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Día 1, 12:00 PM.

330 Drumm St,

San Francisco, California.

David Portier se volvió a estirar en la cama. Normalmente los sábados se levantaba muy tarde, pero aquella mañana le había tocado trabajar. Al día siguiente salía en la web de su periódico un amplio artículo sobre la violencia sexual contra niños en la ciudad de San Francisco. Era el tipo de noticias que el alcalde y la ciudad preferían no ver en los titulares de los periódicos, pero en los últimos meses de verano, la muerte y violación de menores se había disparado. El último caso había conmocionado especialmente a todo la Costa Oeste. Muchos abogaban por la conocida Ley Chelsea, un endurecimiento de las penas por abusos, con cadena perpetua para los culpables.

Al final del artículo puso su firma, David Portier. Todavía le costaba hacerse a la idea de que escribía en un periódico de verdad, aunque el San Francisco Chronicle no fuera el diario de sus sueños y el dominical de la web tampoco fuera lo que había imaginado al terminar sus estudios, le parecía el trampolín seguro a un periódico de tirada nacional.

Apretó a un botón y el artículo salió en dirección a la redacción. Sacó una copia en papel y la dejó sobre el escritorio. Seguía prefiriendo el olor de la tinta sobre el folio, sabía que era un anticuado, pero no lo podía evitar.

Encendió la televisión y se fue a preparar un café. Tenía un Starbucks cerca, pero prefería una buena taza casera. Su novia era colombiana y le tenía bien abastecido. Cuando el aroma del café invadió la cocina, David llenó su taza y se dirigió afuera. Vivía en pleno corazón financiero de la ciudad, pero su apartamento tenía una inmensa terraza que daba a la calle. Desde allí podía contemplarse el complejo deportivo en el que todas las mañanas jugaba al tenis y se daba un baño en la piscina climatizada. Conocía a sus tres vecinos, un grupo de jubilados que habían visto crecer los rascacielos a su alrededor. Aunque no tenía mucha vida social. Los sábados llegaba a la seis de la mañana después de bailar salsa con su novia toda la noche, pero no quedaba con amigos y no veía nunca a su familia.

—Hola David —dijo una voz desde el otro lado del cristal opaco que separaba su terraza de la del vecino. Por la voz supo que era John, un jubilado que había dedicado toda su vida al marketing de un fabricante de coches. Se había prejubilado muy pronto, se dedicaba a tomar el sol, leer los periódicos y dar paseos por la playa.

—Hola Martin, ¿qué haces despierto tan pronto? —Ya sabes que los viejos no podemos dormir mucho —dijo el hombre asomándose por el lateral del cristal. —¿Quieres un café? —preguntó David sin mucho ánimo. Era uno de los pocos momentos en la semana en los que estaba solo. Su novia y el periódico le ocupaban el noventa por ciento de del día. —¿Es café de verdad? Todavía no me he acostumbrado a la bazofia que se vende en San Francisco. —Es de Colombia —contestó. Martin salió de su apartamento y llamó a la puerta. David le abrió la puerta y le preparó una taza de café.

—¿Cómo va el artículo? —preguntó Martin. —Ya lo he enviado —contestó David, todavía medio dormido. —Seguro que se levanta un buen revuelo. Esos tipos del ayuntamiento no quieren que nadie hable de la basura que se mueve en esta ciudad, dicen que perjudica el turismo —comentó Martin. —Bueno, el gobernador no lo está haciendo tampoco muy bien y es republicano —contestó David. El anciano sonrió y la hilera de sus dientes artificiales brilló por unos momentos en su rostro moreno. David pensó que no quería pasar así los últimos años de su vida, solo y aburrido, sin que a nadie le importara si estabas vivo o muerto.

—Bueno, espero que el dueño del periódico piense lo mismo que tú — comentó David apurando el café. —¿Cuándo vendrá tu novia? —preguntó Martin. —Me imagino que esta tarde —dijo David. —Me debe una partida de ajedrez. Bueno te dejó con tus cosas, no quiero parecer un viejo pesado y entrometido —comentó Martin. —No te preocupes, Martin. Eso es exactamente lo que eres. El hombre sonrió desde el umbral de la puerta y después la cerró detrás de él.

David se acercó de nuevo al salón, quería coger el teléfono y hacer una llamada para confirmar que el jefe de redacción había recibido el artículo.

—John, hola. Ya te he enviado el artículo. ¿Lo has recibido? —preguntó David, después dio un trago largo de café y se sentó en el sofá. —¿Qué demonios te pasa? ¿No estás viendo la maldita televisión? —preguntó ofuscado el redactor jefe.

—¿Por qué? No me dirás que hay unos aviones estrellándose en Nueva York… —dijo pasando los canales hasta llegar a la CNN. Durante unos minutos se quedó con el teléfono en una mano, el café en la otra y la boca abierta.

… «Ultima hora. Un extraño suceso conmueve al mundo esta tranquila mañana de sábado. Hace aproximadamente dos horas, algunos de los documentos más importantes del país han empezado a deteriorarse rápidamente. La voz de alarma la dieron varios turistas del Archivo Nacional en Washington, cuando percibieron que las Cartas de la Libertad estaban desapareciendo delante de sus ojos. Ya tenemos los primeros videos enviados por iPhone y los primeros comentarios colgados Twitter…»

—¡Es increíble! Pero ¿es cierto lo que dice la CNN? —dijo David a su jefe. Sus pequeños ojos azules se dedicaron a repasar todas las cadenas de noticias. Quería asegurarse de que no era una broma de mal gusto. Últimamente varios bulos habían sido colgados en Internet y los medios de comunicación habían seguido la noticia sin tan siquiera comprobarla, porque nadie quería arriesgarse a ser el último. Esa era una de las maravillas y desdichas de la información instantánea. —Lo es, pero quiero que investigues si está pasando aquí, en California. —¿Por qué iba a suceder aquí? Esas cosas siempre suceden en la Costa Este —dijo David tocando su pelo rubio rizado. —Quédate mirando un rato la televisión y lo entenderás —dijo el redactor jefe.

David colgó el teléfono y corrió con su bañador medio caído hasta el cuarto. Encendió su iPad y tocó el centro de pantalla. Comenzó a ver varios canales europeos, las últimas noticias del Washington Post y del New York Times. Al parecer el papel estaba desapareciendo en todo el mundo a la vez.