Capítulo 16


Cruzaste el agua, me dejaste en tierra.

Me mató lo suficiente, pero querías más.

Volaste el puente, un terrorista loco.

Saludaste desde tu lado, me lanzaste un beso.

Comencé a seguirte pero fue demasiado tarde.

No había nada más que aire debajo de mis pies.

Puente. Daño colateral Pista 4


Dedos de luz están empezando a abrir el cielo nocturno. Pronto saldrá el sol e indiscutiblemente un nuevo día comenzará. Un día en el que yo me voy a Londres y Mia a Tokio. Siento la cuenta atrás del reloj marcando como una bomba de tiempo.

Ahora estamos en el puente de Brooklyn, y aunque Mia no lo ha dicho de manera específica, siento que esta debe ser la última parada. Es decir, nos vamos de Manhattan, y no es como el viaje de ida y vuelta que da el ferry a Staten y luego vuelve. Además, Mia ha decidido, creo, que desde que ella sacó algunas confesiones, ahora es mi turno. A mitad de camino a través del puente, se detiene de repente y se vuelve hacia mí.

—Entonces, ¿qué pasa contigo y la banda? —pregunta.

Hay un viento cálido que sopla, pero de repente me siento frío.

—¿Qué quiere decir con «qué pasa»?

Mia se encoge de hombros. —Algo pasa. Es lo que puedo decir. Apenas hablaste de ellos durante toda la noche. Ustedes solían ser inseparables, y ahora ni siquiera viven en el mismo estado. ¿Y por qué no se han ido a Londres juntos?.

—Te lo dije, transporte.

—¿Qué era tan importante que no podrían haber esperado una noche por ti?

—Tuve que… tuve que hacer algunas cosas. Ir al estudio y extender algunas pistas de guitarra.

Mia me mira con escepticismo.

—Pero estás de gira para un nuevo álbum. ¿Por qué estás aún grabando?

—Una versión de promoción de uno de nuestros singles. Más de esto —le digo, frunciendo el ceño mientras froto dos dedos juntos en un movimiento que señala dinero.

—¿Pero ustedes no solían grabar juntos?

Sacudo la cabeza.

—No funciona así en realidad, ya no más. Y, además, tenía que hacer una entrevista con Shuffle.

—¿Una entrevista? ¿Sin la banda? ¿Sólo contigo? Eso es lo que no entiendo.

Vuelvo a pensar en el día anterior. En Vanessa LeGrande. Y de la nada, estoy recordando la letra de Puente y me pregunto si tal vez hablar de esto con Mia Hall por encima de las oscuras aguas del Río East, es una buena idea. Por lo menos ya no es viernes trece.

—Sí. Eso es un poco cómo funciona en estos días también —le digo.

—¿Por qué sólo te quieren a ti? ¿Sobre qué quieren saber?

Realmente no quiero hablar sobre esto. Sin embargo, Mia es como un sabueso, rastreando un olor, y la conozco suficientemente bien como para saber que puedo tirarle un pedazo de carne sangrienta, o dejar que huela a su manera la verdadera pila de pestilentes cadáveres. Voy por la diversión.

—En realidad, esa parte es un poco interesante. La periodista, ella preguntó sobre ti.

—¿Qué? —Mia se gira para quedar frente a mí.

—Ella me estaba entrevistando y preguntó acerca de ti. Acerca de nosotros. Acerca de la escuela secundaria.

Saboreé la mirada de asombro en la cara de Mia. Pienso en lo que dijo antes, sobre su vida en Oregón estando a una vida de distancia. Bueno, tal vez no está a toda una vida de distancia.

—Es la primera vez que pasa. Una coincidencia extraña, considerando todas las cosas.

—Ya no creo en las coincidencias.

—No te dije nada, pero había conseguido el viejo anuario de Puma. La imagen nuestra de «El Genial y la Friki».

Mia sacude la cabeza.

—Sí, también amo ese apodo.

—No te preocupes. Yo no he dicho nada. Y para asegurarme, rompí su grabadora. Destruí todas las pruebas.

—No todas las pruebas. —Ella me mira fijamente—. El Puma vive. Estoy segura de que Kim estará encantada al saber que tal vez sus primeros trabajos puedan aparecer en una revista nacional. —Ella sacude la cabeza y se ríe—. Una vez que Kim te tiene en la mira, estás atrapado por siempre. Por lo tanto, fue inútil destruir la grabadora de esa periodista.

