir mucho aquí.
¿Solía? Es como la vigésima vez esta noche, que hago los cálculos. Habían sido tres años desde que Mia fue a Juilliard. Eso la haría Senior este otoño. Pero ¿ella está tocando en Carnegie Hall? ¿Ella tiene un manager? De repente estoy deseando haber prestado más atención a ese artículo.
—¿Por qué ya no más? —Mi frustración hace eco a través del ruido.
La cara de Mia se levanta en atención, y una pequeña arruga de ansiedad se acumula encima del puente de su nariz.
—¿Qué? —dice ella rápidamente.
—¿No estás todavía en la escuela?
—Oh, eso —ella dice, despejando su frente con alivio—. Debería habértelo explicado antes. Me gradué en la primavera. Juilliard tiene una opción de grado de tres años para…
—Virtuosos —lo quiero decir como un cumplido, pero mi enojo de no tener las tarjetas de béisbol sobre Mia Hall— las estadísticas, lo más destacado, la mejor carrera —lo vuelve amargo.
—Estudiantes dotados —corrige Mia, casi disculpándose—. Me gradué tan pronto que puedo empezar a viajar antes. De hecho, ahora. Todo inicia ahora.
—Oh.
Nos sentamos en un incómodo silencio hasta que Stravros llega con la comida. No creí que estuviera hambriento cuando ordené, pero tan pronto olí la hamburguesa, mi estómago rugió. Y me di cuenta que todo lo que había comido en el día era un par de hotdogs.
Stravros baja un montón de platos en frente de Mia: una ensalada, una tarta de espinaca, papas fritas, y pudín de arroz.
—¿Eso es tu cotidiano? —pregunto.
—Te lo dije. No he comido en dos días. Y tú sabes que tanto puedo meter.
O me refiero a que, sabías…
—Si necesitas algo, Maestra, sólo grítalo.
—Gracias, Stavros.
Después de que se va, ambos matamos unos cuantos minutos metiendo nuestras papas en kétchup.
—Entonces…
—Entonces… —repite. Luego dice—: Cómo están todos. ¿El resto de la banda?
—Bien.
—¿Dónde estarán esta noche?
—En Londres. O en camino.
Mia inclina su cabeza a un lado.
—Pensé que dijiste que ibas mañana.
—Sí, bueno, tenía que amarrar unos cabos sueltos. Logística y todo eso. Así que estaré aquí un día más.
—Bueno, eso es suerte.
—¿Qué?
—Me refiero a… afortunado, porque de otra manera no nos hubiéramos encontrado.
La miro. ¿Habla en serio? Diez minutos atrás ella parecía que iba a tener un infarto con la mera posibilidad de ser mi novia, y ahora está diciendo que es suerte que me la haya encontrado. ¿O está siendo educada en la conversación?
—¿Y cómo está Liz? ¿Todavía está con Sarah?
Oh, es sólo una pequeña conversación.
—Oh, sí, van más fuerte. Ellas quieren casarse y tener este gran debate de que si lo harán en un estado en que sea legal como Iowa o si van a esperar que se legalice en Oregón. Todo un problema para amarrar un moño. —Sacudí mi cabeza con incredulidad.
—¿Qué, no quieres casarte? —pregunta, con desafío en su voz.
De hecho es difícil devolverle la mirada, pero me forcé.
—Nunca —digo.
—Oh —dice, casi sonando aliviada.
No entres en pánico, Mia. No te lo iba a proponer.
—¿Y tú? ¿Todavía sigues en Oregón? —pregunta.
—Nop. Ahora estoy en Los Ángeles.
—Otro refugio para mojados en el sur.
—Sí, algo como eso —no necesito decirle que la novedad de poder cenar afuera en Febrero desapareció rápidamente, y cómo la falta de estaciones se siente mal. Soy opuesto a la gente que necesita sentarse debajo de reflectores en el invierno. En medio de L. A. el invierno es soleado, y necesito sentarme en un clóset oscuro para sentirme bien—. También mudé a mis padres. El calor es mejor para la artritis de mi papá.
—Sí, la artritis de abue también está mal. Es en su cadera.
¿Artritis? Esto podía ser más como una tarjeta de navidad actualizada: y.
Billy terminó sus lecciones de natación, y Todd terminó con su novia, y la.
Tía Louise eliminó sus juanetes…
—Oh, eso apesta —digo.
—Ya sabes como es. Es estoico al respecto. De hecho, él y abue se están preparando para viajar bastante y visitarme de camino, están consiguiendo nuevos pasaportes. Abue buscó un estudiante de horticultura para que vea sus orquídeas cuando se vayan.
—¿Y cómo están las orquídeas de tu abue? —pregunté. Excelente. Ahora hablamos de flores.
—Todavía ganan premios, así que supongo que están bien. —Mia mira hacia abajo—. No he visto su invernadero en un tiempo. No he regresado desde que estoy aquí.
Estoy sorprendido y a la vez no, por esto. Es como si ya lo supiera, incluso aunque pensé que si yo saltaba a la ciudad, Mia regresaría. Una vez más, sobreestimé mi importancia.
—Deberías verlos alguna vez —dice—. Ellos estarían tan felices de saber de ti, de saber que tan bien te está yendo.
