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Día 3, 8:45 PM.

Melvilla Ave,

Palo Alto, San Francisco.

—¿Quieres cenar algo? —preguntó Susan. David negó con la cabeza y continuó en su taciturna actitud durante un par de minutos.

—¿Te encuentras bien? Te dejé esta mañana lleno de energía y ahora pareces cansado y apagado. —Llevo varios días durmiendo poco y pensado demasiado. —Puedo prepararte un sándwich. Seguro que comer algo te hará recuperar fuerzas. —No, gracias. Susan se levantó y buscó el Mac. Después se lo puso en el regazo e invitó a David a que se aproximara.

—He estado mirando esto. Al parecer el Jimmy Watson Institute firmó un acuerdo con GoodLife para desarrollar su programa sobre el genoma humano. La compañía ofrecía la tecnología para mejorar los procesos del instituto y este le facilitaba el conocimiento para que los usuarios puedan saber su propio perfil genético y protegerse de posibles enfermedades en el futuro. —¿Cómo es posible que tú no lo supieras? —preguntó David. —No conozco los proyectos nuevos de GoodLife. Casi todas las semanas comenzamos alguno diferente. ¿Sabes que los viernes los empleados proponen nuevas ideas y muchas terminan llevándose a la práctica? —Pero, pensé que con tu posición en la compañía —dijo David para intentar tirar de la lengua a la mujer. — El proyecto se ha puesto en marcha a través de la fundación. No sigo mucho las actividades que tienen, ya tengo suficiente con mi trabajo —dijo Susan comenzando a enfadarse. —Pero ¿Mathieu no te contó nada? —Intentábamos no hablar del trabajo en casa. Era la única manera de desconectar. —¿Cuánto tiempo llevaba él en la empresa? —Dos años y medio, aproximadamente —dijo Susan moviéndose inquieta en el sofá. —Según tengo entendido era uno de los ingenieros más capaces, ¿por qué se marchó a la fundación? —peguntó David cada vez más incisivo. —Quería hacer algo por los demás. La investigación te llena, pero hay momentos en que te hace perder el sentido de la realidad. Vives tanto en el mundo virtual que se te olvida que existe otro mundo en el que gente sufre y muere todos los días —dijo Susan. —A ti no parece afectarte Susan miró sorprendida a David, no entendía su actitud ni a qué venía todo aquel interrogatorio.

—Me gusta mi trabajo. He nacido para ello, no creo que eso tenga nada de malo —dijo Susan poniéndose a la defensiva. —Naturalmente que no, pero me extraña que en todo este tiempo no te plantearas algún cambio —dijo David.

—¿Cambios? Nos íbamos a casar. Queríamos tener hijos pronto, yo tengo treinta y cuatro años. ¿Te parecen suficientes cambios? —dijo Susan comenzando a llorar. David se quedó callado y después pasó el brazo por la espalda de la mujer. A veces se olvidaba de lo que debía estar pasando Susan. Al fin y al cabo, había perdido a su compañero y futuro marido.

—Discúlpame. Estoy demasiado cansado y comienzo a perder los nervios. Será mejor que me marche. —No, por favor, quédate un poco más —dijo la mujer reteniéndole con la mano. David la miró y sintió el impulso de besarla, pero la imagen de Carmen acudió a su mente. Era su mejor amiga, no podía hacerle algo así.

—Me quedaré un poco más —dijo David sentándose de nuevo—, pero tendrás que prepararme tu sándwich especial.