Las fanáticas aparecieron de inmediato. O quizás siempre habían estado allí y yo no lo había notado. Pero tan pronto como empezamos la gira, empezaron a zumbar como colibríes intentado.
Mojar sus picos en las flores de primavera.
Una de las primeras cosas que hicimos después de que firmamos con el sello, fue contratar a Aldous para que hiciera el papel de nuestro mánager. Daño Colateral saldría en septiembre, y la disquera planeaba hacer un tour modesto en el otoño tardío, pero Aldous tenía ideas diferentes.
—Ustedes chicos necesitan de vuelta sus piernas en el mar —dijo Aldous cuando terminamos de mezclar el álbum—. Necesitan regresar a la carretera.
Así que tan pronto como el álbum salió, Aldous nos organizó una serie de fechas de gira arriba y abajo por la Costa Oeste, en clubs donde ya habíamos tocado, para reconectarnos con nuestra base de fans, o para recordarles que todavía existimos, y para sentirnos cómodos frente a una audiencia de nuevo.
La disquera nos alquiló una camioneta Ecoloni bastante buena, con camas en la parte trasera, y un tráiler para arrastrar nuestro equipo, pero aparte de eso, cuando salimos, no me sentí tan diferente de las presentaciones que siempre habíamos hecho.
Pero era completamente distinto.
De una vez, de inmediato y por alguna razón, Animate estaba haciéndose escuchar como un single de éxito. Incluso durante la gira de dos semanas, su momento se estaba construyendo, y mientras eso ocurría, lo podíamos sentir en cada presentación que teníamos. Fueron de suficientemente llenas, a llenas, a todas las entradas agotadas, a filas alrededor de la esquina, hasta llegar al punto de tener guardias en los conciertos. Todo eso en cosa de dos semanas.
Y la energía. Era como un cable vivo, como si todos en el show supieran que estábamos allí mismo en el borde y querían ser parte de ello, una parte de nuestra historia. Era como si todos estuviéramos dentro de este gran secreto juntos. Quizás por esta razón eran los mejores conciertos roqueros y frenéticos que alguna vez habíamos dado, toneladas de escenarios hundiéndose y gente gritando junto con las canciones, aunque nadie antes había escuchado nuestros temas nuevos. Y me sentí bastante bien, bastante reivindicado, porque aunque era sólo un asunto de pura suerte que las cosas hayan ido de esta manera, yo no lo había arruinado para la banda, después de todo.
Las fanáticas sólo parecían una parte de esta ola de energía, de esta creciente marea de fanatismo. Al principio, ni siquiera pensé en ellas como fanáticas, ya que a muchas de las chicas ya las conocía vagamente de la escena. Excepto que antes eran amigables, ahora eran abrasadoras en su coqueteo. Después de una de nuestras primeras presentaciones en San Francisco, esta inconforme chica llamada Viv a quien había conocido durante un par de años, apareció tras el escenario. Tenía un cabello negro brillante, y brazos delgados cubiertos con una cadena maya de tatuajes. Me dio un inmenso abrazo y luego un beso en la boca. Se colgó a mi lado toda la noche, su mano colocada siempre en la parte baja de la espalda.
A esa altura, había estado fuera de servicio durante más de un año. Mia y yo, bueno, ella había estado en el hospital, después en rehabilitación, e incluso si no hubiera estado cubierta de puntos, yesos y vendas a presión, no había manera. Todas esas fantasías acerca de baños sexys con esponjas en el hospital son una broma; no existe un lugar tan «no excitante» como el hospital. El olor es de putrefacción, lo opuesto al deseo.
Cuando ella regresó a casa, había ido a una habitación del piso inferior que había sido el cuarto de coser de su abuela, el cual nosotros habíamos vuelto el cuarto de Mia. Había habitaciones vacías en el segundo piso, pero Mia, que todavía estaba caminando con una muleta, no pudo manejar las escaleras al principio, y yo no había querido estar tan lejos.
Incluso aunque estaba pasando todas las noches en casa de Mia, nunca me mudé oficialmente de la Casa de Rock, y una noche, un par de meses después de que Mia regresara a la casa de sus abuelos, ella había sugerido que fuéramos allá.
