Mia se despertó después de cuatro días, pero no le dijimos hasta el sexto. No importaba porque ella ya parecía saberlo. Nos sentamos alrededor de ella en la cama del hospital en la Unidad de Cuidados Intensivos, su abuelo taciturno parece haber sacado la paja más corta, supongo, porque fue el elegido para darle las noticias de que sus padres, Kay y Denny, habían muerto instantáneamente en el accidente de tránsito que la había enviado aquí.
Y que su hermano menor, Teddy, había muerto en la sala de emergencia en el hospital local donde él y Mia habían sido trasladados antes de que Mia fuese evacuada a Portland.
Nadie sabía las causas del accidente. ¿Mia tenía algún recuerdo de ello?
Ella sólo estaba allí acostada, parpadeando y agarrándome la mano, clavando sus uñas tan fuertemente que parecía que nunca iba a dejarme ir. Sacudía la cabeza y silenciosamente decía: —No, no, no—. Una y otra vez, pero sin lágrimas y no estaba seguro si ella estaba respondiendo a la pregunta de su abuelo o sólo negando toda la situación. ¡No!
Pero luego la trabajadora social entró, haciéndose cargo a su manera no disparatada. Ella le dijo a Mia acerca de las operaciones a las que había sido sometida. —El Triaje, en realidad, sólo para mantenerte estable y lo estás haciendo muy bien— y luego habló de las cirugías a las que ella probablemente tendría que hacer frente en los próximos meses: primero una cirugía para restablecer el hueso en su pierna izquierda con barras de metal. Luego otra cirugía una semana después, para extraer piel del muslo de su pierna sana. Luego otra, para colocar el injerto de esa piel en la pierna dañada. Esos dos procedimientos, desafortunadamente, dejarían algunas «cicatrices desagradables». Sin embargo, las lesiones en la cara, por lo menos, podrían desaparecer por completo con la cirugía estética después de un año.
—Una vez que pases por tus cirugías no electivas, siempre que no haya ninguna complicación, no haya infecciones de la esplenectomía, ni neumonía y no haya problemas con los pulmones, dejaremos que salgas del hospital y vayas a rehabilitación —dijo la trabajadora social—, física y ocupacional, charla y todo lo que necesites. Vamos a evaluar dónde te encuentras en unos pocos días. —Yo estaba mareado por esta letanía, pero Mia parecía estar pendiente de cada palabra, prestaba más atención a los detalles de su cirugía que las noticias de su familia.
Luego esa tarde, la trabajadora social nos llevó al resto de nosotros aparte. Nosotros, los abuelos de Mia y yo, estamos preocupados por la reacción de Mia, o la falta de una. Esperábamos que gritara, se jalara el cabello, algo explosivo, que se ajustara con el horror de las noticias, que se ajustara con nuestro propio dolor.
Su siniestro silencio nos hacía pensar a todos en lo mismo: daño cerebral.
—No, no es eso —aseguró rápidamente la trabajadora social—. El cerebro es un frágil instrumento y quizás no podamos saber durante unas cuantas semanas qué regiones específicas han sido afectadas, pero la gente joven es muy resistente y ahora sus neurólogos son bastante optimistas. Su control motor esta generalmente bien. Sus facultades del lenguaje no se ven muy afectadas. Ella tiene debilidad en su lado derecho y no tiene balance. Si ese es el alcance de su lesión cerebral, entonces ella tiene suerte.
Todos nos estremecimos a esa palabra. Suerte. Pero la trabajadora social miró nuestras caras.
—Muy afortunada porque todo esto es reversible. En cuanto a la reacción allí adentro —dijo ella, gesticulando hacia la Unidad de Cuidados Intensivos—, esa es una respuesta típica a tan extremo trauma psicológico. El cerebro solo puede procesar ciertas cosas, así que lo filtra de a poco, lo digiere lentamente. Ella lo asumirá todo, pero necesitará ayuda.
