Capítulo 12


Hay un trozo de plomo donde mi corazón debería latir.

El doctor dice que es demasiado peligroso sacarlo.

Será mejor dejarlo ahí.

Mi cuerpo creció alrededor de él, un milagro, ¡alabado sea!

Ahora, si tan sólo pudiera pasar a través de la seguridad del aeropuerto.

Bullet. Daño Colateral Pista 12


Mia no me dice cuál es el próximo destino. Dice que es porque es su paseo secreto por Nueva York, debe ser un secreto y luego procede a llevarme hacia la Autoridad Portuaria, abajo, muy abajo por un laberinto de túneles subterráneos.

Y yo la sigo. A pesar de que no me gustan los secretos, a pesar de que creo que Mia y yo tenemos suficientes secretos entre nosotros dos hasta este momento, y a pesar de que el metro es como la culminación de todos mis temores. Espacios cerrados. Montones de personas. Sin escape. Casi le menciono esto, pero me devuelve lo que le dije antes en los bolos sobre el tema.

—¿Quién estará esperando ver a Adam Wilde en el tren a las tres de la mañana? ¿Y sin un séquito? —Me da una sonrisa burlona—. Además, debe estar muerto a esta hora. Y en mi Nueva York, siempre tomo el tren.

Cuando llegamos a la estación del metro Times Square, el lugar está tan lleno que bien podría ser un jueves a las cinco de la tarde. Mi campana de alerta comienza a repiquetear. Más aún, una vez que llegamos a la atestada plataforma. Me tenso y me acerco a uno de los pilares. Mia me mira.

—Esto es una mala idea —murmuro, pero mis preocupaciones son ahogadas por el tren.

—Los trenes no funcionan a menudo por las noches, así que debe ser por eso que todos han estado esperando por un tiempo —grita Mia sobre el estruendo—. Pero aquí ya viene uno, así que mira, todo está bien.

Cuando llegamos a la entrada, ambos vemos que Mia está equivocada. El vagón está lleno de gente. Personas borrachas. Siento una comezón de miradas sobre mí. Sé que no tengo pastillas, pero necesito un cigarrillo. Ahora. Busco mí mochila.

No puedes fumar en el tren —susurra Mia.

—Lo necesito.

—Es ilegal.

—No me importa. —Si me arrestan, al menos estaría en la seguridad de la custodia policial.

De repente, ella se vuelve toda Vulcana. —Si el propósito es no llamar la atención sobre ti mismo, ¿no crees que tal vez iluminarte es contraproducente?—. Me tira hacia un rincón. —Está bien— canturrea, y casi espero que acaricie mi cuello como solía hacer cuando me ponía tenso. —Sólo pasaremos el tiempo aquí. Si no se vacía en la calle treinta y cuatro, nos bajaremos.

En la calle treinta y cuatro, un grupo de personas se bajan, y me siento un poco mejor. En la calle Cuarenta más gente se baja. Pero de repente en el Canal, nuestro vagón se llena con un grupo de hipsters. Me giro hacia el otro extremo del tren, cerca de la cabina del conductor, de modo que doy la espalda a los pasajeros.

Es difícil para la mayoría de la gente entender cuán asustado llego ahora a estar por grandes multitudes en espacios cerrados. Creo que sería difícil para el yo de hace tres años llegar a entenderlo. Pero ese yo, nunca tuvo la experiencia de ocuparse de sus propios asuntos en una pequeña tienda de discos en Minneapolis, cuando un hombre me reconoció y gritó mi nombre, fue como ver palomitas de maíz en aceite caliente: Primero fue uno, luego otro, entonces todos explotaron, hasta que todos esos flojos sentados en la tienda de discos, de repente se convirtieron en una turba, rodeándome y luego empujándome. No podía respirar. No me podía mover.

Eso apesta, porque me gustan los fans cuando me encuentro con ellos individualmente, de verdad. Pero conseguir a un grupo de ellos juntos en este instinto enjambre, se apodera de mi y parecen olvidar que eres un simple mortal, carne y hueso, magullable e intimidable.

Pero parece que estamos bien en la esquina. Hasta que cometo el fatal error de echar sólo un pequeño vistazo por encima de mi hombro para asegurarme de que nadie me está mirando. Y en ese pequeño cuarto de segundo, sucede. Atrapo la atención de alguien. Siento el reconocimiento encenderse como una mecha. Casi puedo oler el fósforo en el aire. Entonces todo sucede en cámara lenta. Primero, lo escucho. Se vuelve anormalmente silencioso. Y luego hay un bajo zumbido mientras viajan las noticias. Escucho mi nombre, en una etapa de susurros que se mueve a través del ruidoso tren. Veo codos empujándose. Buscando por celulares, tomando bolsos, con fuerzas reunidas, y pies arrastrándose. Nada de esto toma más de unos cuantos segundos, pero siempre es agonizante, al igual como cuando el primer golpe es lanzado, pero aún no ha conectado. Un hombre con una barba se está preparando para salir de su asiento, abriendo su boca para llamar mi nombre. Sé que no quiere perjudicarme, pero una vez que lo haga, el tren entero estará sobre mí. Treinta segundos hasta que todo el infierno se desate.

Agarro el brazo de Mia y tiro de él.

—¡Oww!

Tengo la puerta abierta entre los vagones del metro y nos empujamos hasta el siguiente vagón.

—¿Qué estás haciendo? —dice, agitándose detrás de mí.

No escucho. Estoy tirando de ella hacia el otro vagón, y luego a otro hasta que el tren se detiene en una estación, y luego tiro de ella hacia fuera, por la plataforma, hacia las escaleras, caminando de dos escalones en dos, una parte de mi cerebro vagamente me advierte que estoy siendo demasiado tosco, pero la otra parte no me sirve ni una mierda.

