Día 3, 9:15 PM.
Melvilla Ave,
Palo Alto, San Francisco.
Los dos habían terminado en la cocina charlando amigablemente. Por unos momentos se habían olvidado de la investigación y se habían dedicado a conversar de sus primeros años en San Francisco, del tiempo que habían pasado en la universidad y de sus sueños para el futuro.
Susan terminó los sándwiches y los colocó en dos platos, después hizo una ensalada y entre los dos llevaron la comida al salón. Encendieron la televisión y pusieron una vieja película mientras comían.
—Afortunadamente las películas siguen viéndose sin problemas — dijo David. —Sí, por lo menos nos queda el cine para consolarnos. —Espero que todo vuelva a la calma pronto. Echo de menos un buen libro en las manos o leer algo en mi iPad —dijo David con la boca medio llena. Un coche se detuvo frente a la fachada de la casa y cuatro personas bajaron en silencio. Parecían un grupo de amigos dispuestos a tomar la última copa antes de regresar a casa, pero cuando entraron en el jardín de Susan sacaron varias pistolas y empujaron con fuerza la puerta.
Susan y David se sobresaltaron. Se pusieron en pie, David cogió el pendrive y corrieron a la parte trasera justo antes de que la puerta de la casa se abriera. Observaron el jardín a oscuras y Susan le hizo una señal para que saltaran la valla. Cuando sus perseguidores entraron en el jardín, ellos dos ya estaban en el de la casa de al lado. Diez minutos más tarde corrían por la avenida en busca de un taxi. Un frío húmedo ascendía por los pies desnudos de Susan, pero apenas lo sentía. Su instinto de supervivencia le decía que no podían parar hasta estar a salvo.