Capítulo 20


Alguien me despierta cuando es el final.

Cuando la tarde silenciosa se difumina dorada.

Solo yazco en una cama de tréboles.

Oh, necesito ayuda con esta carga.

Hush. Daño Colateral Pista 13


Cuando consigo controlarme y calmarme, mis extremidades se sienten como si se hubieran vuelto inservibles. Mis ojos empiezan a cerrarse. Acabo de beber una enorme taza de café increíblemente fuerte, y también podría haber tenido pastillas para dormir. Podría recostarme aquí mismo en este banco. Me vuelvo hacia Mia. A decirle que necesito dormir.

—Mi casa está a unos cuantos bloques de aquí —dice ella—. Puedes tirarte a dormir allá.

Tengo esa calma blandengue que sigue a un llanto. No me había sentido de esta manera desde que era un niño, un chico sensible, quién gritaba ante algunas injusticias u otras cosas, todos llorábamos, hasta que mamá me arropaba la cama. Me imagino a Mia, metiéndome en la cama individual de un niño, tirando hacia arriba de las sábanas de Buzz Lightyear hasta mi barbilla.

Es plena mañana ahora. Las personas están despiertas, afuera o algo así. Mientras caminamos, la tranquila zona residencial da lugar a una franja comercial, llena de tiendas, cafés, y los hipsters que los frecuentan. Soy reconocido. Pero no me molesto con ningún subterfugio, sin gafas, ni gorra. No trato de esconderme en absoluto. Mia serpentea entre la multitud creciente y luego da la vuelta en una calle lateral arbolada llena de arenisca color café y edificios de ladrillos.

—Hogar dulce hogar. Es un subalquiler de un violinista profesional quien está con la Filarmónica de Vienna en este momento. ¡He estado aquí por un récord de nueve meses!

La sigo al interior de la casa más compacta que he visto jamás. El primer piso consiste en algo un poco más grande que una sala de estar y una cocina con una puerta corredera de vidrio con salida a un jardín que es dos veces tan profundo como la casa. Hay un sofá blanco dividido, y lo mueve para que me recueste sobre él. Me quito los zapatos y me dejó caer sobre una de las secciones, hundiéndome en los cojines de felpa. Mia levanta mi cabeza, y coloca una almohada por debajo, y una suave manta sobre mí, arropándome tal y como había esperado que haría.

Escucho el sonido de sus pasos en las escaleras a lo que debe ser el dormitorio, pero en su lugar, siento un ligero rebote en la tapicería cuando Mia se acomoda en el otro extremo del sofá. Escucho el movimiento de sus piernas juntas unas cuantas veces. Sus pies se encuentran a solo unas pulgadas de las míos. Entonces, ella deja escapar un largo suspiro y su respiración se ralentiza en un patrón rítmico. Ella está dormida. Al cabo de unos minutos, yo también lo estoy.

Cuando despierto, la luz está inundando el apartamento, y me siento tan refrescado que por un segundo estoy seguro que he dormido por diez horas y he perdido mi vuelo. Pero un vistazo rápido al reloj de la cocina me muestra que son las dos en punto, todavía es sábado. Solo he dormido por unas cuantas horas, y tengo que encontrar a Aldous en el aeropuerto a las cinco.

Mia todavía está durmiendo, respirando profundamente y casi roncando. La miró allí por un tiempo. Se ve tan pacífica y familiar. Incuso antes de convertirme en el insomne que soy ahora, siempre tuve problemas para conseguir dormir a la noche, mientras que Mia leía un libro por cinco minutos, se ponía de costado, y estaría ida. Una hebra de cabello había caído sobre su rostro y era absorbida hacia su boca y después vuelve a salir con cada inhalación y exhalación. Sin siquiera pensarlo, me incliné hacia delante y aparté la hebra, mi dedo rozando accidentalmente su boca. Se siente tan natural, como si los últimos tres años no hubieran pasado, que me siento casi tentado de trazar sus mejillas, su barbilla, su frente.

Casi. Pero no bastante. Es como si estuviera viendo a Mia a través de un prisma y ella es en su mayor parte la chica que conocía pero algo ha cambiado, los puntos de vista han cambiado, y ahora, la idea de tocar a Mia no es dulce o romántico. Es comportarme como un acosador.

