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Día 6, 9:00 PM.

Sede Vaticana,

Roma, Italia.

Estaba exhausto. Llevaba varios días durmiendo dos o tres horas, pero necesitaba supervisar la digitalización de todos los libros y manuscritos. Luigi Cervini entró en el programa y ojeó los índices, después se entretuvo viendo en la pantalla algunos incunables. La Biblioteca Vaticana se había salvado, no importaba el coste, lo verdaderamente importante es que todo aquello estaba ahora digitalizado.

Observó las bellas ilustraciones a través del monitor, no era lo mismo que tocar las hojas o los pergaminos, pero su hermosura brillaba a través de la pantalla como lo había hecho durante milenios en las salas de la biblioteca.

Luigi Cervini se levantó de la silla y notó como le dolía la espalda. Demasiada tensión acumulada y un cansancio que apenas le permitía moverse con la agilidad a la que estaba acostumbrado.

El Papa le había felicitado aquella mañana, eran el primer estado que había terminado la digitalización, a pesar de la vasta colección de libros y escritos. No lo habrían conseguido sin GoodLife y ahora todos sus tesoros se encontraban en la caja fuerte de la compañía, aunque seguían perteneciendo a la Iglesia, GoodLife únicamente les alquilaba un lugar seguro.

Claro que Luigi Cervini tenía sus dudas, las mismas que le había expresado al Papa el director del Archivo Secreto, pero tardarían un tiempo en crear un sitio lo suficientemente seguro para proteger sus tesoros de los ciberterroristas. El mundo había cambiado mucho en los últimos años, pero eso era tan sólo la punta del iceberg. La iglesia debía prepararse a conciencia para los nuevos tiempos y eso es lo que Luigi Cervini quería que el Papa entendiese. Fue hasta su habitación, tomó su e-Reader y cargó la Biblia. Cuando llevaba un par de capítulos del libro de Apocalipsis se quedó dormido.