Cada mañana me levanto y me digo esto: Es sólo un día, un periodo de veinticuatro horas para superarte a ti mismo. No sé exactamente cuando empecé dándome esta frase de ánimo, o porqué. Suena como un mantra de doce pasos y no estoy en «Lo-que-sea Anónimos», aunque leyendo algo de la mierda que ellos escriben sobre mí, creerían que debería estarlo. Tengo un tipo de vida por el que probablemente mucha gente vendería un riñón sólo por experimentar un poco. Pero aún así, encuentro la necesidad de recordarme a mí mismo la temporalidad de un día, de garantizarme a mí mismo que me superé ayer, que me superaré hoy.
Esta mañana, después de mi rutina diaria, le echo un vistazo al reloj minimalista del hotel de estancia nocturna. Se leen las 11:47, positivamente el amanecer para mí. Pero la recepción ya ha hecho dos llamadas de despertador, seguidas de una educada pero firme llamada de nuestro gerente, Aldous. Hoy podría ser sólo un día, pero está establecido.
Debo estar en el estudio para establecer las notas finales en guitarra de la versión sólo para internet del primer sencillo de nuestro álbum recién publicado. Vaya truco. Misma canción, nueva pista de guitarra, algunos efectos vocales, pago un dinero extra por ello. «En estos días, consigues leche de un dólar por cada centavo», los trajes de etiqueta son aficionados en recordárnoslo.
Después del estudio, tengo una entrevista en el almuerzo con algún reportero del Shuffle. Estos dos eventos son algo parecido a los sujeta libros en los que mi vida se ha convertido: hacer música, lo cual me gusta, y hablar sobre hacer música, lo cual detesto. Pero son dos caras de la misma moneda. Cuando Aldous llama por segunda vez finalmente hago a un lado el edredón y tomo la botella de prescripción de la mesa junto a mí. Es algo contra la ansiedad que debo tomar cuando me siento nervioso.
Nervioso es como me siento normalmente. A estar nervioso es a lo que me he acostumbrado. Pero desde que se inició nuestro tour con tres conciertos en el Madison Square Garden, lo he sentido un poco más. Como si estuviera a punto de ser absorbido por algo potente y doloroso. Como un vórtice.
—¿Eso es siquiera una palabra? —me pregunto—. Estás hablando contigo mismo, así que ¿a quién diablos le importa? —me respondo, cogiendo un par de pastillas. Me pongo unos bóxers, y me dirijo hacia la puerta de mi habitación, donde una taza de café ya está a la espera. Fue dejada allí por un empleado del hotel, sin duda, con instrucciones precisas de permanecer fuera de mí camino.
Termino mi café, me visto y me encamino hacia el ascensor de servicio y lejos de la entrada de invitados; el director de relaciones públicas ha tenido la amabilidad de proveerme de la clave de acceso especial para poder evitar el desfile de fans en el vestíbulo. En la acera, me saluda una explosión de vapor de aire de Nueva York. Es una especie de opresión, pero me gusta que el aire esté húmedo. Me recuerda a Oregón, donde la lluvia cae sin cesar e incluso en el más cálido de los días de verano, florecen cantidad de cúmulos nubosos por encima, sus sombras te recuerdan que el calor del verano es efímero, y la lluvia nunca está lejos.
En Los Ángeles, donde vivo ahora, casi nunca llueve. Y el calor, es de nunca acabar. Pero es un calor seco. Las personas de allí utilizan esta aridez como una excusa general para todos los excesos calientes y humeantes.
—Puede haber ciento siete grados hoy —presumen—, pero al menos es un calor seco.
Pero en Nueva York es un calor húmedo; para cuando llego al estudio a diez cuadras de distancia en un tramo desolado en West Fifties, mi cabello, el cual mantengo oculto bajo una capucha, está húmedo. Saco un cigarrillo de mi bolsillo y mi mano tiembla mientras lo enciendo. He tenido un ligero temblor durante, más o menos, los últimos años. Después de extensas revisiones médicas, los doctores declararon que no es más que nervios y aconsejaron que practicara yoga.
Cuando llego al estudio, Aldous está esperando fuera bajo el toldo. Me mira, luego a mi cigarrillo y regresa a mi cara. Sé por la manera en que me mira, que está tratando de decidir si necesita hacer de policía bueno o malo. Tengo que verme como una mierda porque opta por el policía bueno. —Buenos días, Rayo de sol— dice alegremente.
—¿Sí? ¿Qué tiene de bueno la mañana? —Trato de hacer que suene como una broma.
