Día 7, 12:20 AM.
Sede de GoodLife Mountain View,
San Francisco, California.
Irina miró el arma con nerviosismo y se quedó muda de repente. David comenzó a mover la pistola de una a otra alternativamente, como si durara con cual acabar primero.
—No entiende lo que estamos construyendo —dijo Alicia poniéndose en pie. David le hizo una señal para que no se moviera.
—Cuando llegamos a este negocio lo único que querían las compañías era sacar dinero rápido y fácil, pero nosotras inventamos el mejor buscador de la historia. Antes las compañías creaban buscadores lentos para que los usuarios se quedaran más tiempo en sus páginas, pero nuestro sueño era poner toda la información del mundo al alcance de todos —dijo Alicia. —Aunque hubiera que matar, robar o extorsionar para ello —dijo David. —¿Está loco? Nosotras jugamos limpio, aunque no siempre se jugó limpio por parte de la competencia. Nuestra máxima era «se pueden hacer negocios sin hacer trampas» —dijo Alicia. —Entonces, ¿por qué destruyeron los libros? ¿No querían que el conocimiento llegara a todos? —preguntó David. —Ofrecimos al mundo nuestra tecnología de forma casi gratuita, pero las bibliotecas, las editoriales nos echaron sus perros rabiosos; para impedir el Proyecto Alejandría, alegaban problemas con los derechos de autor, aunque lo que no querían perder era el monopolio del saber —dijo Alicia. —Por eso decidieron hacerlo por las malas —dijo David. —Ellas no son papaces de eso. Alguien tenía que hacerles el trabajo sucio —se escuchó una voz entre las sombras. Irina la miró sorprendida. La voz le era extrañamente conocida.
—¿Qué dice? ¿Se ha vuelto loco? —La oportunidad surgió cuando nos conocimos a. Les hablé de las posibilidades que tenían las aplicaciones del ADN de los usuarios. Podríamos auxiliar a la gente, prevenir enfermedades y ayudarles a superar problemas de personalidad, pero las querellas y la mala imagen de mi empresa nos había hecho perder millones de dólares en los últimos años. Unos días más tarde volvimos a comer juntos y me habló de otros proyectos de sus laboratorios, de las bacterias que podían disipar los vertidos de crudo. También les conté que podía crear bacterias que conseguían destruir casi cualquier material y que pensaba venderle el descubrimiento al ejército. Se marcharon pensativas a casa. Entonces se me ocurrió la idea —dijo Jimmy. —Crear una bacteria para destruir el papel, de esa forma todo el mundo se echaría en sus brazos y conseguirían el dinero que necesitaban —dijo David. Irina se acercó sorprendida a Jimmy. No podía creer lo que estaba escuchando.
—¿Cómo has podido hacer una cosa así?
—Lo hice por GoodLife y mi empresa, por el futuro de la compañía y por el futuro del mundo —se intentó justificar Jimmy. —¡Maldito cabrón! —dijo Irina indignada. —Alguien tenía que hacer algo, tú te limitabas a lamentarte todo el día y tu socia vive en sus fantasías altruistas —dijo Alicia. —Por eso fue capaz de asesinar a tantas personas —dijo David. —Salvaremos millones, ¿no lo entiende? Una luz comenzó a parpadear.
—¿Qué es eso? —preguntó David. —La alerta de seguridad —dijo Irina. —Todavía no, maldita sea —dijo Jimmy bloqueando los accesos a la zona restringida—, aún queda una última cosa por hacer.