Día 5, 9:30 PM.
6th Ave,
New York.
Varios camiones del ejército se detuvieron en la calle y comenzaron a lanzar una especie de líquido por las aceras y portales. La gente los miró con curiosidad y algunos con nerviosismo. Después de los últimos días todo el mundo esperaba un atentado terrorista, pero los soldados se limitaban a fumigar las calles rápidamente y después pasar a la siguiente. Los soldados llevaban mascarillas, no porque el producto fuera peligroso, pero no se había estudiado la sobreexposición al mismo y el gobierno no quería arriesgarse.
El plan de fumigación había comenzado cinco horas antes y habían logrado lanzar la bacteria en unas quinientas ciudades importantes. El trabajo se desarrollaba más rápidamente de lo previsto.
La fábrica de Jimmy Watson trabajaba a pleno rendimiento. Tenía que servir su producto a Estados Unidos, pero los pedidos llegaban de todo el mundo y muchos de ellos ya habían salido para sus destinos. El mundo intentaba contener la respiración hasta ver los primeros resultados.
Los mismos grupos de soldados recorrían en ese momento Washington, Detroit, Boston y Dallas. Los turnos eran de doce horas cada uno e iban a seguir esparciendo la bacteria las veinticuatro horas hasta que todo el país estuviera cubierto.
Algunos científicos habían expresado su escepticismo, dudaban que la bacteria lograra desplazar a la que se estaba comiendo la celulosa y, que si al final lo conseguía, podrían pasar semanas o meses, pero los cálculos del Jimmy Watson Institute no dejaban lugar a dudas, el remedio contra la bacteria de la celulosa sería igual o más rápido de lo que había sido la propia bacteria. A la mañana siguiente se harían las primeras mediciones y se podría calcular la evolución de una manera más exacta.