Capítulo 5

Yo sé que es realmente cursi, incluso burdo, comparar a mi siendo botado con el accidente que mato a la familia de Mia, pero no puedo evitarlo. Porque para mí, en todo caso, las secuelas se sintieron exactamente iguales. Por las primeras pocas semanas, me levantaría en una niebla de incredulidad. Eso no sucedió en realidad, ¿no? Oh, mierda, lo hizo. Entonces yo estaría doblemente acabado. Golpe al intestino. Me tomó un par de semanas asumir todo. Pero a diferencia del accidente, cuando yo tenía que estar ahí, estar presente, ayudar, ser la persona en la que apoyarse, después de que ella se fue, yo estaba completamente solo. No había nadie por quien dar la cara. Entonces sólo dejé todo desmoronarse y luego todo se detuvo.

Me mudé a mi hogar, de regreso al lugar de mis padres. Solo agarré una pila de cosas de mi habitación en La Casa del Rock y me fui. Dejé todo. La escuela. La banda. Mi vida. Una partida repentina y sin palabras. Me eche a perder en mi cama de niño. Estaba preocupado que alguien tocara la puerta y me forzara a explicarme. Pero esa es la cosa con la muerte. El susurro de su descenso viaja rápido y vasto, y la gente debe haber sabido que me había convertido en un cadáver porque nadie siquiera vino a mirar el cuerpo. Bueno, excepto por la implacable Liz, quien se detuvo una vez a dejar caer un CD-Mix de cualquier música nueva que ella estaba amando, el cual alegremente apiló encima de los CD intactos que había dejado la semana anterior.

Mis padres parecían desconcertados por mi regreso. Pero entonces, el desconcierto era bastante típico donde yo concernía. Mi padre había sido un leñador, y entonces cuando esa industria se hundió él había conseguido un trabajo en una línea en una planta electrónica. Mi mamá trabajaba para el departamento de catering de la universidad. Ellos fueron el segundo matrimonio del otro, sus primeros intentos matrimoniales ambos fueron desastrosos y sin hijos y nunca discutidos; yo sólo me enteré sobre ellos por una tía y un tío cuando tenía diez. Ellos me tuvieron cuando eran más grandes, y yo había aparentemente venido como una sorpresa. Y a mi madre le gustaba decir que todo lo que yo había hecho, desde mi mera existencia hasta convertirme en músico, hasta enamorarme de una chica como Mía, hasta ir a la universidad, hasta hecho la banda tan popular, hasta dejar la universidad, hasta dejar la banda, fue una sorpresa también. Ellos aceptaron mi regreso a casa sin preguntas. Mamá me llevó pequeñas bandejas de comida y café a mi habitación, como si fuera un prisionero.

Por tres meses, yací acostado en mi cama de la infancia, deseándome en coma como Mía había estado. Eso tenía que ser más fácil que esto. Mi sentido de la vergüenza finalmente me despertó. Yo tenía diecinueve años, la universidad abandonada, viviendo en la casa de mis padres, desempleado, un vago, un cliché. Mis padres habían estado geniales sobre todo esto, pero el hedor de mi desprecio estaba empezando a enfermarme. Finalmente, justo después de Año Nuevo, le pregunté a mi padre si no había algún trabajo en la planta.

—¿Estás seguro que esto es lo que quieres? —me había preguntado. No era lo que yo quería. Pero no podía tener lo que quería. Sólo me había encogido de hombros. Lo había escuchado a él y a mi madre discutir sobre eso, ella tratando de hacer que él me disuadiera sobre eso—. ¿No quieres más que eso para él? —la escuche gritar-susurrar desde el piso de abajo—. ¿No lo quieres de vuelta en la escuela como mínimo?

—No es sobre lo que yo quiero —él había respondido.

Entonces él preguntó alrededor de recursos humanos, me consiguió una entrevista y una semana después, yo comencé a trabajar en el Departamento de Entrada de Datos. De seis treinta en la mañana hasta las tres treinta en la tarde, me sentaría en una habitación sin ventanas, enchufando números que no tenían sentido alguno para mí.

En mi primer día de trabajo, mi mamá se levantó temprano para hacerme un enorme desayuno que no pude comer y una taza de café que no era ni de cerca lo suficientemente fuerte. Ella me vigiló en su raído albornoz rosa, una expresión preocupada en su cara. Cuando me levante para salir, ella negó con la cabeza hacia mí.

