Estoy bastante seguro de que cuando los bebés nacen en Oregón, salen del hospital con certificados de nacimiento, y diminutos sacos de dormir. Todo el mundo en el estado sale a acampar.
Los hippies y los campesinos sureños. Los cazadores y los abraza árboles. La gente rica. La gente pobre. Incluso los músicos de rock. Especialmente los músicos de rock. Nuestro grupo había perfeccionado el arte del acampar punkrock, tirando un montón de basura en la camioneta con, como una hora de aviso, y sólo conduciendo hacia las montañas, donde tomábamos cerveza, quemábamos los alimentos, y tocábamos nuestros instrumentos alrededor de la fogata con un saco de dormir fuera, bajo el cielo abierto. A veces, en la gira, de vuelta a los primeros días de la miseria, acampábamos como una alternativa a dormir en las infestadas casas de rock and roll.
No sé si es porque no importa donde vivas, la naturaleza nunca está tan lejos, pero simplemente parecía como si todo el mundo en Oregón acampara.
Todo el mundo, eso era, a excepción de Mia Hall.
—Yo duermo en camas. —Fue lo que Mia me dijo la primera vez que la invité a ir a acampar un fin de semana. A lo que me ofrecí a llevar uno de esos colchones inflables, pero aun así lo había rechazado. Kat me había oído tratando de persuadir a Mia, y se había reído.
—Buena suerte con eso, Adam. —Había dicho ella—. Denny y yo llevamos a acampar a Mia cuando era una bebé. Planeamos pasar una semana en la costa, pero ella gritó por dos días seguidos y tuvimos que volver a casa. Es alérgica a acampar.
—Es cierto —dijo Mia.
—Yo voy. —Teddy se había ofrecido—. Sólo he ido a acampar en el patio trasero.
—¡Eres un blando!
—¡Lo dice la chica que está asustada de acampar!
Ella se rio entre dientes. La halé más cerca, queriendo erradicar cualquier espacio entre nuestros cuerpos. Quité el pelo de su cuello, y acerqué mi rostro a él.
—Ahora me debes una embarazosa historia de tu niñez —le murmuré al oído.
—Todas mis historias embarazosas aún están pasando.
—Tiene que haber una que no sepa.
Se quedó en silencio por un tiempo y luego dijo: Mariposas.
—¿Mariposas?
—Me aterraban las mariposas.
—¿Qué pasa contigo y la naturaleza?
Tembló en una silenciosa risa.
—Lo sé —dijo.
—¿Y acaso puede haber una criatura menos amenazadora? Ellas sólo viven, como, dos semanas. Pero solía volverme loca cada vez que miraba una. Mis padres hicieron todo lo que pudieron para ayudarme: me compraron libros de mariposas, ropa con mariposas, pusieron posters de mariposas en mi habitación. Pero nada funcionó.
—¿Acaso fuiste atacada por una bandada de monarcas? —pregunté.
—No —dijo—. Abue tenía una teoría detrás de mi fobia. Ella dijo que un día yo iba a tener que pasar por una metamorfosis como un gusanito volviéndose mariposa y que eso me asustaba, entonces, las mariposas me asustaban.
—Eso suena a tu abuela. ¿Cómo te recuperaste de tu miedo?
—No lo sé. Simplemente decidí no tener miedo de ellas y un día ya no lo tenía.
—Fíngelo hasta que lo logres.
—Algo como eso.
—Podrías intentarlo con acampar.
—¿Tengo que hacerlo?
Nah. Pero me alegra que hayas venido.
Ella se volteó para encararme. Estaba casi completamente oscuro en la tienda, pero podía ver sus ojos negros brillando.
—A mí también. Pero ¿tenemos que dormir? ¿Podemos quedarnos así por un tiempo?
—Toda la noche si quieres. Le contaremos nuestros secretos a la oscuridad.
—De acuerdo.
—Entonces, escuchamos otro de tus miedos irracionales.
Mia me tomó del brazo, y se acercó a mi pecho, como si estuviera enterrando su cuerpo con el mío.
—Tengo miedo de perderte —dijo en una voz muy suave.
La empujé lejos para poder ver su rostro y la besé en la cabeza.
—Dije miedos «irracionales». Porque eso nunca va a pasar.
—Igual me asusta —murmuró. Pero luego ella contó su lista de cosas extrañas a las que le tenía miedo y yo hice lo mismo, y seguimos murmurándonos entre nosotros, contando historias sobre nuestra niñez, muy, muy entrada la noche, hasta que Mia olvidó tener miedo y se quedó dormida.
El clima se volvió frío unas semanas después, y ese invierno fue en el que Mia tuvo su accidente. Entonces esa fue la última vez que fui a acampar y aún si no lo fuera, aún seguiría pensando que fue el mejor viaje de mi vida. Cada vez que lo recuerdo, sólo imagino nuestra tienda, un pequeño bote navegando en la oscuridad, y el sonido de los murmullos de Mia y los míos sonando como notas musicales, flotando en un mar a la luz de la luna.
