Día 1, 6:00 PM.
W Bayshor Rd,
Palo Alto, California.
Cuando se acercó al centro comercial no pudo evitar mirar hacia atrás. Llevaba días con la sospecha de que le vigilaban y sabía que no hacía falta tener un hombre a sus espaldas para que supieran dónde estaba. Cada vez que compraba algo, pagaba un peaje, accedía a Internet o simplemente paseaba dentro de un edificio, ellos podían ver todos sus pasos. Ahora que no había dinero en efectivo, el último obstáculo para controlar todo en todo momento había desaparecido.
Había decido ver a David Portier, porque no era un periodista al uso. Todos conocían su vocación de escritor de investigación y su deseo de buscar la verdad costara lo que costara. David le había llamado hacía un par de días, al parecer estaba realizando un libro sobre la Era Digital, parecía irónico que justo el día en que se vieran fuera en pleno Apocalipsis del libro de papel y que él le fuera a dar la mayor exclusiva del siglo.
Mientras caminaba por los pasillos, vestido con un caluroso abrigo, gafas de sol y una gorra, se volvió a preguntaba porque se había molestado en disimular su apariencia. Las cámaras modernas podían descubrir ciertos rasgos únicos en cada rostro en pocos segundos, cotejando la información con el FBI, la CIA y otras agencias. En los últimos seis meses gracias al programa de identificación, casi diez mil delincuentes habían sido detenidos, pero la identificación podía usarse para muchas cosas, por ejemplo para tener controlada a los críticos o los enemigos del sistema. Mathieu Gates se sentó en el McDonnald y conectó su mini portátil. Comprobó los archivos que iba a dar al periodista y dio un sorbo a su Coca Cola. Miró el reloj del ordenador y comenzó a impacientarse.
Al fondo del pasillo, David Portier apareció vestido con unos sencillos vaqueros, una camiseta azul y unas deportivas. Le hizo un gesto con la mano y se acercó a la mesa después de pedirse una hamburguesa.
—Perdona, pero no he comido nada. He estado pegado a mi iPad todo el día. ¿No es una increíble casualidad que justo hoy se haya producido el apagón de celulosa? —preguntó David sonriente. —No es algo para tomarse a broma. El caos que se está produciendo puede arruinar a gobiernos enteros, empresas y familias. Nosotros tenemos mucha información digitalizada, pero hay países que apenas tienen un 5% de sus libros y documentos escaneados —dijo Mathieu muy serio. David hizo un gesto de disculpa, como periodista a veces se olvidaba que las noticias afectaban a personas reales, que eran mucho más que un titular en el periódico
—Tienes razón, los periodistas somos así, nos excita tanto la noticia, que no somos conscientes de sus consecuencias —dijo David más serio. —¿Para cuándo saldrá el libro? —preguntó Mathieu cambiando de tema.
—Con lo que está sucediendo espero tenerlo en un par de meses. Mi jefe me ha ordenado que me centre en el tema de la desaparición de libros. Eso no me dejará mucho tiempo para escribir —dijo David frustrado. —¿Ya has terminado la investigación? —Tengo que ir a la sede de GoodLife, es lo último que me queda. Bueno y leer lo que me has traído. Mathieu le miró inquieto. Después le pasó discretamente un pendrive.
—Quería traerlo en papel, pero por razones obvias no lo he hecho. —Estupendo. David miró el pequeño artilugio antes de guardarlo en el bolsillo. En ese momento un tipo negro se acercó a la mesa y echó sobre el Mathieu un gran vaso de Coca Cola. Mathieu le miró enfadado, pero el gigante se disculpó y después se alejó de ellos. El hombre tomó varias servilletas, pero al final se puso en pie.
—Tengo que ir al baño —dijo Mathieu incómodo. —Ve tranquilo. Mientras, miraré el archivo en el iPad. Mathieu se fue al baño, se aproximó al wáter y sintió una repentina arcada. Agachó la cabeza y no pudo resistir el vómito que inundó su garganta y se desparramó por todo el suelo.
—Mierda —dijo al observar que mezclado con los restos de comida había una cantidad considerable de sangre. Una segunda arcada le hizo volver a vomitar, esta vez sangre ennegrecida. A partir de ese momento ya no pudo parar. Se dirigió fuera del baño soltando sangre por la boca, después salió al pasillo del centro comercial con la ropa empapada y las piernas temblorosas. Tenía mucho frío y se sentía paralizado por el terror. Se acercó hasta la mesa de David. La gente comenzó a dejar las mesas cercanas.
—David, llama a un médico —dijo con el rostro desencajado. El joven le miró sorprendido. La cara de Mathieu estaba pálida como una hoja de papel, sus ojos negros parecían salirse de las cuencas y su boca era una fuente de la que manaba un líquido sanguinolento. Apretó el iPad y llamó a emergencias justo cuando Mathieu se desplomaba sobre la mesa.