Luego de cenar con Liz y Sarah, Mia me había tironeado a mi habitación. En el minuto en el que la puerta se cerró, se lanzó sobre mí, besándome con su boca completamente abierta, como si estuviera intentado tragarme entero. Me tomó por sorpresa al principio, asustado por este ardor repentino, preocupado de que pudiera herirla, y también, sin realmente querer ver la cicatriz áspera y rojiza en su muslo, donde la piel había sido tomada como un injerto para la cicatriz de piel de serpiente en su otra pierna, incluso aunque ella mantuvo esa cubierta con una venda de presión.
Pero mientras me besaba, mi cuerpo había empezado a despertarse con ella, y con eso, mi mente se fue también. Nos recostamos en mi colchón. Pero entonces, justo cuando las cosas se habían encaminado, ella había empezado a llorar. No lo pude notar al principio porque los pequeños lloriqueos eran iguales a los pequeños gemidos que había estado dando minutos antes. Pero pronto, crecieron en intensidad, algo horrible y animal viniendo de las profundidades de ella. Pregunté si la había herido, pero dijo que no era eso y me pidió que dejara la habitación. Cuando salió completamente vestida, ella había pedido que fuéramos a casa.
Ella había intentado empezar las cosas conmigo de nuevo otra vez. Una noche de verano un par de semanas antes de que saliera para Julliard. Sus abuelos habían salido a visitar a su tía Diane, así que teníamos la casa para nosotros en la noche, y Mia había sugerido que durmiéramos en una de las habitaciones de arriba ya que para entonces las escaleras no eran un problema para ella. Había sido excitante. Habíamos abierto las ventanas y habíamos pateado lejos un antiguo edredón, y simplemente nos metimos bajo las sábanas. Recuerdo haberme sentido muy consciente de mí mismo, compartiendo una cama con ella después de todo este tiempo. Así que había agarrado un libro, y acomodé una pila de almohadas para que Mia colocara su pierna, como le gustaba hacerlo de noche.
—No estoy lista para dormir —había dicho ella, corriendo un dedo a lo largo de mi brazo desnudo.
Se había inclinado para besarme. No el usual beso casto en los labios, sino un beso profundo, rico y exploratorio. Había empezado a besarla de regreso. Pero entonces, recordé esa noche en la Casa de Rock, el sonido de ese gemido animal, la mirada de miedo en sus ojos cuando había salido de la habitación. De ninguna manera la enviaría de vuelta a ese hoyo de gusano. De ninguna manera yo iba a hundirme nuevo en ese hoyo de gusano.
Sin embargo, esa noche en San Francisco con la mano de Viv jugando en la parte inferior de mi espalda, estaba dispuesto a seguir. Pasé la noche en su apartamento, y ella vino conmigo a la mañana siguiente para tomar el desayuno con la banda antes de que nos fuéramos hasta nuestra siguiente parada.
—Llámame la próxima vez que estés en la ciudad —susurró en mi oído mientras partíamos.
—De vuelta al ruedo, mi hermano —dijo Fitzy, chocando los cinco conmigo mientras conducíamos la camioneta hacia el sur.
—Sí, felicitaciones —dijo Liz, un poco triste—. Sólo no lo restriegues. —Sarah recientemente había terminado la escuela de leyes y estaba trabajando para una organización de derechos humanos. No más «dejarle todo a Liz en las giras».
—Sólo porque tú y Mikey estén enrollados, no vengas a quejarte con nosotros —dijo Fitzy—. Tiempo de gira es tiempo de juego, ¿cierto, Hombre Salvaje?
—¿Hombre Salvaje? —preguntó Liz—. ¿Así es como va a ser?
—No —dije.
—Hey, si el nombre encaja… —dijo Fitzy—. Buena cosa que llegué a Fred Meyer por la bolsa barata de condones antes de irnos.
En L. A, había otra chica esperando. Y en San Diego, otra. Pero ninguna de ellas se sentía sucia. Ellie, la chica en L. A, era una vieja amiga, y Laina, la de San Diego, era una excelente estudiante, inteligente, sexy y mayor. Nadie tenía ilusiones de que estas aventuras fueran a llevar a un gran romance.
