Día 4, 5:30 PM.
San Francisco, California.
La casa de Mr. Rutan seguía igual de tranquila que cuando la dejaron por la mañana. Los dos agentes empujaron a Jonathan dentro mientras el profesor les esperaba en el coche. Obligaron a Jonathan a abrir la nevera, pero no encontraron nada.
—¿Nos estás tomando el pelo, chico? —dijo uno de los agentes sacudiéndole por las solapas. —Lo dejé aquí —dijo el joven. El agente le golpeó directamente en el estómago y Jonathan se dobló hacia delante. Después le dio un rodillazo en plena barbilla y el joven cayó al suelo.
—No puedes mentirnos a nosotros. Tenemos licencia para matar terroristas y tú, para nosotros, eres un terrorista. Jonathan se levantó del suelo con dificultad, estaba a punto de darles la muestra, cuando Mr. Rutan entró en su salón con un rifle.
—Dejen al chico en paz. Nos largamos Jonathan. Los dos hombres miraron con indiferencia al viejo.
—No nos asusta con su vieja escopeta de caza —dijo uno de los agentes. El viejo disparó el rifle y una parte de su sofá estalló en mil pedazos. Los dos agentes miraron sorprendidos, uno de ellos se lanzó sobre el viejo, pero este apretó el gatillo sin pensarlo. El cuerpo del agente se derrumbó con las tripas abiertas.
—Hijo de puta —gritó el otro agente sacando una pistola y apuntando a la cabeza de Jonathan. El joven se zafó y logró apartarse del agente justo antes de que el anciano volviera a disparar. El hombre cayó a tierra muerto. El anciano bajó el arma y sintió ganas de vomitar, pero se contuvo y con un gesto indicó al joven que salieran a la calle.
—Ahora nos van a perseguir por asesinato y seguramente por terrorismo. Nuestra única oportunidad es darle esa maldita muestra a un pez gordo antes de que nos maten como perros —dijo el profesor. —Pero ¿a quién? —preguntó el joven. —Tendremos que pensarlo con rapidez, nuestro tiempo se acaba.