Día 6, 08:00 AM.
Simmonds Rd,
Mill Valley, California.
Se habían dormido al poco de llegar a la casa, Carmen y David estaban destrozados por la tensión de la noche anterior, habían sido demasiadas emociones para dos personas acostumbradas a la vida cotidiana sin sobresaltos. Frank, por el contrario, no había pegado ojo. Estuvo toda la noche dándole vueltas a cómo hacer caer en la trampa a las fundadoras de GoodLife.
Se levantó de la cama y encendió la pequeña radio de la cocina. Todo estaba un poco dejado, llevaba más de seis meses sin pasar por allí, desde que su pareja había fallecido de leucemia.
Frank se hizo un café y se sentó en la mesa de la cocina para escuchar las noticias.
Unos diez minutos más tarde apareció David, llevaba una camisa vieja y larga que le llegaba hasta los muslos. Su pelo alborotado y rubio le hizo pensar a Frank en el hijo que nunca tuvo, como si aquella extraña mañana fuera una simple escena hogareña.
—¿Qué tal estás David? —Agotado. Hacía tiempo que no me sentía tan cansado —dijo el joven sentándose en la mesa. —¿Un café? —Sí, por favor —dijo David bostezando. La radio seguía sonando sin que le prestaran mucha atención.
—Este es tu famoso refugio —dijo David
—Llevaba sin venir meses, antes lo usaba para leer manuscritos y escapar de la ciudad, pero desde que murió Dolores no he vuelto. —Lo siento —comentó David. —No, tenía que hacerlo antes o después. Si te soy sincero, estoy contento de haber venido. Frank sonrió y le colocó un café sobre la mesa.
—Me temo que no será tan fácil hablar con las fundadoras de GoodLife —dijo Frank. —Ayer fracasaron, no tardarán mucho en volver a intentar asesinarnos. —Una posibilidad es que Carmen y tú os marchéis a la costa Este. —No creo que eso solucione nada. Nos pueden localizar en cualquier sitio, además soy sospechoso de un doble asesinato —dijo David. El editor tomó un sorbo de café y respiró su aroma. Llevaba dos años sin probarlo por culpa de la tensión, pero ahora no le preocupaba la salud, ni la jubilación, se sentía de nuevo vivo.
—Al menos puede marcharse Carmen —dijo Frank. —De eso ni hablar —se escuchó una voz desde el otro lado de la puerta. La mujer apareció con otra camiseta larga. Su piel morena brillaba y su pelo rizado y negro le caía por los hombros. David la contempló de una manera totalmente distinta, como si después de unas horas Carmen recuperara de repente todo el atractivo perdido.
La mujer se acercó a David y le besó, después se sirvió un poco de café.
—Es por tu seguridad —dijo David. —Me dijiste que era mejor que no me involucrara y no lo hice, pero esos cabrones me esperaron a la salida del trabajo, me metieron en una furgoneta, me tuvieron un día entero retenida. No me iré a ninguna parte sin ti. Frank sonrió, le recordaba un poco a Dolores, con ese carácter explosivo y su manera apasionada de hablar.
—Además no puedo dejar al padre de mi hijo —comentó muy seria la mujer. David la miró sorprendido.
—Sí, lamento decírtelo de esta manera, pero intenté llamarte y hablar contigo, pero no hubo forma. Estoy embarazada de dos meses. El joven se quedó paralizado, con la boca abierta, después se puso en pie y la abrazó. No había pensado mucho en la paternidad, para él era algo todavía lejano, pero de repente sintió un estremecimiento y la besó.
—No esperaba… —Yo tampoco, pero… Carmen se echó a llorar. Esperaba una reacción más negativa en David, pero lo que más le asustaba era su aparente indiferencia.
—Lo criaremos juntos y seguro que se será igualito a ti —dijo David intentando animar a su novia. —¿Quieres que aborte? David se lo pensó un momento. Aquello no era una opción, al menos para él.
—No, creo que podemos ser muy felices los tres juntos. —Será mejor que lo celebremos —dijo Franz dirigiéndose a su bodega. Unos minutos más tarde regresó con una botella de champagne. Les sirvió un poco y los tres brindaron. —Querida, tu mejor simplemente mójate los labios —dijo Franz preocupado.
Carmen sonrió.
—Si no os importa, quiero irme un rato a descansar. Franz preparó una cama a la mujer y después regresó al salón. David estaba cabizbajo, sirviéndose otra copa.
—¿Estás bien? —No, justo en este momento no puedo ser padre. No sé si estaré vivo mañana —comentó David con el rostro pálido. —Todos podemos morir mañana. Piensa en el hoy, David. —Les haré salir de su escondrijo, es la única forma de acabar con todo esto —comentó David. —¿Cómo? —preguntó Franz. —De la única manera que sé —contestó David con una sonrisa. Cogió su teléfono e hizo una llamada. Después de hablar un par de minutos se dirigió a Frank. —Necesito recargar el iPad, quiero enviar el artículo para que lo publiquen en la edición de la tarde.