Día 4, 2:00 PM.
Sede de James Editors 424,
Pacific Ave, San Francisco.
Algunos escritores aseguran que es imposible mantener una buena relación con tu editor, pero a David fue la única persona a la que se le ocurrió acudir. No quería involucrar más a su novia. La había llamado desde una cabina una hora antes para tranquilizarla, ella había insistido en verle para comprobar que estaba bien, pero él se había opuesto en redondo. Después Susan había llamado a GoodLife para explicar su falta al trabajo. Al parecer ya estaban empezando a preocuparse por su ausencia. Frank no se sorprendió de ver por segunda vez en aquella semana a su escritor preferido. Desde que el problema de la celulosa había comenzado, muchos editores se habían suicidado al ver cómo millones de dólares en libros habían desaparecido por completo, pero Frank había aprovechado y tras salvar parte de su fondo, lo había digitalizado y guardado en uno de los servidores seguros de GoodLife.
—Hola David, ¿qué te trae de nuevo por aquí?. —Perdona que te moleste, mi amiga Susan. Frank, mi editor —les presentó escuetamente David. —Encantado —dijo el editor. —Mis investigaciones sobre GoodLife están muy avanzadas, pero necesito tu ayuda de nuevo. —Soy todo oídos —dijo Franz sonriente.
—Ya conoces mis sospechas sobre el plan de destruir todos los libros del mundo para conseguir el dominio del mercado. —Sí, ya sabes que la historia me fascina. Es ese tipo de libros que se venden como rosquillas —comentó Frank. —Sé que te cuesta creer que todo esto se trate de una conspiración real, pero tenemos algunas pruebas y esperamos conseguir las definitivas esta noche. En cuanto las tengamos te las pasaremos a ti, no quiero enviarlas por correo electrónico, tú llevarás una copia a mi periódico y otra al FBI. Frank se quedó pensativo y después se rio.
—Te tomaste en serio todo mi discurso sobre Fahrenheit 451. Se trata tan sólo de la novela del viejo Ray Bradbury. Es una historia apasionante, si no recuerdo mal François Truffaut la llevó al cine en 1966. —No estoy bromeando, alguien ha planeado la destrucción de los libros, pero esta vez para concentrar toda la información escrita disponible y controlar la cultura, el arte y la educación —dijo David. —¿Por qué alguien querría hacer algo así? Hace cincuenta años todos éramos unos idealistas. Los estados controlaban cada parte de la vida del individuo, sobre todo en los países comunistas, pero todo eso pasó, el mayor enemigo actual del hombre es el propio hombre. Nos estamos embruteciendo sin la necesidad de que nadie queme un solo libro. —Tu discurso es muy bonito —dijo David, se apoyó en la mesa y señalando con el dedo índice continuó—, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras que una gran compañía controla todos los libros del mundo.
—El mundo que creó Bradbury es una distopía. Ya nadie se hace preguntas y si alguien osa hacerse una, simplemente la teclea en la barra de GoodLife y obtiene la respuesta al instante, sin esfuerzo ni sacrificio. Aquel mundo despótico creado en Fahrenheit 451 en algunos aspectos tenía razón. Leer impide ser felices a la gente. «El que añade conocimiento, añade dolor» dijo el sabio Salomón. Cuando leemos comenzamos a ser diferentes unos de otros, pero la sociedad quiere que todos seamos iguales —dijo Frank encendiendo su pipa. —Pero debemos luchar para que eso no sea así. —En la novela, el bombero Guy Montag lucha contra el sistema ¿y qué consigue?, más frustración. El mundo en el que vive Clarisse McClellan es el ficticio. ¿Qué quieres que te quemen como a la vieja que se niega a separarse de sus libros en la novela? No sirve de nada tanto sacrificio —dijo Frank. —¿Cómo puede decir eso un editor? —preguntó Susan. —Un editor es el más adecuado para hablar de las grandezas y miserias de los libros. Del glamour artificial de los escritores, del mundo literario a la búsqueda del último best seller o del próximo gran prosista. Todos son caras de la misma moneda, de una industria tan despiadada como cualquier otra. A lo mejor nos merecemos desaparecer, para que los hombres vuelvan a escribir sobre piedra, pero al menos sean sinceros. Narrando el mundo que ven alrededor y no la historia que va a vender más o va a aclamar la crítica.
David entendía lo que Frank quería transmitirles, pero no podía abandonar. Rendirse no terminaría con un mundo injusto, hipócrita e ignorante.
—Hay varios capítulos terribles en Fahrenheit 451. Uno de los más dramáticos es cuando el bueno de Montag tiene que terminar con su despiadado jefe. ¿Estás dispuesto a matar para salvar al mundo? —No lo sé, espero no tener que hacerlo —contestó David. —Si el mundo se destruye al menos tendremos una oportunidad de comenzar de nuevo. Seríamos como los vagabundos del bosque recitando los libros desaparecidos, nunca sería la literatura más bella. —Eso significa que no vas a ayudarnos, —dijo Susan. —Yo estoy tan loco como tú, querido amigo. Cuenta conmigo, aunque no sé de qué puede ser útil un viejo y torpe editor. —De mucho —dijo David sonriendo. —Espero que sirva de algo cambiar esta distopía —comentó Frank mientras observaba las estanterías vacías de su despacho.