Me enderezo y estiro mis extremidades. Estoy a punto de despertarla, pero no logro hacerlo. En su lugar, camino por su casa. Me encontraba tan desconectado como cuando llegamos hace unas horas, realmente no lo asimilaba. Ahora que lo hago, veo que se parece extrañamente a la casa en la que Mia creció. Está el mismo revoltijo de pinturas en la pared —un Elvis de Terciopelo, un poster de 1955 anunciando las Series Mundiales entre Brooklyn Dodgers y los Yankees de Nueva York— y los mismos toques decorativos, como las mimas luces con forma de ají engalanando las puertas.

Y fotos, las hay por todas partes, colgando en las paredes, cubriendo cada pulgada de espacio del mostrador y estantes. Cientos de fotos de su familia, incluyendo las que parecen ser fotos que una vez colgó de su antigua casa. Está la foto de la boda de Kay y Denny; una toma de Denny en una chaqueta de cuero sosteniendo a una diminuta Mia de bebé en una de sus manos; una Mia de ocho años, una gigante sonrisa sobre su rostro, agarrando su violonchelo; Mia y Kat sosteniendo un Teddy de cara roja, minutos después de nacido. Incluso está esa toma desgarradora de Mia leyéndole a Teddy, la que nunca pude soportar ver en la casa de sus padres, aunque de alguna manera aquí, en su casa, no me da esa misma patada en el estómago.

Camino por la pequeña cocina, y hay una verdadera galería de fotografías de los abuelos de Mia frente a una plétora de fosos orquestales, de los tíos, tías y primos haciendo senderismo por las Montañas de Oregón o levantando pintas y cerveza. Hay un revoltijo de tomas de Henry, Willow y Trixie y el niñito que debe ser Theo. Hay fotos de Kim y Mia de la preparatoria y una de ellas dos posando delante del Edifico Empire State un grave recordatorio de que su relación no se ha truncado, tienen una historia de la que yo no sé nada. Hay otra foto de Kim, usando un chaleco antibalas, su cabello enmarañado, chato y soplado por un viento polvoriento.

Hay fotos de músicos en ropas formales, sosteniendo copas de champagne. Un hombre de ojos brillantes en un esmoquin con un masa de rizos salvajes sosteniendo un bastón, y el mismo hombre dirigiendo a un montón de niños de aspecto andrajoso, y después él nuevamente, junto a una hermosa mujer negra, besando a un niño no tan andrajoso. Este debe ser Ernesto.

Deambulo por el jardín trasero para mi fumada al despertar. Palmeo mi bolsillo, pero todo lo que encuentro es mi billetera, mis gafas de sol, el iPod prestado, y el surtido habitual de púas de guitarra que parece siempre vivir conmigo. Entonces recuerdo que debo haber dejado los cigarrillos en el puente. Sin fumar. Sin píldoras. Supongo que hoy es el día de alzar la bandera para dejar los malos hábitos.

Vuelvo dentro y echo otro vistazo alrededor. No es la casa que esperaba. De toda su charla de mudarse, me había imaginado una casa llena de cajas, algo impersonal y antiséptico. Y a pesar de lo que había dicho de los espíritus, yo no habría imaginado que se rodearía tan cómodamente con sus fantasmas.

Excepto por mi fantasma. No hay una sola foto mía, aunque Kat me incluyó en muchas de las tomas familiares; incluso había colgado una foto mía, junto con Mia y Teddy en disfraces de Halloween encima de la repisa de su vieja sala de estar, un lugar de honor en el vestíbulo de su casa. Pero no aquí. No hay ninguna de las ridículas tomas que Mia y yo solíamos sacarnos el uno al otro y de nosotros mismos, besándonos o bromeando mientras uno de nosotros sostenía la cámara a lo largo del brazo. Me encantaban esas fotos. Siempre cortaba la mitad de la cabeza o estaban oscurecidas por el dedo de alguien, pero parecía capturar algo verdadero.

No me siento ofendido. Antes, podría haberlo estado. Pero ahora lo entiendo. Cual fuera el lugar que ocupaba en la vida de Mia, en el corazón de Mia, fue irrevocablemente alterado ese día en el hospital hace tres años y medio.