No fue sino hasta nuestro segundo gran concierto, que conocí una chica de la que nunca supe el nombre. Me di cuenta de ella desde el escenario. Ella mantuvo sus ojos en mí durante toda la presentación y no paró de mirarme. Me estaba asustando, pero también excitándome. Quiero decir, prácticamente me estaba desvistiendo con los ojos. No podías evitar sentirte poderoso y excitado, y se sentía bien sentirse tan obviamente querido de nuevo.
Nuestra disquera estaba dándonos una fiesta de lanzamiento de Cd luego del concierto, sólo se podía entrar con invitación. No esperaba verla allí. Pero luego de un par de horas, allí estaba ella, caminando hacia mí en un traje que era medio de prostituta y medio de supermodelo: falda recortada, botas que podían doblar las armas de grado militar.
Caminó directo hacia mí, y anunció en un tono para nada bajo:
—He venido todo el camino desde Inglaterra para tener sexo contigo.
Y con eso, me tomó la mano, y me guio fuera a través de la puerta y hasta su habitación de hotel.
La siguiente mañana fue rara como ninguna de las otras mañanas había sido. Caminé con vergüenza hacia el baño, me vestí rápidamente, y traté de escabullirme, pero ella estaba justo allí, empacada y lista para irse.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—¿Yéndome contigo? —dijo ella, como si fuera obvio.
—¿Yendo conmigo a dónde?
—A Portland, amor.
En Portland era nuestro último concierto y una especie de bienvenida a casa, ya que todos vivíamos allí ahora. Ya no más en una casa Comunal del Rock. Liz y Sarah estaban consiguiendo su propio lugar. Mike se estaba mudando con su novia. Y Fitzy y yo estábamos alquilando una casa juntos.
Pero todavía todos seguíamos en la misma área, con una distancia caminable entre nosotros, y con el lugar de ensayos que ahora alquilamos.
—Vamos en una camioneta. No en un autobús de gira —le dije, mirando mis Converse—. Y Portland es el último concierto, una clase de cosa de familiares y amigos. No deberías venir.
Y no eres mi amor.
Ella frunció el ceño y cerré la puerta, pensando que era lo último de ella. Pero cuando aparecí para la prueba de sonido en Portland, ella estaba allí, esperando por mí en la Satyrcon. Le dije que se fuera, no muy amablemente. Estaba entre las líneas de: Hay un nombre para esto y se llama acoso. Fui un imbécil, lo sé, pero estaba cansado. Le había pedido que no viniera. Y me estaba asustando bastante. No solamente ella. Cuatro chicas en dos semanas estaban revolviendo mi cabeza. Necesitaba estar solo.
—Piérdete, Adam. No eres ni siquiera una maldita estrella de rock aún, así que deja de actuar como un gilipollas dándoselas de importante. Y ni siquiera estuviste tan bien. —Esto ella lo gritó frente a todos.
Así que hice que los guardias la sacaran. Ella se fue gritando insultos acerca de mí, mi incapacidad sexual, mi ego.
—Hombre Salvaje, ciertamente —dijo Liz, levantando una ceja.
—Sí —dije, sintiéndome lo opuesto a un hombre salvaje, realmente quería escabullirme a una habitación y esconderme. No lo sabía todavía, pero una vez que la gira real comenzó— a la que la disquera nos envió luego de que el álbum saliera a la venta, unos afanosos cinco meses de entradas agotadas y fanáticas en abundancia —todo lo que quería hacer era esconderme. Dadas mis tendencias solitarias, pensarías que había aprendido a mantenerme alejado de las muestras gratis de cariño ofrecidas tan constantemente. Pero luego de los conciertos, anhelaba la conexión. Anhelaba piel, el sabor del sudor de otra mujer. Si no podía ser el de ella, bueno, entonces el de cualquiera serviría… por un par de horas. Pero había aprendido una lección, ya no más invitadas por la noche.
Así que, esa noche en Seattle, pudo haber sido la primera vez que me volvía hombre. Pero no sería la última.