Entonces ella nos dijo acerca de las etapas del dolor, nos cargó con folletos sobre el trastorno de estrés posttraumático, y nos recomendó un terapeuta en el hospital para ver a Mia.
—Puede que no sea una mala idea para el resto de ustedes también —había dicho ella.
La ignoramos. Los abuelos de Mia no eran los del tipo que van a terapia. Y en cuanto a mí, tenía que preocuparme de la rehabilitación de Mia, no de la mía.
La próxima ronda de cirugías comenzó casi inmediatamente, lo cual encontré cruel. Mia apenas había vuelto del filo, solo para que le dijeran que su familia estaba muerta y ahora ella tenía que pasar bajo el cuchillo otra vez. ¿No podían darle un respiro? Pero la trabajadora social había explicado que mientras más rápido la pierna de Mia fuese arreglada, más pronto Mia podría moverse y más pronto podría empezar a sanar.
Así que su fémur estaba fijado con clavijas; y los injertos de piel fueron tomados. Y con la velocidad de un respiro, fue dada de alta del hospital y enviada a un centro de rehabilitación, que se parecía a un complejo de apartamentos, con senderos que atravesaban el plano terreno, que estaban empezando a florecer con flores de primavera cuando Mia llegó.
Ella había estado allí menos de una semana, una determinada, terrible semana de tensión, cuando el sobre llegó. Julliard. Había sido tantas cosas para mí antes. Una conclusión inevitable. Un punto de orgullo. Un rival. Y luego simplemente me olvidé de él. Creo que todos lo hicimos. Pero la vida se agitaba fuera del centro de rehabilitación de Mia y en algún lugar del mundo, esa otra Mia, la otra que tenía dos padres, un hermano, y un completo cuerpo funcional, continuaba existiendo. Y en ese otro mundo, algunos jurados habían escuchado tocar a Mia unos meses atrás y habían procesado su solicitud, pasado por diferentes mociones hasta que la sentencia definitiva se hizo y el juicio final estaba frente a nosotros. La abuela de Mia había estado nerviosa sobre abrir el sobre, así que decidió esperarme a mí y al abuelo de Mia antes de deslizar por él un abridor de cartas madre perla.
Mia lo consiguió. ¿Había alguna duda?
Todos creíamos que la aceptación sería buena para ella, un punto brillante en un horizonte sombrío.
—Y ya he hablado con el decano de admisiones y expliqué tu situación, y ellos han dicho que pueden aplazar tu ingreso por un año, dos si lo necesitas —la abuela de Mia había dicho mientras se le presentaba a Mia con la noticia y la generosa beca que había acompañado a la aceptación. De hecho, Julliard había sugerido el aplazamiento, queriendo asegurarse de que Mia fuera capaz de cumplir con los estándares rigurosos de la escuela, si ella decidía asistir.
—No —había dicho Mia desde la deprimente sala común del centro en esa plana voz muerta con la que había hablado desde el accidente. Ninguno de nosotros estaba muy seguro de si esto era del trauma emocional o si se trataba de cómo Mia estaba afectada ahora, su recién manera de hablar de su reorganizado cerebro.
A pesar de las garantías continuas de la trabajadora social, a pesar de las evaluaciones de los terapeutas de que estaba haciendo sólidos progresos, todavía estábamos preocupados. Hablamos de esas cosas en voz baja después de que la dejábamos sola en las noches que no podía permanecer.
—Bueno, no te apresures —le había respondido su abuela—. El mundo puede lucir diferente en un año o dos. Quizás quieras ir.
La abuela de Mia había pensado que Mia estaba rechazando Julliard. Pero yo sabía más. Yo conocía a Mia más. Era el aplazamiento al que se negaba.
