Día 2, 00:45 AM.
Sede del DNI,
Washington DC, Virginia.
El director de Inteligencia Nacional observó los datos y se quedó horrorizado. En apenas unas horas bibliotecas digitalizadas enteras estaban desapareciendo. La situación con los libros de papel no era mucho más halagüeña, apenas habían pasado 24 horas y decenas de miles de libros y manuscritos irremplazables se habían evaporado para siempre.
—Al menos ahora sabemos contra quién nos enfrentamos —dijo el director adjunto. Los ojos fríos del director se hincaron en la cara gruesa de su ayudante.
—No sea usted ingenuo, Mark. ¿De veras cree que algo así lo pueden hacer un grupo de activistas antisistema? Esto es mucho más gordo… Irán o Rusia, tal vez Corea del Norte. Mark no era un ingenuo, tenía varios doctorados y había estudiado en Harvard, pero conocía el poder y la astucia de algunos grupos, que aunque parecieran inofensivos, su fanatismo podía llevarles a causar un gran daño.
—¿Irán o Rusia? —dijo el director adjunto sorprendido. —Sí, unos por venganza y otros para recuperar la hegemonía mundial. Ya sabe que en los últimos años Rusia ha comenzado a firmar tratados con muchos gobiernos de Sudamérica, les vende armas a cambio de petróleo y otras materias primas. —Pero ¿qué querría conseguir destruyendo todo el papel y los archivos del mundo? —preguntó Mark. No le gustaban las respuestas facilonas del departamento. A veces unas simples suposiciones habían conseguido provocar una guerra. —Naturalmente hundir a Estados Unidos y a la bolsa. Estamos al borde del caos, Wall Street cerró esta mañana ante el temor de un desplome generalizado. No hemos salido de una crisis y ya estamos en otra mucho más profunda y peligrosa —dijo. —¿Y los chinos? —preguntó el adjunto. —Es otra posibilidad, pero si nosotros nos hundimos ellos también, occidente es su principal comprador —dijo el director. —Cabe la posibilidad de que sean terroristas —dijo el adjunto. —Nunca han coordinado un ataque a nivel planetario. —Bueno, el ataque informático y el otro pudieron empezar en un punto en concreto y extenderse por el resto del planeta —dijo Mark. —Será mejor que dejemos de especular. El agente Haddon tiene que coordinar al equipo que investigue el ataque informático y procurar que se neutralice en la red. —Por ahora hemos conseguido pararlo en parte en los Estados Unidos, pero no sabemos por cuánto tiempo —dijo Mark. Se sentía orgulloso de sus hombres. Eran apenas un puñado de informáticos, pero de ellos dependía la estabilidad del sistema. —Genial, el otro asunto de los libros no lo llevamos nosotros. Están investigando la causa de la desaparición del papel. Daremos recursos ilimitados y prioridad máxima a este asunto. Todo lo demás queda aparcado hasta que paremos totalmente el ataque, ¿entendido? —Dijo el director. —Sí, señor —contestó Mark con desgana. No entendía por qué su jefe estaba al mando del departamento si apenas sabía mandar un correo electrónico, la anterior generación era completamente analfabeta a nivel tecnológico y lo peor, era que se enorgullecía de ello. —Pues manos a la obra. Hay que detener el caos antes de que se extienda más. Mark dejó la sala de reuniones con la sensación que el optimismo de sus jefes era igualmente inútil que alarmismo de los medios de comunicación. Nadie era consciente de lo cerca que estaba el mundo de volver a la Edad Media en uno días, pero en eso consistía su trabajo, en intentar que todo siguiera tal y como estaba antes de la crisis.