Día 2, 2:15 PM.
Sede de James Editors 424,
Pacific Ave, San Francisco.
El sueño de todo escritor es tener un editor como Frank. Un tipo honesto, sincero y dispuesto a decir siempre la verdad, aunque a veces también era demasiado directo. David había conocido ya a otros editores, si terminaba su nuevo libro sería el tercero en salir publicado, pero desde que había llegado a James Editors, sentía que había dado con alguien que creía en su potencial y que apostaría por él hasta verlo triunfar.
David entró en el edificio y subió a pie las tres plantas. El ascensor no era muy seguro, una vieja reliquia de principios del siglo XX, pero le gustaba la zona. Era tranquila y algo decadente, la antítesis de la sede de su periódico. En cierto sentido los dos sitios representaban su propia esquizofrenia creativa.
Escribir libros y redactar artículos tenían poco que ver, aunque hubiera muchos periodistas que se atrevieses a cruzar la frontera. Un neófito podría pensar lo contrario, pero mientras que lo primero era una tarea solitaria y ardua, ingrata y mal pagada, lo segundo era un trabajo rápido, sencillo y mucho más estimulante, pero David quería ser escritor.
Llamó al despacho de Frank y esperó respuesta. Frank se levantó y le abrió la puerta con la energía que le caracterizaba. Aquel alemán era un tipo alto, delgado, de ojos grandes y negros, su pelo azabache contrastaba con su cara pálida de rasgos femeninos. David creía que pertenecía a alguna de las familias judías que salieron de Alemania justo antes de que Hitler comenzara a hacer su particular escabechina, pero nunca habían hablado sobre el tema.
—Querido, David, ya es hora que des señales de vida. Llevó llamándote desde hace dos días. —He tenido el teléfono retenido —dijo David muy serio. —¿Retenido? —Exacto, por gentileza de la policía de Palo Alto —dijo David sentándose en la cómoda butaca. —¿La policía? —Sí. ¿Qué tal todo por aquí? —preguntó David cambiando de tema. Frank ensombreció la mirada y muy serio le dio la vuelta al monitor de su Mac.
—Mira lo que queda de nuestros libros digitales, todo se ha esfumado, bueno todo menos lo que tenía GoodLife en su base de libros. Del papel apenas queda nada —dijo Frank señalando sus estanterías. La primera vez que David entró en ese despacho le impresionó ver en las estanterías las elegantes versiones de los clásicos norteamericanos que la editorial había reeditado, las novelas gruesas en papel barato y los ensayos ilustrados a color, ahora únicamente el polvo ocupaba las baldas.
—Esto pasará, descubrirán lo que sucede con los libros y quién ha provocado esta debacle — dijo David intentando animar a Frank. —¿Qué? Esto supondrá la muerte del mundo editorial. Ya no hay libros en el mercado, todo se ha perdido. Yo tenía un treinta por ciento de libros en sistema digital y también se han esfumado. Hasta los malditos archivos de manuscritos que me mandan por correo electrónico han desaparecido. Lo único que queda son los textos de blogs y webs. —Vivimos en el siglo XXI, alguien dará con la solución. —Mira David, tengo cincuenta años y te puedo asegurar que nada así ha sucedido jamás. Hay millones de libros que han desaparecido para siempre. Pero no sólo libros, también tebeos, cromos, hasta mi maldita colección de posavasos. Esta maldita historia es mi peor pesadilla, cuando leí Fahrenheit 451 nunca pensé que llegara a hacerse real —dijo Frank. —¿La novela de Ray Bradbury? —Sí, esa en la que destruyen todos los libros del mundo y unos pocos los memorizan hasta que se puedan volver a imprimir libros, pero esto es mucho peor. No hemos podido ni memorizarlos, en cuarenta y ocho horas ha desaparecido casi todo lo bueno que ha creado el hombre en miles de años. —Bueno, al parecer la Biblioteca del Congreso Digital no está afectada todavía y los libros en atmósferas preparadas están destruyéndose más lentamente —dijo David. —Viviremos una nueva Edad Media, conseguir un libro se convertirá en algo tan penoso y costoso, que únicamente una élite podrá disfrutar de la lectura —dijo Frank apesadumbrado. —No exageres, se dará con la solución y dentro de unos meses nos reiremos de esto. —No David, esto es el fin. Lo mismo sucedió tras la caída del Imperio Romano, de repente gran parte del conocimiento humano simplemente se esfumó. La sociedad retrocedió quinientos años y tuvieron