El abuelo te saca todos los meses —respondió Denny—. Y yo te he llevado. Simplemente no has acampado con todos nosotros como una familia. —Le había dado un vistazo a Mia. Ella simplemente rodó sus ojos hacia él.
Así que me sorprendió cuando Mia estuvo de acuerdo en ir a acampar. Fue en el verano antes de su último año de escuela secundaria y mi primer año de universidad, y apenas nos habíamos visto el uno al otro. Las cosas con la banda habían comenzado realmente a calentarse, por lo que había estado de gira por gran parte de ese verano, y Mia se había alejado en su campamento de banda, y luego visitando a parientes. Debe haber estado extrañándome mucho. Era la única explicación que me podía imaginar para que cediera.
Sabía que no debía confiarme en la forma punk rock de acampar. Así que pedí prestada una tienda. Y una de esas cosas de espuma para dormir. Y empaqué una hielera llena de comida. Quería hacer todo bien, aunque para ser honesto, no tenía muy claro por qué Mia estaba tan en contra de acampar en primer lugar —no era una chica remilgada, ni de cerca; esta era una chica a la que le gustaba jugar baloncesto a medianoche— así que no tenía idea de si las comodidades serían de ayuda.
Cuando fui a recogerla, toda su familia salió para despedirnos, como si nos fuéramos en un viaje a través del país en lugar de una excursión de veinticuatro horas.
Kat me saludó.
—¿Qué has empaquetado, para la comida? —preguntó.
—Sándwiches. Fruta. Para esta noche, hamburguesas, frijoles horneados, smores. Estoy probando con la auténtica experiencia de acampada.
Kat asintió con la cabeza, toda seria.
—Bien, aunque es posible que quieras darle de comer los smores en primer lugar si ella se pone irritable. Además, te guardé algunas provisiones. —Me dio una bolsa Ziploc de dos litros—. En caso de emergencia, rompe el cristal.
—¿Qué es todo esto?
—Now and Laters. Starburst. Pixie Stix. Si se pone demasiado perra, sólo dale de comer esta basura. Siempre y cuando el azúcar esté alto, tú y la vida silvestre deberían estar seguros.
—Bueno, gracias.
Kat negó con la cabeza.
—Eres un hombre más valiente que yo. Buena suerte.
—Sí, la vas a necesitar —dijo Denny. Entonces, él y Kat se miraron a los ojos por un segundo, y comenzaron a reírse.
Había un montón de lugares para acampar a una distancia de una hora en coche, pero yo quería llevarnos a un sitio un poco más especial, así que conduje profundamente en las montañas, a este lugar en un antiguo camino forestal, en el que había estado muchas veces cuando era niño.
Cuando salimos del camino a un camino de tierra, Mia preguntó:
—¿Dónde está el campamento?
—Los campamentos son para los turistas. Acamparemos solos.
—¿Acampar solos? —Su voz se elevó en alarma.
—Relájate, Mia. Mi padre solía entrar por aquí. Conozco estos caminos. Y si estás preocupada acerca de las duchas y esas cosas…
—No me importan las duchas.
—Bien, porque tenemos nuestra propia piscina privada. —Apagué el coche, y le mostré a Mia el lugar. Estaba justo junto al río, donde había una pequeña entrada de agua estancada tranquila y cristalina. La vista estaba libre en todas las direcciones, nada más que pinos y montañas, como una gigante postal publicitaria diciendo ¡Oregón!
—Es bonito —reconoció Mia, de mala gana.
—Espera a ver la vista desde la cima de la cresta. ¿Estás preparada para dar un paseo?
—Mia asintió con la cabeza. Cogí unos bocadillos, agua, y dos paquetes de Now and Laters de sandía, y subimos por el sendero, perdiendo el tiempo, leímos nuestros libros bajo un árbol. Para el momento en que volvimos, anochecía.
—Será mejor que arme la tienda —le dije.
¿Necesitas ayuda?
—No. Tú eres la invitada. Relájate. Lee un libro o algo.
—Si tú lo dices.
Puse las piezas de la tienda prestada en el suelo, y comencé a conectar los palos. Pero la tienda era uno de esos modelos novedosos, donde todos los palos están en un rompecabezas gigante, no como las simples tiendas antiguas que había crecido montando. Después de media hora, todavía estaba luchando con ella. El sol se hundía detrás de las montañas, y Mia dejó el libro. Estaba mirándome, una sonrisa un poco perpleja en su cara. —¿Estás disfrutando de esto?— le pregunté, sudando en la noche fría.
—Por supuesto. Si yo hubiera sabido que sería así, hubiera aceptado venir tiempo atrás.
—Me alegro de que lo encuentres tan divertido.
—Oh, sí. Pero ¿estás seguro de que no te gustaría algo de ayuda? Vas a necesitar que sostenga una linterna si se toma mucho más tiempo.
Suspiré. Levanté las manos en señal de rendición.
