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Día 4, 10:00 AM.

Jones Rd,

Los Gatos, California.

Larsson parecía muy amable aquella mañana, les había preparado un desayuno exquisito y estaba de buen humor. Susan y David tomaron las tostadas, el zumo de naranja y el café con calma. Después intentaron aclarar sus ideas y su plan de actuación, hasta que Larsson les explicó el porqué de tanta alegría.

—He colgado toda la información a primera hora en mi web. En un par de horas todos los medios hablaran de ello. ¿No es fantástico? —¿Qué has hecho? —preguntó David enfadado. —Es la mejor manera de protegeros y de que el rumor se extienda. Seguro que ya habrá gente hablando de ello en Facebook y Twitter. —Eso es una locura —dijo Susan—, no tenemos ninguna prueba. —Has firmado tu sentencia de muerte y la nuestra. Esta gente no va a parar. Larsson les miró molesto, después giró la pantalla de su Mac y les mostró la web.

—Mirad las malditas visitas —dijo señalando la pantalla. Los tres observaron la sencilla página de fondo blanco y letras negras. No había nada sobre GoodLife.

—¿Nos has gastado una broma? —preguntó David. Larsson volvió a enfocar el monitor y miró su web. El último artículo era de hacía unos días. Alguien había borrado el de GoodLife.

—Pero ¡mierda! Esos hijos de puta no lo van a poner fácil.

—Te has expuesto y ahora tu casa no es un lugar seguro, será mejor que nos marchemos —dijo David. Larsson les miró sorprendido. Tenía un sofisticado sistema de seguridad que hacía casi imposible que borraran nada de lo que escribía en la red, pero estaban luchando contra algo demasiado poderoso.

David se levantó de la mesa. Se colocó los zapatos y cogió las pocas cosas que llevaba encima. Susan únicamente tenía su ropa y unas zapatillas viejas que le había prestado Larsson.

—Venga —dijo David al ver que el hombre no reaccionaba. Al final se puso en pie y después de calzarse les dijo:

—Siempre tengo un equipo de emergencia en el coche. Voy a comprobarlo y a calentar el motor, ese trasto es demasiado viejo. Susan se peinó en el baño e intentó animarse un poco. Cuando volvió al salón, David la esperaba con la puerta abierta. Se aproximaron a la salida y apenas les dio tiempo a reaccionar.

Una fuerte explosión los sacudió y lanzó contra el suelo. Los cristales de toda la casa estallaron y una bocanada de fuego estuvo a punto de abrasarles. Cuando David se levantó con el rostro completamente ennegrecido y los oídos reventados por la detonación, lo único que vio fue el amasijo de hierros en los que se había convertido el coche de Larsson. Ayudó a Susan a ponerse en pie. Permanecieron unos segundos observando el fuego, impresionados y paralizados por el horror. Ellos debían haber muerto en ese coche, pensó David.

—¿Y qué haremos ahora? —preguntó Susan asustada. —Tenemos que reunir toda la información disponible y entregarla a las autoridades. Es la única forma de parar esto —dijo David. —Pero ¿cómo?

—¿Crees que funcionará todavía tu acceso a GoodLife? —No lo sé. —Tendremos que intentarlo esta noche —dijo David. —¿Qué haremos hasta esa hora? —Es importante que no realicemos ninguna llamada, compra o cualquier cosa que les haga pensar que estamos vivos. Para ellos estamos muertos y así seguiremos hasta que mostremos al mundo la verdadera cara de GoodLife.