Aguja e hilo, piel y hueso.
Saliva y tendón, un Corazón roto es mi hogar, Tus líneas de sutura brillan como diamantes Brillantes estrellas en mi asilamiento.
Stich. Daño Colateral Pista 7
Aldous me deja en frente de mi hotel. —Mira, hombre, creo que solo necesitas tiempo para relajarte. Así que, escucha: Voy a limpiar tu agenda por el resto del día y voy a cancelar tus reuniones de mañana. Tu vuelo a Londres no es sino hasta las siete y no tienes que estar en el aeropuerto hasta las cinco—. Mira su teléfono. —Eso es más de 24 horas para que hagas lo que quieras hacer. Te prometo que te sentirás mucho mejor. Ve, se libre.
Aldous me está mirando de forma preocupada y calculadora. Él es mi amigo, pero también soy su responsabilidad. —Voy a cambiar mi vuelo— anuncia, —volaré contigo mañana.
Me da vergüenza lo agradecido que estoy. Volar en primera clase con la banda no es mayor problema. Tendemos a quedarnos prendados de nuestros iPods de lujo, pero al menos cuando vuelo con ellos, no estoy solo. Cuando vuelo solo, ¿quién sabe con quién me sentaré? Una vez fue un empresario japonés que no dejó de hablar durante todo el vuelo de 10 horas. Quería que me cambiaran pero no quería ser la clase de idiota estrella de rock que pide que le cambien el asiento, así que me quede ahí, asintiendo con la cabeza, sin entender la mitad de lo que decía. Pero hay veces aún peores, donde en serio estoy solo en esos largos vuelos.
Sé que Aldous tiene mucho que hacer en Londres. Más que eso, perderá la reunión de mañana con el resto de la banda y el director del video será otro pequeño terremoto. Pero, como sea. Además, nadie culpa a Aldous; me culpan a mí.
Así que es una gran molestia que Aldous se quede otro día conmigo en Nueva York. Pero aún así aceptaré su ofrecimiento, aún si intento no darle importancia a su generosidad murmurando:
—Okay.
—Genial. Tú pon en orden tu cabeza. Te dejaré solo, ni siquiera te llamaré. ¿Quieres que pase por ti para ir al aeropuerto? El resto de la banda se está quedando en el centro.
Hemos adquirido el hábito de quedarnos en diferentes hoteles desde el último tour y Aldous diplomáticamente alterna entre quedarse en mi hotel y en el de ellos. Esta vez está con ellos.
—Aeropuerto. Te veré en la sala de espera —le digo.
—Bien, entonces te reservaré un automóvil para las cuatro. Hasta entonces, simplemente relájate. —Estrecha mi mano, me da un medio abrazo y luego está de vuelta en el taxi, moviéndose rápidamente a su siguiente tarea, probablemente a apagar los puentes que he quemado hoy.
Busco la entrada de servicio y me dirijo hacía mi habitación. Tomo una ducha, considero volver a dormir. Pero estos días el sueño me evade aún con todo un botiquín lleno de ayuda psicofarmacéutica. Desde las ventanas en el piso 18 puedo ver como el sol del atardecer baña la ciudad con un cálido brillo, haciendo que Nueva York parezca hogareña de alguna forma, pero haciendo que mi suite se sienta claustrofóbica y caliente. Me pongo un par de jeans y mi camiseta negra de la suerte. Quería reservarla para mañana cuando me fuera de tour, pero siento que necesito algo de suerte justo ahora, de manera que tendrá que trabajar durante dos días.
Enciendo mi iPhone. Hay 59 nuevos mensajes de correo y 17 nuevos correos de voz, incluyendo varios del probablemente muy molesto publicista y algunos de Bryn, preguntando cómo me fue en el estudio y la entrevista. Podría hablarle pero ¿para qué? Si le hablo de Vanessa LeGrande, ella se molestará porque perdí mi «figura pública» en frente de una reportera. Ella está tratando de entrenarme para que deje ese mal hábito. Dice que cada vez que pierdo la compostura en frente de la prensa, sólo les doy más motivos para que me sigan molestando. «Dales una persona pública aburrida, Adam, y dejaran de querer escribir tanto de ti», me aconseja constantemente. El problema es que tengo el presentimiento de que si le dijera a Bryn cuál fue la pregunta que me desquició, ella probablemente también perdería su persona pública.
Pienso en lo que Aldous dijo acerca de desconectarme de todo y apago mi teléfono y lo dejo caer en la mesa de noche. Entonces tomo mi sombrero, mis lentes, mis pastillas y mi cartera y salgo por la puerta. Camino por Columbus, dirigiéndome hacia Central Park. Un camión de bomberos pasa junto a mí, sus sirenas a todo volumen. Rasca tu cabeza o estarás muerto. Ni siquiera recuerdo donde aprendí esa rima de niño, o el dicho de que tenías que rascarte la cabeza cada vez que escuchas una sirena, a menos que la sirena sea para ti. Pero si sé cuándo empecé a hacerlo y ahora es natural para mí. Aún así, en un lugar como Manhattan, donde siempre hay sirenas, esto puede ser agotador.
