Día 4, 01:30 AM.
Manuela Av,
Palo Alto, California.
Alicia se sentía agotada; había sido uno de los días más largos y difíciles de los últimos años. Prácticamente el 80% de los países del mundo se había sumado a su proyecto de escaneado de libros, un número incalculable de compañías, fundaciones e iglesias. Desde las siete de la mañana había tenido que organizar el envío de equipos de escaneo o facilitar los programas para protección de libros digitales ya escaneados. Llevaba dos días infernales y al ritmo que avanzaba el escaneo, los tres próximos días iban a ser iguales.
Desde que ella e Irina habían fundado GoodLife las cosas habían funcionado muy bien. Aunque es cierto que al principio les costó conseguir financiación, al final uno de los inversores más importantes en nuevas tecnologías, Mark Faletti, había invertido más de 2 millones de dólares, lo que les había permitido comprar nuevos equipos y que su proyecto de carrera se convirtiera en una compañía solvente.
Irina había insistido en vender GoodLife cuando llevaban un año de existencia, pero afortunadamente las grandes empresas de Internet pensaban que la búsqueda no era un buen negocio y no habían aceptado sus ofertas.
Alicia se había casado tres años antes y ahora tenía una familia con dos hijos y un marido, que en muchas ocasiones ocupaba el papel que le hubiera gustado tener a ella. Cuando los niños tenían que ir al médico o hacían alguna representación en la escuela o simplemente se pasaban la noche sin dormir, era James, su marido, el que los cuidaba.
Después de repasar las últimas cifras en su ordenador, Alicia se tumbó en la cama y percibió como la carga de los hombros comenzaba a relajarse. Le molestaba mucho la espalda y le escocían los ojos. Se quedó unos instantes con la mente en blanco e intentó imaginar que aquello pasaría pronto y al final su compañía se convertiría en líder mundial y muchos de sus sueños, proyectos y ambiciones se cumplirían por fin. Ella que había visto la desesperación de sus abuelos cuando se quedaron casi sin casa, después de que la fábrica de automóviles para la que trabajaban cerrara, ahora intentaba favorecer a sus empleados, crear dentro de GoodLife algo parecido a la sociedad equilibrada y feliz de los años cincuenta.
Se giró y vio el rostro de James. Era un hombre guapo, algo más joven que ella, servicial y educado, el perfecto padre y esposo. Le acarició la cara y después se volvió a recostar.
Repasó las últimas cosas que tenía que hacer al día siguiente, se tumbó de lado y se durmió.
Desde hacía una semana tenía un sueño recurrente, casi una pesadilla. Entraba en GoodLife y a medida que cruzaba las salas todo se iba deshaciendo como si tratara de un edificio de chocolate. Paredes, mesas, ordenadores se convertían en pocos segundos en algo líquido y después desaparecían sin dejar rastro. Cuando llegaba a su despacho, este comenzaba a desaparecer y de repente se encontraba en medio de un solar vacío, cubierto de maleza y completamente sola.
Intentó pensar en otra cosa e imaginar las próximas semanas y el futuro que les esperaba, pero no lograba pensar nada. Apretó los ojos para esforzarse en dormir, pero la mente no dejaba de darle vueltas. Al final se volvió a levantar, se marchó a su despacho y puso algo de música mientras trabajaba.
Cuando el sueño la venció, se quedó dormida sobre el teclado con el monitor parpadeando incesantemente el logo de la empresa, que parecía moverse inquieto por toda la negrura de la pantalla.