¿Eres feliz en tu miseria?
¿Descansando tranquilo en la desolación?
Este es el lazo final que nos ata.
La única fuente de mi consuelo.
Blue. Daño Colateral Pista 6
Mia se ha ido.
El puente parece un barco fantasma de otra época incluso mientras se llena con corredores del siglo XXI a estas horas de la mañana.
Y yo, estoy solo de nuevo.
Pero todavía sigo de pie. Todavía estoy respirando. Y de alguna manera, estoy bien.
Pero aún así la pregunta está ganando impulso y volumen: ¿Cómo lo sabe? Porque nunca le dije a nadie lo que le pedí. Ni a las enfermeras. Ni a los abuelos. Ni a Kim. Y tampoco a Mia. Entonces, ¿cómo lo sabe?
Si te quedas, haré lo que quieras. Dejaré la banda, me iré contigo a Nueva York. Pero si necesitas que me aleje de ti, lo haré, también. Quizás volver a tu antigua vida sea demasiado doloroso para ti, quizás te sería más fácil borrarnos a todos. Y eso sería una mierda, pero lo aceptaría. Me siento capacitado para perderte de esa manera, si no te pierdo hoy. Prometo que te dejaré marchar. Pero has de quedarte.
Esa fue mi promesa. Y ha sido mi secreto. Mi carga. Mi vergüenza. Pedirle a ella que se quedara. Que escuchara. Porque después de prometerle lo que le ofrecí, y reproducirle una pieza en cello de Yo-Yo Ma, parecía como si hubiera escuchado. Ella había apretado mi mano y pensé que todo iba a ser como en las películas, pero todo lo que había hecho era apretar. Y se quedó inconsciente. Pero aquel apretón resultó ser su primer movimiento muscular voluntario; que fue seguido por más apretones, luego por sus ojos abriéndose durante una palpitación o dos, y entonces se abrieron por completo. Una de las enfermeras había explicado que el cerebro de Mia era como un pajarito, tratando de empujar su salida de una cáscara de huevo, y que el apretón fue el comienzo de una emergencia que se prolongó durante unos días hasta que despertó y pidió agua.
Cada vez que ella hablaba sobre el accidente, Mia decía que toda la semana era un borrón. Ella no recordaba nada. Y yo no iba a decirle sobre la promesa que había hecho. Una promesa que, al final, me vi obligado a mantener.
Pero ella lo sabía.
No me extraña que me odie.
De un modo extraño, es un alivio. Estoy tan cansado de llevar este secreto conmigo. Estoy tan cansado de sentirme mal por hacerle sentirse viva y sentirme enojado con ella por vivir sin mí y sentirme como un hipócrita por todo el lío.
Me quedo de pie en el puente por un rato, dejándole alejarse, y luego camino los pocos restantes cien pies rampa abajo. He visto docenas de taxis transcurrir por la carretera de abajo, así que aunque no tenga idea de donde estoy, estoy bastante seguro de que encontraré un taxi para llevarme de vuelta a mi hotel. Pero cuando bajo por la rampa, en vez de estar en la salida del tráfico, estoy en una plaza. Señalo a un corredor, un hombre de mediana edad resoplando en el puente, y le pregunto dónde puedo conseguir un taxi, y él me señala hacia un grupo de edificios.
—Usualmente hay una cola de lunes a viernes. No sé cómo estarán los fines de semana, pero estoy seguro de que encontrarás un taxi en alguna parte.
Él llevaba un iPod y sacó los auriculares para hablar conmigo, pero la música todavía estaba sonando. Y es Fugazi. El tipo está inclinándose hacia Fugazi, el mero final de la cola Smallpox Champion. Entonces la canción hace un clic y es reemplazada por Wild Horses de los Rolling Stones. Y la música, es como, no sé, pan fresco en un estómago vacío o un horno de leña en un día frío. Está llegando de los auriculares, llamándome.
El hombre sigue mirándome.
—¿Eres Adam Wilde? ¿De Shooting Star? —pregunta. No como un fan, simplemente por curiosidad.
