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Día 7, 12:00 PM.

330 Drumm St,

San Francisco, California.

David llegó a su casa agotado. Le habían curado la herida del brazo, pero sabía que otras heridas no se curarían jamás. Se tumbó vestido en la cama y notó como el dolor del brazo le ascendía por la espalda hasta el cuello. El efecto del calmante se le estaba pasando.

Se acercó a la mesa de la cocina, abrió un cajón y se tomó un calmante. Después, con su brazo bueno tomó el iPad y buscó su periódico. El artículo estaba allí, lo habían sacado esa misma mañana. Sin duda había conseguido lo que llevaba años ambicionando, ahora podría trabajar para el periódico que quisiera o publicar su libro con la editorial más grande del país.

Dejó el aparato a un lado y se echó a llorar. En siete días había conseguido lo que ambicionaba a cambio de perderlo todo en el camino. Sentía el pecho tan cargado, que las lágrimas apenas aliviaron su tristeza.

Se recostó de nuevo en la cama y pensó en Carmen, en el hijo que tendrían juntos, toda una vida perdida por una ambición absurda, se dijo sin poder soportar la angustia. Ahora algo empezaba a tener sentido.

Se quedó dormido con la ropa puesta, sucio de sangre y sudor. Sin saberlo aquello era un nuevo nacimiento. El cuerpo de un bebé manchado de sangre saliendo de su madre, David salía de una vida autocomplaciente, en la que él era el único protagonista. Ahora entendía que el mundo era mucho más que su ambición, pero pensaba que era demasiado tarde. Aunque en realidad no lo era, nunca lo había sido.