Quiero terminar la historia de Julio, pero la historia de Julio no termina, ése es el problema.
La historia de Julio no termina, o bien termina así:
Julio se entera del suicidio de Emilia recién un año o un año y medio más tarde. La noticia se la da Andrés, que ha ido con Anita y las dos niñas a una feria del libro infantil que se realiza en el Parque Bustamante. En el stand de Editorial Recrea figura Julio, de vendedor, un trabajo mal pagado pero muy sencillo. Julio parece feliz, porque es el último día de la feria, vale decir que desde mañana podrá volver a ocuparse del bonsái. El encuentro con Anita es equívoco: al principio Julio no la reconoce, pero Anita cree que está fingiendo, que la reconoce pero le desagrada coincidir con ella. Con cierta molestia aclara su identidad y, de paso, puntualiza que lleva varios años separada de Andrés, a quien Julio conoció vagamente durante los últimos días o las últimas páginas de su relación con Emilia. Torpemente, para hacer conversación, Julio pide detalles, intenta comprender por qué si se han separado actúan juntos, ahora, un irreprochable paseo familiar. Pero ni Anita ni Andrés tienen una buena respuesta para las impertinencias de Julio.
Recién en el momento de la despedida, Julio hace la pregunta que debería haber realizado en un comienzo. Anita lo mira, nerviosa, y no contesta. Se va con las niñas a comprar manzanas confitadas. Es Andrés quien se queda, y le resume malamente una historia muy larga que nadie conoce bien, una historia común cuya única particularidad es que nadie sabe contarla bien. Andrés dice, entonces, que Emilia tuvo un accidente, y como Julio no reacciona, no le pregunta nada, Andrés precisa: Emilia está muerta. Se tiró al metro o algo así, la verdad es que no lo sé. Estaba metida en drogas, parece, aunque en realidad no, no creo. Murió, la enterraron en Madrid, eso sí es seguro.
Una hora más tarde Julio recibe su salario: tres billetes de diez mil pesos con los que había pensado arreglárselas por lo menos durante las dos semanas siguientes. En lugar de caminar hacia su departamento detiene un taxi y le pide al chofer que conduzca treinta mil pesos. Le repite, le explica y hasta le da el dinero por adelantado al taxista: que siga cualquier dirección, que vaya en círculos, en diagonales, da lo mismo, me bajo de su taxi cuando se enteren los treinta mil pesos.
Es un viaje largo, sin música, de Providencia hasta Las Rejas, y luego, de regreso, Estación Central, Avenida Matta, Avenida Grecia, Tobalaba, Providencia, Bellavista. Durante el trayecto Julio no contesta ninguna de las preguntas que le hace el taxista. No lo escucha.
Santiago, 25 de abril de 2005