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Día 4, 01:20 AM.

Ambar Way,

Menlo Park, California.

Después de dos horas de conversación y varios cafés, Jonathan Huxley empezó a sentirse más calmado, su viejo profesor Mr. Rutan le había escuchado con paciencia y casi sin interrumpirle. Llevaba jubilado dos años y eso era lo más emocionante que le había sucedido desde entonces. Ahora pasaba la mayor parte de su tiempo arreglando el jardín o leyendo libros de la biblioteca pública. Jonathan había sido uno de sus alumnos más brillantes y ahora, después de tantos años, le contaba aquella historia increíble sobre las bacterias que se estaban comiendo el papel.

—Será mejor que mañana vayas directamente al FBI y le cuentes lo que ha sucedido —dijo Mr. Rutan mientras se levantaba de su cómodo sofá de piel. —Tiene razón —dijo Jonathan más tranquilo. —¿Has guardado en la nevera el tubo? —preguntó Mr. Rutan. —Sí, espero que mañana por la mañana esté todavía viva la bacteria que he modificado —dijo Jonathan muerto de sueño. El profesor le preparó la habitación de invitados, el joven se aseó un poco y en unos minutos estuvo tumbado en la cama. Intentó descansar, pero se sentía otra vez despejado. Por un lado tenía la sensación de estar haciendo algo grande, pero por el otro tenía mucho miedo.

Se levantó de la cama y contempló la noche clareada por la Luna y las estrellas. Sin duda el universo era el mayor misterio por descubrir, pero él estaba acostumbrado a su microuniverso de bacterias y virus, un mundo invisible, pero letal cuando se hacía visible al ser humano. Se tumbó de nuevo y cerró los ojos, había dado con el remedio para la mayor catástrofe de los últimos mil años y en veinticuatro horas sería el hombre más famoso del mundo, pensó cuando el sueño le invadía de nuevo.