Voy a ser tu desorden, tú serás mía.
Ese era el acuerdo que habíamos firmado.
Compré un traje para materiales peligrosos para limpiar tu basura.
Máscaras de gas, guantes, para mantenernos seguros Pero ahora estoy solo en una habitación vacía Mirando hacia abajo el destino inmaculado.
Messy. Daño Colateral Pista 2
Cuando llego a las calles, mis manos están temblando y mis adentros se sentían como si quisieran organizar un golpe de estado. Busco mis píldoras, pero la botella está vacía ¡Mierda! Aldous debió haberme dado la última en el taxi. ¿Tengo más en el hotel? Debo obtener algunas antes del vuelo de mañana. Busco mi teléfono y recordé que lo dejé en el hotel en un intento estúpido de desconectarme.
Las personas pasan como enjambre a mí alrededor y sus miradas están posadas un poco más en mí. No puedo lidiar con ser reconocido en este momento. No puedo lidiar con nada. No quiero esto. No quiero nada de esto.
Sólo quiero salir. Salir de mi existencia. Últimamente me encuentro deseando mucho eso. No estar muerto. O suicidarme. O nada de ese tipo de cosas estúpidas. Es más que no puedo parar de pensar que si en primer lugar, nunca hubiera nacido, no estaría encarando esas sesenta y siete noches, no estaría aquí, en este momento, teniendo que soportar esa conversación con ella. Es tu culpa haber ido esta noche. Me digo a mi mismo. Debiste haber dejado las cosas como estaban…
Enciendo un cigarrillo y espero que dure lo suficiente para llegar a mi hotel donde puedo llamar a Aldous, enderezar todo y tal vez dormir unas cuantas horas y de una vez por todas dejar este día desastroso detrás de mí.
—Deberías dejarlo.
Su voz me enfrasca. Pero también, de alguna manera, me calma. Miró arriba. Ahí está Mia, con la cara enrojecida, pero también extraña, sonriendo. Ella está respirando fuerte, como si hubiera estado corriendo. Tal vez ella también es perseguida por fans. Me imagino a la pareja de ancianos de esmoquin y perlas tambaleándose detrás de ella.
Ni siquiera tengo tiempo de sentirme avergonzado porque Mia está aquí de nuevo, parada enfrente mío como cuando compartíamos el mismo espacio y tiempo y chocaran entre sí, aunque siempre una feliz coincidencia, no era nada inusual, ni en lo más mínimo poco extraordinario. Por un segundo pienso en esa línea de Casablanca donde Bogart dice: De todos los bares del mundo, ella tuvo que entrar en el mío. Pero luego recuerdo que yo entré en el bar de ella.
Mia cubre los pasos finales entre nosotros con lentitud, como si fuera un gato astuto que tiene que ser comprado. Mira el cigarrillo en mi mano. —¿Desde hace cuánto fumas?— pregunta. Y es como si los años entre nosotros se hubieran ido, y Mia ha olvidado que ella no tiene el derecho de saber de mi.
Aun si en este caso se lo merece. Hace un tiempo, yo había estado totalmente recto en lo que se refería a nicotina.
—Lo sé, es un cliché —admito.
Ella me mira, luego mira el cigarrillo.
—¿Puedo tener uno?
—¿Tú? —Cuando Mia tenía como 6 o algo, había leído un libro infantil sobre una niña que hace dejar de fumar a su padre y luego presiona a su madre, una fumadora persistente, para que lo dejara. Le había tomado meses a Mia para imponerse a Kat, pero la hizo prevalecer. Cuando los conocí, Kat ya no fumaba para nada. El padre de Mia, Denny, llenaba una pipa, pero eso parecía más para mostrar—. ¿Tú fumas ahora? —le pregunto.
—No. —Mia responde—. Pero acabo de tener una muy intensa experiencia y me han dicho que el cigarrillo calma los nervios.
La intensidad de un concierto, a veces me deja reprimido y nervioso. —Así me siento luego de los shows— le digo asintiendo.
Sacó un cigarrillo para ella, su mano aún temblorosa, así que sigo prendiendo la punta del cigarrillo con mi encendedor. Por un segundo me imagino agarrando su cintura para mantener su equilibrio. Pero no lo hago. Yo sólo persigo el cigarrillo hasta que la llama parpadea a través de sus ojos y enciende la punta. Ella inhala y exhala, cogiendo un poco. —No estoy hablando del concierto, Adam— me dice antes de tomar una elaborada inspiración. —Estoy hablando de ti.
Pequeñas contrariedades de fuego craquean de arriba abajo por mi cuerpo. Sólo cálmate, me digo a mi mismo. Sólo haces que ella muestre todos sus nervios de la nada. Aun así, me siento halagado de que le importe, así sea para asustarla.