—Técnicamente, es por la tarde ya. Estamos llegando tarde.
Apago mi cigarrillo. Aldous pone una garra gigante en mi hombro, de manera incongruentemente suave. —Sólo queremos una pista de guitarra en Sugar, únicamente para darle algo adicional con el fin de que los aficionados lo vuelvan a comprar—. Se ríe, negando con la cabeza gracias a lo que se ha convertido el negocio. —Luego tienes almuerzo con Shuffle y tenemos una sesión de fotos para esa cosa de «Fashion Rocks» para la Times con el resto de la banda alrededor a las cinco y luego una bebida rápida con algunos chicos adinerados de etiqueta y después me voy al aeropuerto. Mañana, tienes una pequeña reunión rápida con publicidad y comercio. Sólo sonríe y no digas mucho. Después de esto estás en soledad hasta Londres.
¿En soledad? ¿Cómo opuesto a estar en el seno cálido de la familia cuando estamos todos juntos? Digo. Sólo lo digo para mis adentros. Últimamente me parece cada vez más y más que la mayoría de mis conversaciones son conmigo mismo. Teniendo en cuenta la mitad de las cosas que pienso, eso es probablemente algo bueno. Pero esta vez será realmente por mí mismo. Aldous y el resto de la banda están volando a Inglaterra esta noche. Suponía que estaría en el mismo vuelo hasta que me di cuenta de que hoy era viernes trece y estoy en la actitud de «¡de ninguna manera!». Estoy teniendo bastante con la gira, así que no lo voy a arruinar más marchándome el día oficial de mala suerte. Así que me había reservado a Aldous para un día más tarde. Grabamos un vídeo en Londres para luego hacer una rueda de prensa antes de comenzar la etapa europea de nuestro tour, de manera que no es que me esté perdiendo un espectáculo, sólo una reunión preliminar con el director de nuestro video. No necesito oír hablar de su visión artística. Cuando empecemos a grabar, voy a hacer lo que él me diga.
Sigo a Aldous al estudio y entro en un stand de prueba de sonido en el que sólo estoy yo, junto una fila de guitarras. Al otro lado del vidrio se sientan nuestro productor, Stim y los ingenieros de sonido. Aldous se une a ellos. —Bueno, Adam— dice Stim, —una pista más y el coro. Sólo para hacer que esa atracción sea más pegajosa. Tocaremos con las voces en la mezcla.
—Atractivo. Pegadizo. Lo tengo. —Me pongo los auriculares y recojo mi guitarra para ponerla a punto y entrar en calor. Intento no darme cuenta de que a pesar de lo que Aldous dijo hace unos pocos minutos, se siente como que ya estoy totalmente en mi soledad. Yo solo en una cabina insonorizada. No pienses demasiado, me digo a mí mismo. Así es como grabo en un estudio tecnológicamente avanzado. El único problema es que me sentía de la misma forma en que me sentía hace unas noches en el Garden. En el escenario, frente a dieciocho mil aficionados, junto a las personas que, una vez en otro tiempo, eran parte de mi familia, me sentí tan solo como lo hago en este stand.
Sin embargo, podría ser peor. Me pongo a tocar y mis dedos se mueven ágiles, a continuación me bajo del taburete y aporreo y rasgo contra mi guitarra, la aporreo hasta que chilla y grita de la forma que deseo. O casi de la forma en que quiero que lo haga. Hay probablemente unos cien mil dólares en guitarras en esta sala, pero ninguna de ellas suena tan bien como mi vieja Les Paul Junior, la guitarra que había tenido durante muchos años, con la que había grabado nuestros primeros discos, la que, en un arrebato de estupidez o de arrogancia o lo que sea, me había permitido que fuera subastada con fines benéficos. La brillante y cara sustituta nunca ha sonado o nunca se ha sentido del todo bien. Sin embargo, cuando la rasgo a todo volumen, me las arreglo para perderme por un segundo o dos.
Pero terminó muy pronto y luego Stim y los ingenieros me dan un apretón de manos y me desean suerte en la gira, mientras Aldous me acompaña a la puerta y a la ciudad en coche, transitando por la Novena Avenida al Soho, a un hotel en cuyo restaurante, los publicistas de nuestro sello discográfico han decidido que es un buen lugar para la entrevista.
¿Qué, piensan que tengo menos posibilidades de despotricar o decir algo alienante si estoy en un lugar público caro?
