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Día 7, 12:45 AM.

Sede de GoodLife Mountain View,

San Francisco, California.

—Es un asesino —dijo David a Alicia. —¡Asesino! No he matado a nadie. Simplemente he quitado ciertos estorbos, primero los de mi conciencia y después los materiales. El bien y el mal no existen, son simples convencionalismos sociales. En mi casa lo vi claro, cuando tuve la idea de lanzar la bacteria me fui al estudio y tomé uno de los libros de la estantería Fahrenheit 451, el libro de Ray Bradbury. Aquel tipo era un genio, pero no sabía que se podían destruir los libros de todo el mundo sin la necesidad de incendiarlos. Incluso podíamos seleccionar los que merecían la pena conservarse y los que no —dijo Jimmy. —¿Estás loco? —preguntó Irina incrédula. Jimmy continuó su relato sin hacer caso a su socia.

—La escena que más me gusta es la que el autor incluyó para la obra de teatro que se hizo del libro. La conversación entre Beatty y Guy Montag. El jefe de bomberos, Beatty, lleva al protagonista a su casa. Cuando Guy entra se queda sorprendido, todas las paredes están llenas de libros. «Pero tú eres un incinerador de libros». El viejo zorro le contesta: «El delito no es tener libros, es leerlos». ¡Qué sutil!, ¿verdad? —Un crimen es un crimen —dijo David.

—¿No ves la belleza? —Dijo Jimmy—. Tú como Guy tienes en la cabeza las viejas reglas: bueno y malo, correcto e incorrecto, justo e injusto, pero el mundo se está abriendo a nuevas reglas. Lo importante es si es útil o no, si te funciona o no te funciona. —Voy a detener esto —dijo Irina tomando el teléfono. —No lo hagas Irina. No voy a permitir que nadie se interponga en el camino de mi empresa —dijo Jimmy. Un disparo silbó en mitad de la penumbra y el teléfono estalló por los aires. Antes que David pudiera reaccionar una segunda bala atravesó su brazo y su arma cayó pesadamente al suelo.