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Día 2, 11:00 PM.

Universidad de Berkeley,

San Francisco, California.

Jonathan Huxley miró por el microscopio una vez más. Llevaba veinticuatro horas seguidas sin parar investigando la causa de destrucción del papel; aunque todavía no tenía pruebas concluyentes, tenía claro que se trataba de una bacteria modificada. La bacteria era el único organismo unicelular capaz de resistir cualquier hábitat, desde un lago radiactivo hasta el desierto más caluroso del planeta. A diferencia de las células animales, las bacterias carecen de núcleo ni orgánulos internos, pero gracias a sus flagelos y otros sistemas se pueden mover a gran velocidad. Al ser los organismos más abundantes del planeta, no era extraño verlas detrás de numerosos fenómenos naturales.

El hecho de saber que se trataba de una bacteria no ayudaba mucho, ya que el 90% de las bacterias no habían sido todavía descritas. Las más conocidas eran algunas de las más dañinas para el ser humano como el cólera, la sífilis, la lepra, el tifus o la escarlatina, pero la más temida era la tuberculosis que mataba cada año a más de dos millones de personas.

Jonathan estudiaba desde hacía años la utilidad de las bacterias para luchar contra la contaminación, especialmente contra las catástrofes producidas por el petróleo. Aunque el hombre llevaba siglos manipulándolas para hacer yogures, mantequilla o queso, todavía se encontraba en mantillas en la creación de bacterias que pudieran solucionar algunos de los problemas más importantes de la humanidad.

Desde el siglo XVII se conocían las bacterias, pero hasta el siglo XX no se pudo crear el primer antibiótico para combatir las enfermedades que producían, hasta que en 1977 se produjo un nuevo avance cuando se descubrió que los organismos se dividían en tres tipos: Arquea, Bacteria y Eukarya.

Las bacterias se reproducen muy rápidamente de una manera asexuada, con una simple fisión binaria, por lo que cada 9,8 minutos puede duplicarse una colonia entera. Además su manipulación es sencilla, al no poseer más que un único cromosoma circular, pero también pueden contener plásmidos, un ADN extra que le ayuda a crear resistencias contra antibióticos.

Jonathan ajustó la lente, estaba seguro que ese tipo de bacteria pertenecía a las llamadas bacterias depredadoras. Era uno de los fenómenos más extraños de la naturaleza y tenía varias formas de actuar. En unos casos se convertían en gigantescos enjambres invisibles que mataban y digerían las bacterias que se encontraban a su paso, otras llamadas vampirococcus se unían a sus presas y absorbían sus nutrientes como verdaderos chupópteros. Por último, algunas invadían la célula y se reproducían dentro. Lo que parecía indiscutible, fuera cual fuera su método, era que se trataba de bacterias depredadoras.

Jonathan sabía que muchas bacterias habían sido usadas con éxito en el control de plagas, pero recientemente la biotecnología había dado un nuevo paso y comenzado a aplicarse en la limpieza de lugares contaminados.

El joven se apoyó en la silla. Le dolían los ojos y tenía la cabeza a punto de estallar. Se frotó la cara pecosa y el pelo pelirrojo antes de levantarse y tomar la chaqueta. Por aquella noche ya estaba bien. Mañana podría continuar con sus investigaciones. Sabía que miles de personas en todo el mundo estaban detrás de la pista de esa maldita bacteria y en la mayoría de los casos con medios mucho más avanzados que los suyos, no sería el primero en descubrir su origen y un remedio para combatirla.

Esa maldita bacteria se reproducía a tal velocidad que únicamente existía una razón factible: algún maldito loco la había creado en laboratorio —pensó mientras se dirigía hacia su casa.

Cuando el frescor de la noche le acarició la cara, experimentó una alegría especial. A pesar de haber perdido su tesis debido a esa maldita bacteria, no podía evitar sentir la misma emoción que experimentaba un detective al perseguir a un criminal. La ciencia era su vida y los ensayos no sólo explicaban el origen y funcionamiento de las cosas, para él simplemente daban sentido al mundo.