Se necesita un gran esfuerzo dejar de escuchar la música y darle mi atención. —Sí—. Extiendo mi mano.
—No quiero ser grosero —dice después de estrechar nuestras manos—, ¿pero qué estás haciendo caminando alrededor de Brooklyn un sábado a las seis y media de la mañana? ¿Estás perdido o algo así?
—No, no estoy perdido. Ya no, de todos modos.
Mick Jagger está cantando y prácticamente tengo que morderme los labios para evitar cantar en conjunto. Antes no podía ir a ninguna parte sin mis canciones. Y entonces fue como todo lo demás, lo tomas o lo dejas. Pero ahora lo tomo. Ahora lo necesito. —¿Puedo pedirte un increíblemente enorme y simplemente loco favor?— pregunto.
—¿Está bien?
—¿Me prestas tu iPod? ¿Sólo por hoy? Si me das tu nombre y dirección, te lo enviaré. Te prometo que lo tendrás de vuelta para la carrera de mañana.
Él sacude su cabeza, riendo.
—Una carrera a esta hora de la mañana en un fin de semana es suficiente para mí, pero sí, puedes tomarlo prestado. El timbre de mi edificio no funciona, así que sólo entrégalo a Nick en el Café Southside de la Sexta Avenida en Brooklyn. Estoy allí todas las mañanas.
—Nick. Café Southside. Sexta Avenida. Brooklyn. No lo olvidaré. Lo prometo.
—Te creo —dice, enrollando los cables—. Me temo que no encontrarás a ningún Shooting Star allí.
—Mejor aún. Se lo devolveré esta noche.
—No te preocupes por eso —dice—. La batería estaba completamente cargada cuando me fui así que deberías estar bien por lo menos… una hora. La cosa es un dinosaurio. —Sonríe suavemente. Luego sale corriendo, haciendo un gesto hacia mí sin mirar atrás.
Conecto el iPod; el cual realmente está maltratado. Hago una nota de conseguirle uno nuevo cuando le regrese este. Me desplazo a través de su colección, todo desde Charlie Parker a Minutemen y hasta Yo La Tengo. Él consiguió todas esas listas de reproducción. Elijo el título de «Buenas Canciones». Y cuando el riff de piano en el inicio de la canción Challengers de New Pornographers entra en acción, sé que me he puesto en buenas manos. Las siguientes son algunas de Andrew Bird, seguidas por un estupendo Billy Bragg y la canción Wilco que no he escuchado en años, y luego Chicago de Sufjan Stevens, que es una canción que solía gustarme pero tuve que dejar de escucharla porque siempre me hizo sentir muy agitado. Pero ahora está bien. Es como un baño de agua fría después de sudar la fiebre, ayudando a calmar el picor de todas las preguntas sin respuesta con las que solamente no puedo atormentarme más.
Hago girar el volumen hasta el final, de modo que arruina aún más mis tímpanos cansados de luchar. Que, junto con el ruido de la ciudad de Brooklyn despertando —rejillas de metal rechinando y autobuses resoplando— es muy fuerte. Entonces cuando una voz perfora el ruido, casi no se oye. Pero allí está, la voz que he estado escuchando durante todos estos años.
—¡Adam! —grita.
No lo creí al principio. Apago Sufjan. Miro alrededor. Y entonces allí está, delante de mí ahora, con su rostro surcado de lágrimas. Diciendo mi nombre otra vez, como si fuera la primera palabra que alguna vez he escuchado.
La dejo ir. Realmente lo hice. Pero allí está. Justo frente a mí.
—Pensé que te había perdido. Volví y te busqué en el puente, pero no te vi y pensé que habías vuelto a la parte de Manhattan y tuve esta tonta idea de que podría alcanzarte en un taxi y acecharte del otro lado. Sé que es egoísta. Escuché lo que dijiste allí en el puente, pero no podemos dejarlo así. No puedo. No otra vez. Tenemos que decir adiós de una manera diferente. Apuesto que…
—¿Mia? —interrumpí. Mi voz es un signo de pregunta y una caricia. Esto detiene su balbuceo frío—. ¿Cómo lo sabías?