Cierre. Detesto esa palabra. Al psiquiatra le encanta. Bryn la adora. Ella dice que nunca he tenido un cierre con Mia. «Más de cinco millones de personas han comprado y escuchado de mi cierre» es mi respuesta habitual.

Estando aquí, en esta tranquila casa donde puedo escuchar el gorjeo de las aves afuera, creo que estoy empezando a entender el concepto de cierre. No es un gran dramático antes y después. Es más como una melancólica sensación de que estás llegando al fin de unas vacaciones realmente buenas. Algo especial está terminando, y estás triste, pero no puede estar triste porque, oye, fue bueno mientras duró, y habrá otras vacaciones, otros buenos momentos. Pero no serán junto a Mia o con Bryn.

Miro al reloj. Tengo que volver a Manhattan, empacar mis cosas, contestar los e-mails más urgentes que sin duda alguna se han apilado, y llegar hasta el aeropuerto. Tendré que conseguir un taxi aquí afuera, y antes de eso tendré que despertar a Mia y despedirme de una manera adecuada.

Decido hacer café. Solamente con ese aroma solía despertarse. En las mañanas que solía dormir en su casa, a veces me despertaba más temprano para pasarlo con Teddy. Después de dejarla dormir hasta una hora decente, había tomado la cafetera eléctrica de su habitación y su aroma flotaba hasta que ella levantaba su cabeza de la almohada, sus ojos todos soñadores y suaves.

Voy a la cocina e instintivamente parece que sé donde se encuentra todo, como si se tratara de mi cocina y hubiera hecho café aquí unas mil veces antes. La cafetera de metal está en el gabinete sobre el fregadero. El café dentro de una jarra en la puerta del congelador. Pongo unas cucharadas del rico y oscuro polvo en la cámara encima de la cafetera, luego lo lleno con agua y lo pongo en la estufa. El sonido silbante llena el aire, seguido de un rico aroma. Casi puedo verlo, como una nube de caricatura flotando sobre el cuarto, empujando a Mia a despertar.

Y por supuesto, antes de que las tazas estén preparadas, ella se está desperezando fuera del sofá, tragando un poco de aire como ella hace cuando se está despertando. Cuando me ve en la cocina, parece momentáneamente confundida. No puedo saber si es porque estoy yendo y viniendo como un ama de casa o solo porque estoy aquí en primer lugar. Entonces recuerdo lo que ella había dicho sobre sus llamadas diarias para despertarse perdida.

—¿Lo estás recordando todo de vuelta? —pregunto. En voz alta. Porque quiero saberlo y porque ella me pidió que preguntara.

—No —dice ella—. No esta mañana. —Ella bosteza, luego se despereza nuevamente—. Pensé que había soñado lo de anoche. Entonces olí el café.

—Lo lamento —murmuro.

Ella está sonriendo mientras patea la manta.

—¿Realmente crees que si no mencionas a mi familia los olvidaré?

—No —admito—. Supongo que no.

—Y, como puedes ver, no estoy tratando de olvidar. —Mia se mueve a las fotos.

—Estaba mirando esas. Una galería bastante impresionante la que tienes. De todos.

—Gracias. Me mantienen acompañada.

Miro las fotos, imaginando el día en que lo propios hijos de Mia llenarán muchos de esos marcos, creando un nueva familia para ella, la continuación de una generación de la que no seré parte.

—Sé que son solo fotos —continúa—, pero algunos días me ayuda realmente a levantarme cada mañana. Bueno, ellos, y el café.

Ahh, el café. Voy a la cocina y abro los armarios donde encuentro las tazas, sin embargo me sorprende un poco encontrar que incluso estas son de la misma colección de tazas de cerámica de los años 1959 y 1960 que he usado tantas veces antes; sorprendido que las haya transportado de un cuarto al otro, de un apartamento a otro. Miro alrededor buscando mi taza favorita, la que tiene cafeteras danzarinas sobre él, y estoy tan malditamente feliz de que todavía esté aquí. Casi es como tener mi foto en la pared, también. Un pequeño pedazo de mí todavía existe, incuso si la mayor parte de mí no lo hace.

Me sirvo una taza, luego la taza de Mia, agregando un poquito de leche y crema, como ella lo toma.