Es temprano en la noche y el calor agresivo se ha calmado y es como si todos sintieran que es seguro salir porque hay gente por todos lados: expandiendo sus picnics en el césped, empujando carriolas por los senderos, flotando en canoas en el lago lleno de lirios.
Por más que me guste ver a la gente hacer lo suyo, todo esto me hace sentir expuesto. No entiendo como otras personas en el ojo público son capaces de hacerlo. Algunas veces veo fotografías de Brad Pitt con su banda de hijos en Central Park, simplemente jugando en los columpios, y claramente se ve que lo siguieron los paparazzi pero él aún parece estar pasando un día normal con su familia. O tal vez no. Las fotografías pueden ser muy engañosas.
Estoy pensando en todo esto y caminando junto a gente feliz disfrutando la tarde de verano y empiezo a sentirme como un blanco en movimiento, aún cuando mi sombrero está cubriéndome y mis lentes están en su lugar y no estoy con Bryn. Cuando Bryn y yo estamos juntos, es casi imposible pasar desapercibido. Me paraliza la paranoia, no tanto porque me fotografíen o porque me acose una multitud buscando autógrafos —aunque en realidad no quiero lidiar con eso ahora— si no porque se burlen de mí debido a que soy la única persona en el parque sola, aún cuando obviamente ese no es el caso. Pero de todas formas siento como si en cualquier momento la gente empezará a señalarme y reírse.
Así que ¿esto es como resultaron las cosas? ¿Esto es en lo que me he convertido? ¿Una contradicción andante? Estoy rodeado de gente pero me siento solo. Digo que necesito un poco de normalidad pero ahora que la tengo no sé qué hacer con ella, ya no sé cómo ser una persona normal.
Camino hacia el Ramble, donde las únicas personas con las que me encontraré son aquellas que no quieren ser encontradas. Compro un par de perros calientes y me los como en un par de mordidas y sólo entonces me doy cuenta de que no he comido en todo el día, lo que me hace pensar en el almuerzo y en la debacle de Vanessa LeGrande.
¿Qué pasó ahí? Digo, se ha sabido que te pones difícil con los reporteros, pero esa fue una acción de hora amateur. Me digo a mí mismo.
Estoy cansado. Me justifico. Sobrecargado. Pienso en el tour y es como si el musgoso piso junto a mí se abriera y empezara a girar.
Sesenta y siete noches. Trato de racionalizar. Sesenta y siete noches no son nada. Trato de dividir el número, fraccionarlo, hacer algo para que sea más pequeño, pero nada divide 67 de forma equitativa. Así que lo divido de otras formas. 14 países, 39 ciudades, un par de cientos de horas en el autobús de tour. Pero las matemáticas sólo hacen que todo gire más rápido y me empiezo a sentir mareado. Me sostengo de un árbol y muevo mis manos sobre la corteza, que me recuerda a Oregón y hace que la tierra se cierre, al menos por ahora.
No puedo evitar pensar como, cuando era más joven, leí sobre la legión de artistas que habían hecho implosión, Morrison, Joplin, Cobain, Hendrix. Me daban asco. Obtuvieron lo que deseaban ¿y aún así no eran felices? Se drogaron hasta la perdición. O se volaron la cabeza. Vaya grupo de imbéciles.
Bien, mírate ahora. No eres un adicto, pero no eres mucho mejor que eso.
Cambiaría si pudiera, pero hasta ahora, ordenarme a mí mismo callarme y disfrutar el viaje no me ha servido de mucho. Si la gente a mi alrededor supiera cómo me siento, se reirían de mi. No, eso no es cierto. Bryn no se reiría. Se asombraría de mi inhabilidad para disfrutar lo que me costó tanto trabajo lograr.
Pero ¿he trabajado tan duro? Todos. —Mi familia, Bryn, el resto de la banda (al menos solían hacerlo)— asumen que de alguna manera me merezco todo esto, que el reconocimiento y dinero es una recompensa. Realmente nunca creí eso. El karma no es como un banco. Haz un depósito, haz un retiro. Pero últimamente creo más y más que esto es un «pago» solo que no por algo bueno.
Busco un cigarrillo, pero mi paquete este vacío. Me levanto y sacudo el polvo de mis jeans y salgo del parque. El sol está empezando a hundirse en el oeste, una brillante esfera inclinándose sobre el Hudson y dejando un collage de colores durazno y morado en el cielo. Es en verdad muy hermoso y por un momento me obligo a mi mismo a admirarlo.