Fumamos en silencio por un rato. Y luego escucho algo rugir. Mia sacude su cabeza en desaliento y mira abajo a su estómago.
—¿Te acuerdas como me ponía antes de los conciertos?
De vuelta en el día, Mia se ponía tan nerviosa como para comer antes de los conciertos, por lo que después, generalmente, se ponía voraz. En ese entonces, íbamos a comer comida mexicana a nuestro restaurante favorito o íbamos a comer a un restaurante en la carretera, papas a la francesa con salsa y pastel, el sueño de comida de Mia. —¿Hace cuánto fue tu última comida?— le pregunto.
Mia me mira de nuevo y aplasta su cigarrillo a medio fumar. Mueve su cabeza.
—¿Zankel Hall? No he comido en días. Mi estómago estaba rugiendo en toda la presentación. Estaba segura que aún la gente en los balcones podía oírlo.
—No. Sólo el cello.
—Eso es un alivio. Creo.
Nos quedamos allí parados en silencio por unos segundos. Su estómago ruge de nuevo. —¿Papas fritas y pastel siguen siendo una comida óptima?— pregunto. Me la imagino en un puesto en nuestro lugar de vuelta en Oregón, moviendo el tenedor alrededor, mientras critica su propia presentación.
—No pastel. No en Nueva York. Los restaurantes de pastel son una decepción. La fruta casi siempre es de lata. Y el marionberry no existe aquí. ¿Cómo es posible que una fruta, simplemente dejo de existir de una costa a otra?
¿Cómo es posible que un novio deje de existir de una costa a otra?
—No te lo puedo decir.
—Pero papas fritas están bien. —Me da una sonrisa llena de esperanza.
—Me gustan las papas fritas —digo. ¿Me gustan las papas fritas?, sueno como un niño lento para una película hecha para televisión.
Sus ojos revolotean hacia los míos.
—¿Tienes hambre?
Siempre tengo.
La sigo a través de la calle cincuenta y cinco y luego debajo de la Novena Avenida, ella camina rápido, sin siquiera el indicio de cojera que tenía cuando se fue, y con un objetivo, al igual que los neoyorquinos, indicando los puntos aquí y allá como un guía profesional. Se me ocurre que ni siquiera sé si ella aún vive aquí o si esta noche era sólo una fecha del tour.
Podrías preguntarle, me digo a mi mismo. Es una pregunta normal.
Sí, pero es tan normal que es raro que tenga que preguntar.
Bueno, tienes que decirle algo a ella.
Pero justo cuando mis nervios se están levantando, comienza la Novena Sinfonía de Beethoven sonando desde su bolso. Mia para su monólogo de NYC, busca su celular, mira la pantalla, y se estremece.
—¿Malas noticias?
Ella niega con la cabeza y le da un aspecto tan penoso que tiene que ser practicado.
—No. Pero debo tomar esto.
Ella abre el teléfono. —Hola. Lo sé. Por favor cálmate. Lo sé. Mira, ¿puedes esperar un segundo?—. Me mira y ahora su voz suave y profesional. —Sé que esto es insoportablemente grosero, pero ¿podrías darme solo cinco minutos?
Lo entiendo. Acaba de tocar en un gran show. Ella tiene gente llamándola. Pero aun así, a pesar de la máscara de disculpa que está usando, me siento como un groupie siendo pedido que espere en la parte de atrás del bus hasta que la estrella de rock esté lista. Pero como los groupies siempre hacen, accedo. La estrella de rock es Mia. ¿Qué más voy a hacer?
—Gracias —dice.
Dejo que Mia de un par de pasos lejos de mí, para darle privacidad, pero aún puedo escuchar fragmentos de su conversación. Sé que es importante para mí. Para nosotros. Te prometo que arreglaré todo con todo el mundo. Ella no me menciona a mí ni una vez. De hecho, parece que ella se ha olvidado completamente de mí.
Lo que debería estar bien a excepción que ella es ajena a la conmoción que mi presencia está creando en la Novena Avenida, la cual está llena de bares, personas vagando y fumando en frente de ellos. La gente que toma doble mientras me reconoce, sacan sus teléfonos celulares y cámaras digitales para tomar fotos.
Yo vagamente me pregunto si alguna de las fotos llegara a Gabber o uno de esos tabloides. Sería un sueño para Vanessa LeGrande. Y una pesadilla con Bryn. Bryn está lo suficientemente celosa de Mia tal como está, aun cuando ella nunca la ha conocido; sólo sabe de ella. Aun cuando ella sabe que no he visto a Mia en años. Bryn aún se quejaba: «Es difícil competir con un fantasma». Como si Bryn Shraeder tuviera que competir con alguien.
