16

Día 2, 10:00 PM.

Sede de GoodLife Mountain View,

Santa Clara, California.

No habían descansado ni un minuto en todo el día. Desde por la mañana se habían sucedido las llamadas de los ministros de cultura de Francia, Alemania, Reino Unido y Canadá, sin contar a la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa Rusa y varios jeques de Arabia y los Emiratos Árabes. Todos pedían lo mismo: equipos de escaneo y entrar en el proyecto GoodLife Books. La coordinación necesaria para escanear los cientos de millones de libros era abrumadora. En los últimos cuatro años se habían escaneado 16 millones de libros, pero GoodLife había calculado que en todo el planeta había más de 32 millones de libros, sin contar documentos y papeles importantes.

—¿Cómo lo vamos a hacer? —preguntó Irina mientras mordisqueaba un sándwich. —Necesitamos dos semanas como máximo, para encontrar la solución. El número de libros es mayor de lo que pensábamos. Muchos de las obras escaneados por bibliotecas nacionales se han perdido y hay que repetir el trabajo —dijo Alicia. —Las mejores máquinas escanean un libro por minuto, eso supone sesenta a la hora como media, por veinticuatro horas son 1440, en un año 525 600 libros —dijo Irina.

—Sí, pero en una semana una máquina únicamente puede escanear unos 10 080 libros, por lo que para escanear esa cantidad tan grande en dos semanas necesitaríamos unas 1600 máquinas —dijo Alicia. —¿De dónde vamos a sacar tantas y cómo las vamos a llevar a esos países? —Tenemos seiscientas máquinas. Espero que en un par de días lleguemos a las mil y antes de terminar la semana alcanzaremos las mil seiscientas —dijo Alicia. —Pero eso supone que no llegarán a tiempo en muchos sitios —dijo Irina. —Daremos prioridad máxima a los Estados Unidos, después a los países europeos, Canadá, Australia, a culturas milenarias como China y los últimos África y América Latina. No tenemos otra alternativa —dijo Alicia. Irina dejó de masticar la manzana y se dirigió en silencio hasta la inmensa sala en la que se almacenaban los casi 16 millones de libros que llevaban escaneados, la mayoría de las bibliotecas de las universidades en Estados Unidos, varias bibliotecas nacionales y millones de libros editados, se encontraban en aquella sala. Las máquinas producían un mortecino zumbido, luces rojas y verdes se apagaban y encendían mientras miles de libros eran escaneados en todo el mundo y lanzados a la gran biblioteca virtual. Alicia se acercó por detrás y puso su mano sobre el hombro de Irina.

—Ahí la tienes. La biblioteca más grande del mundo y casi la única que queda intacta —dijo Alicia orgullosa. —Esperemos que todo esto pase pronto —contestó Irina preocupada.

—Estamos ganando millones de dólares y, lo que es más importante, todo eso irá a nuestra fundación. El gran proyecto está en marcha y estos fondos nos vienen como caídos del cielo —dijo Alicia. —Creo que deberíamos hacer todo esto sin cobrar ni un céntimo. —¿Estás loca? El dinero es necesario para hacer más cosas. ¿En qué te crees que lo gastarán los gobiernos? ¿En hacer escuelas? No, la mayor parte es comprar o fabricar armas. Irina sabía que su socia y amiga tenía razón. Su empresa había donado más dinero para proyectos humanitarios que varios gobiernos europeos juntos.

—Alegra esa cara. Te echo un partido de baloncesto. Las dos mujeres caminaron deprisa por el pasillo hasta el vestuario. Tenían la seguridad que debió sentir Noé cuando comenzó a llover y él ya se encontraba dentro de su enorme arca. GoodLife había advertido muchas veces al mundo que invertir en papel era un suicidio ecológico y económico, ahora simplemente tenían que salvar todo lo que pudieran antes que un mar de incertidumbre lo inundara todo.