—¿Qué? —pregunté.

—Tú trabajando en la planta —dijo, mirándome solemnemente—. Esto no me sorprende. Esto es lo que yo hubiera esperado de un hijo mío. —Yo no podía decir si la amargura de su voz era para ella o para mí.

El empleo apestaba, pero lo que sea. Era descerebrado. Vine a casa y dormí toda la tarde y luego desperté y leí y dormí de diez de la noche hasta las cinco de la mañana, cuando era la hora de levantarme para trabajar. El horario estaba fuera de sincronización con el mundo vivo, lo que estaba bien conmigo.

Unas pocas semanas antes, cerca de Navidad, todavía había sostenido una vela de esperanza. Navidad era cuando Mía había inicialmente planeado venir a casa. El boleto que había comprado de New York era uno de ida y vuelta, y la fecha de regreso era el diecinueve de Diciembre. Aunque sabía que era una tontería, de alguna manera pensaba que vendría a verme, ella me ofrecería alguna explicación, o mejor aún, una disculpa enorme. O nos encontraríamos que todo había sido un enorme y horrible malentendido. Ella había estado mandándome mails diariamente pero no habían llegado, y había aparecido en mi puerta, furiosa sobre no haber devuelto los mails, la forma que ella solía ponerse cabreada conmigo por cosas tontas, como que agradable era, o no era, con sus amigos.

Pero diciembre vino y se fue, la monotonía del gris, de los apagados villancicos procedentes de visitante de la planta baja. Me quedé en la cama.

Pero no fue hasta Febrero que tuve un visitante en casa de la Universidad del Este.

—Adam, Adam tienes un invitado —dijo mi mamá gentilmente, llamando a mi puerta. Era alrededor de la hora de la cena y yo estaba acostado, la mitad de la noche para mí. En mi bruma, pensé que era Mía. Salí corriendo erguido, pero vi la expresión de dolor de mi madre, que sabía que estaba dando una noticia decepcionante—. Es Kim —dijo ella con una forzada jovialidad.

¿Kim? Yo no había oído hablar de la mejor amiga de Mía desde agosto, no desde que se había salido de la escuela en Boston. Y de pronto, me di cuenta de que su silencio era como una traición tanto como el de Mía. Kim y yo nunca habíamos sido amigos cuando Mía y yo estábamos juntos. Al menos no antes del accidente. Pero después, habíamos sido soldados de alguna forma. No me había dado cuenta de que Mía y Kim eran un paquete, una con la otra. Pierdes una, pierdes el otro. Pero entonces, ¿de qué otra forma sería?

Pero ahora, aquí estaba Kim. ¿Mía la había enviado a ella como una especie de emisario? Kim estaba sonriendo torpemente, abrazándose a sí misma contra la noche húmeda. —Hey— dijo. —Tú eres difícil de encontrar.

—Estoy donde siempre he estado —le dije, pateando las sabanas. Kim, al ver mi bóxers, se alejó hasta que me puse un par de jeans. Traté de alcanzar un paquete de cigarrillos. Había empezado a fumar unas semanas antes. Todo el mundo en la planta lo hacía. Era la única razón para tomar un descanso. Los ojos de Kim se agrandaron por la sorpresa, como si hubiera acabado de sacar una Glock. Puse los cigarrillos hacia abajo sin encender.

—Pensé que estarías en la Casa del Rock, así que fui allí. Vi a Liz y Sarah. Ellas me dieron de comer la cena. Fue muy agradable verlas. —Se detuvo y apreció mi habitación. Las ácidas frazadas revueltas, las persianas cerradas—. ¿Te he despertado?

—Estoy en un horario extraño.

—Sí. Tu mamá me dijo. ¿Entrada de datos? —Ella no se molestó en tratar de ocultar su sorpresa.

Yo no estaba de humor para charlas o la condescendencia.

—Entonces, ¿qué sucede, Kim?

Ella se encogió de hombros.

—Nada. Estoy en la ciudad de descanso. Todos fuimos a Jersey a ver a mis abuelos para Hanukkah, por lo que esta es la primera vez que regreso y quería parar y decir hola.