—Lo sé. Yo solo me perdí. Ella era una persona muy provocativa, y estaba tratando de conseguir que yo me sublevara con todos estos insultos-disfrazado-de-cumplidos.

Mia asiente con la cabeza entendiendo. —Me ha pasado también. ¡Es lo peor! «Me fascinó el Shostakovich que tocó esta noche. Mucho más tenue que la de Bach»— dice en una voz altanera. —Traducción: El Shostakovich apestó.

No me puedo imaginar a Shostakovich apestando. Nunca. Pero no la voy a contradecir en este terreno que tenemos en común.

—Así que ¿Qué quería saber acerca de mí?

—Ella tenía planes de hacer esta gran exposición, supongo, de lo que hace que Shooting Star esté en su momento. Y fue excavando alrededor de nuestra ciudad y habló con quienes fuimos a la secundaria. Y ellos le contaron acerca de nosotros… acerca de… sobre lo que fuimos. Y sobre ti y lo que pasó… —Me desvanecí poco a poco. Miré hacia el río, a una barcaza que pasaba, que a juzgar por su olor llevaba basura.

—¿Y qué pasó en realidad? —preguntó Mia.

No estoy seguro si esto es una pregunta retórica, por lo que fuerzo mi voz en un acento de broma.

—Sí, eso es lo que aún estoy tratando de averiguar.

Se me ocurre que esto es tal vez lo más honesto que he dicho durante toda la noche, pero la forma en que lo he dicho lo transforma en una mentira.

—Sabes, mi manager me advirtió que el accidente podría obtener una gran cantidad de atención y elevar mi perfil, pero no pensé que la conexión contigo sería un problema. Quiero decir, lo hice al principio. En cierto modo me esperaba que alguien buscara fantasmas de novias pasadas. Pero creo que no era lo suficientemente interesante en comparación con tus otras, bueno, tus otros archivos adjuntos.

Ella piensa que es por eso que ninguno de los periodistas la ha molestado, porque ella no es tan interesante como Bryn, de la que supongo sabe. Si solo supiera cómo el círculo interno de la banda se ha echado hacia atrás para mantener su nombre fuera de los asuntos, de no tocar la herida que florece en la mera mención de ella. Que justo en este momento hay puntos en los contratos de las entrevistas que dictan toda una franja de temas de conversaciones prohibidas, que aunque no esté su nombre en concreto, se trata sobre omitirla del registro. De la protección de ella. Y mía.

—Creo que la secundaria es en realidad historia pasada —concluye.

¿Historia pasada? ¿De verdad nos relegó al basurero «un montón de tontos romances de secundaria»? Y si ese es el caso, ¿por qué demonios no puedo hacer lo mismo?

—Sí, bueno, tú más yo, somos como MTV más Lifetime —digo, con tanta desenvoltura de la que soy capaz—. Dicho de otro modo, Carnada de tiburón.

Ella suspira.

—Oh, bueno. Supongo que incluso los tiburones tienen que comer.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Es sólo que, yo particularmente no quiero que mi historia familiar sea arrastrada al ojo público, pero si ese es el precio a pagar por hacer lo que amas, creo que lo voy a pagar.

Y estamos de vuelta a esto. La idea de que la música puede hacer que todo valga la pena; me gustaría creerlo. Pero no puedo. Ni siquiera estoy seguro de lo que he hecho. No es la música la que me da ganas de levantarme cada día y tomar otra respiración. Me aparto de ella hacia las oscuras aguas de abajo.

—¿Qué pasa si no es lo que amas? —digo entre dientes, pero mi voz se pierde en el viento y el tráfico. Pero por lo menos lo he dicho en voz alta.

He hecho un avance.

Necesito un cigarrillo. Me apoyo en la barandilla y miro alto, a la ciudad hacia un trío de puentes. Mia se para detrás de mí, mientras torpemente trato de conseguir que mi encendedor funcione.

—Deberías dejarlo —dice, tocándome suavemente el hombro.

Por un segundo, creo que significa la banda. Que ella ha oído lo que he dicho antes y me dice que renuncie a Shooting Star, salir de la industria de la música. Sigo esperando que alguien me aconseje salir del negocio de la música, pero nadie lo hace. Entonces recuerdo que hace un rato, ella me dijo lo mismo, justo antes de fumarse un cigarrillo.

—No es tan fácil —le digo.

