39

Día 4, 09:45 AM.

Jimmy Watson Institute,

San Francisco, California.

—Todo funciona a la perfección, según lo previsto —dijo Jimmy Watson por teléfono. —¿Está seguro? —preguntó una voz al otro lado de la línea. —Sí, hoy mismo presentaremos el remedio al gobierno y esperamos poder parar la desaparición de la celulosa en cuatro o cinco días —dijo Jimmy. —Eso es una buena noticia. —En cuanto deje de hablar contigo llamaré a la Casa Blanca. Naturalmente sacaremos un buen pellizco, imagino que el gobierno de Estados Unidos y el resto del mundo pagará lo que sea por la fórmula. —A no ser que se la den gratis —dijo la voz al otro lado. —¿Gratis? —preguntó Jimmy alterado. —Detectamos datos sobre la bacteria en un ordenador de la universidad de Stanford, acudimos a ver de qué se trataba y a destruir la información, pero el joven que estaba allí escapó, imaginamos que con alguna muestra. Según lo que hemos visto en su ordenador, tenía un remedio para frenar a la bacteria. —Mierda, eso puedo hacernos perder mucho dinero. ¿Dónde está el chico?

—Un ordenador nos ha avisado de que se han metido sus datos en una base de la sede central del FBI en San Francisco. —¿Puedes hacer algo? —preguntó Jimmy. —Anular los datos, borrar la grabación y eliminar al chico. Tengo algunos amigos en la Agencia —dijo la voz. —Hazlo de inmediato. No podemos arriesgarnos. Mañana a primera hora hablaré personalmente con el Presidente y no quiero competencia. —Está bien, pero me debes una. —Te lo pagaré, te lo aseguro. Jimmy cortó la comunicación del iPhone y se recostó en la silla de cuero. Aquellos imprevistos formaban parte de la vida. No era la primera vez que paraba los pies a un jovencito listillo que quería robarle una fórmula. Apretó un botón y pidió un café a su secretaria. Necesitaba algo que le despejara bien; tenían que producir el remedio y distribuirlo en dos días. Salvar al mundo era agotador.