Recuerdo los primeros días, cuando los entrevistadores escribían revistas o blogs, eran aficionados que sólo querían hablar de rock, discutir de música y hablar con todos nosotros juntos. Más a menudo que no, sólo se convirtió en una conversación normal con todo el mundo gritando opiniones sobre otros. En aquel entonces nunca me preocupé por guardar mis palabras. Pero ahora los periodistas interrogan a la banda y a mí por separado, como si fueran policías y me tienen a mí y a mis cómplices en células adyacentes y están tratando de hacernos implicar los unos a los otros.
Necesito un cigarrillo antes de entrar, por lo que Aldous y yo nos quedamos de pie fuera del hotel en el sol del mediodía cegador mientras la multitud de gente se reúne y me mira, pretendiendo no hacerlo. Esa es la diferencia entre Nueva York y el resto del mundo. La gente es tan célebre como en cualquier otra parte, pero los neoyorkinos, o al menos los que se consideran sofisticados y pierden el tiempo a lo largo del bloque del Soho donde estoy de pie ahora, pretenden que no les importa, incluso cuando miran a través de sus gafas de trescientos dólares. Entonces actúan todos desdeñosos cuando los forasteros rompen el código corriendo y pidiendo un autógrafo como un par de niñas con camisetas de la Universidad de Michigan acaban de hacer, y más la molestia de un trío de snobs cercanos y me dan una mirada de simpatía. Como si las niñas fueran un problema.
—Tenemos que conseguirte un mejor disfraz, Hombre Salvaje —dice Aldous, después de las chicas, riéndose con entusiasmo, revoloteando lejos. Es el único al que le he permitido que me llame así. Antes solía ser un apodo general, una derivación de mi apellido, Wilde. Pero una vez que recogí la basura en una habitación de hotel y después de eso Hombre Salvaje se convirtió en un apodo firme en los tabloides.
Entonces, como si fuera en el momento justo, aparece un fotógrafo. No puedes estar delante de un hotel de alta gama por más de tres minutos antes de que eso ocurra.
—¡Adam! ¿Está Bryn dentro?
Una foto de mí y de Bryn vale cuatro veces más que una de mí solo. Sin embargo, después de que el primer flash se apaga, Aldous mete una mano en la parte frontal del objetivo del tipo y otro frente a mi cara.
A medida que me hace pasar, me prepara.
—La periodista se llama Vanessa LeGrande. No es uno de los tipos canosos que odias. Es joven. No más joven que tú, pero de veinte años, creo. Solía escribir en un blog antes de entrar en Shuffle.
—¿Qué blog? —interrumpo. Aldous rara vez me da recorridos tan detallados de la prensa a menos que haya una razón.
—No estoy seguro. Tal vez Gabber.
—Oh, Al, eso es un-pedazo-de-mierda de sitio de chismes.
—Shuffle no es un sitio de chismes. Y esta es la exclusiva de portada.
—Está bien. Lo que sea —le digo, pasando a través de las puertas del restaurante. En el interior todo son mesas bajas de acero y vidrio y sillones de cuero, como en un millón de otros lugares en los que he estado ya. Estos restaurantes piensan tan bien de sí mismos, pero en realidad sólo son las caras, sobreestilizadas versiones de McDonald’s.
—Ahí está, mesa de la esquina, la rubia con mechas —dice Aldous—. Es una cosa pequeña y dulce. No es que tengas escasez de cosas pequeñas y dulces. Mierda, no le digas a Bryn que he dicho eso. Bueno, olvídalo. Voy a estar aquí en el bar.
¿Aldous quedándose para una entrevista? Eso es trabajo de publicista, salvo que me negué a ser acompañado por publicistas. Debo parecer realmente descentrado.
—¿Tú de niñera? —pregunto.
—No. Tal vez te vendría bien algo de apoyo.
Vanessa LeGrande es linda. O tal vez caliente es un término más preciso. No importa. Puedo decir por la forma en que se lame los labios y mueve su pelo hacia atrás, que ella lo sabe y eso arruina más el efecto. Un tatuaje de una serpiente se extiende hasta su muñeca y yo apostaría nuestro disco de platino que tiene tramp stamp. Efectivamente, cuando busca en su bolso la grabadora digital, espiando desde lo alto de los jeans de cintura baja está una pequeña flecha de tinta apuntando al sur. Con clase.
—Hey, Adam —dice Vanessa, mirándome con complicidad, como si fuéramos viejos amigos—. ¿Puedo decirte que soy una fan? Daño Colateral me acompañó a través de una devastadora ruptura en el último año de universidad. Así que, gracias. —Me sonríe.