—Me gustan las fotos —digo—. Mantiene a las cosas interesantes.

Mia asiente, soplando ondas en su café.

—Y yo también los extraño —digo—. Cada día.

Ella parece sorprendida por eso. No porque yo los extrañe, sino porque supongo que estoy admitiéndolo, finalmente. Asiente solemnemente. —Lo sé— dice.

Camina alrededor de la habitación, pasando sus dedos suavemente sobre los marcos de las fotos. —Se me está acabando el espacio— dice. Tuve que poner unas fotos recientes de Kim en el baño. ¿Has hablado con ella últimamente?

Ella debe saber lo que le hice a Kim.

—No.

—¿De verdad? ¿Entonces no sabes sobre el escándalo?

Sacudo la cabeza.

—Abandonó la universidad el año pasado. Cuando la guerra estalló en Afganistán, Kim decidió dejarlo todo y pasó al quiero ser una fotógrafa y la mejor educación está en el campo. Así que simplemente tomó sus cámaras y se fue. Empezó vendiendo todas esas fotos al AP y al New York Times. Ella vaga por todas partes en uno de esos burkas y esconde todo su equipo fotográfico bajo las túnicas y luego lo saca para obtener sus fotos. —Apostaré que la Sra. Schein adora eso—. La mamá de Kim era notoriamente sobreprotectora. Lo último que había escuchado de ella, era que tuvo un ataque porque Kim iba a ir a la escuela al otro lado del país, que, como Kim había dicho, era precisamente el punto.

Mia ríe. —Al principio, Kim le dijo a su familia que sólo se iba a tomar un semestre sabático, pero ahora se está volviendo verdaderamente exitosa, así que oficialmente lo dejó, y la Sra. Schein oficialmente ha tenido una crisis nerviosa. Y luego está el hecho que Kim es una agradable chica judía en un país muy musulmán—. Mia sopla el café y bebe. —Pero, por otra parte, ahora Kim tiene sus fotos en el New York Times, y acaba de recibir una asignación de función para National Geographic, así que eso le da a la Sra. Schein algo de munición para presumir.

—Difícil de resistir para una madre —digo.

—Es una gran fanática de Shooting Star, ¿sabes?

—¿La Sra. Schein? Siempre la había vinculado más con el hip-hop.

Mia sonríe.

—No. Está más en el metal de la muerte. Pesado. Kim. Ella los vio tocar en Bangkok. Dijo que llovió y ustedes tocaron así.

—¿Estuvo en ese espectáculo? Desearía que hubiera ido a los camerinos, a saludar —digo, aunque sé por qué no lo haría. Aún así, fue al espectáculo. Debió haberme perdonado un poquito.

—Le dije lo mismo. Pero tenía que irse justo después. Se suponía que estaba en Bangkok por algo de R; R, pero esa lluvia en la que estuvieron tocando en realidad fue un ciclón en algún otro lugar y ella tuvo que ir corriendo y cubrirlo. Es una shutterbabe muy ruda estos días.

Pienso en Kim persiguiendo insurgentes talibanes y esquivando arboles voladores. Es sorprendentemente fácil de imaginar.

—Es divertido digo.

—¿Qué? —pregunta Mia.

—Kim siendo una fotógrafa de guerra. Todo eso de Chica Peligrosa.

—Sí, es un tumulto de risas.

—Eso no es lo que quise decir. Es solo que: Kim. Tú. Yo. Todos vinimos de este pueblo insignificante en Oregón, y míranos. Los tres nos hemos ido, bueno, a los extremos. Tienes que admitirlo, es un poco extraño.

—No es del todo extraño —dice Mia, sacando un tazón de hojuelas de maíz—. Todos estábamos forjados en el crisol. Ahora, vamos, toma un poco de cereal.

No estoy hambriento. Ni siquiera estoy seguro que pueda comer una sola hojuela, pero me siento porque mi lugar en la mesa de la familia Hall acaba de ser restaurado.

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El tiempo tiene un peso en esto, y justo ahora puedo sentirlo fuerte sobre mí. Casi son las tres en punto. Otro día está medio terminado y esta noche tengo que irme al tour. Escucho el sonido del antiguo reloj en la pared de Mia. Dejo que los minutos pasen antes de que finalmente pueda hablar.

