Día 1, 8:00 PM.
Comisaría del Sheriff,
Palo Alto, California.
La celda era confortable y estaba muy limpia. Nunca había estado dentro de una, aunque había visitado muchas debido a su trabajo. Llevaba allí más de dos horas, pero si su novia Carmen Salinas no venía pronto tendría que dormir en la comisaría.
—David, lo siento, pero sabes que la ley es la misma para todos —dijo el comisario Lee abriendo la puerta de la celda. —Jefe Lee, entiendo la situación, pero simplemente estaba tomando una Coca Cola con Mathieu Gates, no creo que eso sea ilegal en California —bromeó David. —No te creas, puede que dentro de poco si lo sea —dijo el obeso policía. Le llevó hasta su despacho y le invitó a sentarse. David observó la impecable habitación. El jefe Lee era un maniático de la limpieza y el orden.
—¿Puedes contarme de nuevo cómo sucedió todo? David le volvió a narrar la cita, el libro que estaba escribiendo y la horrorosa muerte del ingeniero informático.
—No me encaja. ¿Nadie se acercó?
—Mientras estuvimos solos no —dijo David. —¡Qué extraño! —dijo el jefe Lee. —¿Sabes qué le mató? —Todavía no han llegado los resultados de los análisis ni de la autopsia, tendremos que esperar hasta mañana. —¿Cuándo podré irme? —Tu novia está ahí fuera. Tienes suerte de tener una chica tan guapa que se preocupe por ti —bromeó Lee. —No lo dude jefe Lee, es la chica más guapa de todo San Francisco. Lee le acercó una pantalla y el joven estampó su firma sobre ella. El sheriff le devolvió las llaves, la cartera, un bolígrafo y un encendedor.
—¿Qué pasa con mi iPad y el pendrive? —preguntó el periodista nervioso. —Nos los quedaremos un par de días. Espero que no tengas nada ilegal hay dentro. —¡No puede quedarse con ellos! Son mi herramienta de trabajo. —Son las normas David, el ordenador y el pendrive guardan relación con el muerto. —Haga una copia de los archivos y deje que me lleve el aparato. El jefe Lee hizo un gesto con la mano e invitó a David a abandonar la sala. Carmen Salinas estaba detrás del mostrador, vestía un ligero traje de algodón estampado con flores. Llevaba el pelo negro y rizado recogido en un moño y un bolso negro a juego con los zapatos de tacón de aguja.
—Hola cariño —dijo la mujer besando al joven. David la tomó por la cintura y la besó en los labios. Cada vez que la veía recordaba porqué estaba con ella, era la mujer más guapa del Valle.
—Adiós David, dentro de dos días podrás pasarte a recoger todo esto, a no ser que el juez te cite a declarar antes —dijo el jefe Lee dándole la mano, después se dirigió a la mujer y con una amplia sonrisa debajo de su bigote canoso, comentó—, un placer conocerla. La pareja salió de la comisaría y David se resintió por la fuerte luz exterior.
—¿Has perdido de nuevo las gafas? —preguntó Carmen. —Las gafas es lo que menos me preocupa ahora. En mi ordenador tenía todos los apuntes del libro y la información para el artículo, ¿cómo voy a escribir una exclusiva sin datos? —refunfuñó David. —¿Desde cuándo eso es un obstáculo para un periodista? —dijo Carmen con una sonrisa. Ella trabajaba en el gabinete de prensa del Partido Demócrata en San Francisco. Mentir era su oficio, un trabajo muy rentable en el que se conseguían buenos contactos. ¿Para qué ceñirse a la verdad, si la mentira era tan rentable? —Tenemos que ir a una tienda y comprar otro maldito ordenador —dijo David impaciente. —¿Te vas a gastar 500 dólares por no esperar un día? —¿Crees que voy a estar un día sin conectarme? Todo el maldito papel del mundo está desapareciendo, ¿dónde voy a escribir? —Será mejor que yo piense por ti, cariño. En la tienda de Apple puedes alquilar un iPad por horas —dijo abriendo el coche con el mando a distancia. —Pues vamos, no puedo perder ni un minuto más —dijo David metiendo prisa. Empezaba a anochecer cuando salieron de la comisaría. El mundo había cambiado radicalmente en unas horas, pero a su alrededor todo seguía como si nada.