—Estoy siendo superado por una pieza de artículos deportivos.
—¿Tu oponente tiene instrucciones?
—Probablemente las tenía en algún momento.
Ella sacudió la cabeza, se levantó, y cogió la parte superior de la tienda de campaña.
—Está bien, tú tomas esta punta. Yo voy a hacer esta punta. Creo que esta parte de abajo se enrolla en esta parte superior.
Diez minutos más tarde tuvimos la carpa montada y estacada hacia abajo. Recogí algunas piedras y algunas astillas para agregarle al hueco del fuego, junto con la leña que encendí para la fogata. Nos preparé hamburguesas en una sartén sobre el fuego y frijoles cocidos directamente en la lata.
—Estoy impresionada —dijo Mia.
—¿Así que ahora te gusta acampar?
—Yo no dije eso —dijo ella, pero estaba sonriendo.
Fue sólo hasta más tarde, después de que tuvimos la cena, smores, lavamos nuestra vajilla en el río iluminado por la luna, y que toque un poco de guitarra alrededor de la fogata, mientras Mía tomaba sorbos de té y masticaba un paquete de Starburst, que finalmente entendí el problema de Mía con acampar.
Eran quizás las diez de la noche, pero en horario de campamento, eran como las dos de la madrugada. Nos metimos en nuestra tienda, acurrucados en un saco de dormir doble. Jale a Mía hacía mí.
—¿Quieres saber la mejor parte de acampar?
Sentí todo su cuerpo tensarse, no en una buena manera.
—¿Qué fue eso? —murmuró.
—¿Qué fue qué?
—Oí algo —dijo ella.
—Probablemente sólo es un animal —dije.
Ella encendió la linterna.
—¿Cómo sabes eso?
Tomé una linterna y la alumbré con ella. Sus ojos eran enormes.
—¿Estas asustada?
Bajó su mirada y apenas asintió con su cabeza.
—Por lo único que necesitas preocuparte son los osos, y ellos sólo están interesados en la comida, que es la razón de que la guardáramos toda en el coche —le aseguré.
—No estoy asustada de los osos —dijo Mia desdeñosamente.
—Entonces, ¿qué es?
—Yo, yo me siento como un objetivo perfecto aquí afuera.
—¿Objetivo perfecto para quién?
—No lo sé, personas con armas. Todos esos cazadores.
—Eso es ridículo. La mitad de Oregón caza. Toda mi familia caza, y ellos cazan animales no campistas.
—Lo sé —dijo con una vocecita—. No es eso realmente… simplemente me siento indefensa. Es sólo, no lo sé, el mundo parece tan grande cuando estas al aire libre. Es como si no tuvieras un lugar, como cuándo no tienes un hogar.
Tu lugar está justo aquí —le susurré, recostándola y abrazándola más cerca.—
Se acurrucó cerca de mí.
—Lo sé —suspiró—. ¡Qué fenómeno! La nieta de un retirado biólogo del Servicio Forestal a la que le asusta acampar.
—Eso es sólo la mitad. Tú eres una chelista clásica con padres que son viejos rockeros y punks. Eres un completo fenómeno. Pero eres mí fenómeno.
Nos recostamos en silencio por un tiempo. Mia apago la linterna y se movió más cerca.
—¿Cazaste de niño? —murmuró—. Nunca te oí mencionarlo.
—Solía salir con mi papá —le murmuré de vuelta.
Aun cuando éramos las únicas personas en kilómetros, algo acerca de esa noche demandaba que habláramos en tonos silenciosos.
—Él siempre decía que cuando tuviera doce, me daría un rifle por mi cumpleaños y me enseñaría a disparar. Pero cuando tenía nueve, me fui con algunos primos mayores y uno de ellos me prestó su rifle. Y seguramente fue suerte de principiantes porque le dispare a un conejo. Mis primos se volvieron locos. Los conejos son animales pequeños, y rápidos, e incluso es difícil para cazadores expertos poder matarlos, y yo le di a uno en mi primer intento. Querían llevárselo de vuelta para enseñárselo a todo el mundo y tal vez convertirlo en un trofeo. Pero cuando lo vi todo ensangrentado, empecé a llorar. Luego empecé a gritar que teníamos que llevarlo a un veterinario. Les hice enterrarlo allí en el bosque. Cuando mi papá se enteró, me dijo que el punto de cazar era tomar algún sustento del animal, no importa si lo comemos, o utilizamos la piel o algo, de otra forma, sería un desperdicio de vida. Pero creo que él sabía que yo no estaba hecho para eso, porque cuando cumplí doce, no me dieron un rifle; me dieron una guitarra.
—Nunca me dijiste eso —dijo Mia.
—Supongo que no quería arruinar mi credibilidad de punk-rock.
—Creo que eso la mataría.
—Nah. Soy emocore hasta el fondo, así que funciona.
Un silencio agradable se coló en la tienda. Afuera, podía oír el suave ulular de un búho en el eco de la noche. Mia me dio un codazo en las costillas.