Me dirijo al sur sobre la Séptima, me detengo en una deli, compro unos cigarrillos y me dirijo al centro. Regresaré al hotel, ordenaré servicio a la habitación y tal vez duerma temprano para variar. Afuera del Carnegie Hall se están deteniendo los taxis, dejando a la gente que va al espectáculo de esta noche. Una mujer mayor usando perlas y tacones sale de un taxi, su encorvado compañero sostiene su brazo. Mirándolos juntos me hace sentir algo en el pecho. Mira el atardecer, me digo a mí mismo. Mira algo lleno de belleza. Pero cuando vuelvo a mirar al cielo este es del color de un moretón.
Idiota temperamental. Así fue como me llamó la reportera. Ella era odiosa, pero en eso tenía razón.
Mi mirada regresa a la tierra y cuando lo hace son sus ojos los que veo. No como los solía ver, a la vuelta de cada esquina, detrás de mis parpados cerrados al iniciar cada día. No en la forma en que solía imaginarlos en los ojos de cada chica con la que me acosté. No, esta vez sí son sus ojos. Una foto de ella, vestida de negro, el cello recargado en su hombro como un niño cansado. Su cabello está recogido en uno de esos estilos que parecen ser requisito para los músicos clásicos. Ella solía usarlo así para algunos recitales y conciertos de música de cámara, pero con algunos mechones sueltos, para suavizar la severidad del estilo. No hay mechones en esa foto. Miro más cerca. LA SERIE DE JOVENES CONCERTISTAS PRESENTA A MIA HALL.
Hace unos meses, Liz rompió nuestro embargo tácito sobre todas las cosas MIA y me envió un recorte de la revista Todo sobre Nosotros. Pensé que te deberías ver esto, escribió en una nota. Era un artículo titulado «20 de menos de 20» mostrando los próximos genios musicales. Había una página entera sobre Mia, incluyendo una fotografía que apenas pude mirar y el artículo sobre ella que apenas pude leer después de respirar profundamente. La llamaban «heredera aparente de Yo-Yo Ma». Me reí a mi pesar. Mia solía decir que la gente que no tenía idea sobre el cello siempre describía a los chelistas como «el próximo Yo-Yo Ma» porque él era el único punto de referencia. «¿Qué hay de Jacqueline Du Pre?», siempre preguntaba, refiriéndose a su propio ídolo, una talentosa y tempestuosa chelista a la que le habían detectado esclerosis múltiple a la edad de 28 años y murió 15 años después.
El artículo de Todo sobre Nosotros decía que la música de Mia era «de otro mundo» y luego describía muy gráficamente el accidente que había matado a sus padres y pequeño hermano hace 3 años. Eso me sorprendió. Mia nunca hablaba de eso para obtener puntos de simpatía. Pero cuando me obligué a volver a leerlo, me di cuenta que era un compilación de citas y notas de periódicos viejos, pero nada de Mia personalmente.
Me aferré a ese recorte por algunos días, ocasionalmente tomándolo para mirarlo. Tenerlo en mi cartera se sentía como cargar un poco de plutonio. Y seguro que si Bryn me hubiera visto con el artículo sobre Mia, hubieran habido explosiones nucleares. Así que, después de unos días, lo deseche y me obligue a olvidarlo.
Ahora, intento recordar los detalles, recordar si decía algo sobre Mia dejando Juilliard o dando conciertos en Carnegie Hall.
Miro arriba una vez más. Sus ojos aún están ahí, mirándome. Y sé con tanta certeza como puedo saber cualquier cosa en este mundo que ella está tocando aquí esta noche. Lo sé antes de consultar la fecha en el poster y ver que el concierto es para Agosto 13.
Y, antes de que sepa lo que estoy haciendo, antes de que pueda discutir conmigo mismo, racionalizar que es una terrible idea, estoy caminando hacia la taquilla. No quiero verla, me digo a mí mismo, no voy a verla. Sólo quiero escucharla. El letrero en la taquilla dice que los boletos están agotados. Podría anunciar quien soy o hablar al hotel o a Aldous y probablemente obtendría un boleto, pero decido dejarlo a la suerte. Me presento anónimamente, aunque mal vestido, como un joven y pregunto si hay asientos disponibles.
—De hecho, estamos liberando los boletos de último minuto. Tengo uno en la mezzanine al fondo y en un costado. No es una vista ideal, pero es todo lo que hay —dice la chica detrás de la ventanilla.
—No vengo a ver la vista —le digo.
—Eso es lo que yo siempre pienso —me dice, riendo—. Pero la gente es muy particular con estas cosas. Son 25 dólares.
Le doy mi tarjeta de crédito e ingreso al frío y tenuemente iluminado teatro. Me deslizo a mi asiento y cierro mis ojos, recordando la última vez que fui a un concierto a algún lugar tan elegante como este. Hace 5 años, en nuestra primera cita. Justo como sentí aquella noche, estoy lleno de gran anticipación, aun cuando se que no será como esa noche. Esta noche no la besaré. O tocaré. O la veré de cerca.
Esta noche escucharé. Y eso será suficiente.