—Ambos tenemos nuestros vuelos. Probablemente debería empezar a moverme —digo. Mi voz suena lejana pero me siento extrañamente tranquilo—. ¿Hay taxis por aquí?

—No, tenemos que volver y llegar a Manhattan por balsa. —Bromea—. Puedes llamar un auto —agrega después de un momento.

Me levanto, hago mi camino hacia el mostrador de la cocina donde está el teléfono de Mia. —¿Cuál es el número?— pregunto.

—Siete-uno-ocho —dice Mia. Luego se detiene—. Espera.

Al principio creo que tiene que detenerse para recordar el número, pero veo sus ojos, a la vez inseguros e implorantes.

—Hay una última cosa, —sigue, su voz vacilante—. Algo que tengo que realmente te pertenece.

—¿Mi camiseta de Wipers?

Sacude la cabeza.

—Es de hace tiempo, me temo. Vamos. Está arriba.

La sigo por los escalones chirriantes. En la parte de arriba del rellano estrecho a mi derecha puedo ver su habitación con los techos inclinados. A mi izquierda hay una puerta cerrada. Mia la abre, revelando un estudio pequeño. En la esquina hay un armario con un teclado. Mia escribe un código y la puerta se abre.

Cuando veo lo que saca del armario, al principio pienso, Oh, cierto, mi guitarra. Porque aquí en la pequeña casa de Mia en Brooklyn está mi vieja guitarra eléctrica, mi Les Paul Junior. La guitarra que compré en una casa de empeño con mis ganancias de entrega de pizzas cuando era un adolescente. Es la guitarra que usé para grabar todas nuestras cosas que nos llevaron a la cima, incluyendo, Daño Colateral. Es la guitarra que subasté para la caridad y he lamentado haberlo hecho desde entonces.

Está en su viejo estuche, con mis viejas pegatinas de Fugazi y K Records, incluso con las pegatinas de la vieja banda del papá de Mia. Todo es lo mismo, la correa, la abolladura de cuando lo dejé caer en un escenario. Incluso el polvo huele familiar.

Y estoy recibiendo todo, unos segundos antes de que realmente me golpee. Esta es mi guitarra. Mia tiene mi guitarra. Mia es la que compró mi guitarra por una suma exorbitante, lo que significa que Mia sabía que era para la subasta. Miro alrededor de la habitación. Entre las partituras y parafernalias del violonchelo hay una pila de revistas, mi cara asomándose de las portadas. Y luego recuerdo algo de vuelta en el puente, Mia justificando por qué me dejó al recitar la letra de Roulette.

Y de repente, es como si he estado llevando audífonos toda la noche y se han caído ahora, y todo lo que estaba amortiguado ahora es claro. Pero también tan ruidoso y desagradable.

Mia tiene mi guitarra. Es algo tan sencillo y aún así no sé si hubiera estado más sorprendido si Teddy hubiera salido del armario. Me siento débil. Me siento. Mia se para justo en frente de mi, sosteniendo mi guitarra por el cuello, ofreciéndomela nuevamente.

—¿Tú? —Es todo lo que puedo manejar.

—Siempre yo —responde suavemente, tímidamente—. ¿Quién más?

Mi cerebro ha salido de mi cuerpo. Mi discurso es reducido a lo más básico.

—Pero… ¿por qué?

—Alguien tenía que salvarla del Hard Rock Café —dice Mia con una risa. Pero también puedo escuchar los baches en su voz.

—Pero… —Me aferro a las palabras como un hombre que se ahoga se aferra a los escombros flotantes—… ¿dijiste que me odiabas?

Mia deja salir un suspiro largo y profundo.

—Lo sé. Necesitaba alguien para odiar, y eres al que más amo, por lo que eso cayó sobre ti.

Está extendiendo la guitarra, empujándola hacia mí. Quiere que la tome, pero no puedo levantar una bola de algodón en este momento.

Ella sigue mirándome, sigue ofreciéndola.

—¿Pero qué hay de Ernesto?

Una expresión de perplejidad revolotea en su rostro, seguida por diversión. —Él es mi mentor, Adam. Mi amigo. Está casado—. Mira hacia abajo por un segundo. Cuando su mirada regresa, su diversión se ha convertido en una actitud defensiva. —Además, ¿por qué debería importarte?