—Y una mierda. —Mia dice con una honradez que al instante me recuerda a su madre, Kat, quien usaba su certeza como una chaqueta de cuero destartalada y que tenía una boca que podría hacer sonrojar a un camionero—. Dejarlo no es duro. La decisión de dejarlo es difícil. Una vez que te haces la idea, el resto es fácil.

—¿En serio? ¿Esa es la forma en que me dejaste?

Y así, sin pensar, sin decirlo en mi cabeza, sin discutirlo conmigo mismo por días, sale.

—Entonces —dice ella, como si le estuviera hablando a una audiencia debajo del puente—. Por fin lo dijo.

—¿Se supone que no lo hiciera? ¿Pretendías que debería haber dejado pasar esta noche sin hablar sobre lo que hiciste?

—No —dice en voz baja.

—¿Entonces por qué? ¿Por qué te fuiste? ¿Fue a causa de las voces?

Niega con la cabeza.

—No fueron las voces.

—Entonces, ¿qué? ¿Qué fue? —Oigo la desesperación de mi propia voz ahora.

—Fue un montón de cosas. Así cómo no podías ser tú mismo a mí alrededor.

—¿De qué estás hablando?

—Me dejaste de hablar.

—Eso es absurdo, Mia. ¡Hablaba contigo todo el tiempo!

—Hablabas conmigo, pero no lo hacías. Podía verte tener estas dobles conversaciones. Las cosas que querías decirme. Y las palabras que finalmente salían.

Pienso en todas las dobles conversaciones que tengo. Con todo el mundo. ¿Es ahí cuando empezó?

—Bueno, tú no eras precisamente fácil para hablar —le disparo de vuelta—. Todo lo que decía era un error.

Ella me mira con una sonrisa triste.

—Lo sé. No fuiste solamente tú. Era yo contigo. Éramos nosotros.

Yo solo sacudo mi cabeza.

—Eso no es verdad.

—Sí, lo es. Pero no te sientas mal. Todo el mundo caminaba como en cáscaras de huevo cuando estaban alrededor mío. Pero contigo, me dolía que no pudieras ser real conmigo. Quiero decir, apenas me tocabas.

Como para reforzar el punto, coloca dos dedos en el interior de mi muñeca. Donde el humo se eleva y las huellas de sus dos dedos dejan una marca en mí, no me sorprende en lo más mínimo. Tengo que apartarme sólo para estabilizarme.

—Estabas sanando —es mi respuesta patética—. Y si mal no recuerdo, cuando lo intentamos, enloqueciste.

—Una vez —dice—. Una vez.

—Lo único que quería era que estuvieras bien. Todo lo que quería era ayudarte. Habría hecho cualquier cosa.

Ella deja caer la barbilla contra el pecho.

—Sí, lo sé. Querías rescatarme.

—Maldita sea, Mia. Lo dices que como si fuera algo malo.

Ella me mira. La simpatía se encuentra todavía en sus ojos, pero hay algo más ahora, también: una fiereza; esta rebana mi ira y la reconstituye como temor.

—Estabas tan ocupado tratando de ser mi salvador que me dejaste sola —dice—. Sé que estabas tratando de ayudar, pero me sentía, a la vez, como si estuvieras apartándome, ocultándome cosas por mi propio bien y convirtiéndome en más que una víctima. Ernesto dice que las buenas intenciones de las personas pueden terminar poniéndonos en cajas como limitándonos en ataúdes.

—¿Ernesto? ¿Qué diablos es lo que sabe al respecto?

Mia traza la brecha entre los tablones de madera del paseo marítimo con la punta de su pie.

—Mucho, en realidad. Sus padres murieron cuando tenía ocho años. Fue criado por sus abuelos.

Yo sé que lo que debo sentir es simpatía. Pero la rabia sólo se apodera de mí. —¿Qué? ¿Hay algún club?— pregunto, mi voz empieza a agrietarse. —¿Un club de duelo al que no puedo entrar?

Espero que ella me diga que no. O que soy un miembro.

Después de todo, los he perdido, también. Excepto que incluso en aquel entonces, había sido diferente, como si hubiera habido una barrera. Esa es la cosa que nunca esperas sobre el duelo, cuán competitiva es. Porque no importa cuán importante habían sido para mí, sin importar cuán apenados dicen las personas que estaban, Denny y Kat y Teddy no eran mi familia, y de repente esa distinción importaba.

Al parecer, todavía lo hace. Porque Mia se detiene y considera mi pregunta.