—Uh, de nada.
—Y ahora me gustaría devolverte el favor escribiéndote el mejor perfil de una maldita estrella fugaz que jamás haya golpeado una página. Entonces, ¿qué tal si vamos al grano, y sacamos esto directamente fuera del agua?
¿Ir al grano? ¿La gente siquiera entiende la mitad de la basura que sale de sus bocas? Vanessa puede tratar de ser descarada o fresca o está tratando de ganarme con candor o me muestra qué tan real es, pero lo que sea que me está vendiendo, no lo voy a comprar. —Claro—. Es todo lo que digo.
Un camarero viene a tomar nuestra orden. Vanessa ordena una ensalada, yo pido una cerveza. Vanessa hojea un portátil Moleskine. —Sé que se supone que debemos estar hablando de BloodSuckerSunshine… —comienza.
Inmediatamente, frunzo el ceño. Eso es exactamente de lo que se supone que deberíamos estar hablando. Es por eso que estoy aquí. No para ser amigos. No para intercambiar secretos, sino porque es parte de mi trabajo promover los álbumes de Shooting Star.
Vanessa enciende su sirena. —He estado escuchándolo durante semanas y soy una chica inconstante y difícil de complacer—. Se ríe. A lo lejos, escucho a Aldous aclararse la garganta. Lo miro. Lleva una enorme sonrisa falsa y me da un pulgar hacia arriba. Se ve ridículo. Me dirijo a Vanessa y me obligo a sonreír de nuevo. —Pero ahora que su segundo álbum de discográfica ha salido y su sonido es más duro, creo que todos podemos estar de acuerdo, establecido, estoy queriendo escribir un estudio definitivo. Para trazar su evolución a partir de la banda emocore a los descendientes del agita-rock.
¿Descendientes del agita-rock? Esta masturbación autoimportante deconstruccionista de mierda era algo que realmente me tiró desde el principio. En lo que a mí respecta, he escrito canciones: acordes y ritmos y letras de canciones, versos y puentes y ganchos. Pero mientras nosotros lo hacíamos más grande, la gente comenzaba a diseccionar las canciones, como una rana de la clase de biología hasta que ya no quedaba nada, salvo las tripas, las partes pequeñas, mucho menos que la suma.
Ruedo mis ojos un poco, pero Vanessa se centra en sus notas. —Estuve escuchando algunas copias piratas de sus trabajos realmente antiguos. Es tan poppy[1], casi dulce comparativamente. Y he estado leyendo todo lo escrito sobre ustedes, cada entrada de blog, todos los artículos de revistas. Y casi todo el mundo se refiere a Shooting Star llamándola «agujero negro», pero nadie nunca lo comprende. Tienes una versión un poco indie, lo haces bien, estás preparado para las grandes ligas, pero luego esto se retrasa. Se rumorea que terminaste con todo. Y entonces viene Daño Colateral. Y ¡pow!— Vanessa imita una explosión que viene de sus puños cerrados.
Es un gesto dramático, pero no del todo fuera de lugar. Daño Colateral se produjo hace dos años y al mes de su lanzamiento, el single Animate había ingresado a las listas nacionales y se había vuelto vírico. Solíamos bromear con que no se podía escuchar la radio por más de una hora sin oírlo. A continuación, Bridge se catapultó fuera de los gráficos y poco después el álbum fue subiendo al número uno en iTunes, lo que hizo que cada WalMart en el país lo vendiera y pronto estaba peleando con Lady Gaga por el número uno en las listas de Billboard. Durante un tiempo parecía que el álbum estaba cargado en el iPod de todas las personas de todas las edades entre doce y veinticuatro. En cuestión de meses, nuestra medio olvidada banda de Oregón fue portada de la revista Time que nos promocionó como «Los Nirvana del Milenio».
Pero nada de esto es noticia. Todo ha sido documentado, una y otra vez, incluso en Shuffle. No estoy seguro de a dónde quiere ir con eso Vanessa.
—Ya sabes, todo el mundo puede atribuir el sonido más duro al hecho de que Gus Allen produzca Daño Colateral.
—Cierto —le digo—. A Gus le gusta el rock.
Vanessa toma un sorbo de agua. Puedo oír el piercing de su lengua hacer clic.
—Pero Gus no escribió las letras, que son la base de todo ese atractivo. Lo hiciste tú. Todo lo que le da la energía y la emoción. Es como que Daño Colateral es el álbum más furioso de la década.