Vuelves a tu fantasma, escucho a Bryn diciéndome. Pero está equivocada. Bryn es la que ha seguido viviendo con el fantasma, el espectro de un hombre que nunca dejó de amar a otra persona.

—Nunca hubiera estado con Bryn si tú no hubieras decidido que necesitabas odiarme —respondo.

Mia toma esto levantando la barbilla. —No te odio. Ni siquiera creo que realmente lo hiciera. Sólo fue ira. Y una vez que la enfrenté, una vez que la entendí, se disipó—. Mira hacia abajo, toma un respiro profundo, y exhala un tornado. —Sé que te debo algo más que una disculpa; he estado tratando de sacarla toda la noche; es como si esas palabras «disculpa, lo siento» son demasiado miserables para lo que te mereces—. Sacude la cabeza. —Sé que lo que te hice estuvo tan mal, pero en ese momento también se sintió tan necesario para mi supervivencia. No sé si estas dos cosas puedan ser ciertas pero es como fue. Si te sirve de consuelo, después de un tiempo, cuando ya no se sintió necesario, cuando se sintió enormemente mal, todo lo que quedó con la magnitud de mi error, fue el extrañarte. Y tuve que verte desde la distancia, verte alcanzar tus sueños, vivir lo que parecía la vida perfecta.

—No es perfecta —digo.

—Entiendo eso ahora, ¿cómo se suponía que lo sabría? Estabas tan, tan lejos de mí. Y había aceptado eso. Acepté eso como mi castigo por lo que había hecho. Y entonces… —Se calla.

—¿Qué?

Toma una bocanada de aire y hace una mueca.

—Y entonces Adam Wilde aparece en Carnegie Hall en la noche más grande de mi carrera, y se sintió como más que una coincidencia. Se sintió como un regalo. De ellos. Para mi primer recital, me dieron un violonchelo. Y para este, me dieron tu presencia.

Cada pelo de mi cuerpo se eriza, mi cuerpo entero se pone en alerta con un escalofrío.

Se apresura a limpiarse las lágrimas de los ojos con la parte posterior de su mano y toma un respiro profundo.

—Ahora, ¿vas a tomar esta cosa o qué? No la he afinado en un tiempo.

Solía tener sueños como este. Mia vuelve de la tierra de no muertos, en frente de mi, viva por mí. Pero incluso en sueños sabía que era irreal y que podría anticipar el estruendo de mi alarma, así que estoy escuchándolo ahora, esperando que la alarma se encienda. Pero no lo hace. Y cuando cierro mis dedos alrededor de la guitarra, la madera y las cuerdas son tan sólidas y me sujetan a la tierra. Me despiertan. Y ella todavía está aquí.

Y está mirando, a mi guitarra, y a su violonchelo y al reloj en el alfeizar. Y veo lo que quiere, y es lo mismo que he querido por años ahora pero no puedo creerlo después de todo este tiempo, y ahora que estamos cortos de tiempo, está preguntando por ello. Pero aún así, le doy un pequeño asentimiento. Conecta la guitarra, me lanza el cable, y enciende el amplificador.

—¿Puedes darme una La? —pregunto. Mia toca la cuerda La de su chelo. Afino con eso y luego rasgueo una La-menor, y mientras el acorde rebota en las paredes, siento que un arranque de electricidad oscila por mi espina dorsal de una manera que no lo ha hecho en mucho, mucho tiempo.

Miro a Mia. Está sentada al otro lado de mi, su cello entre sus piernas. Sus ojos están cerrados y puedo decir que está haciendo lo mismo, escuchando algo en el silencio. Entonces todo a la vez, Mia parece haber escuchado lo que necesita escuchar. Sus ojos están abiertos y sobre mi otra vez, como si nunca se hubieran ido. Agarra su arco, gesticula hacia mi guitarra con una ligera inclinación de su cabeza.

—¿Estás listo?

Hay tantas cosas que me gustaría decirle, la mayoría de ellas es que siempre he estado listo. Pero en su lugar, enciendo el amplificador, saco una púa de mi bolsillo, y solo digo sí.