Día 3, 09:30 AM.
330 Drumm St,
San Francisco, California.
Susan le miró sonriente, mientras David abría los ojos. Durante unos minutos se había relajado tanto que casi se había dormido al sol.
—Veo que estás disfrutando de tu visita a la «gran casa». —¿Así llamáis a este antro? —preguntó David divertido. —Esto es una pequeña ciudad, la ciudad del futuro. Apenas contamina, no necesita de seguridad, lo recicla todo y se mueve por energías limpias. ¿No es perfecto? —Ya he visto a la gente en bicicleta, monopatines y todo tipo de vehículos extravagantes. —El complejo es muy grande, creo que son más de 130 000 m2. —¡Qué pasada! —dijo David caminando al lado de la mujer. —La política de empresa, aunque a Alicia e Irina no les gusta que llamemos empresa a GoodLife, es que los empleados estén relajados y dispuestos a emplear su máxima capacidad no sólo en trabajar, sino en tener nuevas ideas. —Esta especie de País de Nunca Jamás es un buen sitio para tener nuevas ideas, pero mi duda es si todo esto no es pura fachada para justificar una empresa feroz que no respeta la libre competencia —dijo David.
—Conozco personalmente a Alicia e Irina y no las creo capaces de hacer algo ilegal o antiético. Son mujeres de principios muy sólidos. Imagino que conoces su historia —dijo Susan. —Lo único que sé es lo que se ha filtrado a la prensa. —Las dos provienen de familias humildes. Irina es hija de unos inmigrantes ucranianos que escaparon de la antigua Unión Soviética unos años antes de la caída del muro. Aunque sus padres tenían una tienda, cuando ella estudiaba, tenía que trabajar para poder costearse los gastos. La familia de Alicia es de Detroit, nieta de obreros de la industria y muy concienciada con los derechos de los trabajadores, aunque sus padres crearon un lucrativo negocio de venta de ordenadores en California —dijo Susan. —Ya lo sé, el sueño americano encarnado en dos de las mujeres más inteligentes, atractivas y poderosas del mundo, pero que últimamente están jugando con el pan de los demás. —Imagino que lo dices por la polémica de los derechos de autor, el posible monopolio en los motores de búsqueda y por la lucha con otras compañías —dijo Susan. —Entre otras cosas. Creo que hay negocios aún menos claros: la adquisición de más de 40 compañías en unos pocos años. Su intención de controlar el mundo de las telecomunicaciones. A veces esta empresa me recuerda al Gran Hermano de Orwell, pero travestido de Santa Claus —dijo David. —Tienes la misma actitud que Mathieu. Después de soñar toda su vida con trabajar aquí, desde hace unos meses, todo eran pegas y suspicacias —dijo Susan.
Llegaron a la zona de trabajo privada. Eran una especie de cubículos en los que la empresa dejaba que sus empleados buscaran asuntos privados, sin la supuesta supervisión de GoodLife. David dudaba de ello, pero era uno de los pocos sitios en el que podían leer los archivos de Mathieu, sin temor a que se contaminaran.
—¿En qué trabajaba Mathieu? —En uno de los proyectos más bonitos de la empresa. Al principio estaba tan animado que prácticamente no nos veíamos. El proyecto se llama GoodLife Solidary. Es el brazo caritativo de la compañía. La empresa gasta más de 80 millones de dólares en proyectos de ayuda a los más necesitados y planes para un futuro mejor. —Desconocía que Mathieu trabajara en esa sección. —No imagines la típica ONG que ayuda en casos de emergencia o abre pozos en África, esas cosas también se hacen, pero la idea es otra. Empezar a construir un futuro mejor desde hoy. Por eso, se investiga en nuevas fuentes de energía no contaminantes, se potencia los coches eléctricos y ese tipo de cosas. —Ya veo que tus jefas son dos buenas chicas —bromeó David, ante la pasión que Susan demostraba hablando de su compañía. —Se apoya la investigación de enfermedades y el cambio climático. —Será mejor que echemos un vistazo a lo que me dio Mathieu— le interrumpió David impaciente. Susan introdujo el pendrive y rescató la información oculta. En unos segundos aparecieron cientos de documentos: correos electrónicos, informes, citas, listas de nombres, una pequeña base de datos.
—¿Qué es todo esto? —preguntó David asombrado. —No tengo ni idea —dijo Susan pasando los archivos.
—Mira ese nombre: Jimmy Watson Institute. —¿Quiénes son? —preguntó Susan. —¿No los conoces? Hace unos años hubo mucha polémica con esta empresa, su fundador es un genio, pero también uno de los científicos más controvertidos del mundo. Descubrió el Genoma Humano al mismo tiempo que el proyecto estatal. —¿Qué hace relacionándose con GoodLife? —Leyeron varios informes y correos hasta que comprendieron la magnitud del acuerdo. —Al parecer han firmado un acuerdo con Jimmy Watson Institute para apoyarles en sus proyectos de investigación. Parece que es una simple colaboración informática —dijo Susan. —Jimmy Watson es mucho más que un pez pequeño nadando en una pecera de tiburones. Tenemos que investigar todo esto, pero ¿cómo? Fuera de aquí no sé cuánto tardará en infectarse. —En casa tengo un viejo PC que no está conectado a la red, está muy viejo pero creo que nos servirá. Nos vemos a eso de las 9 en mi casa —dijo Susan. —Perfecto —dijo David. —Pues yo tengo que trabajar. Te acompaño a la salida. Caminaron en silencio hasta el fabuloso parque. Susan no dejaba de darle vueltas a lo que había llevado a su novio a desconfiar de la compañía que les había dado todo. David tenía la mente confusa. Por un lado intentaba organizar sus pensamientos y centrarlos en la investigación, pero el estar junto a Susan le turbaba.
—Bueno, nos vemos esta noche —dijo la mujer.
David hizo amago de abrazarla para despedirse, pero al final simplemente levantó la mano.
—Hasta la noche. Mientras caminaba hacia la salida de aquella especie de paraíso artificial, el hombre que le seguía comenzó a acercarse. David se sentó en la parada de autobús y su perseguidor se puso justo al lado. En una pantalla de la parada aparecieron varias noticias mezcladas con publicidad. GoodLife había firmado un acuerdo a nivel mundial. David sintió un escalofrío cuando observó a las dos fundadoras de la compañía hablando al resto del planeta. La pantalla no tenía sonido, pero un titular dejaba claro el acuerdo. Ahora GoodLife poseía el 90% de los libros del mundo y casi toda la totalidad de los documentos y libros digitales.
Cuando llegó el autobús se acordó de un loco que había llamado varias veces a su móvil. Al parecer se trataba de un viejo compañero de clase de las fundadoras de GoodLife. David le había dado excusas para no verle, pero sintió el impulso de marcar el número y entrevistarse con él. Tenía tiempo hasta la noche. El periódico no podría salir en unos días y podía centrarse en la investigación. Si aquel tipo estaba tan loco como él creía, bastaría con marcharse y dejarle con la palabra en la boca, pensó mientras observaba la bahía por la ventanilla del autobús.