La reverencia es tan vieja, su crin es pegajosa.
Enviado a la fábrica, al igual que tú y yo.
Así que ¿cómo es que presenciaron tu ejecución?
El público ruge de pie su ovación.
Dust. Daño Colateral Pista 9
Cuando las luces se encienden después del concierto, me siento cansado, lúgubre, como si mi sangre hubiera sido segregada fuera de mí y sustituida por alquitrán. Después de que los aplausos disminuyen, las personas a mí alrededor se ponen de pie, hablan sobre el concierto, sobre la belleza de Bach, la melancolía de Elgar, y el riesgo que valió la pena correr ante una pieza contemporánea de John Cage. Pero es el Dvořák el que está devorando todo el oxígeno de la habitación, y puedo entender por qué.
Cuando Mia solía tocar su violoncelo, su concentración estaba siempre escrita por todo su cuerpo: una arruga a lo largo de su frente. Sus labios, fruncidos con tanta fuerza que a veces perdían todo su color, como si toda su sangre fuera requerida en sus manos.
Hubo un poco de esos sucesos con las piezas anteriores de esta noche. Pero cuando llegó a la de Dvořák, la pieza final de su recital, algo se apoderó de ella. No sé si se golpeó su barbilla o si se esa pieza se trataba de su firma, pero en lugar de encorvarse sobre su violoncelo, su cuerpo pareció expandirse, florecer, y la música llenó los espacios abiertos a su alrededor como una enredadera de flores. Sus trazos eran amplios, alegres y audaces, y el sonido que llenó el auditorio pareció canalizar esta emoción pura, como si la misma intención del compositor se hubiera disparado a través de la habitación. Y la expresión de su rostro, con la mirada hacia arriba, una pequeña sonrisa jugando en sus labios, no sé cómo describirlo sin sonar como uno de esos artículos cliché de revista, pero parecía estar tan en armonía con la música. O tal vez feliz. Supongo que siempre supe que ella era capaz de este nivel artístico, pero ser testigo de él, me dejó malditamente alucinado. Yo y todos los demás en este auditorio, lo juzgamos por los estruendosos aplausos que recibió.
Las luces de la sala están encendidas ahora, brillando y rebotando en las sillas de madera clara y los paneles geométricos en la pared, haciendo que el suelo comience a dar vértigo. Me hundo en la silla más cercana y trato de no pensar sobre el Dvořák, o sobre las otras cosas: la manera en que se limpiaba las manos con su falda entre las piezas, la forma en que ladeaba la cabeza al compás de una orquesta invisible, todos esos gestos son demasiado familiares para mí.
Me sostengo de la silla frente a mí para darme equilibro y me pongo de pie otra vez. Me aseguro de que mis piernas estén trabajando y la tierra no esté dando vueltas, y luego una pierna sigue a la otra hacia la salida. Estoy destrozado, agotado. Todo lo que quiero hacer ahora es volver a mi hotel por un par de Ambien, o Lunesta o Xanax o lo que sea que esté en mi botiquín, y poner fin a este día. Quiero dormir y despertar y tener todo esto terminado.
—Disculpe, Sr. Wilde.
Normalmente tengo un problema con los espacios cerrados, pero si hay un lugar en la ciudad donde esperaría la seguridad del anonimato, es en el Carnegie Hall para un concierto de música clásica. Durante todo el concierto y la intermisión, nadie me dio una segunda mirada, excepto por un par de viejas quisquillosas, quienes creo, estaban en su mayoría consternadas por mis pantalones vaqueros. Pero este tipo es de mi edad, es un guardia, la única persona dentro de cincuenta pies debajo de la edad de treinta y cinco años, la única persona por aquí con probabilidad de poseer un disco de Shooting Star.
Estoy buscando en mi bolsillo por una pluma que no tengo. El guardia luce avergonzado, sacudiendo la cabeza y sus manos al mismo tiempo. —No, no, Sr. Wilde. No estoy pidiendo un autógrafo— baja la voz. —En realidad es contra las reglas, podría hacer que me despidan.
—Oh —digo escarmentado, confundido. Por un segundo me pregunto si estoy a punto de recibir una reprimenda.
El guardia dice:
—A la señorita Hall le gustaría que viniera detrás del escenario.
