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Día 1, 4:00 PM.

Bunker de la White House,

Washington DC.

El Presidente estaba sentado cabizbajo mientras sus asesores de defensa discutían entre sí. Apenas había dicho nada en la última media hora, los expertos se sentían tan perdidos y sorprendidos como el resto del país, pero no podían dejar de hablar. El comité recibía noticias de casi todas las partes del mundo. No había duda, excepto en algunos lugares de África, alguna cosa estaba destruyendo el papel a nivel global.

—¿De cuánto tiempo disponemos? —preguntó el Presidente arqueando sus pobladas cejas. Su pregunta tenía una doble intención: intentar aclarar sus ideas, pero sobre todo, poner algo de orden en la reunión. —Apenas disponemos de un mes o quince días, según el nivel de destrucción actual. No sabemos si aumentará o disminuirá el proceso —dijo el jefe Michael John del FBI de la División de Gestión de Documentos. —Señor Presidente, creemos que se trata de un atentado terrorista a gran escala —comentó Jack el jefe de la División Antiterrorista. —Sea un ataque terrorista o un hecho natural, tenemos que actuar con la máxima rapidez. En pocos días puede quedar destruido el patrimonio de la humanidad —dijo el Presidente. Él no era muy aficionado a la lectura, no había leído más de treinta libros en su vida, pero sin duda aquella situación de emergencia era muy grave. —Un cuarenta por ciento de nuestros libros y manuscritos importantes están digitalizados, pero ¿Qué pasará con los miles de documentos legales, el dinero…? —dijo el Vicepresidente Frank. Frank era un tipo fatalista, de los que ven siempre el vaso medio vacío. El Presidente no se sentía muy cómodo con él, se lo habían impuesto en la última convención republicana, para dar un toque más liberal a su candidatura a la presidencia, pero los liberales eran todos unos fatalistas.

—Hay otras opciones, las tarjetas de crédito, los documentos legales ya pueden enviarse por correo electrónico. La gente tendrá que digitalizar sus propios documentos importantes —dijo Michael John. —¿Para cuándo tendremos los resultados de laboratorio? —preguntó el Presidente. —Mañana a primera hora, los documentos desaparecen tan rápidamente que es muy difícil analizarlos —dijo Michael John. —Esperemos que esto se detenga pronto. Las bolsas de todo el mundo han caído en picado y hay países muy afectados —dijo el Vicepresidente. —Bueno Frank, no creo que estemos ante el fin del mundo. Otros presidentes han soportado amenazas peores. Debemos transmitir serenidad —dijo el Presidente enfadado. —Será mejor que convoquemos al G 20 para dentro de dos días —dijo el Vicepresidente. —Hecho —comentó el secretario anotando la petición.

El Presidente miró de reojo al subalterno, a veces tenía la sensación de que no pintaba nada, que era una figura decorativa, el último vástago de una saga de políticos estatales.

—¿Cuál es la mayor empresa de informática del mundo? ¿Quién puede ayudarnos a digitalizar todo lo que queda en menos de un mes? —preguntó el Presidente, intentando tomar de nuevo el control de la reunión. —GoodLife —contestó Michael John. —Pónganse en contacto con ellos. Quiero que empiecen hoy mismo. También que aseguren los archivos digitalizados, si se trata de un ataque terrorista, pueden intentar destruirlos —dijo el Presidente. Cerraron la sesión y el Presidente decidió regresar a su despacho. Pensaba que la alerta había terminado, lo que demonios hubieran echado en el ambiente únicamente afectaba a los libros y el papel, pero no a las personas. Se sentó en su despacho, no había ningún papel impreso. Tomo su iPad y buscó las ediciones antiguas de cromos de beisbol. Sus dedos nunca más tocarían esos viejos cartones amarillentos, pensó mientras apretaba la fría pantalla.