La pregunta ya está dicha. Ya parece saber exactamente qué es lo que estoy preguntando.
—Oh. Eso —dice—. Es complicado.
Comienzo a darle la espalda. No tengo derecho a preguntarle y ella no está bajo ninguna obligación de decirme.
—Está bien. Estamos bien ahora. Estoy bien.
—No, Adam, espera —dice Mia.
Me detengo.
—Quiero decirte. Necesito decírtelo todo. Sólo pienso que necesito algo de café antes de que pueda juntar todo lo suficiente como para explicarlo.
Me lleva fuera del centro de un distrito histórico, a una panadería en una calle empedrada. Sus ventanas están oscurecidas, la puerta cerrada, por todos los signos el lugar está cerrado. Pero Mía golpea y en un minuto un hombre de cabello tupido y con harina aferrándose a su barba rebelde abre la puerta, le dice bonjour a Mia y besa ambas de sus mejillas. Me presenta a Hassan, que desaparece dentro de la panadería, dejando la puerta abierta así ese tibio aroma a mantequilla y vainilla llenara el aire de la mañana. Vuelve con dos largas copas de café y una bolsa de papel marrón, manchada de mantequilla. Ella me alcanza mi café, y abro la tapa para ver que es negro y humeante, como a mí me gusta.
Es de mañana ahora. Encontramos un banco en el paseo de Brooklyn Heights, otro de los puntos favoritos de Mia, me dice. Esta justo en el Río East, con Manhattan tan cerca que incluso puedes tocarlo. Nos sentamos en silencio, bebiendo nuestro café y comiendo los aún tibios croissants de Hassan. Y se siente tan bien, tan como en los viejos tiempos que parte de mí le gustaría solamente detener el cronómetro mágico y permanecer en este momento por siempre. Excepto que no hay cronómetros mágicos y hay preguntas que necesitan ser respondidas. Mia, de cualquier manera, parece no tener prisa. Bebe, mastica, ve fuera de la ciudad.
Finalmente, cuando hubo tomado su café, se da la vuelta hacia mí.
—No mentía antes cuando dije que no recordaba nada sobre el accidente o después —comenzó—. Pero luego comencé a recordar algunas cosas. No exactamente recordar, pero escuchar detalles de cosas y tenerlos se siente intensamente familiar. Me dije a mi misma que era porque había escuchado las historias una y otra vez, pero no era eso. Pasó hace un año y medio. Entre mi séptimo y octavo terapista.
—¿Así que estás en terapia?
Me da una mirada torcida.
—Por supuesto que sí. Solía ir a través de los psiquiatras como zapatos. Todos me dijeron la misma cosa.
—¿Cuál?
—Que estaba enojada. Furiosa por el accidente. Enojada porque fui la única sobreviviente. Que estaba furiosa contigo. —Me enfrentó con una mirada de disculpa—. Las otras cosas tienen sentido, pero no lo entiendo. Quiero decir, ¿por qué tú? Pero lo estaba. Podía sentir cuán —se detuvo por un segundo—… furiosa estaba —termino suavemente—. Había todos los obvios hijos rae207, como tú me abandonaste, cuanto nos cambió el accidente. Pero eso no se adhiere a la furia letal que sentí tan de repente una vez que me alejé. De verdad pienso, que en algún lugar dentro de mí. Debo haber sabido todo el tiempo que me pediste que me quedara, incluso antes de que lo recordara. ¿Tiene eso algún sentido?
No. Sí. No lo sé. —Nada de esto tiene sentido— digo.