Una vez en la calle, tiro de ella a lo largo de unas cuantas cuadras hasta que estoy seguro de que nadie nos está siguiendo. Entonces me detengo.

—¿Estás tratando de que nos maten? —grita ella.

Siento un cerrojo de culpa disparándose a través de mí. Pero arrojo ese cerrojo de regreso hacia ella.

—Bueno ¿qué hay de ti? ¿Estás tratando de que me ataque una turba?

Miro hacia abajo y me doy cuenta de que sigo sosteniendo su mano. Mia lo ve, también. La dejo ir.

—¿Cuál turba, Adam? —pregunta en voz baja.

Ella está hablándome como si ahora fuera una persona loca. Al igual como Aldous me habla cuando tengo uno de mis ataques de pánico. Pero al menos Aldous nunca me acusaría de fantasear con un ataque de fans. Lo ha visto pasar muchas veces.

—Me reconocieron ahí abajo —murmuro, alejándome de ella.

Mia duda por un segundo, entonces corretea para alcanzarme.

—Nadie sabía que eras tú.

Su ignorancia, ¡el lujo de tal ignorancia!

—El tren entero sabía que era yo.

—¿De qué estás hablando, Adam?

¿Que de qué estoy hablando? Estoy hablando de tener fotógrafos acampados frente a mi casa. Estoy hablando de no haber ido de compras en casi dos años. Estoy hablando de no ser capaz de dar un paseo sin sentirme como un ciervo en la inauguración de la temporada de caza. Estoy hablando de que cada vez que tengo un resfriado, es publicado en cada tabloide como si fuera una adicción.

La miro en las sombras de la ciudad apagada, su cabello cayendo sobre su rostro y puedo ver que trata de averiguar si me he perdido. Y tengo que luchar contra el impulso de tomarla por los hombros y estrellarla contra un edificio cerrado hasta que sintamos las vibraciones resonando a través de ambos. Porque de pronto, quiero escuchar sus huesos crujir. Quiero sentir la suavidad que ofrece su carne, escuchar su grito de asombro mientras el hueso de mi cadera se estrella contra el de ella. Quiero tirar su cabeza hacia atrás hasta que su cuello esté expuesto. Quiero rasgar mis manos por su cabello hasta que su respiración sea entrecortada. Quiero hacerla llorar y lamer sus lágrimas. Y luego quiero llevar mi boca a la de ella, devorarla en vida, transmitirle las cosas que no puede entender.

—¡Esto es una mierda! ¿A dónde diablos me estás llevando de todos modos? —La adrenalina zumba a través de mí que convierte mi voz en un gruñido.

Mia se ve sorprendida.

—Te lo dije. Te llevo a mis guaridas secretas de Nueva York.

—Sí, bueno, estoy un poco harto de secretos. ¿Te importaría decirme a dónde vamos? ¿Es esa mucha mierda que pedir?

—Cristo, Adam, ¿cuándo te convertiste en un…?

¿Ególatra? ¿Idiota? ¿Narcisista? Podría llenar el espacio en blanco con un millón de palabras. Todas ellas me las han dicho antes.

—… ¿tipo así? —Mia termina.

Por un segundo, casi me río. ¿Tipo? ¿Eso es lo mejor que tiene? Me recuerda a la historia que mis padres decían de mí, que cuando era un niño pequeño y me enojaba, me ponía todo exaltado y los maldecía «¡Tú, tú, tú… pistón!», como si fuera la peor cosa jamás.

Pero entonces recuerdo algo más, una vieja conversación que tuvimos Mia y yo una noche. Ella y Kim tenían esta costumbre de ordenar todo en simétricas categorías, y Mia siempre estaba anunciando una nueva. Un día ella me dijo que habían decidido que mi género se dividiría en dos ordenadas pilas; Hombres, y Tipos. Básicamente, todos los santos del mundo eran: Hombres. Los idiotas, los jugadores, los aficionados a los concursos de camisetas mojadas: Eran Tipos. En aquel entonces, yo era un Hombre.

Así que ¿Soy un tipo ahora? ¡Un tipo! Dejo que mi dolor se muestre por medio segundo. Mia me mira con confusión, pero no recuerda nada. Quien dijo que el pasado no está muerto, era un retrasado. Es el futuro el que ya está muerto. Ya está agotado. Toda la noche entera ha sido un error. No me va a dejar rebobinarla. O deshacer los errores que he cometido. O las promesas que he hecho. O tenerla de vuelta. O que ella me tenga de regreso.

Algo ha cambiado en el rostro de Mia. Algún tipo de reconocimiento se ha activado. Porque ella misma se explica, cómo me llamó un «tipo», porque los tipos siempre necesitan conocer el plan, las direcciones, y en cómo me está llevando ahora hacia el ferry de Staten Island, lo que no es realmente un secreto, pero es algo que sólo unos cuantos ciudadanos de Manhattan hacen, lo que es una lástima, porque hay una increíble vista de la Estatua de la Libertad desde la parte superior, el ferry es gratis, y no hay nada en Nueva York que sea gratis, sí, estoy preocupado por las multitudes que no podemos olvidar, pero podemos también sólo echarle un vistazo, y si no está vacía, y ella está bastante segura que lo estará a esta hora de la noche, podemos regresar antes de que se vaya.

Y no tengo idea si recordó la conversación acerca de la distinción Hombres/Tipos o no, pero ya no importa en realidad. Porque tiene razón. Ahora soy un Tipo. Y puedo fijar la noche precisa en que me convertí en uno.