—Y pensar que íbamos por el más feliz. Vanessa me mira y entrecierra los ojos.
—Lo dije como un cumplido. Fue muy purificador para una gran cantidad de personas, incluyéndome. Y ese es mi punto. Todo el mundo sabe que algo se vino abajo durante su «agujero negro». Va a ser revelado con el tiempo, así que ¿por qué no controlar el mensaje? ¿A quién se refieren con «Daño Colateral»? —pregunta, haciendo citas en el aire—. ¿Qué pasó con ustedes, chicos? ¿Contigo?
Nuestro camarero entrega la ensalada de Vanessa. Ordeno una segunda cerveza y no respondo a su pregunta. No digo nada, sólo mantengo mi mirada fija hacia abajo. Porque Vanessa tiene razón sobre una cosa. Controlamos los mensajes. En los primeros días, nos hacían preguntas todo el tiempo, pero sólo nos mantuvimos dando respuestas vagas: nos tomamos un tiempo para encontrar nuestro sonido, para escribir nuestras canciones.
Pero ahora la banda es tan grande, que nuestros publicistas emiten una lista de temas que no deben mencionar los periodistas: la relación de Liz y Sarah, la mía y la de Bryn, los antiguos problemas con las drogas de Mike y el «agujero negro» de Shooting Star.
Pero aparentemente Vanessa no recibió el memo. Miro hacia Aldous por un poco de ayuda, pero él se encuentra en una profunda conversación con el barman. Demasiado para ser de apoyo.
—El título se refiere a la guerra —digo—. Hemos explicado eso antes.
—Cierto —dice ella, rodando los ojos—. Porque sus letras son tan políticas.
Vanessa me mira fijamente con esos enormes ojos azules de bebé. Esta es la técnica de un periodista: crear un incómodo silencio y esperar a que el sujeto lo llene con balbuceos. Sin embargo, no funcionará conmigo. Puedo devolverle esa mirada a cualquiera.
De repente los ojos de Vanessa se vuelven fríos y severos. Abruptamente pone su despreocupada y coqueta personalidad en segundo plano y me mira con firme ambición. Luce hambrienta, pero es una mejoría, porque al menos está siendo ella misma.
—¿Qué pasó, Adam? Sé que hay una historia ahí, la historia de Shooting Star y seré la única en contarla. ¿Qué convirtió a esta banda de pop independiente en un fenómeno de rock original?
Siento un puño duro y frío en mi estómago.
—La vida pasó. Y nos tomó un tiempo para escribir el nuevo material…
—Te tomó un tiempo —interrumpe Vanessa—. Tú escribiste los dos álbumes más recientes.
Yo sólo me encojo de hombros.
—¡Vamos, Adam! Daño Colateral es tú disco. Es una obra maestra. Deberías estar orgulloso de eso. Y sólo sé que la historia detrás de él, detrás de tu banda, es tú historia también. Un gran cambio como este, del colaborativo cuarteto indie a las impulsadas estrellas del potente punk emocional, se debe a ti. Me refiero a que sólo tú recibiste el premio Grammy a la Mejor Canción. ¿Qué sentiste?
Como la mierda.
—En caso de que lo hayas olvidado, toda la banda ganó el premio a Nuevo Mejor Artista. Y eso fue hace más de un año.
Ella asiente con la cabeza.
—Mira, no estoy tratando de ofender a nadie o reabrir las heridas. Sólo estoy tratando de entender el cambio. En el sonido. En las letras. En la dinámica de la banda. —Me da una mirada de complicidad—. Todas las señales apuntan a que tú eres el catalizador.
—No hay ningún catalizador. Simplemente jugamos con nuestro sonido. Sucede todo el tiempo. Al igual que Dylan en la música electrónica. O Liz Phair volviéndose comercial. Pero la gente tiende a enloquecer cuando algo se aparta de sus expectativas.
—Sólo sé que hay algo más en eso. —Vanessa continúa, inclinándose hacia adelante contra la mesa con tanta fuerza que empuja mi estómago y tengo que empujarla físicamente hacia atrás.
—Bueno, obviamente tienes tu teoría, así que no dejes que la verdad se meta en el camino.
Sus ojos brillan por un rápido segundo y creo que la he hecho enojar, pero luego pone las manos en alto. Sus uñas están mordidas.
—En realidad ¿Quieres saber mi teoría? —Arrastra las palabras.
No particularmente.
—Muéstramela.
—He hablado con algunas personas con las que fuiste a la preparatoria.