que esperar al siglo XVI, para recuperar conocimientos del siglo III. —Piensa en los libros sonoros, puede que sea una solución temporal. —Los libros sonoros son únicamente un soporte de los escritos. El lenguaje oral nunca puede sustituir a los libros. La reflexión, la ciencia y la poesía, son el resultado de la escritura. —Pues yo sigo con mi libro. No debemos desmoralizarnos. Además creo que estoy detrás de algo gordo. ¿Te acuerdas que te comenté sobre el programa de digitalización de libros a nivel global? —preguntó David. —Claro, la historia sobre GoodLife y sus oscuros planes para gobernar el mundo. —No es broma Frank, creo que esa corporación está detrás de todo este asunto. Sus dos programas principales se han visto claramente beneficiados con este apagón escrito. La historia recuerda un poco a lo que pasó con Ptolomeo, la Biblioteca de Alejandría y su deseo de reunir todo el saber del mundo en un único sitio. Ya sabes que los griegos querían reunir todos los libros de la antigüedad y para ellos no ahorraron en medios, muchos de ellos fraudulentos. Lo mismo que GoodLife que se ha saltado todos los derechos de autor, los posibles perjuicios para las editoriales y se ha centrado en digitalizar todo sin permiso. —Los tribunales resolvieron eso a favor de las editoriales y GoodLife tuvo que firmar acuerdos de cooperación y pagar los derechos —comentó Frank. —Ya lo sé, pero en la antigua Biblioteca de Alejandría los ptolomeos crearon un sistema para pedir los originales a las bibliotecas de todo el mundo conocido. En la época de Ptolomeo III le pidieron a Atenas los originales de todas sus obras para copiarlos, pero lo que hicieron fue quedárselos. —¿Por qué me cuentas eso, David? —preguntó Frank. No sabía dónde quería llegar su amigo. —¿No te das cuenta? GoodLife está haciendo lo mismo. En una entrevista hace unos años, las fundadoras de la compañía aseguraron que su deseo era hacer una nueva Biblioteca de Alejandría a la que todo el mundo pudiera acceder de manera gratuita y que cubriera todas las áreas del saber. —Eso es bueno, ¿no? —dijo Frank sin llegar a entender el planteamiento de David. —No creo que sea bueno para tu negocio. Si nadie compra los libros, tú no podrás venderlos —dijo David. —No creo que el gobierno permita algo así, se cobrará algo, un canon, los editores y los autores tenemos que vivir de algo. Además, ahora la piratería está haciendo que perdamos millones de dólares todos los años —dijo Frank. El mercado de la música se había hundido una década antes y ahora el mundo del libro parecía que iba a correr la misma suerte. La digitalización permitía bajar los costes y globalizar las oportunidades, pero los piratas ofrecían el mismo producto a coste cero.
—¿Crees que los problemas son los piratas informáticos? Estás equivocado. El verdadero problema es GoodLife. ¿Sabes que la compañía GoodLife Books ha crecido hasta ahora de manera exponencial dando grandísimos beneficios a la compañía? Ellos viven de la publicidad, su intención es lucrarse, como todas las empresas, pero en este caso se hace a costa de los derechos de los demás. Imagina ahora que son el único medio para digitalizar libros. Toda la información estará en sus manos. GoodLife controla además la mayor compañía de telefonía del mundo, han distribuido miles de sitios por todos los Estados Unidos con WiFi gratis, además empezaron por la ciudad de San Francisco; su sistema de mapas, el correo electrónico gratuito, etc. Nos tienen cogidos por los huevos. No podemos hacer nada sin que ellos lo sepan —dijo David. A Frank todo aquello le sonaba a totalitarismo. Los nazis habían creado un sistema centralizado de información y usado la propaganda para manipular a las masas. Si una sola compañía tenía todo ese poder, podría cambiar la opinión de todo el planeta.
—Al menos esas dos chicas parecen honradas —dijo Frank—, puede que nos salven a todos. Si son las únicas capaces de proteger a los libros, tal vez su biblioteca digital será la única que quede en el mundo en una semana. —¿Honradas? Se están forrando con todo este asunto. Se convertirán en las guardianas del saber y de los secretos del mundo. La simple idea de que lo controlen todo, me pone los pelos de punta —dijo David mirando a su amigo. Él sabía que aquellas mujeres ocultaban algo y no descansaría hasta averiguarlo.