—Tal vez no un club de duelo. Sino un club de culpa. De ser dejado atrás.

¡Oh, no me hables de culpa! Mi sangre corre espesa con ello. En el puente, ahora siento las lágrimas venir. La única manera de mantenerlas a raya es encontrar la rabia que me ha sostenido y empujar de regreso con ella.

—Pero podrías habérmelo dicho, al menos —digo, mi voz se elevaba a un grito—. En lugar de dejarme como una aventura de una noche, podrías haber tenido la decencia de romper conmigo en lugar de dejarme preguntándome por tres años…

—Yo no lo planeé —dice ella, su propio tono elevándose—. Yo no subí a ese avión pensando que habíamos terminado. Eras todo para mí. A pesar de lo que estaba ocurriendo, yo no creía lo que estaba ocurriendo. Pero si sucedía. Sólo el estar aquí, estar lejos, fue todo mucho más fácil de una manera que no había previsto. De una manera que no pensé que mi vida podría ser más. Fue un gran alivio.

Pienso en todas esas chicas cuyas espaldas no podía esperar para ver en retirada. Cómo una vez que su sonido y su olor y sus voces se habían ido, sentí que todo mi cuerpo se relajaba. Una gran parte del tiempo Bryn entró en esta categoría. ¿Así es como mi ausencia se sintió para Mia?

—Yo pensaba decirte —continúa, las palabras saliendo ahora en un revoltijo sin aliento—, pero al principio estaba muy confundida. Yo ni siquiera sabía lo que estaba sucediendo, sólo que me sentía mejor sin ti y, ¿cómo podía explicarte eso? Y luego pasó el tiempo, no me llamaste, cuando no insististe, me imaginé que tú, de todas las personas, entenderías. Sabía que estaba siendo una cobarde. Pero pensé… —Mia tropieza por un segundo y entonces recobra la compostura—. Pensé que se me estaba permitido. Y que tú lo entendías. Quiero decir, parece que lo hacías. Escribiste: Ella dice que tengo que elegir: elegirte, o elegirme. Ella es la última en pie. No sé. Cuando escuché Rullet simplemente creí que entendías. Que estabas enojado, pero sabías. Yo me tenía que elegir.

—¿Esa es tu excusa para dejarme sin decir una palabra? Eso es cobarde, Mia. ¡Y además es cruel! ¿Es eso en lo que te has convertido?

—Tal vez así era quien tenía que ser por un tiempo —solloza—. Y lo siento. Sé que debería haberte contactado. Debería haberte explicado. Pero no eras del todo accesible.

—Oh, tonterías, Mia. Soy inaccesible para la mayoría de las personas. ¿Pero para ti? Dos llamadas telefónicas y podrías haberme localizado.

—No lo sentí de esa manera —dijo—. Eras este… —se desvanece, imitando una explosión, al igual que Vanessa LeGrande había hecho antes en el día—. Fenómeno. No una persona más.

—Eso es un montón de basura y deberías saberlo. Y, además, eso fue a más de un año después de que te fuiste. Un año. Un año en el que estuve acurrucado en una bola de miseria en la casa de mis padres, Mia. ¿O te olvidaste de ese número de teléfono, también?

—No. —La voz de Mia es plana—. Pero no podía llamarte en un principio.

—¡¿Por qué?! —le grito—. ¿Por qué no?

Mia me enfrenta ahora. El viento está azotando su cabello de esta manera en la que se ve como una especie de bruja mística, bella, poderosa, y escalofriante al mismo tiempo. Ella niega con la cabeza y comienza a alejarse.

¡Oh, no! Hemos llegado hasta aquí por el puente. Ella puede volar la maldita cosa si quiere. Pero no sin decirme todo. Yo la agarro, le doy la vuelta para que me enfrente.

—¿Por qué no? Dime. ¡Me debes esto!

Ella me mira, directamente a los ojos. Tomando un objetivo. Y luego aprieta el gatillo.

—Porque yo te odiaba.

El viento, el ruido, todo, sólo se queda en silencio por un segundo, y yo me quedo con un sordo zumbido en el oído, como después de un disparo, como después de que un monitor de corazón cae en una línea plana.

—¿Me odiabas? ¿Por qué?

—Hiciste que me quedara. —Ella lo dice en voz baja, y casi se pierde en el viento y en el tráfico y no estoy seguro de que la he escuchado. Pero luego lo repite esta vez más fuerte—. ¡Hiciste que me quedara!