Siento mi cuerpo entero congelarse, alguna materia blanda endurecerse como plomo. Requiero de una extrema concentración para llevar el vaso a mis labios y pretender que tomo un sorbo.
—No me había dado cuenta que fuiste a la misma preparatoria que Mia Hall —dice a la ligera—. ¿La conoces? ¿La violoncelista? Está comenzando a hacer un montón de ruido en ese mundo. O a lo que sea que equivalga el ruido en la música clásica. Tal vez un murmullo.
El vaso tiembla en mi mano. Tengo que usar mi otra mano para ayudar a bajarlo a la mesa y evitar derramarlo sobre mí. Todas las personas que realmente saben lo que en verdad sucedió en ese entonces no están hablando, me recuerdo a mí mismo. Los rumores, incluso los verdaderos, son como las llamas: sofocan el oxígeno, chisporrotean y mueren.
—Nuestra preparatoria tenía un buen programa de artes. Era una especie de tierra de cultivo para músicos —le explico.
—Eso tiene sentido —dice Vanessa, asintiendo con la cabeza—. Hay un vago rumor de que tú y Mia eran pareja en la preparatoria. Lo que fue gracioso porque nunca había leído sobre eso en ningún lugar y ciertamente parece digno de mencionarlo.
Una imagen de Mia parpadea ante mis ojos. De diecisiete años de edad, esos ojos oscuros llenos de amor, intensidad, miedo, música, sexo, magia y dolor. Sus manos frías. Mis propias manos frías, ahora sosteniendo el vaso de agua helada.
—Sería digno de mencionarlo si fuera cierto —le digo, obligando mi voz a un tono más uniforme. Tomo otro trago de agua y señalo hacia el camarero por otra cerveza. Es la tercera, es el postre de mi líquido almuerzo.
—¿Así que no lo es? —Ella suena escéptica.
—Ilusiones —respondo—. Nos conocimos por casualidad en la escuela.
—Sí, no pude conseguir a nadie que realmente supiera de ustedes dos para corroborarlo. Pero entonces obtuve un viejo anuario y hay una dulce foto de ustedes dos. Lucen bastante como una pareja. La cosa es, que no hay nombre con la foto, sólo un título. Así que al menos que sepas cómo luce Mia, podrías perderla.
Gracias, Kim: mejor amiga de Mia, reina del anuario, paparazzi. No queríamos que la foto fuera utilizada, pero Kim la colocó sin enlistar nuestros nombres en ella, sólo ese estúpido apodo.
—¿El «Genial» y la «Friki»? —preguntó Vanessa—. Incluso tienen un título.
—¿Estás usando los anuarios de la preparatoria como tu fuente? ¿Y ahora qué? ¿Wikipedia?
—Eres difícilmente una fuente confiable. Dijiste que se conocieron «por casualidad».
—Mira, la verdad es que tal vez conectamos por un par de semanas, justo cuando esas fotos fueron tomadas. Pero, oye, salí con un montón de chicas en la preparatoria. —Le doy mi mejor sonrisa de chico fácil.
—¿Así que entonces no la has visto desde la escuela?
—No desde que se fue a la Universidad —le digo. Esa parte, al menos es cierta.
—Así que, ¿cómo es que cuando entrevisté al resto de tus compañeros de banda, no hicieron ningún comentario cuando les pregunté acerca de ella? —pregunta, mirándome intensamente.
Porque aunque cualquier otra cosa haya ido mal con nosotros, seguimos siendo leales. Acerca de eso. Me obligo a hablar en voz alta:
—Es porque no hay nada que decir. Creo que a las personas como tú les gusta el aspecto de la comedia de la situación, ya sabes, dos reconocidos músicos de la misma escuela preparatoria siendo una pareja.
—¿Personas como yo? —pregunta Vanessa.
Buitres. Chupasangres. Ladrones de almas. —Reporteros— le digo. —Eres una aficionada a los cuentos de hadas.
—Bueno, ¿quién no lo es? —dice Vanessa—. Aunque la vida de esa mujer ha sido cualquier cosa menos un cuento de hadas. Perdió a su familia entera en un accidente de auto.
Vanessa se estremece con burla de la manera en que haces cuando hablas de las desgracias de alguien que no tiene nada que ver contigo, eso no te afecta, y nunca lo hará.
Nunca he golpeado a una mujer en mi vida, pero por un minuto quiero golpearla en el rostro, darle una idea del dolor que ella está describiendo tan a la ligera. Pero me contengo y ella sigue, sin idea.