Kim parecía nerviosa. Pero también parecía preocupada. Era una expresión que reconocía bien. La que decía que yo era el paciente ahora. En la lejana noche oí una sirena. Reflexivamente, me rasqué la cabeza.

—¿Todavía la ves? —le pregunté.

—¿Qué? —la voz de Kim chirrió en sorpresa.

La miré fijamente. Y lentamente repetí la pregunta.

—¿Todavía ves a Mía?

S-Sí —tropezó Kim—. Quiero decir, no mucho. Ambas estamos ocupadas con la escuela, y Nueva York y Boston están a cuatro horas de distancia.

Pero sí. Por supuesto.

Por supuesto. Era la certeza de que lo hizo. Que hizo algo criminal levantarse en mí. Me alegré de que no hubiera nada pesado dentro de la distancia alcanzable.

—¿Sabe que estás aquí?

—No. Llegué como tú amiga.

—¿Cómo mi amiga?

Kim palideció con el sarcasmo en mi voz, pero esa niña siempre fue más dura de lo que parecía. Ella no dio marcha atrás o se fue. —— susurró.

—Dime, entonces, amiga. ¿Hizo Mía, amiga, tu BFF, te dijo ella por qué me botó? ¿Sin una palabra? ¿Te mencionó ella eso siquiera? ¿O no surgí?

—Adam, por favor… —la voz de Kim era una súplica.

—No, por favor, Kim. Por favor, porque no tengo ni idea.

Kim tomó una respiración profunda y luego enderezó su postura. Yo casi podía ver la determinación endureciendo su espina dorsal, vértebra por vértebra, las líneas de lealtad siendo dibujadas.

—No he venido aquí para hablar de Mía. He venido a verte, y no creo que deba hablar de Mía contigo o viceversa.

Había adoptado el tono de un trabajador social, un tercero imparcial, y yo quería golpearla por eso. Por todo ello. En cambio, yo solo estallé.

¿Qué mierda estás haciendo acá? ¿Qué bien eres, entonces? ¿Quién eres tú para mí? Sin ella, ¿quién eres? ¡Tú no eres nada! ¡Nadie!

Kim se tambaleó hacia atrás, pero cuando miró hacia arriba, en vez de lucir enojada, me miró llena de ternura. Me hizo querer estrangularla aún más. —Adam…— comenzó.

—Lárgate de aquí —gruñí—. ¡No quiero volver a verte!

La cosa con Kim era, que no tienes que decírselo dos veces. Se fue sin decir una palabra.

Esa noche, en vez de dormir, en lugar de leer, me paseé por mi habitación durante cuatro horas. Mientras caminaba hacia atrás y adelante, empujando hendiduras permanentes en las pisadas de la alfombra de peluche barato de mis padres, sentí algo febril creciendo dentro de mí. Se sentía vivo e inevitable, de la forma en que un vómito con una resaca desagradable a veces es. Lo sentí picar su camino a través de mi cuerpo, rogando por libertad, hasta que finalmente se desprendió de mí con tal fuerza que primero golpeó mi muro, y entonces, cuando eso no me dolió suficiente, mi ventana. Los fragmentos de vidrio cortando en mis nudillos con un dolor satisfactorio seguido por el viento frío de una noche de febrero. El choque pareció despertar algo dormido dentro de mí.

Debido a que fue la noche en que tomé mi guitarra por primera vez en un año.

Y esa fue la noche en que empecé a escribir canciones de nuevo.

En dos semanas, yo había escrito más de diez nuevas canciones. Dentro de un mes, Shooting Star estaba de nuevo junto y tocándolas. Dentro de dos meses, nosotros habíamos firmado con un sello importante. A los cuatro meses, estábamos grabando Daño Colateral, compuesta por quince de las canciones que había escrito desde el abismo de mi dormitorio infantil. En un año, Daño Colateral estaba en las listas Billboard y Shooting Star estaba en la portada de las revistas nacionales.

Se me ha ocurrido desde entonces que le debo a Kim una disculpa o un agradecimiento. Tal vez ambas cosas. Pero para el momento en que llegué a esta conclusión, parecía que las cosas estaban demasiado lejos para hacer algo al respecto. Y, la verdad es, que yo todavía no sé lo que le diría.