Y ahí está. Un profundo abismo a través de mi corazón, lo que confirma que una parte de mí siempre lo ha sabido.

Ella lo sabe.

La electricidad en el aire ha cambiado; es como se pudieras sentir los iones bailando.

—Aún me despierto cada mañana y por un segundo se me olvida que no tengo más a mi familia —me dice—. Y entonces recuerdo. ¿Sabes lo que es eso? Una y otra vez. Hubiera sido mucho más fácil… —Y de repente, su fachada de calma se rompe y comienza a llorar.

—Por favor —levanto mis manos—. Por favor, no…

—No, tienes razón. ¡Tienes que dejarme decir esto, Adam! Tienes que escucharlo. Hubiera sido más fácil morir. No es que quiera estar muerta ahora. No lo hago. Tengo mucho en mi vida por lo que siento satisfacción, que me encanta. Pero algunos días, sobre todo al principio, era tan difícil. Y no podía dejar de pensar que hubiera sido mucho más sencillo ir con el resto de ellos. Pero tú… me pediste que me quedara. Me rogaste que me quedara. Te impusiste sobre mí y me hiciste una promesa, tan sagrada como cualquier voto. Y puedo entender por qué estás enojado, pero no me puedes culpar. No me puedes odiar por tomarte la palabra.

Mia está llorando ahora. Estoy atormentado por la pena, porque yo la reduje a esto.

Y de repente, lo entiendo. Entiendo por qué me llamó a ella en el teatro, por qué vino a mí una vez que me fui de su camerino. De esto es lo que la gira de despedida realmente se trata… Mia completando la ruptura que comenzó hace tres años.

Dejándolo ir. Todos hablan de ello como si fuera la cosa más fácil. Desplegar tus dedos uno por uno hasta que tu mano está abierta. Pero mi mano se ha cerrado en un puño desde hace tres años; está firmemente cerrada. Todo en mí está firmemente cerrado. Y a punto de apagarse por completo.

Miro hacia el agua. Hace un minuto estaba en calma y cristalina pero ahora es como si el río se hubiera abierto, agitándose, un torbellino de violencia. Es ese vórtice, que amenaza con tragarme entero. Me voy a ahogar en él, sin alguien, nadie en la oscuridad conmigo.

La he culpado de todo esto, por irse, por arruinarme. Y tal vez eso fue la semilla de esto, pero de esa pequeña semilla creció esta especie de tumor de planta con flores.

Y yo soy el que la nutre. La riego. Me preocupo por ella.

Mordisqueo las bayas de su veneno. La dejé envolverse alrededor de mi cuello, asfixiándome. Yo he hecho eso. Por mí mismo. Todo por mí cuenta.

Miro al río. Es como si las olas son de cincuenta pies de altura, ahora rompiéndose en mí, tratando de tirarme del puente hacia las aguas.

—¡No puedo seguir con esto! —grito mientras las olas carnívoras vienen por mí.

Una vez más, grito. —¡No puedo seguir con esto!—. Estoy gritándole a las olas y a Liz y a Fitzy y a Mike y a Aldous, a los ejecutivos de la discográfica y a Bryn y a Vanessa y a los paparazzi y a las chicas en las camisetas de la Universidad de Michigan y a los exhibicionistas en el metro y a todos los que quieren un pedazo de mí cuando no hay piezas suficientes para todos. Pero sobre todo lo estoy gritando para mí mismo.

—¡NO PUEDO SEGUIR CON ESTO! —grito lo más fuerte que he gritado en mi vida, tan fuerte que mi aliento esté derribando árboles en Manhattan, estoy seguro de ello. Y mientras batallo con las olas invisibles y los vórtices imaginarios y los demonios que son muy reales y de mi propia creación, en realidad siento que algo en mi pecho se abre, un sentimiento tan intenso que es como si mi corazón está a punto de estallar. Y solo lo dejo salir. Sólo lo dejó escapar.

Cuando miro hacia arriba, el río es un río de nuevo. Y mis manos, las cuales habían estado agarrando la baranda del puente tan fuerte que mis nudillos estaban blancos, se han aflojado.

Mia está a poca distancia, caminando hacia el otro extremo del puente. Sin mí.

Ahora lo entiendo.

Tengo que cumplir mi promesa. La promesa de dejarla ir.

De realmente dejarla ir. Para que podamos seguir los dos.