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Día2, 11:30 PM.

330 Drumm St,

San Francisco, California.

David se movía inquieto en la cama. No podía dormir, las últimas horas habían alterado de tal modo su vida, que creía que todo estaba patas arriba. David se sentó en la cama sudoroso, miró al otro lado vacío y experimentó una especie de alivio. Aquella noche prefería estar tranquilo para aclarar sus ideas. Le sorprendía la repentina atracción que sentía hacia Susan, pero mucho más los cambios que había experimentado en las últimas cuarenta y ocho horas. Su ambición por hacerse escritor, para conseguir fama y dinero, ahora le parecía absurda, como si con la desaparición del papel, el influjo que los libros ejercían sobre él hubiera desaparecido. Su padre había sido un conocido escritor de libros religiosos, desde niño había visto libros, principalmente la Biblia, ahora todo eso también había desaparecido. Se sentía liberado de las palabras escritas y su influjo sobre los hombres. Si lo pensaba bien, los libros habían terminado con la vida de millones de personas. Desde «Mi Lucha» el libro de Hitler, hasta el Libro Rojo de Mao, el hombre había matado y oprimido a otros por las ideas que había detrás de los libros. Era cierto, que la poesía, el progreso científico y las declaraciones de derechos, también se habían escrito en libros, pero sin duda, todos serían más libres sin aquellas malditas palabras opresoras, que decían cómo se debía vivir y morir.

Se levantó y se dirigió a la cocina. Buscó entre los escasos productos que le quedaban y al final eligió un simple vaso de leche. Odiaba todo lo que le recordaba a su antigua ciudad, pero ahora, después de tres años lejos de casa, no podía negar que sentía algo de nostalgia. No echaba de menos únicamente a sus padres y a sus amigos, también un estilo de vida sencillo, pero natural. Su partido de beisbol, tomar una cerveza los viernes por la tarde, navegar en el lago con su padre o simplemente holgazanear en su cuarto, con la mente perdida en cualquier idea. En California todo era artificial, un gran escaparate en el que la gente exhibía sus riquezas, su fama o su prestigio, sin importarle la vida de los demás.

Sus padres habían intentado inculcarle valores, pero él prefería dejarse llevar por la corriente. ¿Por qué él no iba a mentir, engañar o manipular a nadie, si todo el mundo lo hacía? La vida era mucho más compleja en California que en su pequeño pueblo y eso era algo que nunca iban a entender sus padres.

Contempló las estrellas en la terraza y se sentó en la tumbona. Por unos instantes se dio cuenta que vivir era eso: disfrutar de la brisa que refresca la cara, saborear un vaso de leche y tener la esperanza de ver un nuevo día. Decidió empezar de nuevo, buscar un sentido a su vida más allá del egoísmo que le despertaba cada mañana. Descubrir quién estaba detrás de toda aquella destrucción era mucho más que intentar conseguir un premio o convertirse en un escritor de éxito, era devolverle a la vida algo. La dignidad de ser hombre, de sentirse libre de nuevo y luchar por sus sueños.