—Hablando de cuentos de hadas, ¿tú y Bryn Shraeder tendrán un bebé? Sigo viéndola en todos los tabloides de revistas ocultando una protuberancia en su vientre.
—No —le respondo—. No que yo sepa.
Estoy tan malditamente seguro que Vanessa sabe que Bryn está fuera de los límites, pero si hablar acerca del supuesto embarazo de Bryn la distraerá, entonces lo haré.
—¿No que tú sepas? Ustedes siguen juntos ¿cierto?
Dios, el hambre en sus ojos. Por todo lo que habla de escribir sus definitivas encuestas, por todas sus habilidades de investigación, ella no es diferente a todos los mercenarios periodistas y fotógrafos acosadores, muriendo por ser la primera en ofrecer una gran primicia, ya sea de un nacimiento: «¿Serán mellizos para Adam y Bryn?». O de muerte: «Bryn le dice a su Hombre Salvaje: ¡Se acaba!». Ninguna de esas historias es verdad, pero en algunas semanas las veo a ambas dando guerra en las cubiertas de diferentes revistas de chismes al mismo tiempo.
Pienso en la casa de Los Ángeles que Bryn y yo compartimos. O cohabitamos. No puedo recordar la última vez que estuvimos juntos al mismo tiempo por más de una semana. Ella hace dos o tres películas al año, y acaba de comenzar su propia compañía de producción. Así que, entre el rodaje y la promoción de sus películas y perseguir los derechos para producirlas, y yo estando en el estudio o de gira, parecemos estar en horarios opuestos.
—Sip. Bryn y yo seguimos juntos —le digo a Vanessa—. Y no está embarazada. Sólo usa esas camisas de campesino estos días, así que todo el mundo asume que es para ocultar un vientre. No lo es.
A decir verdad, a veces me pregunto si Bryn usa esas camisas a propósito, para atraer las miradas a su vientre como una forma de tentar al destino. Ella en serio quiere un bebé.
A pesar de que públicamente, Bryn tiene veinticuatro, en realidad, tiene veintiocho años y afirma que su reloj está en marcha y todo eso. Pero tengo veintiuno y Bryn y yo sólo hemos estado juntos por un año. Y no me importa si Bryn dice que tengo un alma vieja y ya lo he sido a través de toda la vida. Incluso si tuviera cuarenta y un años, y Bryn y yo acabáramos de celebrar veinte años juntos, no me gustaría tener un niño con ella.
—¿Se unirá a ustedes en la gira?
Con la sola mención de la gira, siento mi garganta comenzar a cerrarse. La gira es de sesenta y siete largas noches. Sesenta y siete. Mentalmente toco mi frasco de pastillas, calmándome sabiendo que está ahí, pero soy más inteligente como para buscarlo a hurtadillas en frente de Vanessa.
—¿Huh? —pregunto.
—¿Bryn se reunirá contigo en la gira?
Me imagino a Bryn en la gira, con sus estilistas, instructores de Pilates, sus más recientes comidas crudas para su dieta.
—Tal vez.
—¿Cómo es que te gusta vivir en Los Ángeles? —pregunta—. No pareces ser del tipo del sur de california.
—Es un ambiente seco —contesto.
—¿Qué?
—Nada. Era una broma.
—Oh, cierto. —Vanessa me mira con escepticismo. Ya no leo entrevistas sobre mí, pero cuando lo hacía, palabras como «inescrutable» eran usadas a menudo. Y «arrogante». ¿Es así como las personas me ven realmente?
Por fortuna, nuestra hora asignada se ha terminado. Ella cierra su cuaderno y pide la cuenta. Atrapo la mirada aliviada de Aldous para hacerle saber que hemos terminando.
—Fue un placer conocerte, Adam —dice ella.
—Sí, para mí también. —Le miento.
—Tengo que decir, que eres un enigma. —Ella sonríe y sus dientes brillan con un blanco inusual—. Pero me gustan los enigmas. Al igual que tus letras, todas esas espeluznantes imágenes en Daño Colateral. Y las letras en el nuevo disco, también son muy crípticas. Sabes, algunos críticos se preguntan si BloodSuckerSunshine podrá igualar la intensidad de Daño Colateral…
Sé lo que viene. He escuchado esto antes. Es esta cosa que los periodistas hacen. Referirse a las opiniones de otros críticos como una forma de revés para exponer su propia opinión. Y sé lo que realmente está preguntando, incluso si no lo hace: ¿Cómo se siente que la única cosa valiosa que has creado provenga de la peor clase de pérdida?