—¿Adam? ¿Adam Wilde? —Es un verdadero paparazzi con un lente de largo alcance aproximadamente a media cuadra de distancia—. Oye, Adam. ¿Podemos sacarte una foto? Sólo una foto —él llama.
Algunas veces eso funciona. Darles un minuto de tu cara y ellos se van. Pero más a menudo no, es como matar a una abeja y tentar la furia del enjambre.
—Oye Adam. ¿Dónde está Bryn?
Me pongo los lentes, voy más deprisa, aunque es demasiado tarde para eso. Paro de caminar y salgo hacia la Novena Avenida, la cual está obstruida por taxis. Mia simplemente sigue andando por la cuadra, cotorreando lejos en su celular. La antigua Mia odiaba lo celulares, odiaba a las personas que hablaban por teléfono en público, quienes descartaban la compañía de una persona por atender una llamada de alguien más. La antigua Mia nunca habría pronunciado esa frase insoportablemente grosera.
Me pregunte si yo debería dejarla seguir andando. La idea de sólo lanzarme a un taxi y estar de regreso en mi hotel al momento en que ella logre descifrar que yo no estoy más detrás de ella ya me da cierta satisfacción valiente, dejarla que se pregunte para variar.
Pero los taxis están todos ocupados, y como si la esencia de mi ansiedad repentinamente la hubiera alcanzado, Mia gira para verme, ve al fotógrafo acercándose a mí. Ella vuelve la mirada a la Novena Avenida al mar de carros. Simplemente continúa, sigue adelante, yo silenciosamente le digo. Consigue tu foto conmigo y tu vida se convierte en algo fundamental. Simplemente mantente en movimiento.
Pero Mia está caminado a grandes pasos hacia mí, agarrándome por la muñeca y, aun cuando ella es un pie más pequeña y sesenta libras más ligera que yo, repentinamente me siento seguro, más seguro en su custodia que con cualquier gorila. Ella entra directamente en la atestada avenida, deteniendo el tráfico sólo por sostener en alto su otra mano Un camino se abre para nosotros, como si fuéramos los israelitas cruzando el Mar Rojo. Tan pronto como estamos en el borde de la acera opuesta, esa abertura desaparece mientras los taxis rugen a una luz verde dejando a mi paparazzi acosador en el otro lado de la calle. ―Es casi imposible conseguir un taxi ahora. ―Mia me dice.
—Todos los shows de Broadway recién se estrenan.
―Yo tengo aproximadamente dos minutos en eso chica. Aun si yo entro en un taxi, él va a seguir parado en este tráfico.
―No te preocupes. Él no puede seguirnos a donde nos dirigimos. ―Ella trota a través de las multitudes, debajo de la avenida, simultáneamente empujándome delante de ella y protegiéndome como apoyador de defensa. Ella va hacia una calle oscura llena de casas de vecindad. Aproximadamente a medio camino abajo de la cuadra, la vista de la ciudad de apartamentos de ladrillos abruptamente cede terreno a una área baja llena de árboles que está rodeado por una alta reja de hierro con una cerradura de carga pesada para la cual Mia mágicamente saca a la vista una llave. Con un sonido metálico, la cerradura se abre a presión―. Sigue ―me dice, señalando a una barda y un mirador detrás de eso―. Agáchate en el mirador. Yo echaré llave.
Hago como ella dice y un minuto más tarde ella está de nuevo a mi lado.
Esta oscuro aquí, la única luz es del suave resplandor de un cercano poste de alumbrado eléctrico. Mia pone un dedo en sus labios y me da una señal para que me ponga de cuclillas.
―¿A dónde diablos fue? ―escucho a alguien llamar desde la calle.
—Él fue en esta dirección ―dice una mujer, su voz gruesa con un acento de New York―. Te lo juro.
―Bueno entonces, ¿dónde está él?
―¿Qué hay del parque? ―la mujer pregunta.
El estruendo de la reja resuena por el jardín. ―Está cerrado ―él dice. En la oscuridad, puedo ver a Mia sonreír.
―Tal vez él pasó por encima.
―Es como diez pies de alto ―él chico replica―. Tú no sólo saltas por encima de algo así.
―¿Piensas que él tiene fuerza sobrehumana? ―replica la mujer―. Tú podrías entrar y buscarlo.
―¿Y rasgar mis nuevos pantalones Armani en la cerca? Un hombre tiene sus límites. Y se ve vacío allí adentro. Él probablemente cogió un taxi. Lo cual deberíamos hacer. Tengo fuentes enviando mensajes de que.
Timberlake está en el Breslin.
Escucho el sonido de pisadas retirándose y permanezco quieto por un momento más largo sólo para estar seguro. Mia rompe el silencio.
