Día 3, 9:00 PM.
Universidad de Berkeley,
San Francisco, California.
Un ruido de cristales le alertó. Aquel edificio era muy seguro, pero a veces algún estudiante quería hacerse el gracioso y robar alguna muestra para presumir con sus amigos. Jonathan Huxley se puso en pie y se dirigió hacia la ventana, miró hacia el jardín que rodeaba al laboratorio, pero no observó nada extraño.
Regresó a la mesa de trabajo, pero enseguida escuchó pasos en el pasillo. Se asustó. Podían ser ladrones o algo peor, pero su cuerpo rechoncho y su falta de agilidad le mantuvieron quieto, aunque en alerta.
Cuando los pasos se detuvieron enfrente de la puerta. Tomó una de las muestras y la guardó en un tubo de ensayo y la metió en el bolsillo. Después se puso en pie y se acercó a la ventana.
Dos hombres entraron en el laboratorio. Eran altos y fornidos, pero las sombras del pasillo no le permitían verles el rostro.
—¿Jonathan Huxley? —preguntó uno de los hombres con una voz ronca y ruda. Se quedó petrificado, ¿cómo sabían su nombre?
—¿Qué sucede? Uno de los hombres extrajo una pistola con silenciador y le apuntó.
—Me temo que ha terminado su trabajo por hoy. ¿Dónde tiene las muestras? Jonathan señaló la mesa y después se apartó un poco.
—¿Está todo aquí? Jonathan asintió con la cabeza. Los dos hombres se aproximaron un par de pasos. El joven comenzó a sudar y por unos instantes supo que estaba a punto de morir.