Día 3, 11:45 PM.
Bunker de la Casa Blanca,
Washington DC.
Era la segunda vez que se reunía el comité de seguridad en pleno en menos de tres días. El Presidente quería una solución antes de cuarenta y ocho horas y sus chicos estaban nerviosos, al borde del colapso. Michael John, el director de Gestión de Documentos del FBI, Jack el jefe de la División Antiterrorista de la CIA y el Vicepresidente Frank esperaban que de aquella reunión saliera un plan de actuación clara.
—Señor Presidente, sabemos que el problema lo produce una bacteria. Me imagino que sabe que las bacterias se pueden manipular genéticamente y, dada su abundancia y la rapidez a la que se reproducen, pueden ayudar o perjudicar al hombre — comentó Michael John. —Sí, prosiga por favor —dijo el Presidente ansioso. —Nuestros expertos saben que la bacteria causante de la desaparición de los libros ha sido manipulada por algún laboratorio. Lo que no sabemos es cómo se ha propagado tan rápidamente. Observe el mapa de evolución. Se apagó la luz y en un gigantesco mapa del mundo se vieron pequeños círculos rojos que crecían rápidamente.
—Observen. En Estados Unidos los círculos se concentran en la costa Este y la zona de California, en cambio en Europa hay países como Francia contaminados por completo. Rusia está muy afectada, aunque el contagio se produjo más tarde y lo mismo sucede con China y Japón. —¿Por qué hay tanta diferencia? —preguntó el Vicepresidente. —No hay una pauta clara. Al principio creíamos que podía deberse al clima, pero no es así, después al número de libros que hay en cada zona, aunque la pauta es desigual —dijo Michael John. —¿Entonces? —Da la sensación que los terroristas han elegido los sitios con algún propósito y que en parte pueden controlar la velocidad de la destrucción —dijo Michael John. —Eso es increíble. ¿Qué sucedió con la pauta del virus informático? —En este caso es más homogénea. Hay más ordenadores afectados en las zonas con mayor acceso a Internet y a la telefonía, con una excepción —dijo Michael John. —¿Cuál? —preguntó el Presidente. —Los Estados Unidos y dentro de ellos California. —¿Dónde comenzó a extenderse el virus? —preguntó el Vicepresidente. —No estamos seguros, pero creemos que fue en Georgia, una antigua república soviética —dijo Jack. —¿Qué sabemos del grupo que ha revindicado el atentado? —preguntó el Presidente. —Son estudiantes universitarios que asisten a manifestaciones antisistema y antiglobalización, pero nunca habían perpetrado un acto tan violento. Dudamos que hayan sido ellos, carecen de la tecnología y la infraestructura suficiente —dijo Jack.
—Entiendo, ¿entonces? —Puede que la mano de algún tipo de terrorismo islámico esté detrás. Los países árabes son otros de los menos afectados, en especial Arabia Saudita —dijo Jack. —¿Cuál es el remedio? —preguntó el Presidente. —El virus informático está a punto de ser controlado. Esperamos que mañana a estas horas se habrá extinguido —dijo Michael John. —¿Cuántos libros han sido afectados? —preguntó el Presidente. —Casi el 70 por ciento de los libros digitalizados. —¡Es tremendo! —dijo el Vicepresidente. —¿Qué haremos con esa maldita bacteria? —preguntó el Presidente. —En tres días podremos crear zonas de seguridad y guardar en ellas el 40% de los libros que nos quedan, además la digitalización y el entorno seguro de GoodLife han protegido a la mayor parte de nuestro patrimonio nacional. La bacteria parará cuando desaparezca todo el papel comestible. Calculamos que en unos seis o siete días —dijo Michael John. —¿Qué sucede con los países que no puedan proteger sus documentos? —preguntó el Presidente. —Lo que no sea escaneado desaparecerá —dijo Jack. —¡Qué desastre! Tenemos que descubrir a los autores y ponerlos entre rejas. Los ciudadanos tienen que ver que se hace justicia. Tardaremos años en recuperarnos de esta crisis —dijo el Presidente. —Le mantendremos informado, señor Presidente —dijo Jack. Se disolvió la reunión y el Presidente se quedó sentado junto a su segundo. Los dos permanecieron callados un momento, hasta que el Presidente comenzó a hablar:
—Estamos en un momento crítico. —Saldremos adelante —contestó el Vicepresidente. —He estado hoy en la Biblioteca del Congreso. Si viera esas estanterías vacías, parecía un templo profanado y destruido por la maldad humana. —No es la primera biblioteca que desaparece y resurge de sus cenizas —dijo el vicepresidente. —Eso espero, de otro modo no podremos dejar ningún legado a nuestros hijos —comentó el Presidente. —El mundo no será igual, pero intentaremos que sea mejor. Nuestra labor es hacer a la gente feliz. —«La felicidad universal mantiene en marcha constante las ruedas, los engranajes; la verdad y la belleza, no… ¿De qué sirve la verdad, la belleza o el conocimiento cuando las bombas de ántrax llueven del cielo?» —recitó el Presidente. —¿Qué? —dijo extrañado el vicepresidente. El Presidente le miró distraído.
—Era una frase de un viejo libro titulado: Un mundo feliz —comentó mientras se ponía en pie y se dirigía de nuevo hacia la superficie.