―¿Piensas que él tiene fuerza sobrehumana? ―pregunta en un tono perfecto de imitación. Después yo me empiezo a reír.
No voy a rasgar mis nuevos pantalones Armani replico―. Un hombre tiene sus límites.
Mia se ríe aún más fuerte. La tensión en mi intestino se afloja. Casi sonrío.
Después que su risa disminuye, se pone de pie, limpia la suciedad de su trasero, y toma asiento en la banca del mirador. Yo hago lo mismo. ―Eso debe pasarte todo el tiempo.
Me encojo de hombros. ―Es peor en New York y Los Ángeles. Y Londres. Pero ahora pasa en todas partes. Incluso los fans venden sus fotos a los tabloides.
―¿Todo el mundo está al tanto del juego, huh? ―ella dice. Ahora eso suena más a la Mia que conocí una vez, no como una violinista clásica con un noble vocabulario y uno de esos acentos europeos como el de Madonna. ―Todo el mundo quiere su tajada ―digo―. Te acostumbras a eso.
―Te acostumbras a un montón de cosas ―Mia confiesa.
Yo asiento en la oscuridad. Mis ojos se han adaptado así que puedo ver que el jardín es bastante grande, una extensión de pasto divida en dos por caminos de ladrillos y rodeada por macizos de flores. De vez en cuando, una diminuta luz relampaguea en el aire. ―¿Esas son luciérnagas?
―pregunto.
―Sí.
―¿En el medio de la ciudad?
―Cierto. Solía asombrarme a mí también. Pero si hay un pedazo de césped, esos pequeños amigos lo encontrarán y lo iluminarán. Ellos sólo vienen por unas pocas semanas al año. Siempre me pregunto a dónde van el resto del tiempo.
Yo considero eso. ―Tal vez ellos aún están aquí, pero simplemente ellos no tiene nada que alumbrar.
―Podría ser. La versión insecto de trastorno afectivo estacional, aunque los animales deberían tratar de vivir en Oregón si ellos realmente quieren saber cómo es un invierno depresivo.
―¿Cómo conseguiste la llave de este lugar? ―pregunté―. ¿Tienes que vivir alrededor de aquí?
Mia sacude su cabeza, luego asiente. ―Sí, tú tienes que vivir en el área para obtener una llave, pero yo no lo hago. La llave pertenece a Ernesto Castorel. O le pertenecía. Cuando él era un director visitante en el Filarmónico, él vivía cerca y la llave del jardín vino con su subarriendo. Yo estaba teniendo problemas con mi compañero de habitación en ese momento, lo cual es un frecuente tema en mi vida, así llegue a entrar a su casa bastantes veces, y después que él se fue, yo «accidentalmente» tomé la llave.
Tú has estado con varias chicas desde Mia que has perdido la cuenta, razoné conmigo mismo. No es como si tú hubieras estado viviendo en celibato. ¿Piensas que ella lo estaba?
―¿Lo has visto dirigir? ―me pregunta―. Él siempre me recordaba a ti.
No tengo idea de quien estás hablando.
―¿Castorel? Oh, él es increíble. Vino desde los barrios pobres de Venezuela, y a través de este programa que ayuda a niños enseñándoles a tocar instrumentos musicales, él termino convirtiéndose en director de orquesta a los dieciséis. Era el director del Filarmónico de Prada a los veintiocho, y ahora él es director artístico de la orquesta sinfónica de Chicago y maneja ese mismo programa en Venezuela que le dio su arranque. Él en cierto modo infunde música. Lo mismo que tú.
¿Quién dice que infundo música? ¿Quien dice que siquiera respiro? ―Wow ―digo, tratando de empujar los celos, a los cuales no tengo derecho.
Mia levanta la mirada, repentinamente avergonzada. ―Lo siento. Yo algunas veces olvido que el mundo entero no está al corrientes de las minucias de la música clásica. Él es bastante famoso en nuestro mundo.
Sí, bueno mi novia es bastante famosa en el resto del mundo, pienso. ¿Pero ella siquiera sabe de Bryn y yo? Tú tendrías que tener tu cabeza sepultada bajo una montaña para no haber oído acerca de nosotros. O tú tendrías que estar evitando intencionalmente cualquier noticia de mí. O tal vez tú simplemente tendrías que ser una violinista clásica que no lee los tabloides. ―Él suena estupendo.
—Digo.
Ni siquiera a Mia se le escapa el sarcasmo. ―No tan famoso, como tú, quiero decir ―ella dice su efusividad decayendo en torpeza.
Yo no respondo. Por unos pocos segundo no hay sonido, excepto por el tráfico fluvial en la calle. Y el estómago de Mia gorgorea de nuevo, recordándonos que nosotros hemos sido emboscados en este jardín. Que nosotros estamos en realidad de camino a algún otro sitio.