Está tan ruidoso con el alboroto después de la función, así que por un segundo asumo que le he escuchado mal. Creo que dice que ella quiere que vaya detrás del escenario. Pero eso no puede ser verdad. Debe estar hablando de la sala, no de Mia Hall.
Pero antes de que pueda conseguir que me lo aclare, me conduce por el codo hacia las escaleras y bajamos al vestíbulo principal por una pequeña puerta al lado del escenario y a través de un laberinto de pasillos, con las paredes llenas de partituras enmarcadas. Y me dejo guiar, como aquella vez cuando tenía diez años y fui enviado a la oficina del director por lanzar un globo de agua en la clase, y todo lo que podía hacer era seguir a la señora Linden por los pasillos y preguntarme lo que me esperaba detrás de la puerta de la oficina del director. Tengo la misma sensación. Que estoy en problemas por algo, que Aldous en verdad no me dio la tarde libre y estoy a punto de ser regañado por faltar a una sesión de fotos o por molestar a un reportero o ser el lobo solitario antisocial en peligro de separarse de la banda.
Así que en realidad no proceso nada de eso, no me dejo escuchar, creer o pensar sobre eso hasta que el guardia me lleva a una pequeña habitación, abre la puerta y la cierra, y de repente ella está ahí. Realmente ahí. Una persona de carne y hueso, no un fantasma.
Mi primer impulso no es tomarla, besarla o gritarle. Simplemente quiero tocar sus mejillas, aún enrojecidas por la interpretación de la noche. Quiero cortar a través del espacio que nos separa, medido en pies, no en millas, continentes, o años, y llevar un calloso dedo a su rostro. Quiero tocarla para asegurarme de que realmente es ella, no uno de esos sueños que tantas veces tuve después de que ella se fue, cuando la veía tan clara como el día, y estaba listo para besarla o tomarla conmigo, sólo para despertar con Mia más allá de mi alcance.
Pero no puedo tocarla. Ese es un privilegio que me fue revocado. En contra de mi voluntad, pero aun así. Hablando de voluntad, tengo que mantener mentalmente mi brazo en su lugar, controlar el temblor de convertirse en un taladro.
El suelo está dando vueltas, el vórtice está llamando, y deseo con vehemencia una de mis pastillas, pero no hay una a mi alcance por ahora. Tomo algunas respiraciones calmantes para adelantarme al ataque de pánico. Trato de hacer trabajar mi mandíbula en un vano intento de conseguir que mi boca diga algunas palabras. Me siento como si estuviera solo en el escenario, sin la banda, sin ningún equipo, ni recordar alguna de nuestras canciones, siendo observado por un millón de personas. Siento como si una hora ha pasado mientras estoy aquí de pie frente a Mia Hall, sin habla como un recién nacido.
La primera vez que nos conocimos en la preparatoria, yo hablé primero. Le pregunté a Mia cuál pieza de violoncelo acababa de tocar. Una simple pregunta que comenzó todo.
Esta vez, es Mia quien hace la pregunta: —¿Eres tú de verdad?—. Y su voz, es exactamente la misma. No sé por qué me esperaba que fuera diferente, excepto que todo es diferente ahora.
Su voz me sacude de nuevo a la realidad. De vuelta a la realidad de los últimos tres años. Hay tantas cosas que exijo que me diga. ¿A dónde fuiste? ¿Alguna vez piensas en mí? Me has arruinado. ¿Estás bien? Pero, por supuesto, no puedo decir nada de eso.
Empiezo a sentir mi corazón latir fuertemente y zumba en mi oídos, y estoy a punto de perder el control. Pero curiosamente, justo cuando el pánico comienza a llegar al máximo, algún instinto de supervivencia entra en acción, el que me permite entrar en el escenario frente a miles de extraños. Una calma se apodera de mí mientras me retiro de mí mismo, empujándome hacia el fondo y dejando que otra persona se haga a cargo. —En persona— respondo amablemente. Como si fuera la cosa más normal en el mundo para mí estar en su concierto y que ella me haya convocado a su santuario. —Buen concierto— agrego, porque parece como algo que decir. Aunque también es verdad.
—Gracias —dice. Entonces se encoge—. Yo sólo, no puedo creer que estés aquí.
Pienso en la orden de restricción de tres años que básicamente me impuso, la que he violado esta noche. Pero tú me llamaste aquí, quiero decirle. —Sí. Supongo que dejan entrar a cualquier gamberro en el Carnegie Hall— bromeo. En mi nerviosismo, sin embargo, la broma sale malhumorada.