De pronto, todo es demasiado. Bryn ocultando su estómago. Vanessa con mi anuario de la escuela. La idea de que nada es sagrado. Todo es comida para basura. El que mi vida pertenezca a cualquiera menos a mí. Sesenta y siete noches. Sesenta y siete, sesenta y siete. Me levanto de la mesa con tal fuerza que los vasos de agua y cerveza se precipitan sobre su regazo.
—¿Qué demo…?
—Esta entrevista ha terminado —gruño.
—Ya lo sé. ¿Por qué te estás desquitando conmigo?
—¡Porque no eres nada más que un buitre! Esto no ha tenido que ver ni un carajo con la música. Se trataba de recoger todo lo que puedas.
Los ojos de Vanessa bailan mientras busca a tientas por su grabadora. Antes de que tenga la oportunidad de volver a encenderla, la recojo y la golpeo contra la mesa, rompiéndola y luego la lanzo dentro de un vaso de agua como buena medida. Mi mano está temblando y mi corazón late con fuerza y siento los comienzos de un ataque de pánico, del tipo que me asegura que estoy a punto de morir.
—¿Qué acabas de hacer? —grita Vanessa—. No tengo una copia de seguridad.
—Bien.
—¿Cómo se supone que escribiré mi artículo ahora?
—¿Le llamas a eso un artículo?
—Sí. Algunos de nosotros tenemos que trabajar para vivir, tú, remilgado y temperamental imbécil…
—¡Adam! —Aldous está junto a mí, dejando tres billetes de cien dólares sobre la mesa—. Para una grabadora nueva —le dice a Vanessa, antes de acompañarme fuera del restaurante e irnos en un taxi. Le lanza otro billete de cien dólares al conductor después de que se niega a dejarme encender un cigarrillo. Aldous llega a mi bolsillo y saca el frasco de mi prescripción, agita una pastilla a su mano, y dice—, ábrela. —Como si fuera alguna huraña madre.
Espera hasta que estamos a pocas cuadras de mi hotel, hasta que haya terminado dos cigarrillos en una inhalación continua y meto en mi boca otra pastilla para la ansiedad.
—¿Qué pasó ahí?
Le cuento. Sus preguntas acerca del «agujero negro». Sobre Bryn. Sobre Mia.
—No te preocupes. Podemos llamar a Shuffle. Amenazarlos con retirar la exclusiva si no ponen a un periodista diferente a cargo. Y tal vez esto llegue a los tabloides o provoque chismes por unos días, pero no es una gran historia. Pasará al olvido.
Aldous está diciendo todas estas cosas calmadamente, como, «Oye, es sólo rock and roll», pero puedo leer la preocupación en sus ojos.
—No puedo, Aldous.
—No te preocupes por eso. No tienes que hacerlo. Es sólo un artículo. Podrá manejarse.
—No es sólo eso. No puedo hacerlo. Nada de eso.
Aldous, quien no creo que haya dormido en una noche completa desde que salió de gira con Aerosmith, se permite lucir exhausto durante unos segundos. Entonces vuelve al modo representante.
—Sólo has conseguido un agotamiento antes del tour. Le pasa a los mejores —asegura—. Una vez que estés en camino, delante de la multitud, y comiences a sentir el amor, la adrenalina y la música, te sentirás recargado. Quiero decir, demonios, estarás frito seguramente, pero felizmente frito. Y en noviembre, cuando esto haya terminado, puedes ir a vegetar en una isla en algún lugar donde nadie sepa quién eres, donde a nadie le importe una mierda acerca de Shooting Star. O del salvaje Adam Wilde.
¿Noviembre? Estamos en Agosto. Esos son tres meses. Y la gira es de sesenta y siete noches. Sesenta y siete noches. Lo repito en mi cabeza como un mantra, excepto que hace lo contrario a lo que un mantra se supone tiene que hacer. Me hace querer tomar puñados de mi cabello y tirar de él.
¿Y cómo le digo a Aldous, cómo le digo a cualquiera de ellos, que la música, la adrenalina, el amor y todas las cosas que mitigan lo difícil que esto se ha vuelto, se han ido? Todo lo que queda es este vórtice. Y estoy justo en el borde de él.
Mi cuerpo entero está temblando. Lo estoy perdiendo. Un día podría ser sólo de veinticuatro horas, pero a veces sobrevivir a través de uno sólo parece tan imposible como escalar el Everest.