—Lo sé. Así que, estaba enojada contigo. No sabía por qué. Estaba enojada con el mundo. Sabía por qué. Odiaba a todos mis terapistas por ser inútiles. Era esta pequeña bola de furia de autodestrucción, y ninguno de ellos pudo hacer nada más que decirme que era una pequeña bola de furia autodestructiva. Hasta que encontré a Nancy, ninguno de ellos me ayudo tanto como los profesores de Juilliard lo hicieron. Quiero decir, ¡hola! Sabía que estaba enojada. Díganme qué hacer con la furia, por favor. Así que, Ernesto sugirió hipnoterapia. Lo ayudó a dejar de fumar, supongo. —Me codeó en las costillas.
Por supuesto, el señor Perfecto no fumaría. Y por supuesto, sería el que la ayudó a descubrir la razón por la que me odia.
—Tenía un poco de riesgo —continua Mia—. La hipnosis tiende a desbloquear recuerdos ocultos. Algún trauma que es demasiado grande para que la mente consiente la maneje y tienes que pasar a través de una puerta trasera para acceder a ella. Así que me presenté de mala gana a unas cuantas sesiones. No fue lo que había pensado que sería. Sin el amuleto giratorio, sin metrónomo. Era como los ejercicios de imaginación guiada que teníamos que hacer a veces en el campamento. Al principio no sucedió nada, y luego fui a Vermont por el verano y me abandoné. Pero unas semanas después, comencé a tener esos flashes. Flashes Aleatorios. Como si pudiera recordar una cirugía, pudiera realmente escuchar la música específica que los doctores pusieron en la sala de operaciones. Pensé en llamarlos para preguntarles si lo que recordaba era verdad, pero mucho tiempo había pasado y dudaba que lo recordaran. Además. No sentí realmente como si necesitara preguntárselos. Mi padre solía decir que cuando nací me veía totalmente familiar para él, se sintió abrumado con ese sentimiento de que me había conocido toda su vida, lo cual era gracioso, considerando lo poco que me parezco a él o mamá. Pero luego tuve mi primer recuerdo, sentí esa misma certeza, de que eran reales y míos. No puse las piezas completamente juntas hasta que estaba trabajando en una pieza para violonchelo, un montón de recuerdos aparecen cuando estoy tocando, de cualquier forma, era Gershwin, andante con moto y poco rubato.
Abro mi boca para decir algo pero a lo primero nada sale. —Yo te toqué esa— digo finalmente.
—Lo sé. —No parece sorprendida por mi confirmación.
Me inclino hacia adelante y pongo la cabeza entre las rodillas, respiro profundamente. Siento la mano de Mia tocar gentilmente la parte de atrás de mi cuello.
—¿Adam? —Su voz es tentativa—. Hay más. Y aquí es cuando se torna un poco más atemorizante. Tiene un sentido certero para mí que mi mente de alguna manera grabó las cosas que estaban pasando alrededor de mi cuerpo mientras estaba inconsciente. Pero hubo otras cosas, otros recuerdos…
—¿Como qué? —Mi voz es un susurro.
—La mayor parte es confusa, pero tengo certeros y fuertes recuerdos de cosas que no podría haber sabido porque no estaba allí. Tengo este recuerdo. Es de ti. Está oscuro. Y este parado fuera de la entrada del hospital debajo de las luces, esperando a verme. Estás usando tu chaqueta de cuero. Como si estuvieras buscándome. ¿Hiciste eso?
Mia toma mi barbilla y levanta mi cara, al parecer en busca de alguna confirmación de que este momento era real. Quiero decirle que tiene razón, pero he perdido completamente la capacidad de hablar. Mi expresión, de cualquier forma, parece ofrecerle la confirmación que estaba buscando. Asiente con la cabeza suavemente.
—¿Cómo? ¿Cómo, Adam? ¿Cómo puedo saber eso?
No estoy seguro de si es una pregunta retórica o si piensa que puedo tener una pista de su misterio metafísico. Y no estoy en condiciones de responder tampoco porque estoy llorando. No me doy cuenta de ello hasta que siento el sabor de la sal contra mis labios. No puedo recordar la última vez que había llorado pero, una vez que acepté la mortificación de que estoy lloriqueando como un niño, las compuertas se abren y estoy sorbiendo ahora, en frente de Mia. En frente de todo el maldito mundo.