Ella alisa sus manos en la tela de su falda. Ya ha cambiado su vestido negro formal por una larga y fluida falda, y una camisa sin mangas. Niega con la cabeza e inclina su rostro hacia el mío, de forma conspirativa.
—En realidad no. No se permiten rufianes. ¿No viste la advertencia en la marquesina? Estoy sorprendida de que no fuiste arrestado sólo por poner un pie en el vestíbulo.
Sé que está tratando de regresarme mi mala broma con una de ella y parte de mí está agradecido por eso, y agradecido de ver un atisbo de su antiguo sentido del humor. Pero otra parte, la parte grosera, quiere recordarle todos los conciertos de música en su cuarto, los cuartetos de cuerdas, y los recitales en los que alguna vez estuve. Por ella. Con ella. —¿Cómo sabías que estaba aquí?— pregunto.
—¿Estás bromeando? Adam Wilde en Zankel Hall. En la intermisión, toda la tripulación detrás del escenario estaba hablando de eso. Al parecer, un montón de fans de Shooting Star trabajan en el Carnegie Hall.
—Pensé que estaba aquí de incógnito —le digo. A sus pies. La única manera de sobrevivir a esta conversación es tenerla con las sandalias de Mia. Las uñas de sus pies están pintadas de color rosa pálido.
—¿Tú?, es imposible —responde—. Entonces, ¿cómo estás?
¿Cómo estoy? ¿Es en serio? Me obligo a levantar la mirada y ver a Mia por primera vez. Ella sigue siendo hermosa. No en una manera obvia como Vanessa LeGrande o Bryn Shraeder. Sino de una forma tranquila que siempre ha sido devastadora para mí. Su cabello, largo y oscuro está suelto, nadando calmadamente contra sus hombros desnudos, que siguen siendo de un blanco lechoso y cubiertos con una constelación de pecas que yo solía besar. La cicatriz en su hombro izquierdo, la que solía ser un verdugón rojo enojado, es ahora de un color rosa plateado. Casi como un tatuaje a la última moda. Casi bonita.
Los ojos de Mia encuentran los míos, y por un segundo temo que mi fachada se derrumbará. Miro hacia otro lado.
—Oh, ya sabes. Bien. Ocupado —respondo.
—Cierto. Por supuesto. Ocupado. ¿Estás de gira?
—Sip. Salimos a Londres mañana.
—Oh. Yo salgo a Japón mañana.
Direcciones opuestas, pienso y me sorprendo cuando Mia en realidad lo dice en voz alta. —Direcciones opuestas—. Las palabras simplemente quedan colgando ahí, lúgubres. De pronto, siento el vórtice comenzar a agitarse de nuevo. Nos tragará a ambos si no salgo de aquí. —Bueno, probablemente debería irme— escucho decir a la calmada persona haciéndose pasar por Adam Wilde, lo que sienta como a varios pies de distancia.
Me parecer ver algo oscurecerse en su expresión, pero no puedo decirlo con certeza porque cada parte de mi cuerpo está ondulando, y juro que podría salir de mi interior aquí mismo. Pero mientras pierdo el control, el otro Adam sigue funcionando. Está extendiendo su mano hacia Mia, aunque la idea de pensar en Mia Hall dándome un apretón de manos de negocios es tal vez una de las cosas más tristes que me he imaginado.
Mia mira mi mano extendida, abre la boca para decir algo, y luego sólo suspira. Su rostro se endurece en una máscara mientras levanta la mano para tomar la mía.
El temblor en mi mano se ha vuelto tan normal, sin detenerse, que es por lo general imperceptible para mí. Pero tan pronto como mis dedos se cierran alrededor de los de Mia, lo que noto es que de pronto se detiene y se tranquiliza, como cuando la ráfaga de comentarios es interrumpida cuando alguien apaga un amplificador. Y podría quedarme aquí para siempre.
Excepto que esto es sólo un apretón de manos, nada más. Y en unos segundos mi mano está a mi lado y es como si hubiera transferido un poco de mi locura hacia Mia, porque parece que su propia mano está temblando. Pero no puedo estar seguro porque me voy a la deriva en una rápida corriente.
Y lo siguiente que sé, es que escucho la puerta de su camerino hacer un clic detrás de mí, dejándome aquí en los rápidos y Mia está de nuevo en la orilla.