Su abuela discutió con Mia. Septiembre estaba a cinco meses. Muy pronto. Y ella tenía un punto. La pierna de Mia todavía estaba en una de esas botas de yeso y apenas estaba comenzando a caminar otra vez. No podía abrir un frasco porque su mano derecha estaba muy débil y se quedaba en blanco con nombres de cosas simples, como tijeras. Todo lo cual los terapeutas dijeron que era de esperar y es probable que pasara a su debido tiempo. Sin embargo, ¿cinco meses? Eso no era mucho.
Mia preguntó por su violonchelo esa tarde. Su abuela frunció el ceño, preocupada de que esta locura detuviera la recuperación de Mia. Pero yo salí corriendo de mi silla hacia mi carro y estaba de vuelta con el violonchelo para cuando atardeció.
Después de eso, el violonchelo se convirtió en su terapia: física, emocional y mental. Los doctores estaban asombrados de la fuerza de la parte superior del cuerpo de Mia, lo que su antigua profesora de música Christie había llamado su «cuerpo de violonchelo», hombros anchos, brazos musculosos y cómo su interpretación había traído de nuevo esa fuerza, lo que hizo que la debilidad en su brazo derecho desapareciera y fortaleciera su pierna lesionada. La ayudó con el vértigo. Mia cerraba los ojos mientras tocaba y afirmaba que esto, junto con posar los dos pies en el suelo, la ayudaba a equilibrarse. A través de su interpretación, Mia revelaba los lapsos que trataba de esconder en las conversaciones cotidianas.
Si ella quería una Coca Cola pero no podía recordar la palabra para ello, ella lo cubría y pedía jugo de naranja. Pero con el violonchelo, ella sería honesta sobre el hecho de que ella recordara la suite de Bach en la que había estado trabajando en unos pocos meses atrás, pero no un simple étude que había aprendido cuando era niña; aunque una vez la Profesora Christie, quien venía una vez por semana para trabajar con ella, se lo enseñó y ella lo aprendería inmediatamente. Esto les dio pistas a los terapeutas del habla y neurólogos en cuanto a la forma en que su cerebro había sido afectado y adaptado a sus terapias en consecuencia.
Pero sobre todo, el violonchelo mejoró su estado de ánimo. Le daba algo que hacer todos los días. Dejó de hablar de manera monótona y empezó a hablar como Mia una vez más, al menos cuando estaba hablando sobre música. Sus terapeutas alteraron su plan de rehabilitación, lo que le permitía dedicarle más tiempo a la práctica.
—Realmente no entendemos cómo la música sana al cerebro —me dijo uno de los neurólogos una tarde mientras la escuchaba tocar a un grupo de pacientes en la sala común—. Pero sabemos que cura. Sólo mira a Mia.
Dejó el centro de rehabilitación cuatro semanas después, dos semanas antes de lo previsto. Podía caminar con un bastón, abrir un frasco de mantequilla de maní y tocar genial a Beethoven.
De ese artículo, la cosa sobre los «Veinte de menos de 20» de Todo sobre Nosotros que Liz me enseñó, recuerdo una cosa sobre ello. Recuerdo de la no sólo implícita sino abiertamente declarada conexión de la «tragedia» de Mia y su forma de tocar del «otro mundo». Y recuerdo la forma en que me molestó. Porque había algo ofensivo en ello. Como si la única manera de explicar su talento era dar crédito a alguna fuerza sobrenatural. ¿Qué si ellos pensaran, que su familia estaba habitando su cuerpo y tocando un coro celestial a través de sus dedos?
Pero la cosa existía, había algo sobrenatural. Y lo sé porque estaba allí. Fui testigo de ello: Vi como Mia pasó de ser una muy talentosa intérprete a algo completamente diferente. En el espacio de cinco meses, algo mágico y grotesco la transformó. Así que, sí, todo estaba relacionado a su «tragedia», pero Mia era la que hacía el trabajo pesado. Siempre lo había hecho.
Se fue a Julliard un día después del Día del Trabajador. Yo la llevé al aeropuerto. Me dio un beso de despedida. Me dijo que me amaba más que a su propia vida. Luego pasó a través de seguridad.