—¿Qué tan bien me está yendo?
Cuando la miro, ella me observa debajo de una cascada de cabello, sacudiendo su cabeza con asombro.
—Sí, Adam, que grandioso te está yendo. Me refiero a que, lo lograste. ¡Eres una estrella de rock!
Estrella de Rock. Las palabras estaban llenas de humo y de espejos que era imposible encontrar una persona verdadera detrás de ellas. Pero soy una estrella de rock. Tengo la cuenta bancaria de una estrella de rock y discos de platino de una estrella de rock y una novia digna de una estrella rock. Pero maldita sea, odio ese término, y escucharlo de Mia me levanta la aversión hasta el nivel de la estratósfera.
—¿Tienes fotos del resto de la banda? —pregunta—. ¿En tu teléfono o algo?
—Sí, fotos. Tengo una tonelada en mi teléfono, pero está en el hotel. —Es una mierda total, que ella nunca sabrá. Y si fotos es lo que quiere, puedo comprarle una copia de Spin en el puesto de periódicos de la esquina.
—Tengo unas fotos. Las mías de hecho son fotos de papel porque mi teléfono es demasiado viejo. Creo que tengo mis abues, y oh, una genial de Henry y de Willow. Ellos trajeron a sus hijos para visitarme en el Festival Marlboro el verano pasado —me dice—. Beatrix (o Trixie como le dicen), ¿recuerdas la niña pequeña? Ahora tiene cinco años. Y ellos tienen otro bebé, un niño pequeño, Theo, nombrado así por Teddy.
Con la mención del nombre de Teddy, mi instinto se despierta. En un cálculo de los sentimientos, nunca realmente sabes como la ausencia de una persona te afecta más que otra. Quería a los padres de Mia, pero de alguna manera podía aceptar sus muertes. Ellos se habían ido demasiado pronto, pero en el orden correcto, el padre antes del hijo, aunque, no, supongo, para la perspectiva de los abuelos de Mia. Pero de alguna manera todavía no podía quitarme de la cabeza que Teddy se quedaría con ocho años para siempre. Cada año que me hago más viejo, pienso también, si Teddy sería más viejo. Él tendría casi doce para ahora, y lo veo en la cara de cada adolescente que viene a nuestros conciertos y pide un autógrafo.
Nunca le dije a Mia cuánto extrañaba a Teddy, y regresaba a cuando estábamos juntos, así que no hay manera de que le diga ahora. He perdido mi derecho a decirle esas cosas. He renunciado —o sido relevado— a mi silla en la mesa de la familia Hall.
—Tomé la foto el verano pasado, así que está un poco vieja, pero tendrás una idea de cómo se ven todos.
—Oh, eso está bien.
Pero Mia ya revisaba su bolso.
—Henry se mira igual, como un chico en crecimiento. ¿Dónde está mi cartera? —Ella sube el bolso a la mesa.
—¡No quiero ver tus fotos! —mi voz es aguda como grietas en el hielo, y fuerte como un regaño de tus padres.
Mia deja de buscar.
—Oh, está bien. —Ella se mira castigada, frustrada. Cierra su bolso y lo deja en el cubículo, y en el proceso, tira mi botella de cerveza. Ella empieza a agarrar frenéticamente servilletas del dispensador para secar el derrame, como si fuera ácido de batería el que está en la mesa—. ¡Maldición! —dice.
—No hay problema.
—Lo es. He hecho un gran desastre —dice Mia sin aliento.
—Tú tienes la mayoría de ella. Sólo llama a un mesero y él secará el resto.
Ella continúa limpiando maniáticamente hasta que ha vaciado el dispensador de las servilletas y ha usado cada producto de papel que hay en los alrededores. Ella vacía las servilletas mojadas y creo que va a quedarse sobre la mesa con su brazo desnudo, y estoy mirando todo, perplejo. Hasta que Mia se queda sin energía. Ella se detiene y agacha la cabeza. Luego me mira con esos ojos suyos.
—Lo siento.
Sé que lo mejor que puedo decir es que está bien, que no hay problema y que no me mojé con la cerveza. Pero de repente no sé si hemos estado hablando de cerveza, y si no estamos hablando de cerveza, Mia ha dado a conocer su disculpa…
¿Qué es lo que lamentas, Mia?
Incluso si me las arreglara para preguntarle eso —lo que no puedo— ella está saliendo del cubículo y corre hacia al baño para limpiarse la cerveza como si fuera Lady Macbeth.
Se ha ido por un momento, y mientras espero, la ambigüedad que ha dejado en el cubículo llega a lo más profundo de mí. Porque me he imaginado un montón de escenarios durante estos últimos tres años. La mayoría de las versiones muestran que esto es una clase de Gran Error, un gigante mal entendido. Y un montón de fantasías terminan en que Mia ruega por mi perdón. Disculpas por responder mi amor con la crueldad de su silencio. Por actuar como si esos dos años de vida —esos dos años de nuestras vidas— no significaran nada.
Pero siempre tuve que cortar la fantasía en que ella se disculpaba por irse. Porque incluso aunque ella no lo sepa, ella hizo justo lo que le dije que debería hacer.