Día 4, 09:30 AM.
FBI San Francisco 450 Golden Gate Avenue,
San Francisco.
A pesar del cansancio había madrugado con la idea de acercarse a primera hora a la oficina central del FBI en la ciudad. Mr. Rutan insistió en acercar a Jonathan Huxley hasta allí. Quería asegurarse de que no le sucedería nada. Después de un desayuno ligero y tras guardar las muestras del laboratorio, los dos tomaron el viejo Ford del profesor y se dirigieron a las oficinas.
Durante el trayecto permanecieron en silencio, como si lo sucedido la noche anterior aún les tuviera cavilando sobre los pros y contras de presentarse con una posible solución en mitad de un momento tan caótico.
Aparcaron el coche y se dirigieron a la planta 13 del edificio. El profesor Mr. Rutan se acercó al mostrador de información y con tono suave dijo a la recepcionista:
—Señorita, necesitamos hablar con un agente de inmediato, tenemos un dato muy importante que podría ayudar a parar la destrucción de celulosa en el mundo. La mujer les miró con cara de indiferencia, apretó un botón y habló por el micrófono.
—Tengo otros dos que vienen por el asunto de papel. Ok —dijo la mujer mirando hacia el vacío. Después se dirigió al profesor—. Por favor siéntense en esa sala, les atenderán lo antes posible. Los dos se dirigieron a la salita, se acomodaron en un sillón y esperaron pacientemente. Una media hora más tarde un agente alto, delgado, de cara muy pálida y profundas ojeras negras se les acercó.
—Por favor, síganme. Caminaron por varios pasillos hasta una sala de interrogatorios o eso es lo que le pareció a Jonathan. Después se sentaron en dos sillas frente a una mesa vacía.
—¿Quieren un café? Es de máquina pero está delicioso. —Sí, por favor —dijo Mr. Rutan. Jonathan negó con la cabeza. El agente desapareció y regresó unos minutos más tarde con dos cafés en vasos de plástico. Se sentó y les dijo:
—Mi nombre es agente Andreiev. ¿En qué puedo ayudarles? Los dos hombres vacilaron por unos instantes, se miraron uno al otro y al final el profesor comenzó a hablar.
—Buenos días, mi nombre es John Rutan, he sido profesor en el instituto de Stanford durante cuarenta años y ahora estoy jubilado. Anoche vino a mi casa Jonathan Huxley, el joven aquí presente, es un exalumno mío, a decir verdad uno de los más brillantes que he tenido. —Encantado, me he olvidado decirles que todo lo que digan será grabado en video. Desde que nos hemos quedado sin papel es la única forma de hacer un informe. —Está bien —dijo el profesor. —Ustedes dirán.
Jonathan levantó la mirada por primera vez y se dirigió directamente al agente.
—He estado investigando la causa de la destrucción de celulosa. Me costó aislar al agente causante, pero lo logré. —Estupendo, se puede saber de qué diablos se trata —dijo el agente. —Es una bacteria modificada para destruir el papel. Si tenemos los medios adecuados podemos averiguar hasta dónde se pudo producir —dijo Jonathan recuperando la seguridad en sí mismo. —Genial, ¿tiene alguna muestra? —preguntó el agente impaciente. No era el primer chiflado que se acercaba a la oficina con la supuesta solución al problema del papel. Normalmente se perdía más tiempo con falsas alarmas que descubriendo verdaderamente el caso. —Sí, aquí tengo la bacteria y también el remedio —dijo Jonathan sacando el tubo de ensayo. El agente le miró sorprendido. Después se puso recto en la silla, como un perro de caza que al fin ha olisqueado a su presa y dijo:
—Ahora va a explicarme todo detenidamente. El tiempo apremia.